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Borja Iglesias se enfrenta a la ira de las redes sociales por pintarse las uñas de negro
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ES UNA PROTESTA POR EL ASESINATO DE FLOYD

Borja Iglesias se enfrenta a la ira de las redes sociales por pintarse las uñas de negro

Al delantero del Betis se le ocurrió que necesitaba hacer algo para apoyar y denunciar el racismo

Foto: Borja Iglesias con las uñas pintadas de negro en el entrenamiento del Betis (foto vía laliga)
Borja Iglesias con las uñas pintadas de negro en el entrenamiento del Betis (foto vía laliga)

No se pueden imaginar lo fácil que es hacer daño a una persona con un insulto que refleja otro de los males de nuestra sociedad: la intolerancia. Lo que puede ser considerado como una falta de respeto o mala educación no es otra cosa que una crisis de valores que alcanza dimensiones difíciles de comprender. A Borja Iglesias le llamaron maricón en el río revuelto de las redes sociales, por aparecer en el entrenamiento del Betis con las uñas pintadas de negro. La imagen se hizo viral y lo que era un gesto de denuncia por el asesinato de George Floyd y solidaridad con las manifestaciones y reacciones contra el racismo en todo el mundo, derivó en ataques homófobos dirigidos, para los que se ocultan en el anonimato de las redes sociales y hacen uso de la brutalidad de sus comentarios, contra uno de los futbolistas más sensibles que hay en España.

Lo que tuvo que soportar Borja Iglesias resulta desagradable y produce náuseas. El delantero que juega en el Betis (el segundo fichaje más caro de la historia de este club y por el que pagaron 28 millones de euros) lo ha sufrido y se ha vuelto a refugiar, una vez más, en su novia Teresa para asimilar la visceralidad de los insultos y comentario. Llamarle maricón por verle con las uñas pintadas de negro, sin detenerse a pensar en el significado del gesto, es propio de esos salvajes que todavía quedan en el fútbol que acuden a los estadios a berrear y generar hostilidades. Son los que se piensan que los futbolistas no son de carne y hueso y se les puede atacar con improperios, descalificaciones y por sus privilegios o el sueldo millonario que cobran (el de Borja está en los 2,2 millones de euros). Se sienten con el derecho a atizarlos.

Borja Iglesias (27 años) es uno de esos futbolistas diferentes por su cercanía y cordialidad. De los que transmiten buen rollo y se hacen querer, como así ha sucedido en todas las ciudades, equipos y vestuarios por los que ha pasado (Celta, Valencia, Villarreal, Zaragoza, Espanyol y ahora Betis). Se le ocurrió que necesitaba hacer algo para apoyar y denunciar el racismo en el mundo y, como otros muchos deportistas, su gesto de compromiso y visibilidad era pintarse las uñas de negro. La respuesta a los insultos homófobos, a uno de esos intolerantes, está perfectamente calculada para desahogarse y dar una doble lección de educación y respeto. “Te lo explico yo, que no hay problema. Es una forma de concienciarme y luchar desde mi posición contra el racismo, pero creo que también me viene bien contra la homofobia. Además tengo que admitir que me gustan”, es el mensaje que mezcla el rechazo y la ironía de un tipo que califican de espléndido.

La charla con Fernando Morientes

A Borja Iglesias le ha costado mucho esfuerzo llegar e ir ascendiendo en su carrera profesional para tener que soportar ahora mentes estrechas y maleantes que quieren embarrar su imagen o meterle en fregados que no tienen sentido. Decimos que es un tipo sensible desde que, con 14 años, dejó su casa de Santiago de Compostela y se marchó a Valencia para entrar en la cantera. Allí coincidió, entre otros, con Isco y Paco Alcácer. El niño que pasaba horas y horas en el aeropuerto de Santiago de Compostela a que llegaran los futbolistas para pedir autógrafos (tiene una buena colección de uno de sus ídolos: Fernando Torres) sufrió la nostalgia de estar fuera de casa y querer volver. En Valencia fue clave una conversación con Fernando Morientes, entonces delantero del equipo che, para animar a ese niño a seguir con sus sueños de ser jugador y superar momentos de debilidad, sufrimiento personal y dudas. De esa charla salió un Borja Iglesias más animado y convencido.

