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El sicario de 'La Negra': "Me pegaron cuatro tiros, tres en la cabeza. Uno me pasó de lado a lado"
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ESPAÑA LO EXTRADITA: “EN CUANTO LLEGUE A COLOMBIA SOY HOMBRE MUERTO”

El sicario de 'La Negra': "Me pegaron cuatro tiros, tres en la cabeza. Uno me pasó de lado a lado"

La historia de Henry Norberto Valdés, 37 años, nacido en Cali, bien puede titularse como una de las novelas más célebres de su compatriota Gabriel García

Foto: El sicario de 'La Negra': "Me pegaron cuatro tiros, tres en la cabeza. Uno me pasó de lado a lado"
El sicario de 'La Negra': "Me pegaron cuatro tiros, tres en la cabeza. Uno me pasó de lado a lado"

La historia de Henry Norberto Valdés, 37 años, nacido en Cali, bien puede titularse como una de las novelas más célebres de su compatriota Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada. Henry, alias “Pollo”, el que fuera jefe de logística de la banda de sicarios La Negra, a la que se le atribuyen más de 200 asesinatos en Colombia y otros países, está a punto de ser extraditado a su país. El Confidencial lo ha visitado en la cárcel de Soto del Real (Madrid). “En el momento que llegue allá soy hombre muerto. Ya no la cuento más”, dice con resignación. La única duda que tiene es si lo matarán sus antiguos compinches, que ya lo tirotearon y lo dejaron en silla de ruedas, o algunos de los agentes corruptos de la Policía o el Ejército que estaban a sueldo de su banda.

Agentes de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (UDYCO) de la Policía Nacional lo detuvieron el pasado septiembre en Valencia, donde residía con su mujer y sus dos hijos, al tiempo que también arrestaron a otro sicario, Mauricio Alberto González, que ya ha sido extraditado. Todos los medios de comunicación, citando fuentes policiales, aseguraban que Henry Norberto Valdés vino a España para instalar una “oficina de cobro”, como se denomina a las “empresas” de asesinos a sueldo, para exportar su experiencia criminal a España.

Sin embargo, omitían un pequeño detalle: Henry Norberto era un testigo protegido. Es decir, había colaborado con la Justicia colombiana y las autoridades de aquel país lo habían enviado a España el 10 de diciembre de 2008, donde le fueron facilitados los permisos de residencia. No tiene cargos en España. Por este motivo, matar a Henry es una prioridad en los bajos fondos de Cali, Bogotá y Medellín. Nadie entiende el porqué de la actual orden de extradición.

La Audiencia Nacional lo va a entregar de forma inminente para que cumpla una condena de más de 28 años de prisión, que él aceptó de forma anticipada reconociendo su colaboración en una veintena de crímenes. Está convencido de que si pisa una cárcel colombiana, lo matarán allí mismo. “Yo me entregué voluntariamente y decidí colaborar cuando mataron a mi hermano Jefferson en Cali, en agosto de 2006”, sostiene Valdés.

Los mismos que ordenaron matar al hermano de Henry, Jefferson Valdés, los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, fundadores del cartel de Cali, habían pedido su cabeza dos años antes “para quedarse con todo el poder”. Henry Norberto, que trabajó para la “oficina” de Humberto Rodríguez, hijo del capo Gilberto, lo cuenta con voz pausada: “Me bajé del carro y me había quitado el chaleco. Me balearon, me pegaron cuatro tiros, tres en la cabeza. El primero me pasó de lado a lado y me dejó así la cara (señala dos bultos que tiene en las sienes, los orificios de entrada y salida del proyectil). Este ojo estalló, lo llevo de cristal, una prótesis. El cuarto tiro me dio en la columna y me dejó así, en silla de ruedas para siempre. Cuando me desperté en el hospital veintitrés días después ya había habido otros diez o doce muertos, colaboradores míos”. El atentado contra Henry Norberto Valdés fue un ajuste de cuentas por asuntos de dinero.

