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¡Hasta luego, Maricarmen! Los nombres clásicos del español afrontan su jubilación
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MÁS DAENERYS QUE JOSEFAS

¡Hasta luego, Maricarmen! Los nombres clásicos del español afrontan su jubilación

Durante siglos, los españoles hemos podido rellenar una agenda con combinaciones de los nombres José, María, Carlos o Carmen. Pronto serán una reminiscencia del pasado

Foto:  Una pareja de jubilados observa el mar. (iStock)
Una pareja de jubilados observa el mar. (iStock)
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Margarita García ha pasado cuatro décadas vendiendo muebles en el centro de Madrid. El año que viene, si le cuadran las cuentas, echará el cierre para gozar de una merecida jubilación. Los vecinos de Antón Martín perderán a Marga, la de la tienda de muebles, pero su lugar lo ocupará alguien con un nombre más moderno. Porque en la década de los 50, cuando nació García, hubo 21.560 padres que optaron por llamar Margarita a su hija, pero en la última década solo lo han hecho 71. Por ponerlo en contexto, es la mitad de los que decidieron llamar Daenerys a su vástago, en honor a una de las protagonistas de la serie Juego de Tronos.

Se trata del apocalipsis de los nombres clásicos del español. Antonio, María del Carmen, José, María o Juan, denominaciones que llevan siglos entre nosotros, están llegando a la edad media de la jubilación y la tasa de reposición indica que su desaparición está cerca. El ejemplo de José es ilustrativo: hay más de medio millón de españoles que responden por este nombre, pero solo el 2,5% de ellos han nacido en el siglo XXI.

Otros clásicos, como Dolores, Concepción, Francisca o Juana, ya son asociados a abuelas, con razón: su edad media se acerca a los 70 años. Juntas, suman más de un millón de ciudadanas que ve como sus nombres apenas seducen a 2.000 españoles cada año. Si se mantiene la tendencia de caída, y comenzó en los años 70, en 20 años apenas quedará rastro de estos nombres.

Para Consuelo García Gallarín, catedrática de Filología de la Universidad Complutense, una de las claves del cambio pasa por evitar los nombres que suenen a viejo. "Estas innovaciones responden al deseo de evitar nombres con un 'significado de denominación' por la múltiple aplicabilidad de los nombres propios. Sabemos que las Angustias son de Granada y que Justino era un asesino de la tercera edad, el nombre del protagonista de esta película no podía ser Érik, ni Enzo, ni Íker".

García Gallarín considera que no ha influido la caída de la natalidad en el cambio de tendencia, sino más bien una separación del mundo religioso de la sociedad: "Se ha producido una diversificación de los referentes iniciales. Cuentan los usos metafóricos y otros aspectos. Los referentes iniciales ya no pertenecen a la hagiografía. No se eligen hagiónimos ni advocaciones marianas". Como muestra, un botón: en la década de 1930, con cuatro nombres, se copaba el 25% de la población masculina. Hoy necesitamos 18 hombres para llegar a ese porcentaje.

"Es en los años 70 cuando se empieza a abandonar estos nombres clásicos, que coincide con un cambio en la sociedad", afirma Carmen García Juncal, catedrática de Lingüística en la Universidad de Salamanca. "Es en esos años que empiezan a modificarse los patrones para denominar a las personas. Pasamos de un sistema de herencia, en el que los niños y las niñas, pero sobre todo los niños, heredan el nombre del padre. Sin embargo, como se tenía más de un hijo, también se buscaban nombres con otras referencias, como el padrino o, por supuesto, el santoral".

"Creímos que Mateo o Lucas eran nombres originales, pero hay cien mil iguales"

"Con la llegada de la democracia, que es un cambio político, pero tiene gran afectación a nivel social, el sistema tradicional empieza a dar paso a otro: el del gusto de los padres", continúa García Juncal. "Empiezan tener peso elementos como las modas, los gustos de la época, los nombres de famosos… ahí podemos ver el auge de José Antonio, por Primo de Rivera, o de Juan Carlos, por el rey emérito. En los 70 nacen estos nombres compuestos, que muchas veces responden al choque de sistemas: le pongo de primero el del santoral, y de segundo el que a nosotros nos gusta. Todos contentos".