Del Valencia pasó al Villarreal y regresó al Celta para, después, encontrar el punto de inflexión en su carrera y su vida en Zaragoza. No solo se convirtió en un referente de la afición maña por su goles sino que allí conoció a su novia Teresa, una chica que no le gustaba el fútbol, y que es la que le ha ayudado a seguir superando todos esos bajones anímicos y crisis o baches de confianza. A Borja Iglesias le gusta que le vean como un tipo normal y con ese carácter amable, sencillo y sus valores deportivos consiguió que le nombraran hijo adoptivo de Zaragoza en las fiestas del Pilar de 2018. En esta ciudad encontró su segunda casa, la felicidad, la satisfacción de ser querido y valorado por su sencillez y trabajo y, sobre todo, una mujer con energía y vitalidad.

Los progresos profesionales le llevan a fichar por el Espanyol y en Barcelona se convierte en un referente y uno de los más queridos por los aficionados ‘pericos’. Cada vez se conoce mejor la personalidad afable y campechana de un jugador alejado de la imagen de divos de las estrellas. El ‘panda’, como así se le conoce por la barba y llevar un tatuaje en el tobillo derecho del oso, empieza a convivir con los efectos que produce la popularidad. No pierde la cabeza. Mantiene esa naturalidad y espontaneidad que todavía le hacen más autentico. Entre sus episodios más divertidos se recuerda la entrevista con David Broncano en el programa ‘La Resistencia’. Se da a conocer la personalidad de un futbolista cariñoso y sin secretos (es de los que confesó el dinero que tenía en la cuenta corriente del banco: 697.000 euros). Borja prometió dedicar un gol al programa y lo hizo en una celebración contra el Valladolid.

El incendio de Notre Dame

A Borja Iglesias, un viajero, que le gusta la lectura, amante de la música rap y el hip hop, le ha tenido que sentar como una patada en el estómago las descalificaciones en un escenario que la sociedad sigue exhibiendo un comportamiento irresponsable e insolidario. Lo de las uñas negras es un capítulo más para reflexionar y seguir avanzando en las igualdades de personas con diferente color de piel y condición sexual.

Las casualidades de la vida provocaron que él y su novia asistieran, en vivo, al incendio de la catedral parisina de Notre Dame cuando estaban en un barco turístico en el río Sena. Borja Iglesias, como es lógico, quedó impresionado y le tocó sufrir de cerca el destrozo. Dejó este mensaje en su Instagram: “Impotencia de ver cómo arde un edificio tan bonito y con tanta historia a escasos metros de ti y no poder hacer nada”. Merece la pena profundizar en las personas antes de emitir juicios o poner etiquetas equivocados. Su club ha salido a apoyarle, en un gesto que Borja agradece, y el Betis es tajante con el mensaje: "No a cualquier tipo de odio".

No se pueden imaginar lo fácil que es hacer daño a una persona con un insulto que refleja otro de los males de nuestra sociedad: la intolerancia. Lo que puede ser considerado como una falta de respeto o mala educación no es otra cosa que una crisis de valores que alcanza dimensiones difíciles de comprender. A Borja Iglesias le llamaron maricón en el río revuelto de las redes sociales, por aparecer en el entrenamiento del Betis con las uñas pintadas de negro. La imagen se hizo viral y lo que era un gesto de denuncia por el asesinato de George Floyd y solidaridad con las manifestaciones y reacciones contra el racismo en todo el mundo, derivó en ataques homófobos dirigidos, para los que se ocultan en el anonimato de las redes sociales y hacen uso de la brutalidad de sus comentarios, contra uno de los futbolistas más sensibles que hay en España.

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