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Teresa: fuerte en el oficio y quebradiza en la intimidad
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Antonio Casado

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Teresa: fuerte en el oficio y quebradiza en la intimidad

Humana, enamoradiza, cariñosa, desprendida, familiar, siempre dispuesta a ayudar a los demás y muy sensible a las deslealtades de los más cercanos a ella

Foto: María Teresa Campos en 2019. (Getty/NurPhoto/Óscar González)
María Teresa Campos en 2019. (Getty/NurPhoto/Óscar González)

Primero en la ducha y luego en los atascos en los túneles de El Pardo, con Gustavo al volante y ella de copiloto. Ahí se fraguaron durante unos cuantos años las mañanas de la tele mientras cambiábamos de siglo, ya muchos años después de su primer Ondas (1980).

Una dominadora de la improvisación en directo. Nunca necesitó escaletas ni papeles para salir airosa. María Teresa no necesitaba mucho más para llegar al plató con los deberes hechos, antes de que Arturo González, Carmen Rigalt, Raúl de Pozo, Miguel Ángel Almodóvar, Isabel San Sebastián, Josep Vicent Marqués, Curri Valenzuela, Arcadi Espada, entre otros, nos pusiéramos estupendos como precursores de las tertulias políticas de la tele. Primero en Tele 5, luego en Antena Tres (2004) con vuelta a Tele 5 (2007) cuando Vasile olvidó que Teresa le había tachado de "gilipollas" unos años antes.

Foto: María Teresa Campos, en sus inicios en televisión. (Cortesía/RTVE)

Pasó por la universidad (Filosofía y Letras), no por las Escuelas de Periodismo de la época (años 60). Pero eso nunca frenó su pasión por la actualidad y el dominio del directo, aprendido en los estudios de la radio, primero en Málaga (Radio Juventud), luego en Madrid (Radiocadena Española, ya desaparecida), antes de dar el salto a la televisión.

Un respeto para la gran comunicadora que acaba de morir. Por su amor al oficio, su capacidad de trabajo (Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, 2017), su generosidad personal y, acaso por los trazos meridionales de su figura, su asombroso poder desdramatizador ante los problemas más difíciles. Dicho sea en esos términos frente a quienes tengan la tentación de olvidar que Teresa Campos fue, ante todo, una gran periodista. Fuerte en el oficio y quebradiza en la intimidad. Así era Teresa. Pero su fortaleza de carácter y su solidez como gran profesional de la comunicación, que eran rasgos inseparables de su imagen pública, nunca compensaron sus fragilidades como ser humano. Necesitaba la compañía. No podía estar sola. La insuficiencia de afectos le perjudicaba más que la insuficiencia respiratoria que al final se la ha llevado por delante. Afrontaba mejor un ictus, un cáncer de garganta o un herpes Zoster que una deslealtad. Solo en una ocasión la recuerdo aparecer llorosa en la pantalla por un reciente contratiempo amoroso.

Humana, enamoradiza, cariñosa, desprendida, familiar, siempre dispuesta a ayudar a los demás y muy sensible a las deslealtades de los más cercanos a ella. Necesitaba un bracete para comparecer en los fastos públicos (la recepción del 12 de octubre en el Palacio Real, por ejemplo), llenaba de amigos su mesa en las veraniegas noches marbellíes —a su cuenta, naturalmente— y se gastaba lo que no está escrito en las compras de Navidad para colmar de regalos a sus amigos y a su familia.

Teresa Campos era por las calles de Málaga (Medalla de Oro de Andalucía, 2000) como la Macarena por las de Sevilla. Una hija de la tierra, aunque había nacido en Tetuán. Al fin y al cabo, fue en Málaga donde descubrió su pasión por el oficio de la comunicación y de esa tierra heredó la sorna andaluza que destapaba a los personajes que entrevistó, empezando por los que pasaron por aquellos inolvidables festivales de fin de semana en el Tívoli de Torremolinos, cuando la popularidad conseguida en Madrid (Apueste por una, 1986), ya de viuda, todavía estaba lejos.

Primero en la ducha y luego en los atascos en los túneles de El Pardo, con Gustavo al volante y ella de copiloto. Ahí se fraguaron durante unos cuantos años las mañanas de la tele mientras cambiábamos de siglo, ya muchos años después de su primer Ondas (1980).

María Teresa Campos
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