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El pensador que seduce a Sumar: "El retorno del Estado es necesario y es una realidad"
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El pensador que seduce a Sumar: "El retorno del Estado es necesario y es una realidad"

Paolo Gerbaudo, sociólogo italiano, explica cómo el regreso del Estado resulta inevitable en una época que está afrontando cambios decisivos. Los gobiernos jugarán un nuevo papel

Foto: Paolo Gerbaudo.
Paolo Gerbaudo.
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El sociólogo Paolo Gerbaudo, director del Centro para la Cultura Digital del King’s College de Londres, acaba de ver traducida al castellano una versión ampliada de su último ensayo, The Great Recoil, que aquí tiene un elocuente título: Controlar y proteger (Verso libros). En el texto, Gerbaudo insiste en aspectos cada vez más presentes en la política contemporánea, como el creciente poder del Estado, la necesidad de soberanía o la relocalización industrial. Lo hace desde una perspectiva progresista, y adopta una perspectiva inusual en un espectro político que ha priorizado los derechos civiles y sociales en los últimos años, y que parecía haber olvidado elementos típicos de la vieja socialdemocracia. Sin embargo, las circunstancias internacionales vuelven a poner de actualidad estos asuntos. Controlar y proteger es, además, un libro apreciado en el ámbito cercano a Yolanda Díaz. Quizá ofrezca algunas pistas.

PREGUNTA. Es extraño escuchar, en estos tiempos, a pensadores progresistas hablando de controlar y proteger. Es un marco que se atribuye más a la derecha.

RESPUESTA. Es verdad que a muchas personas, palabras como controlar, proteger, seguridad, o el mismo concepto de Estado, les suenan inquietantes, porque las asocian a cosas muy negativas, como autoritarismo o violencia. Pero eso es solo una parte. El Estado es una estructura muy compleja y ambigua y, como señalaban Maquiavelo y Gramsci, tiene diferentes caras: una es la de la violencia, y otra es la de la persuasión y la de la construcción de cohesión social. En la izquierda ha dominado una cultura antiautoritaria, por la derrota del estalinismo y de la economía planificada, en particular después del 68, y esto ha llevado a que los movimientos de izquierda adoptaran temas y actitudes que no eran tan diferentes de los neoliberales. Así nació una sospecha hacia el Estado, casi religiosa, que impedía el desarrollo de una estrategia política creíble. Pero, en realidad, como dice Gramsci, el Estado es el instrumento pragmático desde el que se pueden cambiar las cosas.

"No se puede cambiar el mundo sin el poder político y sin el Estado. Esto aún no es aceptado por una gran parte del colectivo progresista"

Con el movimiento antiglobalización se puso de moda aquello de cambiar el mundo sin tomar el poder, como si la sociedad civil conformase una esfera totalmente apartada del Estado. Hemos vendido un cuento, porque no se puede cambiar el mundo sin el poder político y sin el Estado. Esto no es aceptado aún por una gran parte del mundo progresista, que lo sigue mirando con mucha sospecha. Pero esto no es una competición entre la sociedad civil y el Estado, sino otra entre estado intervencionista y neoliberalismo.

P. Hay tendencias internacionales, y lo vemos en el mismo EEUU, que apuntan hacia un regreso del Estado. ¿Es un deseo, una realidad o una necesidad?

R. Es una necesidad y una realidad. Lo vemos más claramente en los Estados que tienen poder hoy día: los Estados soberanos hoy son los megaestados, como China, EEUU y en el futuro India. La UE no llega a ese estatus porque sigue siendo una colección de microestados que pretenden ser un megaestado. Como en todos los cambios históricos, el proceso es lento, contradictorio y ambiguo, pero cada vez se perciben más claramente las transformaciones. El discurso de Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de EEUU, en la Brooking Institution es muy claro a ese respecto.

