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España huele a quemado: "No sabía que era un ataque de ansiedad, pensaba que me moría"
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SALUD MENTAL

España huele a quemado: "No sabía que era un ataque de ansiedad, pensaba que me moría"

¿Siente usted fatiga crónica en la oficina? ¿Sigue de mal humor tras las vacaciones? ¿Está harto de todo? El síndrome del trabajador quemado se extiende tras la pandemia, pero viene de lejos. Varios periodistas relatan sus patinazos mentales

Foto: Terapia antiestrés en Valencia. (EFE)
Terapia antiestrés en Valencia. (EFE)

¿Qué tal?

Sí, podríamos estar ante el arranque más inocuo de todos los tiempos, pero los '¿qué tal?' de este reportaje no son retóricos, sino entrada al vértigo mental.

PREGUNTA. ¿Qué tal?

RESPUESTA. Bueno, aquí estamos. La sensación física de no poder moverme ya no la tengo, y me voy de vacaciones recién vacunado, así que hoy estoy con subidoncillo. Además, lo que desencadenó la movida se está pasando un poco, lo voy asumiendo, estoy más en paz.

P. Suele dar corte decir que uno va a terapia o que tiene que parar en el curro porque, ejem, te patina un poco la cabeza. ¿La salud mental sigue arrastrando tabú?

R. Desde que empecé a ir a terapia el pasado verano, ya no tengo reparo en hablar de ello, porque la reacción de todo el mundo ha sido muy positiva, porque se identifican contigo. “Yo estoy igual que tú” o “tiene pinta de que pronto estaré igual que tú… o peor”. Es increíble la cantidad de gente conocida que admite estar mal. No es plato de buen gusto hablar de mi vida y admitir que estoy un poco en la mierda, pero, como persona conocida, creo que es útil divulgarlo.

"No es plato de buen gusto hablar de mi vida y admitir que estoy un poco en la mierda"

Habla el periodista Quique Peinado (Madrid, 1979). Hace unos días escribió un artículo en ‘Infolibre’ titulado ‘El derecho a petar’: “Acababa de tener un episodio de ansiedad muy fuerte, más que la ‘ansiedad media normal’ en la que me muevo de un tiempo a esta parte, y de repente la sola idea de juntar 500 palabras con sentido me parecía una utopía... ‘Oye, me cojo dos días para mí’, y no hubo problemas... Dos días... para cuidar de mí y de mis hijos, porque su madre tuvo que hacerse cargo de ellos dos noches porque yo era literalmente incapaz… Dos días de descanso no solucionan gran cosa (algunos de mis problemas no se van a pasar o van a tardar mucho en cicatrizar), pero me permitieron poder ejercer de padre e hijo cuando debía y propulsarme un poquito hacia la superficie”, escribió.

O Peinado surfeando el síndrome del trabajador quemado, el 'burnout', del que cada vez se habla más en las empresas. Seguimos hablando con él.

P. Este tipo de achicharre no se va en dos días, ¿no?

R. Por lo que he ido hablando en terapia, cuando me empecé a encontrar un poco mal, el problema es que vamos siempre con el vaso demasiado lleno... y a la mínima crisis es fácil que se desborde. La gente que tiene preocupaciones económicas graves, que no es mi caso, no sé cómo se apaña.

P. Habla del derecho a petar. ¿En qué consistiría?

R. Una salud mental pública potente sería importante, sobre todo para las personas con problemas serios. Pero yo me refería más a la relación con nuestros entornos sociales. Algo como lo mío, que no es grave, pero está en el día a día y puede acabar haciéndote daño si no lo cuidas, es solucionable entre nosotros, es decir, entre tú y y tu jefe, entre tú y tus compañeros de trabajo. Si el de al lado se pide unos días libres porque no puede más, y tu primera reacción es: “¡Vaya cuento que tiene este sinvergüenza!”, vamos mal. Hay que tener derecho a decir “he petado”.

Me aterroriza pensar en tener que cogerme una baja larga, hay que prevenir. Si trabajadores y empresas asumimos que es mejor que alguien pare unos días a que acabe cayendo en una depresión de un año, nos irá mejor a todos. Yo me refería sobre todo al derecho a levantar la mano y decir: “Hasta aquí he llegado”, como el ciclista que lleva varios kilómetros tirando del pelotón y levanta la mano para que le releve otro y poder descolgarse un rato. Hay que asumir que esta movida está ahí, y viene fuerte.

P. ¿Estamos en la pospandemia mental?

R. Yo no lo asociaría directamente a la pandemia, aunque el cansancio pandémico quizá esté ahí, y te impida enfrentarte a las cosas con la energía de antaño. Hay que estar atentos, preguntar más al otro cómo está, tratar el asunto con más naturalidad.

El canario en la mina

No es exagerado decir que Mar Cabra (Madrid, 1983) fue la periodista española más solicitada del mundo en la primavera de 2016. Tampoco es exagerado decir que un año después estaba tan achicharrada que no era capaz de abrir un ordenador sin sufrir un 'flashback' vietnamita (panameño, en su caso).

