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Esta mina es una ruina
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Esta mina es una ruina

En un país en el que se da un permiso de armas a Emilio Suárez Trashorras, médicamente diagnosticado de esquizofrénico paranoide, y se dejan kilos y

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Esta mina es una ruina

En un país en el que se da un permiso de armas a Emilio Suárez Trashorras, médicamente diagnosticado de esquizofrénico paranoide, y se dejan kilos y kilos de explosivos a un consumidor habitual de cocaína, como su compañero minero Raúl González Peláez, ¿quién se puede extrañar de que más de 200 kilos de Goma 2 ECO se esfumaran de una explotación minera como por arte de magia? La jornada de este jueves del juicio del 11-M, la de los mineros asturianos, ha dejado bien claro que el control en determinadas explotaciones mineras no es que fuera malo, es que era inexistente.

La declaración de Raúl González, más conocido como Rulo, fue demoledora. Artillero en Mina Conchita, de donde supuestamente se sustrajo la dinamita utilizada en los atentados de Madrid, detalló como el explosivo y los detonadores que sobraban tras una jornada de trabajo no se devolvían a la seguridad de los polvorines, sino que se dejaban debajo de cualquier tablón y al cobijo de una piedra hasta el siguiente día. Explicó que a partir de las tres de la tarde la única seguridad en el recinto eran unos cuantos perros atados y una barrera oxidada para que no pasaran coches. Declaró que la llave con la que se abrían los minipolvorines se dejaba al alcance de cualquiera de los trabajadores a la sombra de un árbol.

A pesar de ese evidente descontrol, Rulo aseguró que nunca tuvo la tentación de distraer ni un cartucho. Ni siquiera para financiarse su afición a la cocaína, de la que consumía entre 1 y 2 gramos semanales, “lo normal”. Y mucho menos para que Suárez Trashorras -su camello de cabecera- le facilitase gratis unas llantas nuevas para su BMW. Lo que no ha podido explicar es ese intenso cruce de llamadas que mantuvo con su antiguo compañero de tajo entre noviembre de 2003 y febrero de 2004: 92. Demasiadas para comprar la dosis semanal.

El siguiente en declarar fue Emilio Llano Álvarez, encargado de la mina desde hace dieciséis años a pesar de que, como aseguró, no había recibido ninguna formación específica para hacer dicho trabajo. Él distribuía la dinamita y los detonadores que le pedían los artilleros sin hacer preguntas porque “siempre se había hecho así”. Luego, él anotaba en unos vales el consumo que supuestamente habían hecho éstos y los pasaba a los libros de control que una vez al mes presentaba él mismo ante la Guardia Civil. Nunca le extrañó que a ningún minero le sobrase nada de la Goma 2 que les entregaba -“nos fiábamos de ellos”-, sobre todo porque a él siempre le cuadraban las cuentas, aunque para ello tuviera que reflejar únicamente números redondos para reflejar los consumos de explosivo y detonadores realizados en las voladuras del día.

A pesar de su peculiar sistema, el 1 de marzo la Benemérita le llamó la atención porque había un desfase en las cifras: faltaban nada más y nada menos que 50 kilos de explosivo. No hubo problema. Echó mano del borrador y las cuentas volvieron a cuadrar. Ante tanta desidia, lo extraño es que la empresa propietaria de la Mina Conchita no hubiera rebautizado la explotación. Sin duda, Bernarda hubiera sido más ajustado al descontrol que allí reinaba.

En un país en el que se da un permiso de armas a Emilio Suárez Trashorras, médicamente diagnosticado de esquizofrénico paranoide, y se dejan kilos y kilos de explosivos a un consumidor habitual de cocaína, como su compañero minero Raúl González Peláez, ¿quién se puede extrañar de que más de 200 kilos de Goma 2 ECO se esfumaran de una explotación minera como por arte de magia? La jornada de este jueves del juicio del 11-M, la de los mineros asturianos, ha dejado bien claro que el control en determinadas explotaciones mineras no es que fuera malo, es que era inexistente.