Dice tres cosas: que el libre mercado no es el bien supremo, sino que lo es el bienestar de la población, y que si se puede conseguir con el mercado, bien, y si no, habrá que buscar otras fórmulas. El segundo, que el Estado tiene que intervenir a la hora de modelar la economía y darle un proyecto, porque el mercado necesita señales, no se autorregula, y que el mismo bien del mercado precisa de una política intervencionista. Mucha gente tilda esto de nuevo comunismo y economía colectivizada, pero dista mucho de serlo.

"La derecha se ancla en principios neoliberales en política fiscal y estado social, pero no en la política comercial, donde asume el cambio"

El tercer punto, y el más significativo de todos, es que la fe religiosa en el libre mercado como bien supremo y en la globalización como fuerza natural que no debía organizarse ni estructurarse, ha llevado a los países occidentales a una situación de peligro para su seguridad nacional. Parece curioso que un consejero de Seguridad Nacional intervenga en asuntos económicos, pero en el fondo es normal, porque la racionalidad económica y financiera ha privado a EEUU y Europa de una base manufacturera, que es la condición de posibilidad, como nos dice la historia militar, para sustentar una guerra y disponer de las armas necesarias cuando se precisan. Exportar la manufactura y la clase obrera parecía conveniente desde un punto de vista económico a corto plazo, pero ha generado un gran riesgo para la seguridad nacional, y para la misma seguridad económica, de la que depende la convivencia en el medio y largo plazo. Esto ha sido interpretado en EEUU como un rechazo de los fundamentos del neoliberalismo, y eso es lo que pasará también, aunque más lentamente, en Europa.

P. Este regreso del Estado está siendo instigado tanto por fuerzas de izquierdas como de derechas.

R. Las ideologías, cuando se vuelven dominantes, vertebran el arco político por entero. El libre mercado llegó de la derecha y fue absorbido por la izquierda, y ahora nos encontramos en la situación opuesta: las propuestas que están siendo adoptadas provienen de la socialdemocracia o de los liberales progresistas, como Macron o Biden. Mucha inspiración también emana de China, y es una respuesta occidental que internaliza los elementos de éxitos del socialismo de mercado. La derecha está muy anclada en principios neoliberales, sobre todo en política fiscal y estado social, pero no en la política comercial, donde ha empezado a asumir los cambios. El adiós a la globalización lo dio Trump antes que Biden.

P. ¿Cómo va a responder la UE a este movimiento general?

R. La situación de Europa es muy precaria, y debe preocuparnos a todos los europeos porque, con la intensificación de conflictos globales, el riesgo verdadero es que Europa se convierta en un campo de batalla. Internamente somos estados nacionales con traslado de competencias a Bruselas, pero las instituciones europeas, como la Comisión, tampoco conforman un poder ejecutivo, son más bien facilitadores o árbitros. Es cierto que en la UE ha habido cambios positivos, ya que hemos pasado de la austeridad de 2010 a un plan de muchos millones de euros en 2019. Y ahora la inversión pública es comúnmente aceptada.

"Una Europa a más velocidad es mucho más realista para dar un paso adelante, porque si no, nos quedaremos en el limbo"

El problema que se plantea es importante. Es evidente que, si Europa acuerda fondos, pero son los Estados los que deciden cómo gastarlos, funcionarán peor. Necesitamos inversiones continentales, y no solo nacionales. Por ejemplo, habría que conectar los trenes de alta velocidad en todos los países, lo que evitaría muchos viajes en avión; hacen falta redes eléctricas bien conectadas; son necesarios los campeones continentales, y no solo nacionales. Es cierto que, con la Europa actual, a 27, se carece de la cohesión precisa para el salto de escala. Una Europa a más velocidad es mucho más realista para dar un paso adelante, porque si no, nos quedaremos en este limbo en el que continuamos desde el Tratado de Lisboa, mientras que la Historia se está moviendo a una velocidad increíble.

P. Uno de los problemas que hemos vivido con los fondos europeos subraya la escasa fuerza estatal. La participación de las consultoras, empresas privadas, señala una falta de visión estratégica general, pero también la escasez de personas que trabajen para el Estado que pudieran promover y seleccionar los proyectos. Que los Estados no sean capaces de ejercer plenamente sus capacidades es una muestra clara de debilidad.

