Es noticia
Las cuatro advertencias que señalan uno de nuestros mayores errores económicos
  1. Economía
análisis

Las cuatro advertencias que señalan uno de nuestros mayores errores económicos

La separación entre 'premium' y 'commodity', entre los sectores, países y personas que aportaban valor añadido y los que no, ha tejido la política económica occidental. La época nos muestra que ha sido una equivocación

Foto: Una fábrica china en Shenyang. (EFE/Mark)
Una fábrica china en Shenyang. (EFE/Mark)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La época de la globalización feliz fue la del reinado de los economistas. Ellos delimitaron las ideas aceptables, señalaron cuáles eran las desechables y construyeron las convicciones de un tiempo. Lo peor de todo, sin embargo, ha sido la firmeza con que han actuado, como si la economía funcionase con independencia de su contexto: ahora estamos comprobando cómo posiciones que en un momento histórico son beneficiosas resultan perjudiciales en otro. Cuanto más avanza el siglo XXI, más evidente resulta que la ortodoxia económica se ha convertido en ciencia ficción, cuando no en metafísica, lo que supone un problema grave a la hora de abordar los problemas de una década convulsa, como es la presente.

Una de esas ideas fue la que dictaminaba que los países occidentales debían centrarse en las actividades con valor añadido, esas que aumentaban la productividad y que generaban prosperidad. Las políticas económicas trataban de incentivar esa perspectiva en todos los órdenes, y parecía lógico: los sectores, las personas y los países que fueran capaces de generar valor añadido serían más productivos, ganarían mucho más y aportarían mayor bienestar a sus ciudadanos. De no hacerlo así, se verían obligados a competir en un mundo global rebajando sus salarios y dedicándose a tareas poco satisfactorias. Esa perspectiva dibujó un nuevo reparto de tareas mundial, que llevó a deslocalizaciones y a la desindustrialización de Occidente, entre otras cosas.

Una advertencia seria

Hubo un primer aviso de que quizá esa postura no resultaba demasiado práctica. En la pandemia, cuando hicieron falta las mascarillas, el material de protección sanitario y los respiradores, no estaban disponibles, porque no se fabricaban aquí. Hubo escasez, lo que conllevó que el material llegase tarde y a precios muy elevados, que se encarecieron aún más por los mediadores que pululaban aquí y allá. Las industrias nacionales, algunas de las cuales estaban paradas por falta de demanda, se reconvirtieron rápido para producir mascarillas y, pasado un tiempo, se consiguió abastecer satisfactoriamente las necesidades de la población. Hasta que eso se consiguió, se gastó mucho dinero y se dejó a muchas personas desprotegidas, pero eso no provocó un cambio en la mentalidad económica ni en la política respecto de la consideración de las actividades de bajo valor añadido, incluidos muchos sectores manufactureros.

Ese aviso se ignoró, en buena medida, porque la lógica económica seguía predominando. Ayudó a que sectores que se entendían esenciales en la competencia con China, como los semiconductores, fueran relocalizados, pero en esencia, se continuaba pensando que lo eficiente era aprovechar los precios bajos de otros lugares del mundo y continuar focalizados en los sectores de valor añadido. Si llegaba una nueva crisis, habíamos demostrado que, “como en la Segunda Guerra Mundial, somos muy buenos en el momento de producir más y de manera muy rápida si nos vemos obligados a hacerlo”.

Cuando falta lo básico

La Historia sigue avanzando, y a veces nos muestra las equivocaciones de una manera cruda. Estos días hemos escuchado con insistencia que "Rusia debe ser derrotada". Macron ha insistido en esa necesidad, también la primera ministra finlandesa e incluso el presidente letón evocó a Catón el Viejo, parafraseando el Carthago delenda est. Nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, recordó a los españoles que "el peligro de guerra es mucho mayor del que pensamos". El problema es que esas intenciones tienen muchas dificultades a la hora de ser llevadas a la práctica.

Carecemos de la producción suficiente de munición y armas que los ucranianos necesitan

Es una situación complicada. Europa, y especialmente EEUU, podrían ayudar a Ucrania proporcionando armas más potentes, de mayor valor añadido, que pudieran alcanzar objetivos en territorio ruso. Pero eso sería entendido por Moscú como una entrada en guerra de la OTAN, y Putin ya ha amenazado con utilizar, en ese caso, armas nucleares. De modo que, para mantener la confrontación en unos límites razonables, habría que proporcionar a Ucrania el material necesario para resistir y para contraatacar sin que se contribuyera a meter a toda Europa en una guerra nuclear. Habría que hacer eso, pero es difícil, porque es justo lo que no tenemos: carecemos de la producción suficiente de munición y de armas para ofrecérselas a los ucranianos.

La justificación era la eficiencia

No es un problema en Kiev, también sucede en Israel. Haaretz publicaba recientemente las declaraciones de un alto funcionario de su industria armamentística: "Antes de la guerra en Ucrania, en todo el mundo existía la sensación de que la munición estándar no era una cuestión crítica. Muchas líneas de producción en todo el mundo fueron recortadas, sobre todo en Estados Unidos, y también en Israel... No veíamos las municiones como una necesidad urgente".

