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El primo Sánchez visita a Ana Rosa para discutir su herencia
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CRÓNICA

El primo Sánchez visita a Ana Rosa para discutir su herencia

A Ana Rosa, en cambio, se la veía de charleta, como si no viniera un presidente, sino ese primo pelmazo y díscolo al que hay que bajar los humos y al que ella conoce “desde que era así”

Foto: Entrevista a Pedro Sánchez en 'El programa de Ana Rosa'. (EFE/Mediaset)
Entrevista a Pedro Sánchez en 'El programa de Ana Rosa'. (EFE/Mediaset)
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Ana Rosa estaba esperando a su invitado en el saloncito de Telecinco, con Palomera y demás familia, en torno a la mesa camilla. Mencionaba la matriarca el mucho tiempo que hace que Sánchez no se digna a visitarla y, como advirtiendo de los juegos del destino, recordaba cuando Iglesias la llevó a la cocinilla de su pisucho en Vallecas y aquel salmorejo de bote que le puso con una tostada (eeej), mientras le decía que los políticos que dejan su barrio y se van al chalé son traidores de clase.

De aperitivo, pusieron un vídeo con todos los “cambios de opinión” de Sánchez. Al invitado se le hace la cama antes de que llegue, vamos.

Foto: La presentadora Ana Rosa Quintana y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mediaset)

A otros periodistas que van a entrevistar al presidente, uno se los imagina en ardua sesión de calentamiento, respirando en cámara isobárica, entre sentadillas y flexiones ante el desafío de agarrar una anguila con las manos. A Ana Rosa, en cambio, se la veía de charleta, como si no viniera un presidente, sino ese primo pelmazo y díscolo al que hay que bajar los humos y al que ella conoce “desde que era así”.

“Han pasado cuatro años, usted tiene más canas, yo soy rubia y han pasado muchísimas cosas en este tiempo”, le dijo para abrir boca. Ana Rosa imponía las reglas: usted está en mi casa, aquí las preguntas las hago yo y, si no contesta o se me escurre, repregunto. “Tenemos todo el tiempo que usted quiera”, le avisó. Si se iba por las ramas, peor para él. Y ahora hago un salto al final, porque la cosa terminó con Ana Rosa dirigiéndose directamente al equipo del presidente y soltándoles: “Que ya sé que se tiene que ir. ¿Está a gusto? ¡Pues dejadle en paz!”.

Lo dicho: el primo díscolo Pedro Sánchez había ido a visitar a la tía Ana Rosa para discutir su herencia. Y la cosa fue como todas las discusiones por la herencia entre un pariente que no suele prodigarse con las visitas y una matriarca que tiene bastante clara la situación general, pero no puede ser totalmente destructiva, por el bien de la familia. A diferencia de otras entrevistas recientes, Ana Rosa ocupaba en ese punto intermedio entre el periodismo y la prensa rosa, entre lo profesional y la chabacanería con el que medirse con Sánchez en cierto plano de igualdad.

Como en toda visita, empezó Sánchez alabando la buena salud de Ana Rosa, y ella lo cortó, “hombre, ya se lo digo yo”, como para indicar que no tenía el cuerpo para peloteos en este momento. En los primeros minutos, hubo un pulso y lo resistió Ana Rosa: cualquiera que hubiera visto la entrevista en El hormiguero podía darse cuenta de que las palabras de Sánchez eran exactamente las mismas, el mismo raca-raca, las mismas expresiones memorizadas, y eso jugaba en su contra, porque ella las conocía. Ana Rosa movía las gafas en las manos y la patilla parecía la pata de una araña.

El primo díscolo había ido a visitar a la tía Ana Rosa para discutir su herencia. Y la cosa fue como todas las discusiones por la herencia

Pero, claro, luego la cosa se puso más difícil. La capacidad de Sánchez para argumentar que 2+2 no son cuatro sigue siendo prodigiosa. Cuando Ana Rosa le preguntó si le había gustado tener de vicepresidente a Iglesias, respondió que él tuvo que montar Gobierno a escasas semanas de una pandemia y que imagínese usted lo que hubiera sido tener un Gobierno en funciones en ese momento, ¡como si hubiera pactado su Gobierno sabiendo que venía el virus, y por esta razón! Así las fintaba, así las tiraba fuera de la pista, así las escurría. Un maestro.

