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De los cuernos de Carmen Toro al dátil de 'El Gamo'
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De los cuernos de Carmen Toro al dátil de 'El Gamo'

“Cariño, di lo que sea, pero a mí no me metas”. Carmen Toro, la ex mujer del minero José Emilio Suárez Trashorras, lleva los tres últimos

Foto: De los cuernos de Carmen Toro al dátil de 'El Gamo'
De los cuernos de Carmen Toro al dátil de 'El Gamo'

“Cariño, di lo que sea, pero a mí no me metas”. Carmen Toro, la ex mujer del minero José Emilio Suárez Trashorras, lleva los tres últimos años de su vida arrepintiéndose de haber pronunciado estas palabras sentada sobre el regazo de su marido y en presencia de los policías que habían ido a Avilés a interrogar a éste. La frase se ha oído en innumerables ocasiones durante las cincuenta y cuatro sesiones del juicio del 11-M que se han celebrado y casi todas las veces ha sido para implicar en la trama asturiana a esta joven que ha hecho todo lo posible para presentarse como una mosquita muerta, cándida, dócil y con muy pocas luces. Este miércoles, su abogada, Mónica Peña, volvió a echar mano de esta imagen de indefensión para intentar salvarla, no sólo de la pena que le pide la Fiscalía -6 años de cárcel-, sino sobre todo de las de algunas acusaciones, que la quieren ver entre rejas durante los próximos 38 milenios en lo que la letrada ha calificado como un alarde de ensañamiento machista-judicial.

Para ello, el alegato insistió que, cuando se cometieron los atentados de Madrid, Carmen Toro era una joven de 20 años “notablemente inmadura”, casada hacía poco con un hombre mayor y que aún no se había despegado de las faldas de su madre. Nerviosa e insegura, su abogada insistió en que ni siquiera tiene facilidad de palabra, como lo demostró con su exhibición de monosílabos cuando declaró ante el Tribunal. Con tal panorama, lo normal era que fuera su marido -un enfermo mental que desconfiaba de todos, recalcó su abogada- quien tomase todas las decisiones y que ella se limitase a trabajar “un número importante de horas a la semana” como vigilante en el Hipercor de Avilés mientras su querido Suárez Trashorras se dedicaba a la buena vida y traficaba a sus espaldas con todo lo que pillaba. Tan “cándida” era -recalcó Monica Peña- que ni se enteró que su marido de noche, además de ir a la mina a robar cartuchos, iba de puticlubs.

De esta manera, su letrada insistió que la presencia de Carmen Toro en algunos de los lugares claves en la preparación de los atentados fue puro fruto de esa docilidad ante su marido. Sí estuvo en la reunión de la cafetería de Las Rozas donde su hermano Antonio Toro y su marido mantenían contactos con Rafa Zouhier, pero se mantuvo al margen, ajena a lo que se traían entre manos. También acudió a la reunión del McDonald’s de Carabanchel donde Trashorras negoció con Jamal Ahmidan El Chino la venta de la Goma 2 a cambio de hachís, pero ella se comió la hamburguesa en otra mesa y ni enteró de lo que hablaban. Incluso estuvo en la finca de Morata de Tajuña, pero que maldita la gracia le hizo pasar allí unas horas de su luna de miel y que si lo hizo fue por obediencia marital. De hecho, según insistió su letrada, en aquella visita Carmen Toro tuvo “la valentía de enfrentarse a El Chino y censurar ante él los atentados del 11-S en Nueva York”. Si llega a saber que éste era un peligroso terrorista islamista, vino a decir a continuación, se hubiera quedado muy calladita, que ya se sabe que conviene presentarla como apocada.

“Cariño, di lo que sea, pero a mí no me metas”. Carmen Toro, la ex mujer del minero José Emilio Suárez Trashorras, lleva los tres últimos años de su vida arrepintiéndose de haber pronunciado estas palabras sentada sobre el regazo de su marido y en presencia de los policías que habían ido a Avilés a interrogar a éste. La frase se ha oído en innumerables ocasiones durante las cincuenta y cuatro sesiones del juicio del 11-M que se han celebrado y casi todas las veces ha sido para implicar en la trama asturiana a esta joven que ha hecho todo lo posible para presentarse como una mosquita muerta, cándida, dócil y con muy pocas luces. Este miércoles, su abogada, Mónica Peña, volvió a echar mano de esta imagen de indefensión para intentar salvarla, no sólo de la pena que le pide la Fiscalía -6 años de cárcel-, sino sobre todo de las de algunas acusaciones, que la quieren ver entre rejas durante los próximos 38 milenios en lo que la letrada ha calificado como un alarde de ensañamiento machista-judicial.