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Aquel mal día en que Solbes no se atrevió a decir que no a Zapatero
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FALLECE PEDRO SOLBES A LOS 80 AÑOS

Aquel mal día en que Solbes no se atrevió a decir que no a Zapatero

Existieron dos Solbes. El economista y el político. El segundo perdió la partida tras el célebre debate con Pizarro. Pero cuando pudo ejercer de ministro llevó al Gobierno socialista a un punto de moderación y equilibrio

Foto: Pedro Solbes, junto a José Luis Rodríguez Zapatero. (EFE/Patricia Sevilla)
Pedro Solbes, junto a José Luis Rodríguez Zapatero. (EFE/Patricia Sevilla)
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La figura de Pedro Solbes, fallecido este sábado a los 80 años, siempre fue justo lo contrario que la de Dmitri Fiódorovitch Karamázov, aquel personaje de Dostoyevski a quien el escritor moscovita comparó con Rusia. Pero si el mayor de los hermanos Karamázov era excesivo e imprevisible, como el viejo imperio de Catalina la Grande, el vicepresidente económico representó justo su antítesis.

Durante sus décadas de funcionario público siempre dijo lo mismo. Eso sí, sin estridencias y sin sacar los pies del plato, apoyado en una voz pausada, un tanto profesoral, de la que no se despegó ni siquiera en los momentos más tensos. Y tuvo muchos a lo largo de más de cuatro décadas de servicio público. Nunca le gustaron los excesos ni el aventurerismo político. Lo que le gustaba, en realidad, era acudir los domingos por la tarde al teatro de la Zarzuela, como esos pequeños burgueses que buscan en la lírica el mejor momento del día para olvidarse de tanto griterío.

Solbes reconoció su equivocación, pero fue su disciplina lo que le llevó a interpretar de forma incorrecta las señales que venían de EEUU

En Solbes todo era tan rutinario y predecible que fue precisamente su previsibilidad lo que le llevó a cometer el mayor error de su carrera política, llena de éxitos y de sentido común.

Para muchos habrá pasado a la historia de la economía española —tres veces ministro con González y Zapatero— como el falso ganador de aquel debate célebre con Pizarro, en el que negó la que se le venía encima a la economía española. Él mismo, años después, en sus memorias, reconoció su equivocación, pero fue precisamente su disciplina lo que le llevó a interpretar de forma incorrecta las señales que venían de EEUU. Con un esquema mental tan conservador, no podía creer que un cisne negro podría irrumpir en una economía que ya estaba globalizada.

Foto: Felipe González, jurando el cargo de presidente en 1982. (EFE)

Esa misma disciplina a sus propias ideas fue la que le llevó a aceptar a regañadientes el cargo de vicepresidente en el segundo Ejecutivo de Zapatero, y que a la postre fue su peor decisión. El imprevisible expresidente del Gobierno, todo hay que decirlo, era, y aún lo es hoy, como el hermano mayor de los Karamázov, justo lo contrario que Solbes, pero logró arrastrarlo para dar una señal de moderación a los mercados y a la propia UE, un gesto político que Zapatero necesitaba tras su enfrentamiento con la política exterior de EEUU. El anuncio de que Solbes iría de número de dos en la lista por Madrid era en realidad su salvoconducto. Solbes nunca supo decir que no.

Sin alzar la voz

Detrás de Solbes, sin embargo, había mucho más que un político. Había, sobre todo, un economista del cuerpo de funcionarios del Estado capaz de crear un equipo formidable —algunos de ellos acabaron como ministros o secretarios de Estado—, sin ser un líder carismático. Sin alzar la voz más de lo conveniente.

Probablemente, porque no le hacía falta. Cuando sucedió a Solchaga tras los excesos previos a la crisis de 1992-93, solo tuvo que aplicar moderación en la política económica, frecuentemente instrumentalizada con decisiones tan arriesgadas como equivocadas. Entre otras cosas, porque las diferencias en el marco de la Unión Europea entre socialdemócratas y conservadores son mucho menores de lo que habitualmente se airea con un evidente interés electoral. Así fue como, en contra de lo que suele creerse, cuando en 1996 llegó Aznar al poder, el líder del PP ya se encontró con un país que había estabilizado su economía y había salido de la recesión.

Solbes, como Manuel Marín, demostró que no hacía falta hacer mucho ruido para hacer una política económica equilibrada

Esa moderación en la política económica fue lo que permitió, precisamente, que la adhesión de España a la Unión Europea, ya como secretario de Estado, fuera un éxito de país. Así lo explicaba él al final de los años 80 en petit comité a un grupo de periodistas en el viejo palacio de la Trinidad, en la calle Francisco Silvela, rescatado por Solís Ruiz en la década de los 60, tras haber sido sede de la CNT.

Solbes, como Manuel Marín, su antecesor en el cargo como principal negociador de la adhesión a la UE, demostró que no hacía falta hacer mucho ruido para hacer una política económica equilibrada. Otra cosa es el contexto político y la capacidad de resistencia de quienes acceden al poder sin tener madera de político. Ahí se dejó arrastrar por disciplina de partido, aunque él, durante la mayor parte de su vida, nunca tuvo carné del PSOE.

La figura de Pedro Solbes, fallecido este sábado a los 80 años, siempre fue justo lo contrario que la de Dmitri Fiódorovitch Karamázov, aquel personaje de Dostoyevski a quien el escritor moscovita comparó con Rusia. Pero si el mayor de los hermanos Karamázov era excesivo e imprevisible, como el viejo imperio de Catalina la Grande, el vicepresidente económico representó justo su antítesis.

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