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De Ronde van Vlaanderen, la vuelta ciclista que supera en expectación (créanlo) al fútbol
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De Ronde van Vlaanderen, la vuelta ciclista que supera en expectación (créanlo) al fútbol

La carrera es el acontecimiento deportivo más importante del año en Flandes, sí, por encima de cualquier otro evento y de otras modalidades con más audiencias que el ciclismo

Foto: Alberto Bettiol celebra una pasada victoria en la De Ronde van Vlaanderen. (Efe)
Alberto Bettiol celebra una pasada victoria en la De Ronde van Vlaanderen. (Efe)

Vamos a hablar del acontecimiento deportivo más importante de Flandes. Uno que trasciende lo meramente lúdico y pasa a convertirse en algo casi identitario. Día nacional de una nacionalidad sin nación. Orgullo de muchos. La fiesta por excelencia, el mayor escaparate. De Ronde van Vlaanderen.

Más que cualquier partido de fútbol, sí. A lo mejor usted enarca ahora una ceja, entre sorpresa y descrédito. Ya se nos ha venido arribita Marcos Pereda para defender lo de las bicis. Y oigan, miren, no. “Para conocer las cifras exactas tendrías que hablar con el organizador, pero las estimaciones que manejamos nosotros son de unas ochocientas o novecientas mil personas que se apostan a lo largo del recorrido”, nos dice Noortje Dhaenens (sin relación alguna con el excampeón del mundo, que sepamos). Noortje trabaja en Centrum Ronde van Vlaanderen, un museo situado en la ciudad de Oudernaarde y que está dedicado por completo a esta prueba. Así, como lo oyen. Tiene bicicletas antiguas, cuadros, coches de asistencia, incluso un café de esos donde estirar las piernas mientras comes tarta, que es cosa muy de moda con esto del cicloturismo instagramer. Ah, también venden recuerdos (libros, pósters, maillots, tazas) y organizan salidas para conocer los más importantes muros flamencos. Azul, amarillo y rojo, en dificultad creciente. Si no andan sobrados de piernas no se atrevan con esta última, por favor...

placeholder Kasper Asgreen, flamante ganador de la edición número 105 de la Ronde van Vlaanderen. (Efe)
Kasper Asgreen, flamante ganador de la edición número 105 de la Ronde van Vlaanderen. (Efe)

“De Ronde van Vlaanderen es muy popular aquí”, continúa. “Desde que la temporada ciclista comienza, allá por finales de invierno, toda la atención se centra en De Ronde. El resto de pruebas las consideramos antesala para Flandes. Incluso cuando son citas de gran prestigio, como Gante-Wevelgem. Todo el mundo se interesa por De Ronde, todo el mundo lo ve”. Y añade, divertido. “Hasta mi suegra, y ella no sabe cuántas ruedas tiene una bici...” La tendencia es, además, creciente. “De Ronde tuvo un alto seguimiento desde el principio, incluso en los años veinte del siglo pasado. Pero hasta los ochenta tan solo los aficionados al ciclismo salían a ver la carrera y vibraban con ella”. Ocurre que esos son, en Flandes, legión, así que las cifras asustan un poco. “En aquellos tiempos unos 250.000 tipos animaban a sus campeones. Hoy en día el número se ha triplicado... siempre que se permitan espectadores, claro, son tiempos difíciles”. Una ligazón que, a su juicio, tiene también algo de arma política. “Sí, el gobierno ha utilizado De Ronde, claro. Gracias a la carrera promueve el turismo ciclista y da publicidad a las zonas más rurales del país, en lugar de interesarse solo por las ciudades costeras”. Relación de dependencia. Vistos los resultados, jugada redonda.

Desde el mismo principio, desde la edición primera, aquella que conquistó Pol Deman después de que uno de los escapados que entró con él al velódromo donde terminaba el asunto cayese a un estanque en mitad del anillo. Poco más tarde Pol tuvo peripecias alucinantes durante la Primera Guerra Mundial, actuando como espía para los aliados (escondía documentos en tubos de su bici) y siendo capturado pocas horas antes del armisticio. Condena a muerte... en suspenso, por aquello de que abandonen ustedes las armas. Paradójicamente para Deman casi fue peor, porque a un soldado británico le confundió ese acento cerrado que tenía, y empezó a tratarlo como si fuese un boche. Vamos, que se lo quería cepillar, porque por muy final de guerra que haya las heridas aun siguen algo abiertas. Volvió a salvar el pellejo in extremis. Visto así lo de primer ganador en De Ronde es casi anecdótico.

