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Preocupación en el PSOE y Sumar: las cesiones para la investidura pasan factura entre sus votantes
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Preocupación en el PSOE y Sumar: las cesiones para la investidura pasan factura entre sus votantes

La idea de que la negociación se está enfocando mal y de que se está cediendo demasiado está arraigando en los partidos de izquierda, también en el partido de Yolanda Díaz

Foto: Illa y Bolaños, en el anuncio del pacto con ERC. (EFE/Marta Pérez)
Illa y Bolaños, en el anuncio del pacto con ERC. (EFE/Marta Pérez)
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La investidura se continúa dando por segura en el bloque construido alrededor del PSOE, a pesar de los escollos de última hora. Máxime cuando se ha ido demasiado lejos ya en los acuerdos expuestos y en las ofertas para los que tienen que llegar como para dar marcha atrás. La carta que se guardaba Pedro Sánchez en la manga, la de ir a elecciones si las exigencias eran excesivas, todavía la conserva, pero, si la jugase ahora, es probable que el efecto no fuera el deseado. El coste de las negociaciones está pasando factura entre los votantes de los partidos de izquierda.

La percepción que se está trasladando a Ferraz es que la negociación no está siendo la correcta, ni en tiempos ni en mensaje. Lo más relevante, por lo que tiene de significativo, es que los de Díaz respaldan esa creencia. Entienden que los negociadores del PSOE no están ejerciendo su función adecuadamente, que están cediendo demasiado y que eso va a conducir a un desgaste social innecesario. El problema último no es que la derecha salga a la calle y esté presionando desde el poder judicial, algo que se daba por descontado y que, adecuadamente canalizado, puede ayudar a generar legitimidad respecto del futuro gobierno, sino que el manejo del proceso de negociación está minando su apoyo electoral.

El mal control de los tiempos, tanto en lo que se concede como en el momento de hacerlo, se ve amplificado por los retrasos que Junts está provocando, que permiten que el malestar se asiente entre las izquierdas en lugar de irse disolviendo. La rapidez era indispensable, y toda demora implica un coste mayor.

La clave de la legitimidad

El acuerdo entre PSOE y Sumar significaba el despliegue de un plan progresista de gobierno que permitiría avanzar hacia un nuevo momento político que permitiera profundizar en lo realizado y limar las asperezas con Cataluña. Ese era el punto de legitimidad: los acuerdos con el resto de partidos debían quedar supeditados a ese programa para que el votante de izquierdas entendiera algunas cesiones como necesarias; era lo que justificaba de cara a los suyos que se hiciera de la necesidad virtud. Pero el anuncio del acuerdo entre los socios de gobierno queda demasiado lejos, ya casi nadie se acuerda de en qué consistía y qué clase de España propugnaba: ha sido sepultado por la narrativa sobre amnistía y cesiones presupuestarias.

La perspectiva de un Puigdemont vencedor no solo molesta en Madrid, sino que abre brechas entre los socialistas catalanes

El acuerdo con ERC, por mucha letra pequeña que contenga, que la contiene, ha puesto sobre la mesa varios problemas. Uno relativo a Cataluña, en la medida en que el reparto de posiciones con ERC y Junts, con el Rodalies y la deuda para los primeros y la amnistía para los segundos, resultaba pragmático si se comunicaba a la vez. Pero las tensiones y rencores entre los partidos catalanes han provocado que el anuncio de ambos acuerdos no ocurra a la par y que ni siquiera tengan lugar en días sucesivos. Puigdemont está alargando el proceso para tener mayor protagonismo y eso es grave para un Sánchez que necesita cerrar la investidura rápido. Cuanto mayor tiempo pase, más deterioro va a acumular y con menor capital simbólico arrancará la legislatura.

La otra parte del problema catalán la tiene entre sus filas. Como señalaba Josep Martí, a diferencia de los indultos, que fueron aceptados con entusiasmo o con indiferencia, "en esta ocasión hay claramente un malestar que en el ámbito constitucionalista alcanza a una parte de los votantes del PSC". La perspectiva de un Puigdemont vencedor como resultado final de las negociaciones no solo molesta en Madrid, sino que abre brechas entre los socialistas catalanes.

En la otra España

Del otro lado del Ebro, el malestar en las izquierdas proviene de ámbitos diferentes. La amnistía, con toda su carga simbólica, tiene costes entre sus votantes, que son habitualmente amplificados en Madrid. Pero fuera de la ciudad global, en las comunidades cuyas ciudades pequeñas y medianas están paralizadas o en retroceso, lo que más duele es la sensación que se transmite respecto del reparto de los recursos. Cataluña puede sentirse infrafinanciada, pero la mayoría de las comunidades menos prósperas perciben los acuerdos con ERC, por matizables que sean, desde la sospecha de que, en la próxima legislatura, les va a tocar perder más todavía. Y esa es una herida con difícil cura.

Si la amnistía se produce y su resultado es positivo, en el sentido de contribuir al proceso de regreso a la institucionalidad que Cataluña ha vivido en los últimos años (y al que están deseando contribuir sus élites, como sabe el gobierno) tiene un coste afrontable, porque dentro de unos años los votantes se habrán olvidado que se produjo para mantener la Moncloa. Esa es también la esperanza socialista. Sin embargo, la financiación autonómica va a estar presente a lo largo de la legislatura, y más en la medida en que las brechas entre ciudades globales como Madrid y Barcelona y la mayoría de poblaciones españolas son producto de una situación estructural.

Las cesiones que se hagan al PNV, la "niña bonita", servirán para aumentar el malestar de fondo respecto del reparto de los recursos

En ese contexto, los recursos son importantes porque constituyen el fuego primero de los rencores. Un ejemplo obvio que es trasladable a buena parte de la España en declive: si Extremadura sigue con una conexión ferroviaria eterna mientras se destinan partidas a los Cercanías catalanes, es fácil que el mensaje que se reciba sea el de que la complacencia con los independentistas es la causa de que no haya partidas para su comunidad. Si esta percepción no se desvanece, el arranque de legislatura va a ser muy complicado y la pérdida de aceptación electoral significativa.

Máxime cuando todavía queda por anunciarse, además del acuerdo con Junts, el que se firme en el PNV, al que parte de las izquierdas se refieren como "la niña bonita". Las cesiones que se hagan a una comunidad que cuenta con unas condiciones superiores de financiación a las del resto de España servirán para subrayar el malestar de fondo.

No son asuntos menores los que se están resolviendo en estos días, en la medida en que definirán cuál será el apoyo con el que las izquierdas contarán de existir repetición electoral y, si no fuera el caso, cuáles serán las condiciones de partida del nuevo gobierno y el apoyo social del que gozaría. Si el nuevo ejecutivo nace tocado, es decir, si entre sus votantes arraiga la idea de que Sánchez está cediendo en todo con tal de gobernar, tendrá muy difícil remontar un arranque tan perjudicial. Máxime cuando, de ser esa la situación, cada componente de la coalición acelerará su proyecto particular.

La investidura se continúa dando por segura en el bloque construido alrededor del PSOE, a pesar de los escollos de última hora. Máxime cuando se ha ido demasiado lejos ya en los acuerdos expuestos y en las ofertas para los que tienen que llegar como para dar marcha atrás. La carta que se guardaba Pedro Sánchez en la manga, la de ir a elecciones si las exigencias eran excesivas, todavía la conserva, pero, si la jugase ahora, es probable que el efecto no fuera el deseado. El coste de las negociaciones está pasando factura entre los votantes de los partidos de izquierda.

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