Taxista de profesión, entró en el mundo de la delincuencia organizada en 1996, cuando lo llamaron “para arreglar un auto que sólo tenía una manguera rota y me pagaron muchos dinero, unos 200 euros al cambio, y me dijeron si quería colaborar con ellos llevando dinero en carros”, recuerda. Trabajaba para los narcos Fabito Ochoa y Luis Fernando Lopera, alias “Alejandro Casariego” en Medellín: “A mí me pasaban diez, quince o veinte millones de dólares y  me daban una lista para que los repartiera”. Henry asegura que le dejaron de pagar y decidió asociarse a su hermano Jefferson y trabajar para la “oficina de cobro” de Humberto Rodríguez.

Así se enroló en una de las bandas de sicarios más violenta, “La Negra”, también conocida como “Las Tres Puntillas”, liderada por el ex policía Jair Alonso Molina Escobar, “un negro alto, el propio diablo. Le gustaba enterrarle las puntillas en el cerebro de la gente. Los amarraba, los torturaba, los ahorcaba y les encintaba la cabeza”, dice resoplando. Los tres clavos que Molina incrustaba en el cráneo de sus víctimas eran la firma de esta banda. Henry reconoce su colaboración en los asesinatos, pero niega haber sido el autor material de los crímenes. “Yo estaba delante cuando los torturaban, los mataban y les metían las puntillas, pero no te podías ir porque te mataban a ti. A veces me decían y no podías decir que no. Cogía al muerto y lo metía en el carro”, declara.

Este grupo criminal, desarticulado en parte gracias a Henry Valdés, ha pasado a la historia del “sicariato” como la más violenta de Colombia. Jair Molina, que logró escapar, es uno de los delincuentes colombianos más buscados alrededor del mundo.

Henry había pasado de mover dinero a preparar toda la logística necesaria para los ajustes de cuentas. “Eso no era para mí, asesinatos, secuestros, cobros, muerte, pero me fui lucrando tanto que aguanté hasta que dije que lo dejaba”, confiesa.

En una ocasión presenció cómo descuartizaban a un hombre que había robado una tonelada de cocaína al narco Alexander Ayala: “Vivo, le cortaron la oreja, luego las manos, las piernas, la cabeza… y lo tiraron en la camioneta. Yo cobré cinco millones de pesos (unos dos mil euros) porque sólo me encargué de conseguir el carro y hacer la vigilancia. Los que lo torturaban y lo mataban cobraron más”. Henry asegura que esta víctima fue capturada por policías de la SIJIN, la Dirección de Investigación Criminal, y que éstos fueron quienes lo descuartizaron.

Policías y militares a sueldo

Henry Valdés, como jefe de logística de “La Negra”, tenía a su servicio a infinidad de policías y militares corruptos: “Cogí mucho poder. Manejaba al GAULA (Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal, una unidad de élite del Ejército), a la Policía, al DAS (Departamento Administrativo de Seguridad, la policía secreta), la DIPOL (Dirección de Inteligencia Policial), la SIJIN (policía judicial), la Fiscalía… Yo los llamaba y tenían que estar disponibles para una vuelta (un trabajo en el argot colombiano) o lo que fuera”.

Henry cuenta cómo funcionarios del Estado colaboraban con él cuando buscaba a las futuras víctimas de “La Negra”: “Llamaba a la central del GAULA y le decía a mi amigo Caicedo y me contaba dónde estaba, donde vive, teléfono, todo. Luego se le pagaba”.

Valdés, al otro lado de la mampara de la sala de visitas del Centro Penitenciario Madrid V, sentado en su silla de ruedas, con una apariencia ahora frágil, mucho más delgado que lo que refleja la foto, con gafas, gorra, camiseta blanca, y pantalón de chandal gris, dice con tono inocente: “Me llamaron para localizar una persona que igual se murió porque yo la localicé”. Sometido al régimen penitenciario FIES 2 (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento) sostiene que sus compañeros lo tratan bien y se queja porque las autoridades le aplican artículos de aislamiento “en mi estado”, dice tocándose sus inmóviles piernas. Habla despacio y su acento suave, meloso, le permite decir casi con dulzura frases tan cargadas de violencia como “Rodríguez mandó matar un poco de gente más”.

