Felipe González hizo Historia; tú no has hecho nada
Las agresivas críticas al libro de Sergio del Molino sobre el expresidente del Gobierno esconden una frustración personal
Cada vez me cae mejor Sergio del Molino. Lo último que ha hecho el autor aragonés es recibir una endiablada crítica, de penosa lectura, a cargo de Ignacio Echevarría por su libro Un tal González (Alfaguara). Esto quiere decir que Del Molino no se está esforzando particularmente en ganarse mi afecto, sino que son los esfuerzos de otros los que lo motivan y fortalecen. La simpatía que origina este artículo, la que me ha entrado por Sergio del Molino, es exactamente el tipo de simpatía que Ignacio Echevarría nunca podrá comprender.
Sucede que no trato con el autor de La España vacía, que no le he escrito últimamente y menos para comentar el texto de su némesis; que no le he enviado esta pieza al ser concluida para que me dé su bendición, su agradecimiento o algún interesante apunte añadido. Sucede que me da igual lo que Sergio del Molino piense sobre esta, con todo, defensa de su figura.
El caso es que Ignacio Echevarría se ha lanzado en la revista Ctxt a criticar muy por lo menudo Un tal González. No ha sucedido que, sin más, Echevarría haya entrado en una librería y haya comprado el libro, se haya visto muy decepcionado tras su lectura y, desde la más consecuente probidad intelectual, haya escrito su furibundo comentario. Lo que ha sucedido (ojo, me lo invento con gran precisión) es esto: Ignacio Echevarría estaba esperando el libro de Sergio del Molino; el entorno de amigos y conmilitones del crítico estaba esperando a su vez la reseña del libro; en diversos mails y mensajes de wasap —sucesivamente— se han apuntado ideas, se han dado ánimos, han sonado palmaditas en la espalda y chascarrillos, y finalmente se han despachado enhorabuenas. La revolución se hace así, amigos; para los amigos.
Basta echar un vistazo a la recepción de Salvar al presidente, el artículo de marras de nuestro indomable crítico, para confirmar estas intuiciones facciosas. Luis Magrinyá o Gonzalo Torné, habituales beneficiarios del articulismo de Echevarría (en El Cultural, sin ir más lejos), tuitearon puntualmente la pieza (Torné, con el conocido timbre de su valentía, solo retuiteó). Guillem Martínez (para Echevarría, el mejor columnista del siglo, o algo así) también difundió la demoledora enmienda a Un tal González. Hicieron lo propio varios colaboradores de Ctxt, revista donde Echevarría elige o propone a los colaboradores.
Todo lo cual nos sirve para hablar de algo más importante que la Transición, la presidencia de un Gobierno, las huelgas o la ideología. Vamos a hablar de la vanidad.
Puntas de paroxismo
Lo primero (y lo único) que debe llamar la atención de Salvar al presidente es el tono empleado por Ignacio Echevarría. Es un tono severo, con puntas de paroxismo, rabioso en algunos giros y en general muy adverso y apesadumbrado. Estamos en 2022 y un autor de unos 40 años decide, con la oportunidad que da cierto aniversario presidencial, hacer un libro sobre Felipe González donde sostiene que la figura del expresidente fue beneficiosa para España, y su legado, perfectamente envidiable. La tesis (como todas, discutible) es sensata. La tesis opuesta dice que González traicionó a la izquierda, destruyó la industria, entregó el país al liberalismo, permitió tanto la corrupción como el terrorismo de Estado y entretejió un periodo nefasto llamado Transición.
Es, esta última, una tesis ya recogida en CT o cultura de la Transición (DeBolsillo, 2012), un libro, por cierto, donde aparece la mitad de la gente que ha retuiteado el artículo de Echevarría, que son también la gente que sale siempre en los artículos de Ignacio Echevarría y que, por esas cosas del azar, son también la gente que normalmente firma cosas en Ctxt.
La sospecha y refutación de la Transición está muy vista, muy manoseada
Quiere decirse que la sospecha y refutación de la Transición está muy vista, muy manoseada, ha circulado incesantemente ("Régimen del 78", decían en Podemos), cansa casi tanto como la propia Transición y no quedan fuerzas (no deberían) para delinearla tan visceralmente de nuevo en un texto que, por esto mismo que decimos, debería haber sido casi rutinario. "Sergio del Molino también se traga el camelo de la Transición, qué le vamos a hacer, no demos importancia al libro de un vasallo; pasemos a otra cosa". No.
Hay mucha rabia en la reseña. El motivo no es otro que el hecho de que Sergio del Molino esté en uso de la palabra, en un uso social de la palabra. Es decir, cuando Sergio del Molino decide escribir sobre algo, importa mucho más que cuando Echevarría o sus amigos novelistas deciden escribir sobre algo. Esto último es lo que técnicamente se llama fracasar. La relación de Ignacio Echevarría con Sergio del Molino, a pesar de la jerarquía intelectual que trata de imponer el crítico en su ensoberbecido comentario, es en realidad de completa subsidiariedad. Sergio del Molino hace un libro y Echevarría tiene que leerlo, página a página, y lloriquear. ¿Por qué no ha escrito Ignacio Echevarría su propio ensayo sobre la figura de Felipe González? Seguramente porque no puede.
