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ADN, 151 puñaladas, unas Nike del 44,5 y testigos: los pilares del crimen de Almonte
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el jurado popular resolverá en los próximos días

ADN, 151 puñaladas, unas Nike del 44,5 y testigos: los pilares del crimen de Almonte

El juicio contra el hombre que presuntamente mató en 2013 al marido y la hija de su entonces pareja sentimental queda visto para sentencia tras una intensa acumulación de hechos objetivables

Foto: F. J. M., el único acusado del doble crimen de Almonte (Huelva). (EFE)
F. J. M., el único acusado del doble crimen de Almonte (Huelva). (EFE)

La Guardia Civil resolvió el asesinato de Eva Blanco 18 años después de que la joven fuera apuñalada en Algete (Madrid) en una lluviosa noche de abril. El ADN encontrado en su cuerpo condujo a los investigadores en 2015 hasta la localidad francesa de Besançon. Allí había huido con su familia el asesino, Ahmed Chelh, que no imaginaba que tantos años después pudieran descubrirlo. A los cuatro meses de su detención, se ahorcó en la cárcel con unos cordones de zapato.

En el crimen de Almonte, que quedó este miércoles visto para sentencia, también hay ADN, pero la lista de pruebas contra el único procesado es mucho más extensa. Tras un mes de sesiones en la Audiencia Provincial de Huelva, el jurado tiene que decidir ahora si Francisco Javier Medina mató al exmarido y a la hija de su antigua pareja, Marianela Olmedo, otra noche de abril de 2013. Las víctimas, Miguel Ángel (39 años) y María Domínguez (siete años), fueron encontrados en un sobrecogedor escenario de violencia en la misma casa que ambos habían compartido con Marianela hasta que, solo 20 días antes del asesinato, esta se fue a vivir con Medina. Los forenses contaron en la piel de sus cuerpos 151 puñaladas.

El ADN de tres toallas

Las pruebas más contundentes contra el acusado, y que desencadenaron su detención 14 meses después del crimen, aparecieron en tres toallas limpias de dos baños distintos de la vivienda. Utilizando la tecnología más avanzada, facultativos del Servicio de Biología del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses encontraron células epiteliales suyas entre esos tejidos de algodón. Medina llevaba tres años sin pasar por esa casa, pero alegó que su ADN pudo llegar hasta las toallas de forma indirecta por los contactos físicos que mantenía con Marianela. Forenses de la defensa han avalado esa tesis.

Sin embargo, los expertos de Toxicología han desmontado esa coartada al recordar que el ADN se deteriora enormemente cuando un tejido se lava en lavadora con agua caliente y lejía, que fue lo que hizo Marianela justo antes de poner las toallas en los baños días antes del crimen. Los especialistas han declarado a lo largo del juicio que la presencia de células del único sospechoso en esas tres prendas no puede ser el resultado “ni de una transferencia puntual ni de un hallazgo casual”. Su rastro era “masivo”, compatible con que las hubiera usado. En ese acto, la “fricción” de sus manos contra el algodón habría provocado la descamación de las células de su piel.

María intentó defender a su padre, pero no tuvo opción. Su cuerpo tenía 104 heridas, de las que unas 90 eran por arma blanca

Ese hallazgo contribuyó a completar el relato de los acontecimientos, apuntalado durante el juicio por la acumulación de hechos objetivables. Los investigadores y los peritos sostienen que Medina habría dejado su rastro en las toallas cuando se secó el sudor después de perpetrar un doble homicidio que debió exigirle un enorme esfuerzo físico. El cuerpo de Miguel Ángel presentaba 47 puñaladas. Los forenses sostienen que la primera pudo ser suficiente para incapacitarlo, pero el verdugo decidió prolongar la tortura. Cuando terminó, fue a por María, que había intentado defender a su padre cogiendo un cuchillo de la cocina. El asesino no tuvo problemas para reducirla. La niña presentaba otras 104 heridas, de las que unas 90 eran por arma blanca.

La única hipótesis, el crimen pasional

Los investigadores y forenses han explicado estos días que un crimen tan macabro, con tanta violencia innecesaria, solo pudo tener dos tipo de autores: o un individuo con las facultades mentales perturbadas o alguien que, tras acumular durante meses un odio visceral contra Miguel Ángel y María, urdió un plan para poder descargarlo contra sus cuerpos aquella noche. Las pesquisas terminaron descartando la primera hipótesis: un loco habría dejado un reguero de pruebas en la escena del crimen. En cambio, el autor empleó guantes y se cubrió todo el cuerpo, incluso con una capucha, para no dejar ninguna pista. Nunca se encontraron esas prendas. Tampoco el cuchillo.