Foto: El neerlandés Gijs Leemreize (Reuters)

Dhaenens me habla sobre esa unión entre el pueblo y su carrera. “Sí, un enfoque del ciclismo que siempre ha estado en nuestras mentes. Introducido por los fundadores de De Ronde van Vlaanderen, Karel Van Wijnendaele y Léon Van den Haute. Nunca fue la carrera o los ciclistas, siempre hubo un objetivo superior. Que los flamencos tomasen conciencia de su propia identidad. Allá por la primera mitad del siglo XX podías tomar esto al pie de la letra, con la dominación de la burguesía francófona como elemento contrario. Flandes era pobre y muchos de sus habitantes analfabetos. Ese sentimiento que arrastraba el ciclismo, especialmente De Ronde y los ciclistas nacidos aquí (Van Hauwaer, Defraeye y otros), debía servir al movimiento flamenco, apoyado claramente por Van Wijnendaele. Debemos tener en cuenta que la connotación negativa en torno a este movimiento que existe a día de hoy no era común en aquella época...”. Deporte y política unidos. Alguno, ignorante, se echará las manos a la cabeza.

Claro que exige esfuerzo. Mantener identidad de un recorrido que, casi, se ha transformado en identidad para todo un pueblo. De Ronde es cielo nublado, es barro en las cunetas, es pasar por mil villorrios y algunas granjas aisladas. Es viento que llega desde la Mar y escarcha que saluda recién amanece. No importa que a veces luzca el sol, y que los ciclistas cada vez usen menos manguitos por esas cosas del cambio climático. Tú a un flandrien le exiges que tenga barro hasta en las cejas. Y te lo vas a imaginar así. De ahí lo de la conservación. Caminos rurales, sendas solitarias, ancladas en un tiempo que ya no es el nuestro. Subidas con pendientes asesinas, que buscan unir el punto “a” con el punto “b” por el trazado más recto. Ese que, por definición, es un puto infierno. Aquí los llaman “bergs”, usted seguramente usaría algo así como “por ahí no me meto ni de coña, que jodo el cárter”. Porque esa es otra. Olviden asfalto fino. Otra cosa. Adoquines irregulares. Kinderkopje, les dicen, “cabezas de niño”, porque cada cual asoma como le apetece. Ya ven, humor flamenco... es muy suyo. Recuerdos de algo que fue y ya no es. Tan modernos como ver a un tipo paseando con levita y sombrero de copa. Que se hayan convertido en icono cool (o, al menos, todo lo icono cool que se puede ser en un deporte que usa mallas ajustadas) es uno de esos misterios que solazan al espectador.

placeholder Imagen de archivo de una edición de la De Ronde van Vlaanderen. (Efe)
Imagen de archivo de una edición de la De Ronde van Vlaanderen. (Efe)

Que no desaparezcan. Vuelve a hablar Noortje. “El hecho es que muchos tramos de pavé y los bergs más populares en De Ronde van Vlaanderen están protegidos como patrimonio cultural o dentro de lo que consideramos núcleos históricos de los pueblos. Así que, por definición, deben tener buena conservación y un mantenimiento acorde a tal naturaleza. En Flandes iniciamos ese tipo de protección durante los años noventa. El primer tramo empedrado que fue considerado de esa forma es la Paddestraat de Zottegem, en 1995. Recientemente, el Muur van Geraardsbergen ha sido completamente restaurado”. Manteniendo el espíritu, incluso la imagen. Aquí las reformas se hacen de la manera más lampedusiana posible.

Claro que toda esta tradición no se sostiene sin la otra. Para paisajes, personas. Para topónimos, nombres. La línea del ciclista flamenco es tan antigua como la misma bicicleta, y llega hasta nuestros días. Tipos correosos, que prefieren competir cuando las condiciones son dantescas. “Cuanto peor, mejor”. Si yo sufro el resto sufre. Si todos sufrimos ganaremos nosotros, que para eso estamos más adaptados a esto de apretar la mandíbula y casi llorar de dolor. ¿El mejor? “Yo es que no puedo responder objetivamente. Hay ciclistas que ganaron De Ronde tres veces y hay otros que vencieron en dos ediciones pero son más heroicos. Si tuviera que elegir escogería a Stijn Devolder y Briek Schotte”. El primero seguro que les sonará, porque es moderno. Sobre ese viejo Albéric... en fin, flandrien perfecto, el icono más depurado de todo lo que significa haber nacido en Flandes y meterte a dar pedales. Casi vidriera en catedral. Segundo en un Tour. Doble campeón del mundo. Y lo otro. Lo otro, que aquí trasciende. Quince participaciones en su carrera fetiche. Empezó en 1940, terminó allá por el 58. Miren ustedes si no le pasaron cosas a la vieja Europa entre medias. Sendas victorias, otras tantas veces subcampeón, tercero tres más. Y, sobre todo, la leyenda. El más duro entre los duros.