Valdés asegura que en una ocasión estuvo con tres agentes de la CIPOL y con el coronel Óscar Naranjo, el director general de la Policía Nacional de Colombia, que habían recurrido a los hombres de Henry para sacarle información a una mujer que los policías tenían secuestrada por ser sospechosa de pertenecer a una banda que preparaba un atentado contra el entonces presidente Álvaro Uribe. La prensa colombiana ha denunciado con ahínco los supuestos vínculos de Naranjo con el narcotráfico. Por otro lado, dos agentes del DAS y de la DIPOL, colaboradores de Henry y su hermano Jefferson, fueron asesinados por orden de los narcos Rodríguez Orejuela para vengarse de los dirigentes de La Negra. Además del jefe Jair Molina, otros ex agentes, dos de ellos detenidos, formaban parte de la temible banda de sicarios.

Henry manejaba grandes sumas de dinero con las que preparaba toda la logística necesaria para su banda. Asegura que militares y policías, “que son demasiado corruptos, demasiado” –insiste moviendo la cabeza de arriba abajo-, le vendían armas, munición, chalecos antibalas… Él compraba todo lo necesario; una moto para el atentado, matriculaba un coche, se hacía con decenas de tarjetas telefónicas… Pero insiste una y otra vez que él no mataba. Llevaba una pistola Jericho, de fabricación israelí, para defenderse. La operativa era simple. Un narco, como los Rodríguez o Varela, el que fuera jefe del cartel Norte del Valle, el mayor exportador de cocaína de Colombia y el principal cliente de “La Negra”, “te proporciona el dinero para, por ejemplo, ir a por un señor que tenía una casa de cambio de moneda y debía trescientos mil dólares y no quería pagar. Yo no le veía la cara al cliente, eso lo hacía mi hermano”, asegura.

A la obligada pregunta “¿te arrepientes?”, Henry contesta cabizbajo: “Me arrepiento, sí, demasiado, porque hubo muchas personas que no deberían haber muerto por una triste deuda, despojar a la gente de sus propiedades y lucrarse otras personas…”. De hecho, cuenta que en una ocasión le quisieron pagar con escrituras de propiedades, “pero lo rechacé porque vi que eran de gente desaparecida. Les dije que cuando tuvieran dinero ya me pagarían”.

Quiso colaborar con la Interpol y mientras vivía en Valencia le mostraron fotos de compatriotas supuestamente afincados en España para exportar el “negocio” de las oficinas de cobro, pero asegura que no sabe dónde se mueve esa gente, que habría huido si supiera que están cerca porque lo andan buscando. Confirma que hace tiempo que no es necesario que un sicario vega de Colombia para atentar en España, “porque ya están aquí, es muy fácil conseguir una visa en mi país, si necesitas el original se saca”.

Henry burló a la muerte una vez y sabe que los milagros no suelen repetirse. Es consciente de que su tiempo se agota, que los de su profesión no viven mucho y que el día que la Audiencia Nacional lo envíe a Colombia ésa será su sentencia de muerte. Por eso habla sin tapujos, dando nombres y apellidos. Más que por él teme por su familia, su mujer y sus hijos de dieciséis y ocho años, a los que intentó dejar al margen de sus actividades, creyendo que los asuntos del “sicariato” no les iban a salpicar. Tiene miedo de que les pase algo.

La historia de Henry Norberto Valdés, 37 años, nacido en Cali, bien puede titularse como una de las novelas más célebres de su compatriota Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada. Henry, alias “Pollo”, el que fuera jefe de logística de la banda de sicarios La Negra, a la que se le atribuyen más de 200 asesinatos en Colombia y otros países, está a punto de ser extraditado a su país. El Confidencial lo ha visitado en la cárcel de Soto del Real (Madrid). “En el momento que llegue allá soy hombre muerto. Ya no la cuento más”, dice con resignación. La única duda que tiene es si lo matarán sus antiguos compinches, que ya lo tirotearon y lo dejaron en silla de ruedas, o algunos de los agentes corruptos de la Policía o el Ejército que estaban a sueldo de su banda.