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Historias del Real Madrid ineficiente en ataque o cuando se presagia el desastre desde el inicio
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COMIENZA LA TEMPORADA

Historias del Real Madrid ineficiente en ataque o cuando se presagia el desastre desde el inicio

Cuando empiece el curso contra el Athletic, ya sabremos lo vulnerable y lo incandescente del equipo. Eso es una cualidad de Ancelotti. Se ha dado prisa por decantar el juego

Foto: Ancelotti, tras perder ante la Juventus. (EFE/EPA/Cristóbal Herrera)
Ancelotti, tras perder ante la Juventus. (EFE/EPA/Cristóbal Herrera)

La pretemporada ha terminado y el Real Madrid es algo así como un desastre fantástico. Un equipo joven con aroma a fin de los tiempos. Una contradicción como tantas otras que asoman en las temporadas blancas, donde casi nunca hay un hilo narrativo coherente, más bien una dialéctica que hace avanzar al club por encima de cualquier contingencia.

Los dos partidos principales han acabado en derrotas. Contra la Juventus y contra el Barça. Ninguna fastidia, especialmente, porque las pretemporadas son indoloras, a no ser que la prensa haga pasar un partidillo de entrenamiento por una final anticipada. Un ejemplo fue aquella derrota contra el Atleti, recuerden, la de la eclosión de ese mediapunta cayetano de nombre Joao Félix. Se dio por cerrada la temporada con esa victoria de los rojiblancos, fue su Champions del mercadillo. Los atléticos, verdaderos vietcongs escondidos entre la maleza de la prensa deportiva, se abanican con minúsculas alegrías para poder sobrellevar la agonía de existir en la misma ciudad que el Real Madrid. Un equipo —el blanco— que cada dos o tres temporadas comparece ante las puertas azules del infinito.

Foto: Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. (EFE/Real Madrid)

Más allá del carrusel de cambios o de los desajustes, hay una verdad incómoda: el Real Madrid juega muy bien al fútbol, pero no gana. Eso es algo embarazoso de reconocer para ambos bandos. El madridista no puede entender jugar bien más que como la antesala de la victoria y perder desata su infierno particular. Y el antimadridista siempre fustiga al Real por su eficacia rayana en lo ilegal; por ser el monstruo neoliberal que pisotea las rosas más bellas del jardín; ese engendro que solo juega para ganar. De esta manera, cuando los blancos se encantan sobre el campo y convierten este deporte en una catedral con ventanas a lo sagrado, el antimadridista hace como que no mira, como que no presta atención, pendiente como está de las cosas importantes del mundo y no de un estúpido juego tapiado por una montaña de dinero.

Y claro, si el Real pierde, todos se burlan de él. De repente, es un cocodrilo de cartón, un acorazado oxidado de la Guerra de Cuba, un aristócrata caído en desgracia al que el pueblo escupe cuando pasa por la acera. Esta es una de las razones que empujan al Madrid a ganar en una huida sin fin. Hay otras, alguna muy truculenta, pero explicar eso no es el objetivo de este artículo.

Carlo Ancelotti ha definido su once. Los horteras le llamarán el once de gala. Es algo así: Courtois, Carvajal, Militao, Alaba, Fran García, Kroos/Tchouamení, Valverde, Camavinga, Bellingham, Vinícius y Rodrygo. Un 4-4-2 con rombo incrustado y en la punta del rombo, el último diamante de la colección: Jude. Un sistema a contrapelo de las últimas tendencias técnico-dionisíacas. Un sistema que envuelve la pelota en una caja mágica mientras los dos brasileños trazan señales de peligro que pocas veces acaban en gol. Como si se rompiera una joya contra el pavimento y todo estuviera escarchado de cristales, el espectador e, incluso, el contrario, corren el riesgo de quedarse embobados por la técnica y la velocidad, por la imaginación y los túneles secretos por donde pasa la pelota, especialmente si es Kroos el que planta la bandera en el mismo corazón del juego. En la antesala de la noticia está Bellingham. La última mutación de los mediapuntas. Un físico de atleta postmoderno al que le gusta visitar los salones de la antigüedad.

Si el Madrid pierde, es un cocodrilo de cartón, un acorazado oxidado de la Guerra de Cuba, un aristócrata caído en desgracia al que escupen

En otro tiempo, hemos visto a un Madrid de Carlo parecido. Aquel experimento de su segundo año, en la temporada 2014-15, con Kroos, Modric, James e Isco pasándose la pelota como si fuera un tesoro de valor incalculable. Ya sabemos lo que pasó después. Partido tras partido, el equipo iba hinchando su egolatría y dejando para el día siguiente las cuestiones de la intendencia. El mundo entero miraba paralizado. Los defensas dejaron de defender y los delanteros de disparar a puerta. Todos querían dibujar su corazón sobre la arena de la playa. Todos embadurnados con la pelota y pendientes de las repeticiones en el telediario. Llegó el invierno y aquel Atleti de Simeone, hecho de cemento y alambradas, le metió un 4-0 que volvió al Madrid de cara a la realidad. El encantamiento de su juego, las alabanzas sin fin, hicieron aflorar la imitación a la vida que late en cualquier escenario cuando disminuye la tensión.

