Las últimas teorías independentistas: roban el Cid y el Gran Capitán a España
Lluís Maria Mandado asegura que el Cid es una invención castellana y que se falsificaron los documentos. También dijo que Cervantes era valenciano (y, por derecho, catalán)
El Cid, prototipo de hidalgo castellano, nunca fue tal, sinoun linaje catalán. Un linaje que pasaba de padres a hijos. O sea, el Cid no existió. Y Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, tampoco era tal, sino un individuo llamado Ferran Ramon Folch de Cardona. En una delirante historiología, algunos pseudohistoriadores catalanes agrupados en el seno delInstitut Nova Història (INH) han rebautizado la Guerra de Sucesión, que acabó con la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, como Guerra de Sumisión. ¡Ahí es nada! Mayor épica, imposible. Y mayor falsificación, tampoco.
Las últimas teorías son incluso más hilarantes. Ni los Monthy Pyton lo hubiesen hecho mejor: la reconquista no fue una cosa de Don Pelayo. Ni mucho menos. La reconquista fue llevada a cabo por nobles catalanes que habían ocupado “el territorio astur-leonés a cargo de fuerzas católicas procedentes de los territorios catalanes. Unas fuerzas dirigidas por unos señores feudales que aún tenían en la cabeza la división romana de la península Ibérica y que se impusieron la tarea de expandir sus feudos y su credo a toda la antigua demarcación de la Tarraconensis”.
No es broma. Es una tesis pretendidamente seria y científica. Proviene de historiadores (“investigadores”, se autodenominan) del INH, una entidad formada por estudiosos revisionistas cuya finalidad es demostrar que Castilla jamás ha existido, que los principales baluartes de la Historia española eran en realidad personalidades catalanas y que no solo Cristóbal Colón, sino Erasmo de Rotterdam, Leonardo da Vinci, Santa Teresa de Jesús e incluso Miguel de Cervantes eran catalanes de pura cepa. Ahora le toca el turno al Cid, esencia de la españolidad.
El miembro de este instituto (al que el mismísimo Jordi Pujol llegó a felicitar por escrito por sus ‘descubrimientos’) que ha publicado la teoría de la catalanidad del Cid es Lluís Maria Mandado. Su libro, 'El Cid de Valencia era catalán. Cuándo y cómo los catalanes hicieron España', fue presentado recientemente en el XV Simposio del Descubrimiento Catalán de América. Todo un hito.
“Es una explicación transgresora de los orígenes de la España medieval, una explicación que nos permite entender de dónde viene este Estado esquizofrénico que todavía hoy es incapaz de ponerse de acuerdo consigo mismo”, dice otro pseudohistoriador, Pep Mayolas, en el prólogo del libro. Mayolas es el ‘segundo’ investigador del INH y el inventor de la teoría de que Erasmo de Rotterdam no era Erasmo ni de Rotterdam, sino un catalán que, por si fuera poco, era hijo de Cristóbal Colón (o Cristòfor Colom, el descubridor de América, dicho en otras palabras).
Falsificación de documentos
El nuevo libro asegura que el Cid es una invención castellana, ya que se falsificaron todos los documentos. No es la primera incursión de Mandado en el tema: suya es también la teoría de que Cervantes era el valenciano (y, por derecho, catalán) Miquel de Servent. Pero el Cid verdadero, aseguran el libro, los investigadores catalanes y, por extensión, el INH, no es alguien físico. Es un concepto. Es un fantasma. Es todos y cada uno de los integrantes del condado de Urgell. Y Rodrigo Díaz de Vivar no fue el protagonista de la Jura de Gadea, donde hizo jurar a Alfonso VI (como condición para darle su apoyo) que no era responsable de la muerte de su hermano. El historiador catalán relata que eso lo hizo el conde de Urgell con el conde de Barcelona: hizo jurar a Ramón Berenguer que no había asesinado a su hermano (heredero del reino junto a él), Berenguer Ramón. No es un trabalenguas: es la teoría de Mandado. La jura tuvo lugar en el famoso Salón del Tinell de Barcelona (el salón donde en el año 2004 se conjuraron PSC, ERC e ICV para no pactar jamás con el PP). Para rematar la confabulación, se falsificaron desde cartas reales hasta la franquicia de la herencia del Cid e incluso sus donaciones a la Catedral de Valencia.
Además, el ‘Cantar demio Cid’ relataba las gestas de los catalanes que habían iniciado la reconquista y fue escritoen occitano por Per Abad, luego castellanizado e incorporado a la historia castellana. Un robo más de la pérfida Castilla.