R. Hay diferentes grados de intervención estatal. En una sociedad en la que se ha privatizado todo, una primera etapa puede consistir en subsidiar a las empresas, como ha ocurrido en EEU con el IRA. Pero, al hacerlo así, también se rompe con el dogma neoliberal, porque ya no es el mercado el que decide lo que hacer, sino el Estado. Sería una visión conservadora, porque se apoyaría al mercado, pero a cambio de fijar sectores estratégicos que deben desarrollarse. Los progresistas ponen el foco en la inversión pública, lo que les parece inaceptable a los neoliberales, porque la inversión pública le quita espacio a la privada. Sin embargo, la coordinación de la inversión, como ocurre con la transición energética, es mucho más difícil de realizar si el Estado solo opera de manera indirecta. De manera que la recuperación del Estado en empresas y sectores estratégicos es algo que vamos a ver mucho más. El mismo éxito de China tiene que ver con su sistema de empresas participadas y estatalizadas, y con su visión de conjunto estratégica, que permite construir un desarrollo de todo el país. Pero no es una cuestión exclusivamente China; Francia también tiene un órgano donde las empresas participadas se coordinan. Los países que no tienen grandes multinacionales, por su parte, como no pueden hacer política industrial mediada por el sector privado, estarán obligados a recuperar elementos del capitalismo de estado. La presencia del Estado la veremos cada vez más.

P. Otro elemento que señala la debilidad estatal presente es la existencia de una gran cantidad de capital en fondos de inversión, private equity y fondos de gestión pasiva. Es un sector mucho menos regulado que el bancario tradicional, y que tiene su propia agenda.

R. Eso es un problema muy grande, en EEUU estamos viendo unas finanzas desreguladas que siguen creando muchos problemas de inestabilidad a la economía. Estos dinosaurios de la inversión, como BlackRock, son una especie de miniestados: cuentan con su propia escala, son organizaciones demasiado grandes para caer, poseen la capacidad de direccionar la economía y cuentan con una visión estratégica y política. Hace pocos meses, Larry Fink hizo esa famosa declaración anunciando el fin de la globalización y asegurando que el reshoring y la relocalización sería el siguiente movimiento. Esto nos dice que tiene que haber un nuevo control público sobre estas grandes compañías, porque el riesgo es el que siempre hay cuando existen monopolios o cuasimonopolios: al tener un poder igual o parecido al de los Estados, ponen en duda la soberanía de estos.

Foto: Aitor Jauregui, hasta ahora responsable de BlackRock en España.

P. Una de las propuestas habituales de la izquierda, la relacionada con la fiscalidad, y en especial con la subida de impuestos, termina siendo problemática precisamente por la ausencia de ese poder estatal. Como las grandes compañías y los grandes actores financieros saben navegar en los huecos legales de la legislación internacional, los impuestos terminan aumentándose a las clases medias por vía directa y a las trabajadoras por la indirecta.

R. Una de las corrientes heterodoxas que se han desarrollado mucho en la década pasada es la teoría monetaria moderna, una especie de neoliberalismo invertido, y que, por tanto, llegaba a conclusiones tan absurdas como las del propio neoliberalismo. Por el otro lado, la mentalidad austera, que ha dominado esta época, es más moralista que política, y económicamente se ha demostrado fallida. Es más fácil reducir la deuda de países aumentando el producto interior bruto que recortando lo que se necesita para crecer. Algo está cambiando en ese sentido, porque ya se ha aceptado poner el acento en la inversión pública. Incluso en Europa, que ha sido el bloque más austero.