Los tres trucos de Sánchez

En las discusiones por herencias hay dos elementos clave: el chantaje emocional y la fría perseverancia del que lo quiere todo. En lo primero, Ana Rosa no le pasaba ni una. Cuando Sánchez se lamentó de que le llamaran de todo y lo insultaran tanto, Ana Rosa no tuvo más que responder que a ella también la llaman de todo; y, cuando Sánchez salió con que ella tiene un plató para defenderse, Ana Rosa le respondió que él ha tenido los platós que le ha dado la gana, y así neutralizó la cosa. Sin embargo, la perseverancia de Sánchez es legendaria.

Foto: Pedro Sánchez (d) y Pablo Motos durante la entrevista en 'El hormiguero'. (EFE/Atresmedia/Carlos López)

Empleó tres trampas para agotar y confundir a su entrevistadora. La primera, catalogar de “opinión” todo lo que Ana Rosa pudiera decir y de “hechos” lo que él respondía. Por ejemplo, ella preguntó por qué había cambiado la posición respecto al Sáhara con Marruecos (opinión de ella, según Sánchez) cuando lo que había pasado (hechos, según Sánchez) es que la posición de España con el Sáhara siempre había sido la misma, y ahora mismo teníamos la misma que nuestros aliados. Orwell tomaba notas en la sepultura.

El segundo truco, muy socorrido, consistía en acometer una respuesta con un rodeo repleto de líneas del argumentario que tocaban muy tangencialmente la cuestión y luego, ante la insistencia de Ana Rosa, decir que ahora iba a responder a esa pregunta que se le había hecho, pero cambiar esa pregunta.

placeholder Momento de la entrevista a Pedro Sánchez. (EFE/Mediaset)
Momento de la entrevista a Pedro Sánchez. (EFE/Mediaset)

Lo hizo, por ejemplo, cuando Ana Rosa le preguntó si no había sentido horror al conocer la presencia de etarras con delito de sangre en las listas de Bildu, y Sánchez reformuló para responder que él no había gobernado con Bildu; o cuando Ana Rosa le preguntó por qué le molesta tanto que se hable de sanchismo, y él reformuló como si le hubieran preguntado qué es el sanchismo.

Con estos dos dribles se manejaba Sánchez como si todavía estuviera en el Estudiantes y el Estudiantes en primera. Decía Ana Rosa con tono de reproche: “Nombró usted una fiscal general que era una ministra suya” y respondía Sánchez: “Yo respeto su opinión y usted puede opinar lo que quiera, pero los hechos son…”. Ante eso, solo quedaba la capacidad de Ana Rosa para caricaturizarlo, y en algún momento lo hizo: “Hombre, es que lo suyo son hechos y lo mío opiniones, ¿no?”.

Pero fue un tercer truco de Sánchez el que planteó la trampa fatal en la que sí cayó Ana Rosa, aunque con resistencias. El truco consistía en alargar las respuestas para llevar el discurso continuamente a los territorios que Sánchez deseaba, allí donde él se sentía más seguro y donde podía poner a Ana Rosa de su parte o liquidarla. Uno, la economía, porque en datos concretos podía pillar a su entrevistadora en renuncios, y lo hizo. Otro, las mujeres, donde sabía que Ana Rosa iba a tener que darle la razón, situándola a ella contra Vox y, por tanto, contra un futuro Gobierno del PP con Vox.

¡Fue una entrevista para darla en cursos de estrategia política! La cosa terminó con Ana Rosa más entera que otros y el presidente, algo más nervioso, pero granítico. Fueron más de 60 minutos sin otra publicidad que la propaganda del PSOE que él conseguía deslizar. Y, respecto a la herencia que se discutía, no quedó claro. El 23 de julio decidirán los que suelen quedarse sin su parte tras echar el voto en la urna.

Ana Rosa estaba esperando a su invitado en el saloncito de Telecinco, con Palomera y demás familia, en torno a la mesa camilla. Mencionaba la matriarca el mucho tiempo que hace que Sánchez no se digna a visitarla y, como advirtiendo de los juegos del destino, recordaba cuando Iglesias la llevó a la cocinilla de su pisucho en Vallecas y aquel salmorejo de bote que le puso con una tostada (eeej), mientras le decía que los políticos que dejan su barrio y se van al chalé son traidores de clase.

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