La obra abunda en la hipótesis de “una España de génesis esencialmente catalana”, en la que se castellanizaron nombres y familias
Mandado explicaba en una reciente entrevista en el ‘Diari de Girona’ que “la Reconquista no comenzó en Asturias, sino en Nîmes. Y lo que conocemos como godos, en realidad son occitanos, o sea, catalanes”. Y añadía: “¿Don Pelayo? Incluso en Castilla dudan de que existiese. Muchos hechos que se le atribuyen tuvieron lugar en Llívia. Luegose mezcló todo e hicieron un mito español”. La guinda de su teoría no tiene desperdicio cuando se le pregunta quién era el Cid. “Je, je. El Cid no fue una persona, sino un linaje catalán. Comenzó con los condes de Urgell y continuó con los de Cabrera, en Girona. El Cid iba pasando de padres a hijos”. A saber, pues, cuántos del linaje iban montados en el famoso caballo a las puertas de Valencia.
La invasión de Castilla
Según este historiador, “fuerzas provenientes del Pirineo catalán” se desplazaron por el “altiplano castellano” ante “la imposibilidad de expandirse por Cataluña en dirección sur a causa de las restricciones impuestas por los señores del Condado de Barcelona”. Obviamente, la “censura” permitió esconder esta gesta histórica de “una ocupación del territorio astur-leonés a cargo de fuerzas católicas procedentes de los condados catalanes”.
Por inventar que no quede: Mayolas defiende que el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo podría ser una invención de la perversa Castilla y que ese personaje no era otro que “un miembro de los Oms-Fenollet”, una saga familiar emparentada con los Borgia. Otro de los historiadores, Raimon Balagué, sitúa al cronista en la familia valenciana de los Baudés de Bétera, ya que su último apellido era Valdés. Pero, como dice Mayolas, “Lluís Maria es el pionero que, guiado solo por su instinto y por su conocimiento del terreno, abre la vía que más tarde nos permitirá, a todos los que vamos detrás, ver la luz al final de su trabajo”.
La obra abunda en la hipótesis de “una España de génesis esencialmente catalana”, en la que se castellanizaron nombres y familias. Así, el pseudohistoriador afirma que el noble catalán Ermengol d’Urgell pasó a ser conocido “en el altiplano ibérico como Pedro Ansúrez”. Y no solo eso: “Otros compañeros del INH podemos aportar pruebas de que Ferran Ramon Folch de Cardona era conocido en sus dominios andaluces como Gonzalo Fernández de Córdoba”. Vamos, que el Gran Capitán era solo un fantasma, un capricho de la manipulación de la pérfida Castilla. ¿En qué se basan para ello? En que “en un mismo libro, su parienta Caterina de Cardona aparece simultáneamente como Caterina de Cardona y Caterina de Córdoba”, dice Mayolas.
La guinda de su teoría no tiene desperdicio cuando se le pregunta quién era el Cid. "Je, je. El Cid no fue una persona, sino un linaje catalán"
Otro de los personajes manipulados es el andaluz Francisco de los Cobos y Molina, que en realidad, según los investigadores catalanes, se llamaba Francesc d’Alòs-Colom i Codina.
El 'auto-odio' catalán
Mayolas señala que la manipulación de la historia fue posible gracias a la connivencia de los descendientes de muchos de estos personajes, que “fueron abducidos por su personalidad castellana a partir de cierto momento, renegando con asco sobreactuado -para agradar y vivir sin sospecha entre la élite española castellanicéntrica- de los viejos orígenes castellanos. Toda una escuela del legendario 'auto-odio' catalán comenzaría con ellos e iría propagándose, con intensidades y fortunas diversas, a través de las diferentes escalas de la jerarquía social en el transcurso de los siglos”.
Los historiadores aprovechan para incidir en que ese 'auto-odio' continúa aplicándose entre la clase política catalana actual. “Desde los patéticos calculadores de intereses -disfrazados tanto de ecologistas cosmopolitas como de nacionalistas españoles aparentemente desprovistos de ideología- hasta los psicópatas rabiosos -verdaderos genocidas potenciales prisioneros dentro de un vestido de demócrata que les va muy estrecho- y encontrando en medio de todos ellos a vividores endeudados -que se ven en el trance de tener que servir a España de la más rastrera manera para no acabar en prisión-, todos coinciden en la manera de reducir la catalanidad a un elemento folclórico que ya habría de haber acabado su ciclo de vida y haber desaparecido de la arena política para siempre”.
El Cid, prototipo de hidalgo castellano, nunca fue tal, sinoun linaje catalán. Un linaje que pasaba de padres a hijos. O sea, el Cid no existió. Y Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, tampoco era tal, sino un individuo llamado Ferran Ramon Folch de Cardona. En una delirante historiología, algunos pseudohistoriadores catalanes agrupados en el seno delInstitut Nova Història (INH) han rebautizado la Guerra de Sucesión, que acabó con la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, como Guerra de Sumisión. ¡Ahí es nada! Mayor épica, imposible. Y mayor falsificación, tampoco.
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