Sergio del Molino hace un libro y Echevarría tiene que leerlo, página a página, y lloriquear
El libro de Sergio del Molino será malísimo, pero lo único que puede aportar Echevarría sobre Felipe González es decir que un libro de cien mil palabras y fruto de miles de horas de trabajo sobre Felipe González es malísimo.
Esta animadversión hacia Sergio del Molino, y el despliegue tentacular de odio, perros de presa, chistes cargados de suficiencia y desprecios gratuitos que la acompañan (y que, de hecho, puede rastrearse hasta sus inicios: justo a partir del éxito de La España vacía), tiene más profundidad de lo que parece. Es la misma aversión que encontramos bajo todo ese discurso contra la, así llamada, cultura de la Transición. Se trata simplemente de adjudicar al éxito un componente obligatorio de vasallaje moral. Tienes éxito porque te doblegas ante el sistema maligno. Si fracasas, es porque te opones.
Condena 'a posteriori'
Lo interesante aquí es señalar cómo el triunfo dentro de ese sistema maligno dibujado por Echevarría et alia es en realidad rigurosamente contingente, siempre puede suceder, nadie sabe a quién le va a tocar y participa más de la carambola que de la conspiración o la bandería (no excluyéndolas, claro). ¿Por qué Javier Cercas, Ana Iris Simón o el propio Sergio del Molino? Si Soldados de Salamina, Feria o La España vacía no hubieran vendido, nadie diría que son libros prosistema, que refrendan a los grandes poderes o que están escritos por siervos del discurso imperante. La condena siempre es a posteriori: tiene éxito, luego el sistema reclamaba este libro.
Lo que no puede pasar es que cualquiera acceda al "pequeño sistema revolucionario" de Ignacio Echevarría. Ahí las barreras, controles, pruebas de fidelidad y obligaciones de servicio están claras, son inamovibles y resultan manifiestas. Así, es mucho más fácil escribir en El País que escribir en Ctxt. Para escribir en el principal periódico de España solo tienes que triunfar; para escribir en una revista que nadie lee, debes someterte (por ejemplo, aplaudiendo sin desmayo la novelas de los amigos de Echevarría; odiando a Sergio del Molino; comprando toda la tontería teórica de cuatro señoritos que leen a Adorno).
Para triunfar en una revista que nadie lee, debes someterte y aplaudir sin desmayo la novelas de los amigos de Echevarría
Lo interesante, como digo, es descubrir que la oposición al sistema (o sea, a la nómina del éxito) es más corrupta que el propio sistema, pero se esfuerza en disfrazarse de pundonor revolucionario, generando así simpatías juveniles (de este mismo que escribe, de hecho, hace muchos años), con su halo de victimismo y presunta nobleza, pues se enfrentan a un enemigo tan poderoso (el Estado, El País, lo comercial, lo sistémico, blablablá), tan poderoso, decimos, que ni siquiera existe.
No existe ningún sistema, amigos, ningún gran laboratorio cultural de la Transición. Todo fue, y es, a lo tonto, por casualidad, talento, oportunismo, suerte.
Así, de lo que va la crítica flipada de Ignacio Echevarría contra Sergio del Molino es simplemente de por qué Sergio del Molino tiene éxito y los autores que cenan con Echevarría no. Si el crítico cita tanto Un tal González, si utiliza tantos entrecomillados, es porque nos está rogando que reconozcamos que su prosa es mejor que la de Sergio del Molino, y su inteligencia más acerada, y su conocimiento del periodo más riguroso. Pero la realidad es que Sergio del Molino ha escrito 376 páginas sobre Felipe González e Ignacio Echevarría siete sobre Sergio del Molino.
Así, ¿cómo no va a tener más futuro la visión de Sergio del Molino sobre González (con la que, por cierto, estoy totalmente de acuerdo) que la de Ignacio Echevarría? ¿En qué medida uno pretende hacernos creer que un autor es "indecente" (sic) por trabajar mientras se le espera mano sobre mano para despreciar los resultados de su labor con siete folios vespertinos fruto del resentimiento?
Cada vez me cae mejor Sergio del Molino. Lo último que ha hecho el autor aragonés es recibir una endiablada crítica, de penosa lectura, a cargo de Ignacio Echevarría por su libro Un tal González (Alfaguara). Esto quiere decir que Del Molino no se está esforzando particularmente en ganarse mi afecto, sino que son los esfuerzos de otros los que lo motivan y fortalecen. La simpatía que origina este artículo, la que me ha entrado por Sergio del Molino, es exactamente el tipo de simpatía que Ignacio Echevarría nunca podrá comprender.