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“No sé cuántos hachazos le di”: la confesión del asesino de Mónica Borrás
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LA MATÓ EN LA DUCHA TRAS UNA DISCUSIÓN

“No sé cuántos hachazos le di”: la confesión del asesino de Mónica Borrás

"Discutimos fuerte. Ella se metió en la ducha. Aproveché para coger un hacha y golpearla. Le seguí pegando hasta que quedó inconsciente en el suelo. Paré cuando dejó de moverse"

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No confesó cuando le detuvieron, ni cuando le anunciaron que iban a registrar su casa, ni cuando vio el georradar, las palas y el martillo neumático, tampoco cuando varios investigadores de los mossos cavaron en el jardín. Aguantó en silencio mientras revisaron las paredes buscando un tabique falso, también cuando vaciaron el taller, quitaron las losetas y picaron el suelo… A Jaume, el novio de Mónica Borrás, sólo le escucharon romperse y llorar ante la evidencia: al descubrir el cadáver de Mónica Borrás.

Foto: Los Mossos d'Esquadra trasladan al hombre que han detenido por su supuesta relación con la desaparición de su expareja en Terrassa (Barcelona), a la vivienda que ambos compartían. (EFE)

“Discutimos fuerte. Ella se metió en la ducha. Aproveché para coger un hacha y golpearla. No sé cuántos hachazos le di. Le seguí pegando hasta que quedó inconsciente en el suelo. Paré cuando dejó de moverse. Luego la enterré en el almacén”, confesó ante los investigadores y el juez. El desenlace fue terrible, pero al menos los investigadores de los Mossos d´Esquadra por fin pudieron resolver el caso y dar una respuesta a la madre de Mónica.

La angustia se había agarrado al pecho de esta mujer desde que hace un año, el 7 de agosto de 2018, a Mónica Borrás, de 49 años, se la tragó la tierra. Vivía en Terrassa, Barcelona, donde compartía piso con Jaume desde hacía cuatro años. “Tuvimos una discusión y se marchó de pronto, pero eso era algo habitual. Que marcharamos ella o yo con las manos en los bolsillos después de una bronca no se salía de lo normal”, explicó Jaume. “Pero fue pasando el rato y como no volvía me preocupé. Pensé, voy a llamarla, pero de repente dije: “¡Coño! Si se ha dejado el móvil sobre la mesa, también el bolso y las llaves de casa”. Al día siguiente, aparentemente turbado, acudió a una comisaría de los Mossos para ir a interponer una denuncia por desaparición.

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Cuando se conoce el resultado, las pesquisas siempre parecen sencillas, sin embargo, la investigación de la desaparición de Mónica ha supuesto todo un desafío. Los agentes encargados del caso comenzaron sospechando de Jaume al detectar en sus dos primeras declaraciones pequeñas distorsiones en las horas. Cuando se lo hicieron notar, el hombre se encogió como un caracol y empezó a justificarse con frases del tipo “tengo mala memoria” y “en realidad no me acuerdo bien”. Las frases sonaron a excusa y le colocaron en el centro de la investigación, pero en realidad no había nada consistente que permitiese engrilletarle y solicitar al juez una orden de entrada y registro de su casa.

El móvil de ella dio la primera pista. Mónica tenía una actividad frenética con el teléfono que dejaba su huella en varios chats, redes sociales e internet. Esa compulsión se frenó en seco la mañana de su desaparición. No tenía sentido. Nadie rompe con sus hábitos y su entorno de repente, sin avisar, dejando atrás todo lo que conoce y sus enseres personales.

El móvil de Mónica se había encendido la noche de la desaparición, cuando ella en teoría se había ido ya de casa dejándolo atrás

Pero es que además los agentes descubrieron algo que les llamó mucho la atención. El móvil de Mónica se había encendido la noche de la desaparición, cuando ella en teoría se había ido ya de casa dejándolo atrás. Preguntaron a Jaume y él negó saber nada. “¿Cómo puede ser entonces que la antena de telefonía diga lo contrario?”, le espetaron. “¡Perdón! Ahora me acuerdo. ¡Qué mala memoria la mía! Me di cuenta que estaba casi sin batería y lo enchufé a la red”, recordó en ese momento Jaume.

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“Y ya saben, al enchufarlo se enciende”. Era mentira, pero había que demostrarlo. Los Mossos lo lograron de dos formas. La primera al revisar los chats en los que participaba compulsivamente. Minutos antes de su supuesto abandono del hogar envió una captura de pantalla a una amiga en la que se veía cargada la batería al máximo. La segunda prueba que desmontaba la mentira tardó en llegar. El banco de Mónica confirmó que la noche de su desaparición alguien había entrado a través del teléfono en su cuenta bancaria y había realizado varias trasferencias desde allí a la cuenta común que tenía con Jaume.

Fueron las amigas de Mónica las que le dieron sentido a estos extraños movimientos bancarios. Ella acababa de dejar la relación con su pareja. No podía más con él. Discutían a menudo. Dos días antes de la desaparición ambos habían llegado incluso a las manos. A él le quedaban marcas cuando fue a presentar la denuncia por desaparición y ella fue atendida en un centro de salud.

Harta, Mónica le anunció que se iba de viaje con una amiga a Estados Unidos. Lo que no le contó fue que había vaciado la cuenta en común para pagar su escapada. Cuando él lo descubrió estalló su última discusión. Ella la dio por zanjada y se metió a la ducha. Él se fue a por un hacha.

No confesó cuando le detuvieron, ni cuando le anunciaron que iban a registrar su casa, ni cuando vio el georradar, las palas y el martillo neumático, tampoco cuando varios investigadores de los mossos cavaron en el jardín. Aguantó en silencio mientras revisaron las paredes buscando un tabique falso, también cuando vaciaron el taller, quitaron las losetas y picaron el suelo… A Jaume, el novio de Mónica Borrás, sólo le escucharon romperse y llorar ante la evidencia: al descubrir el cadáver de Mónica Borrás.

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