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Pura angustia en la segunda jornada de bocas secas en Augusta
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Pura angustia en la segunda jornada de bocas secas en Augusta

Rafa Cabrera Bello pasa el corte en su primer Masters, Sergio está metido en la pelea por la victoria y Jordan Spieth y Rory McIlroy se citan en un fin de semana de vértigo

Foto: Sergio García sigue en la lucha (EFE/Erik S. Lesser).
Sergio García sigue en la lucha (EFE/Erik S. Lesser).

Segunda jornada de bocas secas en el Augusta National. De pura ansiedad. Por momentos y según los casos, casi de angustia. Tan solo cuatro tarjetas por debajo del par y ninguna por debajo de 71 golpes. Es la primera vez que sucede en los últimos 44 años. Apenas siete jugadores ganaban la batalla al campo después de las dos primeras rondas y el corte se iba hasta +6, quedándose fuera 32 jugadores, entre los que se encontraban dos recientes ganadores del Masters y favoritos en la presente edición: Phil Mickelson y Charl Schwartzel. Otro, Bubba Watson (+6), pasaba por los pelos...

Jornada ventosa, aún más que la del jueves. Y ya se sabe lo que ello supone en este imponente escenario: ráfagas incontrolables por los corredores que forman los muros arbóreos; bolas inestables sobre el tapete de los greenes; trampas en cada vuelta del camino y golpes que parecen maravillosos y casi acaban en desastre. Había que ver la carita que traían los jugadores subiendo por la calle del 18. De todo menos desahogadas.

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En el fragor de la lucha cuerpo a cuerpo Jordan Spieth (-4) ha conseguido mantener el liderato, encadenando ya seis rondas en lo alto de la clasificación, si sumamos las del año pasado, algo que sólo había conseguido Arnold Palmer hace más de medio siglo, entre 1960 y 1961. Pero el joven texano ha sufrido como el que más y Rory McIlroy (-3), uno de los cuatro valientes que ganaba al campo, ya anda soplándole en el cogote. El norirlandés, de todas maneras, se las arregla normalmente para hacernos creer a todos que siempre le queda una marcha más por meter. Tan excelso es su golf. “Sinceramente, habría preferido jugar el sábado con un jugador menos poderoso a mi lado”, señaló Spieth entre risas.

El primer Grande de la temporada está abierto de par en par, aunque no queda más remedio que centrar los focos en el partido estelar del sábado, formado precisamente por Spieth y McIlroy. El duelo será épico, porque además, según las previsiones, el viento no amainará. Pero habrá quienes abran camino por delante y quizá saquen provecho del marcaje de las dos mega estrellas.

Ese es el papel que pretenden desempeñar Sergio García (PAR) y Rafael Cabrera Bello (+3), los dos españoles presentes en la cita que se han metido en el corte y que tienen licencia para soñar. Mención especial merece la actuación del canario, que en su debut, y en unas condiciones de juego muy complicadas, viene jugando de menos a más, creciéndose y gustándose. Se está adaptando a Augusta y da la sensación de que cada golpe que pega está un poco más a gusto. Sin ir más lejos, nada más acabar su segunda ronda señalaba: “Jugar Augusta en esta condiciones es una lucha muy dura, pero a mí me encanta esta lucha”.

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En cuanto a Sergio, está metido en el top-ten y a solo cuatro golpes del líder, aunque se marchaba muy frustrado, considerando que su juego había merecido mucho más que ese 75 final del viernes. Bien haría en analizar la situación desde un punto de vista más positivo y hasta objetivo: ¿quién no ha sufrido esta semana los rigores y los caprichos azarosos del coloso de Georgia? ¿No será que en circunstancias determinadas el mal de muchos no es el consuelo de los tontos, sino la lectura más inteligente que puede y debe hacerse? Desde luego, está en disposición de luchar por todo, aunque bien haría en encontrar la manera de disfrutar dentro de la dureza del Masters.

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Jornada de bocas secas y alguna lágrima trotona porque Tom Watson (+8) fallaba el corte por solo dos golpes (a sus 66 añitos) y se despedía para siempre de la competición en Augusta después de salvar un par magnífico en el 18. Era lo de menos, pero nunca está de más que alguien como él caiga con las botas puestas. Y la pistola desenfundada: pateaba para birdie desde casi veinte metros y la dejaba a menos de un palmo.

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