Esto es ley máxima en el club merengue. Tras la cultura de los espejos, se olvida el sentido práctico y los galanes se ponen a charlar distendidos con la ciudad siendo bombardeada por el enemigo. El pueblo está en los sótanos, encharcado de sangre, rezando por una ayuda que no llegará. Se rompe el equipo en dos y es el fin.

placeholder Fran García y Alaba, en pretemporada frente al Barça. (EFE/EPA/Adam Davis)
Fran García y Alaba, en pretemporada frente al Barça. (EFE/EPA/Adam Davis)

La defensa, el gran problema

Más acá del medio del campo, está la defensa. El lateral izquierdo será Fran García. Un nombre sin hechizo. Es rápido y juega peligroso, así que muerte segura. Alaba debería auxiliarle, pero Alaba no es aquel Sergio Ramos que redimía con su violencia los pecados veniales de Marcelo. Ese hueco entre el lateral izquierdo y el central, lleva un año siendo una pesadilla y esta temporada tiene pinta de que se va a convertir en el terror favorito de los entrenadores contrarios. Militao está a sus cosas y Carvajal no existe más allá de 5 partidos de Champions al año. Esa es la defensa del Madrid. Tan segura como pasar unas vacaciones visitando los restos del Titanic. Y sin una defensa impenetrable no se sostiene un rombo escarchado.

Eso también ocurrió ya. En la temporada 2003-04. La del ocaso Galáctico. Hubo un cuadrado mágico y un rombo con Zidane como joya incrustada. Durante todo el año, el juego fue un equilibrio entre el arte y el absurdo. Una plantilla de trece jugadores que defendía con el miedo de los contrarios, con la tiranía en el juego que provocaban Zidane y Ronaldo cuando encontraban el resquicio. Un equipo donde la razón la ponía Guti y, el sentido común, Raúl; sembrado de belleza con un mecanismo sin orden aparente. El milagro duró hasta que, en la final de Copa, el Zaragoza ganó el encuentro, echó abajo las máscaras y, a partir de ahí, se le perdió el respeto a los patricios y llegó el apocalipsis.

En la delantera están Vinícius y Rodrygo. Dos jugadores tan diferentes que parecen paridos en deportes opuestos. Les une su alergia a ser nombrados como delanteros centro, así que el Madrid juega sin un nueve puro, algo inédito en su historia.

Cuando comience la temporada contra el Athletic, ya sabremos lo vulnerable que es el equipo. Es una de las cualidades de Ancelotti

Rodrygo solo tiene una ocupación en su vida: el talento. De ahí nace su juego y ahí desembocan sus goles. Es menos veloz de lo que aparenta y su potencia es la de un Vespino. Está hecho para abrir puertas y cerrar partidos. O genio, o silencio. No hay término medio con él. Son 30 minutos los que lleva dentro. En esos partidos crudos de la España autonómica, se diluye en un mar de átomos en las inmediaciones del área a no ser que tenga la ocurrencia de la semana y logre marcar.

Queda Vinícius, jugador que todavía está explorando sus límites. A ratos, su velocidad y su lucha contra los infieles recuerdan al primer Cristiano del Madrid. Por ejemplo, al de la temporada 2012-13, la última de Mourinho, la más brillante y futurista. Esa en la que en cada jugada se oteaba un gol que casi nunca llegaba. La velocidad espeluznante de Cristiano y Özil como un cisne quebrado, rompiendo desde segunda línea para hacer temblar al larguero. Un año sin títulos por la falta de eficacia.

Cuando comience la temporada contra el Athletic, ya sabremos lo vulnerable y lo incandescente del equipo. Eso es una cualidad de Ancelotti. Se ha dado prisa por decantar el juego. Va a tener tiempo y futbolistas llenos de hambre para hacer un apaño. Porque sin delantero centro y una defensa hecha de paranoia y espuma, la victoria no puede ser un destino. Solo una posibilidad de muchas. Algo que convierte la liga en un imposible.

La pretemporada ha terminado y el Real Madrid es algo así como un desastre fantástico. Un equipo joven con aroma a fin de los tiempos. Una contradicción como tantas otras que asoman en las temporadas blancas, donde casi nunca hay un hilo narrativo coherente, más bien una dialéctica que hace avanzar al club por encima de cualquier contingencia.

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