Con 151 cuchilladas en las víctimas, la única hipótesis que ha quedado en pie tras el juicio es la de un crimen pasional perfectamente planificado. Y esa conclusión solo apunta a Medina, que únicamente habría cometido el error de utilizar las toallas. En el suelo de los baños, había agua mezclada con la sangre. La Guardia Civil investigó durante más de un año a todo el entorno de Miguel Ángel sin encontrar un solo vecino o conocido con el que hubiera tenido el más mínimo roce. Los agentes abrieron varias líneas de investigación, pero el único sin coartada que podía ganar algo con la muerte de Miguel Ángel y María era Medina, que llevaba cuatro años manteniendo una relación a escondidas con Marianela, la tercera componente de esa familia.

El doble homicida hizo una cruz en la espalda de Miguel Ángel con el cuchillo. Un sello de victoria o de "hasta aquí hemos llegado"

Hay otros indicios que confirman que el autor conocía a los fallecidos. Miguel Ángel no solo tenía 47 puñaladas. En su espalda, a la altura del hombro derecho, se encontraron dos heridas rectilíneas causadas intencionadamente por un arma blanca. Las marcas formaban una cruz, un sello que a juicio de los expertos dejó el asesino como señal de victoria o de “hasta aquí hemos llegado”, apuntalando la versión de que entre el fallecido y el autor había algún tipo de vínculo previo. Además, el cuerpo de María fue encontrado con una manta encima. Tras asestarle más de 90 cuchilladas, el doble homicida debió sentir remordimiento y optó por taparla, otro elemento que indica una relación entre el asesino y la niña.

Un calzado grande para jugar al fútbol

Más factores que su defensa no ha logrado destruir incriminan a Medina. La policía científica concluyó que el asesino llevaba unas zapatillas deportivas de la marca Nike de la talla 44,5. Ese dato excluía al acusado, que usa una talla 42. Sin embargo, durante el registro de su vivienda, la Guardia Civil encontró, precisamente, unas zapatillas Nike de la talla 44,5. Eran de un modelo distinto al que apareció impreso en los charcos de sangre de la casa, pero el descubrimiento forjó otro elemento incriminatorio. Medina admitió a los investigadores que ese calzado era suyo y que lo usaba para jugar al fútbol. Las acusaciones han mantenido durante el juicio que perpetró el doble crimen con un calzado más grande con la única intención de despistar a los investigadores. Lo consiguió durante 14 meses.

El otro gran problema que tiene Medina, y que tampoco han logrado solventar sus abogados durante las vistas, es la falta de una coartada creíble. Aquel 27 de abril de 2013 tenía turno de tarde en el Mercadona de Almonte. Su jornada concluía a las 22:00 y asegura que nunca abandonó su puesto de trabajo. Pero la última vez que lo captó una cámara del supermercado eran las 21:00 y caminaba hacia la salida del establecimiento. Su rastro se esfuma entre ese instante y las 22:09, cuando Marianela se lo encontró de nuevo en la puerta del Mercadona. Con una salvedad: dos testigos lo vieron en la calle en torno a las 21:15 horas. Para la Guardia Civil y las acusaciones, no son dos simples declaraciones porque han podido objetivarlas. Los testigos contaron que, solo unos minutos después de ver a Medina, efectuaron una llamada a una tercera persona. Y, efectivamente, los agentes comprobaron que esa comunicación existía.

Dos testigos vieron a Medina fuera de su trabajo pocos minutos antes de que se produjera el doble crimen, tumbando así su coartada

Esos testimonios sitúan al acusado fuera de su trabajo en una hora cercana al momento de los asesinatos. Según la investigación, se produjeron entre las 21:52 y las 22:04. Se sabe porque dos vecinos de Miguel Ángel y María también enviaron mensajes y efectuaron llamadas en ese lapso de tiempo para contar a otras personas que, al otro lado de su pared, se oía una pelea entre dos hombres y había una niña gritando. Los registros de esas comunicaciones han permitido acotar con exactitud la hora del crimen. La defensa mantiene que es imposible que Medina sea el autor porque no habría tenido tiempo de llegar a la puerta del Mercadona en solo cinco minutos, de las 22:04 a las 22:09. Sin embargo, de nuevo, los investigadores han realizado simulaciones en las que incluso sobra tiempo.

Esos son los hechos tangibles sobre los que gira el futuro de Medina. El jurado popular se pronunciará en los próximos días. Medina reiteró ayer su inocencia. En las vistas se han escuchado testimonios tanto en su contra como a su favor. Unos sostienen que es una excelente persona incapaz de hacer daño a nadie y otros lo califican de “psicópata”. Pero hay un puñado de evidencias inamovibles. Como la ráfaga de rabia incontenible que terminó con la vida de Miguel Ángel y María aquella noche de abril.

La Guardia Civil resolvió el asesinato de Eva Blanco 18 años después de que la joven fuera apuñalada en Algete (Madrid) en una lluviosa noche de abril. El ADN encontrado en su cuerpo condujo a los investigadores en 2015 hasta la localidad francesa de Besançon. Allí había huido con su familia el asesino, Ahmed Chelh, que no imaginaba que tantos años después pudieran descubrirlo. A los cuatro meses de su detención, se ahorcó en la cárcel con unos cordones de zapato.

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