Los fabricantes aprovechan para quitarse todo lo que tienen en stock, también lo viejo y defectuoso

Ahora la perspectiva es otra. Asegura Haaretz que "todo comienza con una escasez mundial de materias primas en la industria. Estamos hablando de elementos como las sustancias químicas que desencadenan el proceso de detonación de las bombas o las mechas para municiones y explosivos. Todas las fábricas que producen estas materias primas (en India, Japón, Europa oriental u occidental) están al máximo en este momento. Cuando preguntas, te dicen: 'Coge número y espera tu turno'". En resumen, Israel, cuya industria de defensa no es precisamente pobre, carece de los elementos necesarios para fabricar lo que precisa, incluso con algo tan básico como la munición. Cuando quiere encontrar fuera los suministros necesarios, no le es posible conseguir todo lo que necesita, porque no hay, y además, los fabricantes aprovechan para deshacerse de todo lo que tienen en stock, también lo viejo y lo defectuoso.

En el sector armamentístico occidental, como en tantos otros, las elevadas ganancias corporativas no se invirtieron en producción, innovación o en mejoras salariales, sino en dividendos y recompras de acciones, que eran el objetivo primero. Se intentó reducir los costes al máximo y potenciar aquello que generaba valor añadido. La justificación era la eficiencia. El resultado lo estamos viendo.

La fábrica del mundo

Esta debilidad de Occidente no se manifiesta únicamente en las guerras o en las pandemias. El ejemplo más evidente es cómo China ha crecido, y continúa haciéndolo, gracias al bajo valor añadido. Las exportaciones son su principal fuerza, algunas de ellas ligadas a la tecnología, pero la gran mayoría no: “La producción manufacturera de China representa ya algo más de un tercio (el 35%) de la del conjunto del planeta. Por lo tanto, el triple de EEUU, lo que da idea de la potencia de Pekín a la hora de fabricar bienes”. Son datos que provienen de las bases estadísticas de la OCDE.

Pensamos que lo importante es el valor añadido y la productividad, y el mundo nos está mostrando que lo relevante es el poder y la producción

Esto es una debilidad geopolítica sustancial. Significa dejar muchos sectores en manos ajenas, esto es, convertirnos en dependientes. Además, implica debilitar las economías de las clases medias y trabajadoras de Europa (y de buena parte del mundo), lo que arrastra a una demanda insuficiente. Se pierde así la potencialidad del mercado europeo, entregado a los réditos que exigen los accionistas de empresas de gran tamaño o a los productos teóricamente baratos que se fabrican en Asia. Seguimos pensando que lo importante es el valor añadido y la productividad, y nos están demostrando que lo relevante es el poder y la producción. Alguna lección se debería extraer de este asunto.

Un notable enredo

El valor añadido no es un problema en sí mismo. Continúa siendo necesario, cuando no imprescindible. La cuestión es otra, y tiene varias caras. En primer lugar, esa lección de que no conviene poner todos los huevos en la misma cesta es aplicable ahora, también en lo que se refiere a la industria. En segunda instancia, tampoco hemos tenido mucha suerte en buena parte de Occidente a la hora de tejer políticas económicas que privilegiasen el valor añadido, y España es buen ejemplo de cómo esas perspectivas nos han dirigido más aún hacia el turismo, los servicios y el ladrillo. Además, esa obstinación con el valor añadido ha generado un mercado mucho más concentrado, lo que produce falta de competencia y, con ella, una elevada ineficiencia. Por último, ha generado una preocupante falta de innovación: los avances realizados en los últimos quince años han sido muy pobres.

Desenredar estos problemas es realmente complicado, y más en un mundo que conserva los lazos globales hasta extremos insospechados. Esta misma semana, EEUU instaba a Ucrania a que no continuase los ataques con drones a refinerías rusas para no desbaratar el mercado del petróleo. Pero estas dificultades comienzan a solventarse en el mismo instante en que se constata que una dirección que se creía la más eficiente es a menudo un problema. Especialmente, en el contexto en el que nos encontramos.

La época de la globalización feliz fue la del reinado de los economistas. Ellos delimitaron las ideas aceptables, señalaron cuáles eran las desechables y construyeron las convicciones de un tiempo. Lo peor de todo, sin embargo, ha sido la firmeza con que han actuado, como si la economía funcionase con independencia de su contexto: ahora estamos comprobando cómo posiciones que en un momento histórico son beneficiosas resultan perjudiciales en otro. Cuanto más avanza el siglo XXI, más evidente resulta que la ortodoxia económica se ha convertido en ciencia ficción, cuando no en metafísica, lo que supone un problema grave a la hora de abordar los problemas de una década convulsa, como es la presente.

Macroeconomía Vladimir Putin Xi Jinping Israel
El redactor recomienda