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Los últimos conflictos dejan en evidencia la política exterior de Zapatero
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AMÉRICA LATINA, MAURITANIA O EL SÁHARA PONEN A PRUEBA AL GOBIERNO

Los últimos conflictos dejan en evidencia la política exterior de Zapatero

La política exterior se está revelando como un desafío mucho más complejo y peligroso en términos electorales para el Gobierno de lo que José Luis Rodríguez

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Los últimos conflictos dejan en evidencia la política exterior de Zapatero

La política exterior se está revelando como un desafío mucho más complejo y peligroso en términos electorales para el Gobierno de lo que José Luis Rodríguez Zapatero había previsto. El brillo de las cumbres internacionales y de las visitas a la Casa Blanca que contemplaba la agenda internacional del presidente se ha topado con crisis como los secuestros de Somalia y Mauritania, las elecciones en Honduras y Guinea, o las relaciones con Marruecos a cuenta del Sáhara Occidental. Asuntos que han puesto a prueba la capacidad de la acción exterior del Ejecutivo y del cuerpo diplomático.

De acuerdo con los expertos consultados, Zapatero ha intentado proyectar al ámbito internacional la imagen que mejor le ha funcionado en la política doméstica: un discurso de carácter progresista que recoge la extensión de derechos, la lucha contra la pobreza, el multilateralismo o el medio ambiente. Fruto de esta estrategia es el lanzamiento de la Alianza de Civilizaciones, el acercamiento al régimen cubano y los nuevos compromisos con Naciones Unidas. Un poder blando que ha demostrado tener sus límites y cuyo lenguaje no siempre se corresponde con los hechos.

Por ejemplo, el Gobierno se ha implicado a fondo en las negociaciones de Copenhague para luchar contra el cambio climático, pero, al mismo tiempo, es incapaz de cumplir el Protocolo de Kioto en España. Sobre la crisis hondureña, Miguel Ángel Moratinos aseguró ayer que “no reconoce” las elecciones celebradas en el país, pero “tampoco las ignora”, mientras se instala la división en la Cumbre Iberoamericana. En el Sáhara, Zapatero no se arriesga a contrariar a su potencial electorado desestimando las exigencias del Frente Polisario, pero se aproxima a las tesis marroquíes. Ante el desafió de la piratería en Somalia, España participa activamente en la Operación Atalanta, pero acaba pagando los rescates de los barcos con fondos reservados.

Un largo etcétera que adquiere mayor importancia en cuestiones como la de Kosovo o Afganistán. Durante la presidencia de la Unión Europea, España acogerá a Kosovo en las reuniones sobre los Balcanes, pese a no reconocerlo como Estado independiente. Precisamente, el precipitado anuncio de la retirada de las tropas de esta región provocó el primer incidente del Gobierno de Zapatero con la nueva presidencia de Barack Obama. En Afganistán, el Ejecutivo mantiene su compromiso militar, pero evita la retórica bélica, que queda remplazada por la de “reconstrucción”.

Por ello, el PP concede un “suspenso alto” a la política internacional del Gobierno. Para el portavoz popular Gustavo de Arístegui, la política con respecto a América Latina es un “dislate”, dada la cercanía con los gobiernos de Venezuela o Bolivia, y el impulso español a las relaciones con Cuba. Arístegui también critica el no reconocimiento del resultado electoral en Honduras, la indulgencia hacia el programa nuclear iraní y los bandazos estratégicos en función de las “corazonadas de Zapatero o las encuestas”. Por otra parte, los populares sí han llegado a un acuerdo con el Gobierno para fijar los objetivos de la presidencia europea, y comparten buena parte de la postura oficial con Oriente Medio, Marruecos y la reconstrucción de las relaciones con Estados Unidos.

La reforma pendiente del servicio exterior

El Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas ha identificado algunos de los desajustes que lastran el despliegue exterior de España. La falta de voluntad política del Gobierno ha impedido una reforma del servicio exterior que le dote de los profesionales, las embajadas, la tecnología y los recursos económicos necesarios para defender los intereses nacionales en el mundo. La estructura del cuerpo diplomático se ha quedado anticuada e impide que profesionales destacados no funcionarios puedan acceder al servicio de forma temporal para dotarle de valor añadido.

España tampoco está representada en los organismos internacionales por el número de funcionarios de alto nivel que correspondería a una potencia media, ni cuenta con la coordinación adecuada del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, especialmente necesaria ante la división de esfuerzos que supone el intento de las comunidades autónomas de configurar su propia política exterior. No obstante, desde la Fundación Alternativas reconocen que el Gobierno ha abierto más de una decena de embajadas en África y ha incrementado significativamente el presupuesto destinado a cooperación para el desarrollo.

Aciertos que, según los expertos de esta Fundación, deben tener continuidad porque los intereses estratégicos de España en materia energética, seguridad o inmigración dependen ya más de la acción exterior que de la política interior. Y la imagen de Zapatero también comienza a depender cada vez más de su política internacional.

La política exterior se está revelando como un desafío mucho más complejo y peligroso en términos electorales para el Gobierno de lo que José Luis Rodríguez Zapatero había previsto. El brillo de las cumbres internacionales y de las visitas a la Casa Blanca que contemplaba la agenda internacional del presidente se ha topado con crisis como los secuestros de Somalia y Mauritania, las elecciones en Honduras y Guinea, o las relaciones con Marruecos a cuenta del Sáhara Occidental. Asuntos que han puesto a prueba la capacidad de la acción exterior del Ejecutivo y del cuerpo diplomático.

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