Año 1950, segunda victoria para Fiorenzo Magni, que era italiano, y fascista, y calvo. Una de las ediciones más duras de la historia. Schotte, el más fuerte de la carrera, pincha. El frio es tan intenso que Briek no puede sacar la cámara de su llanta… dedos congelados, que no responden. Al final hace la operación mordiendo el neumático con los dientes (al parecer se deja uno en el trance), pero ya es demasiado tarde. Cinco minutos que lleva perdidos en el Muur van Geraardsbergen, solo dos serán en meta. Qué importa. Entra segundo, lamentando su suerte y con rostro lleno de un barro mucho más rojo que el de los demás... El viejo Briek. Eso es un flandrien. Los modernos (“si me das a elegir entre Boonen y Museeuw no soy capaz de decantarme”, dice Dhaenens) siguen con esa tradición, aunque ahora las ruedas las cambien los mecánicos.

placeholder El ciclista italiano Fiorenzo Magni, en 1954. (Efe)
El ciclista italiano Fiorenzo Magni, en 1954. (Efe)

Y nos queda él. Siempre él. En cada carrerita, por pequeña que sea. En cada vistazo a un historial, a una tabla de records. Merckx por aquí, Merckx por allá. Solo que en Flandes un poco menos. Dos victorias, tres pódiums adicionales. Para lo que fue Eddy, botín magro. Y, además, estaba la gente, el público. Que no acababa de animarlo. El flamenco que huyó, que tiene sus raíces acá pero vive allende el límite lingüístico. Seguro que al Geraarsdbergen le dice Grammont. Y Scalda al Escô. Escupitajo al suelo. Si hasta pronunció los votos de su boda en galo, el muy ladino. Eddy siempre se las tuvo tiesas con los ciclistas flamencos. Tanto que, a veces, parecía que ellos corrían unidos contra él, toda una escuadra con maillots distintos pero dni idéntico. Igual solo son impresiones, pero... Pregunto a Noortje sobre ellas. “Creo que Merckx es neutral. Él era un belga, de hecho a menudo se convirtió en el símbolo de la unidad de Bélgica. Sobre De Ronde... pienso que Merckx conocía su importancia deportiva, pero no tenía ningún otro vínculo sentimental”. Pecado. Iconoclastia. Quizá eso explica la famosa edición de 1977, con Eddy atacando de manera suicida cuando quedan siete mundos y medio hasta meta. Maertens y de Vlaeminck (los dos flamencos, los dos grandes rivales de Merckx) saltan a por él, lo superan, luego Maertens cambia de bici, le dicen que está descalificado, sigue tirando del otro porque, cuentan, algunos billetes cambiaron de manos.

Después de la meta los jueces comentan que, oye, igual no estabas descalificado del todo, era solo una broma, inocente, mira a la cámara, jajajaja. Aun hoy se sigue discutiendo sobre esa De Ronde en Flandes. “Podríamos escribir un libro sobre ella”, dice Noortje. “Es una historia compleja, en la que Roger de Vlaeminck desempeñó el papel de inteligente oportunista. Lo que sucedió en bastidores tiene diferentes interpretaciones, y aun continúa hoy, porque las historias nunca se cierran. Pero todo eso es demasiado complejo como para explicarlo en cinco frases”. Y sonríe. Sonríe. Algo seguramente sabrá, porque Freddy Maertens hace, a veces, de guía en el museo. Allí se exponen adoquines, uno por cada carrera que se disputó. Sobre ellos hay pintados números y letras. El año, el ganador. Salvo 1977. En vez de uno... un par. Lo que dice el palmarés, con Roger de Vlaeminck. Y otro, más pirata. “1977. Freddy Maertens”. Consuelo. Magro, pero consuelo.

placeholder Eddy Merckx en una imagen de archivo. (Reuters).
Eddy Merckx en una imagen de archivo. (Reuters).

Terminamos. Pregunto a Noortje sobre el Centrum Ronde van Vlaanderen. Que cuantas visitas tiene, que qué ciclistas colaboran allí. Las cifras asustan. “Durante De Ronde recibimos entre setenta y ochenta mil visitantes de media. Algunos, en torno a veinte mil, visitan la exposición. El resto participan en actividades, alquilan bicis, ven muestras temporales o pasean por la tienda y la cafetería. En 2019, antes de la pandemia, personas de 56 países distintos visitaron el Centro. Allí trabajan seis empleados, y contamos, igualmente, con el apoyo de cuatro grandes campeones. Freddy Maertens, Nico Mattan, Johan Museeuw y Eric Leman. Ellos actúan como guías en la exposición. Y Johan, además, acompaña a grupos de cicloturistas en viajes organizados por los bergs y adoquines de Flandes. Eso sí, antes de aventurarse por esas pendientes ¡mejor que hayan entrenado!”. Lo pienso y un ligero estremecimiento recorre mi espalda. Quedar tirado como una colilla, casi sin poder avanzar, en mitad de rampas imposibles. Es posible, incluso, que caigas de la bici, por puro agotamiento, la puta ley de la gravedad. Humillante. Luego imagino que por delante pedalea, imperial, Johan Museeuw, y que esos kinderkopje fabricaron leyendas de Merckx, de van Looy, de Boonen o Cancellera. Sí, no suena tan mal.

Quizá me anime.

Vamos a hablar del acontecimiento deportivo más importante de Flandes. Uno que trasciende lo meramente lúdico y pasa a convertirse en algo casi identitario. Día nacional de una nacionalidad sin nación. Orgullo de muchos. La fiesta por excelencia, el mayor escaparate. De Ronde van Vlaanderen.

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