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El zarpazo de Marcos Llorente o cómo el Atlético resucitó de una muerte segura
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Remontada de escándalo (2-3)

El zarpazo de Marcos Llorente o cómo el Atlético resucitó de una muerte segura

Los rojiblancos estaban fuera de cuartos en el 93', ya en la prórroga. Firmino puso el 2-0, pero los de Simeone se levantaron contra pronóstico y le dieron la vuelta al marcador. Noche para recordar

Foto: Marcos Llorente celebra su segundo tanto en Anfield. (Reuters)
Marcos Llorente celebra su segundo tanto en Anfield. (Reuters)

Estos octavos de final de la Champions League pasarán a la historia tanto para el Liverpool como para el Atlético de Madrid. Para los primeros, como un capítulo negro en su dilatada trayectoria europea; para los segundos, como uno de sus momentos más luminosos. Este muerto está muy vivo, debió de pensar Marcos Llorente, bendito revulsivo. Fue el héroe, por sus dos golazos, de una noche de infarto, de repentinos cambios de humor y de viajes inesperados, porque el conjunto madrileño coge billete directo para la siguiente ronda cuando ya nadie le esperaba (2-3). Los de Simeone vivieron un calvario en Anfield, todo sea dicho. Wijnaldum empató la eliminatoria al borde descanso con un gran testarazo y, ya en la prórroga, Firmino puso el 2-0. Parecía el fin del ejercicio de supervivencia de los rojiblancos, que si continuaban con oxígeno a esas alturas del duelo era por obra y milagro de Jan Oblak, que se hinchó a repeler balones como siempre. No obstante, el Liverpool parecía tenerlo atado.

Sin embargo, un regalo de Adrián, el guardameta suplente del conjunto 'red' le cambió la cara al encuentro. Del éxtasis en Anfield a la preocupación y de ahí a la desesperación más absoluta para los aficionados ingleses. Todo ello, en doce apoteósicos minutos. No pudo estar Alisson Becker, la manopla titular de Klopp, y toda la ciudad maldice ahora su suerte. Resumiendo: Adrián se hizo un 'karius' en toda regla. Recibió de su defensa y, sin oposición, envió una sandía que los colchoneros no desperdiciaron. La pelota, en zona comprometida, llegó a Joao Félix, que vio la internada de Llorente y le ofreció el cuero entre líneas. El madrileño se lo acomodó, avanzo unos pocos metros hasta el borde del área y soltó un derechazo inapelable que pilló a Adrián reculando y le botó delante. Ahí el Atlético ya estaba clasificado, pero hubo más, vaya que sí. De repente, la fiereza del Liverpool, que había maniatado a los visitantes durante todo el choque, desapareció por completo, si diluyó como un azucarillo.

Los de Simeone volvieron a recuperar la pelota y se la entregaron a Morata para que corriera. Así lo hizo el '9', que en su huida hacia delante se encontró de nuevo al goleador, un verso libre. El centrocampista volvió a recibir y actuó de la misma manera que antes. Chut potentísimo, ahora algo más incomodado, pegado al palo que hizo inútil la estirada de Adrián, en esos momentos ya absolutamente desbordado por la culpabilidad. El banquillo español estalló en júbilo, también los más de 3.000 atléticos presentes en las gradas. Era la sentencia, el golpe de gracia. Tanto perdonó el Liverpool que al final la acabó pagando. Llorente dio sentido a la resistencia rojiblanca e hizo el tipo más feliz del mundo a Oblak. Al fin sus paradones (hasta nueve) sirven para algo más que para copar portadas. Klopp no se lo podía creer, tampoco Salah, Van Dijk o Firmino, para el que estaban reservados todos los titulares. El Liverpool completó 93 minutos de escándalo y tiró todo a la basura en 12.