"La clase media paga un porcentaje desproporcionado de impuestos y tiene buenas razones para estar descontenta con ellos"

Sin embargo, como los libros contables no se pueden trucar, la cuestión de los impuestos sigue siendo fundamental: si quieres tener dinero para gastar, se ha de llegar al capital de los ricos. Y a estos no se les tasa, y es por falta de voluntad política: se ha creado mucho mito con los paraísos fiscales. Tenemos que comprender que solo podemos disponer de dinero para gastar si se obtiene más dinero de los ricos. Y contar con ese capital es muy importante porque la prioridad, y en especial en el sur de Europa, tiene que ser el desarrollo económico, antes quede la redistribución.

Pero sí, tal y como están ahora las cosas, la clase media paga un porcentaje desproporcionado, y tiene buenas razones para estar descontenta por los impuestos. Pagan por servicios públicos y en especial, en las zonas periféricas, esos servicios son nulos.

P. Hay un aspecto que cambia las cosas. La tensión entre China y EEUU, esa suerte de nueva guerra fría, está conduciendo hacia Estados más fuertes. Se nota también en naciones como India, que están jugando el papel de los viejos países no alineados.

R. Claro. La globalización se basaba en un principio fundamental, que existía un mercado global y que las eficiencias económicas tenían que ser consideradas a esa escala. El cambio a través del comercio era una idea un poco popperiana, una especie de materialismo liberal, según el cual el comercio transforma sistemáticamente a los pueblos y los vuelve más liberales. Esa fue una de las razones por las que EEUU no vetó la entrada de China en la OMC, ya que se pensaba que la clase media china acabaría derrocando al partido comunista. Hemos constatado ya que eso no ha ocurrido, pero también que las eficiencias financieras se convierten en ineficiencias desde otro punto de vista. Era absurdo concentrar la producción en muy pocos lugares, no tiene sentido más que para esa mentalidad estrecha.

La autonomía económica y cierto control sobre el mercado de referencia es un derecho político fundamental que siempre ha existido

Ya no estamos en ese mundo el en que EEUU podía promover este sistema mundialmente sin que nadie pudiera oponerse. Vivimos en un mundo multipolar, pero los liberales siguen viviendo en un mundo de fantasía en el que un país de 300 millones de personas puede decidir todo. Hay varios polos, que se entrecruzan, pero cada uno de esos polos va a querer proteger su mercado. En este escenario, la trampa de Tucídides es un riesgo evidente, y por eso deberíamos intentar construir un mundo en el que pueda haber convivencia, y dirigir los cambios hacia una relación mutuamente conveniente. Pero, en todo caso, cierta autonomía económica y cierto control sobre el mercado de referencia es un derecho político fundamental, que siempre ha existido en la historia salvo estos últimos treinta años.

P. Estas tensiones a gran escala conducirán también a transformaciones en las fuerzas políticas nacionales.

R. Lo que se ve en el contexto europeo es una reorganización socialdemócrata, aunque más desde una perspectiva conservadora que progresista. Las derechas están acogiendo la idea de intervención estatal y, por lo que veo en sus think tanks, están cuestionando las políticas liberales desde dentro. Después del estalinismo y el fascismo, el neoliberalismo es la última teología ideológica del siglo pasado que está llegando a su agotamiento, y las mismas fuerzas que lo apoyaban hasta hace poco lo están abandonando. Están apostando por menos ideología y más pragmatismo.

El sociólogo Paolo Gerbaudo, director del Centro para la Cultura Digital del King’s College de Londres, acaba de ver traducida al castellano una versión ampliada de su último ensayo, The Great Recoil, que aquí tiene un elocuente título: Controlar y proteger (Verso libros). En el texto, Gerbaudo insiste en aspectos cada vez más presentes en la política contemporánea, como el creciente poder del Estado, la necesidad de soberanía o la relocalización industrial. Lo hace desde una perspectiva progresista, y adopta una perspectiva inusual en un espectro político que ha priorizado los derechos civiles y sociales en los últimos años, y que parecía haber olvidado elementos típicos de la vieja socialdemocracia. Sin embargo, las circunstancias internacionales vuelven a poner de actualidad estos asuntos. Controlar y proteger es, además, un libro apreciado en el ámbito cercano a Yolanda Díaz. Quizá ofrezca algunas pistas.

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