En 2015, tras darle su cuerpo y su cabeza unos avisos, Mar Cabra pensó en decirle a sus jefes que necesitaba parar, pero entonces se cruzaron en su camino tres palabras irresistibles: papeles de Panamá. Cabra, como experta en datos del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), estuvo en el epicentro de esta macroinvestigación, que en España publicaron El Confidencial y La Sexta y que generó un gran seísmo informativo mundial… y un pequeño seísmo en la cabeza de Mar Cabra.

En efecto, para cuando la investigación panameña recibió un Pulitzer colectivo, Cabra era apta también al premio a la periodista más calcinada de España: lo dejó todo, no volvió a ejercer de lo suyo (“no vuelvo al periodismo de investigación ni aunque me llame el ‘New York Times”, dice) y ahora dedica su tiempo a divulgar los peligros del ‘burnout’ entre periodistas y empresas (tiene un blog sobre calcinamientos laborales en este periódico).

“Tras publicarse los papeles de Panamá, estuve varias semanas de gira por países del mundo, de EEUU a Nepal. Justo después, cuando bajó toda la adrenalina, comprendí que estaba mal. Tenía 33 años, acababa de recibir un Pulitzer colectivo y todo Twitter me felicitaba, pero, en lugar de estar contenta, me sentía agotada, triste y vacía, no podía moverme del sofá y todo me empezó a dar igual”, cuenta.

Todo esto pasó antes de la pandemia, por eso Mar Cabra se ve “como el canario en la mina”, las circunstancias de su catacrack son parecidas a las de la fatiga pospandémica: “Teletrabajo tan intenso que se confunde con tu vida, falta de límites a la tecnología y fuertes niveles de estrés. En 2017, lo mío parecía un caso aislado, pero ahora parece otra cosa, porque el queme laboral parece haberse generalizado”, resume.

Cabra recuerda la ola de noticias recientes que han sacado a la salud mental del ostracismo de los recursos humanos. El Banco de Santander ha creado un área interna de Salud y Bienestar, la empresa estadounidense de citas 'online' Bumble dio en junio una semana de vacaciones a sus 700 trabajadores ante el aumento del estrés laboral. "Han intuido correctamente nuestro 'burnout' colectivo", dijo en Twitter una de las encargadas de Bumble. LinkedIn también dio una semana de vacaciones a sus 16.000 trabajadores en abril. "Obviamente, el ‘burnout’ no se soluciona con una semana de vacaciones, pero lo que indican estas noticias es que el asunto empieza a tomarse en serio", afirma.

Pero han pasado más cosas. El pasado mayo, la periodista estadounidense Olivia Messer, coordinadora covid del ‘Daily Beast’, escribió un artículo sobre su achicharre: “Estaba en el trabajo de mis sueños, escribiendo sobre el tema más importante del mundo, me sentía afortunada de tener un empleo y estar viva en medio de una pandemia mundial. Pero entre reuniones, entrevistas y búsqueda de historias... me estaba desmoronando. Escribía poemas sobre el suicidio. Pasé días enteros sin comer nada. Me derrumbé en el suelo por deshidratación. Vomitaba de puro estrés. Me salió un orzuelo en el ojo izquierdo. La mayoría de los días no me levantaba de la cama... estaba demasiado enojada o demasiado ansiosa o demasiado triste o demasiado avergonzada”. Messer citaba una docena de periodistas que habían derrapado mentalmente en mayor o menor grado cubriendo el covid.

¿Se ha roto por fin el tabú sobre la salud mental? Sí y no, según Cabra.

1) “Cada vez hay más gente que admite estar quemada, pero se trata de una palabra en la que cabe todo, y no todo el mundo tiene síntomas del ‘burnout”. Pero la palabra ya no es tabú, ha sido reconocida por la OMS y a su manera (desenfadada) también por ElRubius, pero queda mucho por hacer para normalizar la salud mental, porque de la depresión, por ejemplo, se habla mucho menos. En 2017, cuando yo me quemé, el término ‘burnout’ no era tan ‘cool’ como es ahora. Términos como ‘ansiedad’ empiezan a ser también asumibles, pero ‘depresión’ sigue siendo una palabra demasiado fuerte en ciertos ambientes”.

2) "Cuando yo me 'retiré' unos meses, todos me recomendaban que, cuando me reincorporara al mercado laboral, no admitiera haber estado quemada o deprimida, o nadie me volvería a contratar", afirma Cabra.

¿Cómo están ustedes?

"Cuanto más quemado estás… más tarde te das cuenta de que estás quemado", asegura Cabra. ¿Cómo saber entonces si vamos hacia el calcinamiento? Los síntomas: 1) "Tener fatiga crónica o sentirse exhausto físico o emocionalmente. ¿Cómo se reconoce? Si al volver de unas vacaciones sigues fatigado, quizá tengas un problema". 2) "Cinismo sobre todo lo que te rodea”. 3) “Sentir que no eres efectivo en el trabajo, que no estás a gusto y que no te cunde".