La muralla fue Oblak

El vigente campeón está fuera, mientras que el eterno aspirante continúa su serpenteante camino. La alegría cambió de barrio en un abrir y cerrar de ojos. Morata, ya en los últimos instantes, se encargó de apuntillar a los locales tras recibir un gran pase en largo. 2-3, increíble. El juego y el entretenimiento corrieron a cargo 'red', pero el chorreo fue atlético. Todo el atasco ofensivo de la temporada encontró su vía de escape en Anfield. Pocos templos hay mejores para desmelenarse, que duda cabe. Hay quien pueda decir que la suerte no llama a la puerta todos los días. Es posible, pero no hay que restarle ni un solo mérito a este equipo, que nunca le pierde la fe a nada aunque el resto de la humanidad ya se haya bajado del barco. El Liverpool fue tan eléctrico y vertiginoso que parecía imposible que los de Simeone, tal y como pintaba la cosa, no salieran escaldados. Laterales convertidos en extremos y defensas, en mediocentros. Los locales se agolparon sobre Oblak, la muralla eslovena, a las primeras de cambio, desde el pitido inicial y tras una buena acción de Diego Costa, una de las más claras ocasiones del Atlético en todo el partido. Les metieron en una jaula.

Un Liverpool enchufado

Centros, internadas, córneres, disparos desde cualquier ángulo... Tres pases le bastaban al Liverpool para crear peligro. Simeone no encontraba la fórmula para contener aquello, por mucho que intercambiara a Saúl y Koke de posición o pusiera a Thomas Partey más pegado a Lodi, de lejos el que más sufrió en todo el encuentro. Correa era la única salida con criterio, aunque al argentino la pelota le duraba en los pies un suspiro porque el Liverpool jamas descuidó su repliegue hasta que Adrián le secuestro el ánimo y la voluntad en el tiempo extra. Wijnaldum, de soberbio cabezazo, puso las tablas justo antes del descanso, cuando el Atlético parecía haber capeado la tormenta, que más allá de entenderse como una metáfora del juego rival, también regaba el césped. Lejos de cambiar las tornas al descanso, los ingleses siguieron enchufados, percutiendo, insistiendo. Chamberlain la tuvo nada más pitar el colegiado, también Robertson tras un remate de cabeza que se estrelló contra el larguero.

El Liverpool seguía acribillando, mientras el Atleti apretaba los dientes y se amparaba en alguna contra aislada, buscando la espalda de los centrales. Mané, de chilena, rozó uno de los goles del año, al igual que Salah en el 86'. El egipcio sorteó a Lodi, Koke y Saul de una tacada y su disparo con rosca se fue ligeramente alto cuando Anfiel ya cantaba gol. Hubieron de esperar a la prórroga. Firmino le ganó la partida a Savic por arriba. No acertó a la primera, sí a la segunda. El rechace le quedó franco y el resto es historia de la Champions. Tres minutos después el error grave de Adrián y la fabulosa finalización de Llorente devolvieron a los de Simeone al tablero. Jaque. El Liverpool entró en depresión y Llorente volvió a sacar tajada. Mate. Morata, con el rival en fuera de juego, puso la firma final. Una resurrección en tiempo récord, de equipo grande. Un Atlei heroico, que tiene que intentar no desafiar tanto al destino. Porque lo de esta noche era una muerte segura. Por fortuna o no, sigue adelante.

Estos octavos de final de la Champions League pasarán a la historia tanto para el Liverpool como para el Atlético de Madrid. Para los primeros, como un capítulo negro en su dilatada trayectoria europea; para los segundos, como uno de sus momentos más luminosos. Este muerto está muy vivo, debió de pensar Marcos Llorente, bendito revulsivo. Fue el héroe, por sus dos golazos, de una noche de infarto, de repentinos cambios de humor y de viajes inesperados, porque el conjunto madrileño coge billete directo para la siguiente ronda cuando ya nadie le esperaba (2-3). Los de Simeone vivieron un calvario en Anfield, todo sea dicho. Wijnaldum empató la eliminatoria al borde descanso con un gran testarazo y, ya en la prórroga, Firmino puso el 2-0. Parecía el fin del ejercicio de supervivencia de los rojiblancos, que si continuaban con oxígeno a esas alturas del duelo era por obra y milagro de Jan Oblak, que se hinchó a repeler balones como siempre. No obstante, el Liverpool parecía tenerlo atado.

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