A lo largo de siglos, los españoles hemos bautizado a nuestros hijos con nuestro mismo nombre, pese a la evidente ineficiencia de tener a dos personas que se llaman y apellidan igual viviendo en un mismo domicilio, pero ese criterio ha dado lugar a uno opuesto: el de la búsqueda de la originalidad. "Hoy prima la innovación, el intento de diferenciar a tu hijo de los otros niños. En mi opinión, esto es un error, porque los nombres evolucionan como un ser vivo. Nacen, crecen en número, llegan un punto de exceso de popularidad y comienzan su declive", explica la catedrática. "Algunos estudiosos lo han comparado con los modelos de transmisión de una epidemia: empieza por grupos pequeños, se propaga y acaba desapareciendo. Es muy difícil elegir un nombre único, porque casi nunca es original, sino producto de un caldo de cultivo que existe en la sociedad. Esto sucedió hace poco con una proliferación de Lucas y Mateo: parecían originales, pero hay cien mil".

Tradiciones medievales

"En el franquismo se obligó a que el nombre del registro coincidiera con el del bautismo, y por supuesto en el bautismo te forzaban a elegir un nombre cristiano. Si tú querías llamar a alguien Pino, el cura inscribía María del Pino, que es su versión cristianizada. Esto explica gran parte del incremento de esos nombres", dice la catedrática García Juncal.

Aunque los nombres del santoral vivieron un notable auge durante la dictadura, la mayoría vienen de mucho más atrás. En concreto, del Concilio de Trento: "Nombres como María y José vienen de Trento. En allí donde se decide empezar a hacer un registro de nacimientos, bodas y funerales en todas las parroquias de la cristiandad", afirma Juan Luis García Alonso, profesor de la Universidad de Salamanca y experto en textos de la antigüedad clásica. "Esto se convierte en una fuente riquísima de información para los investigadores. Antes del XVI lo que hacemos es intuir, porque no hay mucha documentación de la gente común, solo de las personas notables por alguna circunstancia. Ahí comprobamos que la mayoría de los nombres del santoral se utilizaban con cierta asiduidad en la Edad Media".

En el franquismo se obligó a que el nombre del bautismo coincidiese con el del registro

Manda el santoral, pero no todos los nombres clásicos están relacionados con el catolicismo. "Hay denominaciones como Jorge, Luis, Enrique o Roberto, que vienen de las invasiones germánicas del siglo V, otros como Víctor o Marcos, que son romanos, y también nos encontramos casos como el de Ágata, que es una santa cristiana, pero su nombre es de origen griego", indica García Alonso. "Cuando llegan los romanos, sin ser una política deliberada, se produce una progresiva romanización de la Península Ibérica. Se adopta el latín y, en un lapso de dos, tres, cuatro siglos, se van sustituyendo los nombres prerromanos. También hay que decir que la mayoría de nombres anteriores a los romanos los conocemos por los propios romanos, que son los únicos que llegan aquí y escriben los nombres de ciudadanos".

¿Está asegurada la desaparición de los nombres clásicos? Sí, al menos durante algunas generaciones, si bien alguno podría regresar por la vía de la resignificación. "Un caso ejemplar es el de Leonor. Considerado un nombre viejo, procedente del ámbito rural, era un nombre en decadencia a principios de este siglo. Sin embargo, ha tenido un repunte importante en la última década porque es el nombre de la futura reina de España", dice García Juncal. "En este aspecto es importante la clase social. En lingüística, las clases altas suelen ser el modelo de la clase trabajadora, más proclive a usar nombres extranjeros. Son personas con más estudios y su forma de hablar y actuar se tiene como más prestigiosa, de modo que sus nombres tienden a popularizarse. Las modas suelen empezar por arriba y después se hacen de dominio público".

Margarita García ha pasado cuatro décadas vendiendo muebles en el centro de Madrid. El año que viene, si le cuadran las cuentas, echará el cierre para gozar de una merecida jubilación. Los vecinos de Antón Martín perderán a Marga, la de la tienda de muebles, pero su lugar lo ocupará alguien con un nombre más moderno. Porque en la década de los 50, cuando nació García, hubo 21.560 padres que optaron por llamar Margarita a su hija, pero en la última década solo lo han hecho 71. Por ponerlo en contexto, es la mitad de los que decidieron llamar Daenerys a su vástago, en honor a una de las protagonistas de la serie Juego de Tronos.

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