Haciendo un ejercicio supremo de cinismo, podríamos decir que esto no es nuevo, pues no hay redacción (o colegio) que no haya tenido siempre a veteranos fatigados, cínicos, desganados y de vuelta de todo, salvo que lo que antes era un mal folclórico en algunas profesiones ahora afecta a muchas más, y hay quien habla de pandemia de salud mental. “Yo no vuelvo a trabajar en una redacción ni loca, le he cogido tirria, hubo un tiempo que no podía ni encender el ordenador, me ponía mala”, admite Mar Cabra.

“Yo ignoré todos los síntomas, pero, si te sientes así, levanta la mano, busca apoyo terapéutico o entre tus amigos. Eso sí, no podemos dejar toda la responsabilidad (individual) en manos de los trabajadores, las empresas tienen que tomar la iniciativa, no sirve de nada irte una semana de vacaciones si cuando vuelves estás hasta arriba de curro inasumible; volverás a quemarte”, alerta.

“El malestar laboral y mental se solía solucionar en España yendo a tomar cañas con los compañeros después del trabajo; me temo que eso ya no es suficiente”, zanja.

Boletín Oficial del Estado Mental

Hay corresponsalías que pueden hacerse bola: Afganistán, Siberia... Boelandia. Eva Belmonte (Elche, 1982) es enviada especial en el... Boletín Oficial del Estado. Vive en las áridas tierras de Boelandia, donde solo las mentes más fuertes resisten las tormentas de burocracia y tecnicismos. Eva Belmonte se lee el BOE cada día, a la búsqueda de pepitas de oro sobre las entrañas del Estado, que luego publica en el blog de Civio ‘El BOE nuestro de cada día’. Además, acaba de publicar un 'Diccionario Ilustrado BOE-español' con Mauro Entrialgo.

Podríamos hartarnos a hacer chistes sobre los efectos secundarios de leer el BOE a diario, pero vamos a ponernos más serios: a Eva Belmonte le dio un jamacuco en 2018. Hablamos con ella.

PREGUNTA. ¿Fue complicado salir del armario de la salud mental?

RESPUESTA. Al principio tuve miedo de hacerlo público. Mucho miedo.

P. ¿Miedo a qué?

R. A que todo el mundo viera que era una persona débil, a que me metieran en el saco de las flojas. Todo dentro de la típica mentalidad del: si eres fuerte y trabajas un montón de horas, todo irá bien. Había otro factor importante: el miedo a que no vuelvan a darte trabajo por tener pinta de cogerte bajas por ansiedad en cualquier momento.

También me sentía culpable por haber caído.

P. ¿Culpable de qué? ¿Tuvo la sensación de haber fallado?

R. A diferencia de las enfermedades físicas, las mentales parecen como si fueran culpa tuya y no hubiera elementos externos en juego. Llevaba toda la vida trabajando miles de horas para demostrar que podía hacer las cosas mejor que nadie, así que peté y pensé: no soy lo suficientemente fuerte para estar a la altura. Luego me di cuenta de que era un pensamiento absurdo porque el límite me lo había puesto yo misma. También me di cuenta de que había supeditado mi vida personal a la laboral, y de que yo no era solo ‘lo que hacía’. Porque, claro, si toda tu vida es el trabajo, y de pronto dejas de trabajar porque no estás bien, se va todo a la mierda.

P. ¿La sobrecarga de trabajo fue un factor decisivo para llegar a ese estado?

R. Sí, aunque era una sobrecarga autoimpuesta.

P. Su malestar reventó un día. No fue agradable, ¿verdad?

R. No sabía lo que me estaba pasando. Me empezó a palpitar el corazón, no podía respirar, no sabía que me estaba dando un ataque de ansiedad, pensaba que me moría. Mi padre murió muy joven por problemas del corazón. Estaba convencida de que me estaba muriendo. Tardaron dos o tres días en convencerme de que no era así.

P. ¿Qué hizo de primeras? ¿Dejar de trabajar?

R. De primeras salí a la calle para no morirme sola en casa y no oler. [Risas] Fui a urgencias. Estuve unas semanas sin trabajar y leyendo sobre el tema. Me ayudó mucho leer testimonios de personas conocidas con presiones laborales mucho más bestias que las mías. Si personas fuertes a las que admiraba habían pasado por ahí, no tenía por qué avergonzarme de mi ‘flojera’.

P. ¿Qué hizo para cuidarse más?

R. Cambié la dinámica de trabajo y en Civio lo entendieron. No todo el mundo tiene esa suerte o se lo puede permitir. Me puse horarios (hasta entonces no tenía: me levantaba a las 7 de la mañana a leer el BOE y acababa cuando acababa), me obligue a no trabajar los fines de semana y me apunté a terapia.

P. ¿Se habla con más naturalidad de estos temas desde que usted petó?

R. Se habla más de salud mental, pero muy poco para la importancia que tiene, tendría que haber revisiones psicológicas en la Seguridad Social igual que vas al ginecólogo. Además, hemos tardado en empezar a hablar de ello: desde el minuto uno del confinamiento quedó claro que podíamos acabar todos locos.

¿Qué tal?

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