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Dos eslovenos en la Itzulia
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Una historia de ciclistas en Euskadi

Dos eslovenos en la Itzulia

Roglic y Pogacar son las grandes atracciones de la Vuelta al País Vasco. Los dos eslovenos, élite mundial del ciclismo, pelearán en un duelo particular por hacerse con la prueba

Foto: Roglic y Pogacar en una imagen de archivo. (Efe)
Roglic y Pogacar en una imagen de archivo. (Efe)

La Vuelta al País Vasco. O la Itzulia, que dicen ahora, no me busquen las cosquillas porque no van a encontrarlas. Tú la ves y... cosa seria. La carrera, digo. Pareciera que hay un camino hasta el último rincón del último monte de Vizcaya, por poner un ejemplo. Bien asfaltados, la mayoría de las veces. Estrechitos, hormigón y la senda llena de hojas caídas otras.

Signo diferencial. Recorridos nerviosos, podríamos decir. A ver, en el País Vasco no hay grandes puertos, así que el terreno da para lo que da. Algunos años la carrera se arriesga hasta Navarra, pero los pasos pirenaicos, los que tienen pendientes imposibles a ambas vertientes de la cordillera, permanecen inéditos aun. Seguramente sea mejor, porque aquello es una pesadilla que no recomiendo a nadie con dos dedos de frente. Claro que a ver cómo encuentras a alguien con dos dedos de frente en un pelotón ciclista, también les digo.

Foto: Patrick Lefevere, como director del Quick Step. (Efe)

Pues eso... sube y baja. Un camino que lleva al caserío de Patxi, otro que comunica con la cabaña vieja de los Ormezola, aquellos que casaron con los Gartietxe y se mudaron a Sestao, seguro que te acuerdas, sí, hombre sí, buenas vacas tenían. Al final te salen un montón de metros en desnivel positivo, porque estas cosas ya se sabe. Combinando carreteras perfectas con otras por donde suben solo carros (o lo hacían, hasta hace nada). Dureza y explosividad. A retorcerse tocan. Seña identitaria. Una de ellas.

Otra, seguramente, sea la afición. La Vuelta al País Vasco nació hace casi un siglo con el nombre de Gran Premio Excelsior. Homenaje, sin duda, a Stan Lee (solo que no me cuadran fechas, pero bueno). Gran Premio Excelsior. Tuvo unos primeros dominadores de pedigrí, con los Pélissier arrasando carreteras y clubes nocturnos. Después... pues prácticamente lo mejor de cada cuadra. Gino Bartali, que asomó el morro internacionalmente por Euskadi. O Anquetil. Ocaña, Kelly, Breukink. Cuatro victorias de José Antonio González Linares, alcalde de San Felices de Buelna. Récord compartido con Contador. Tú quitas a Merckx e Hinault y te salen prácticamente todos los grandes de una u otra manera. Ojos cerrados, avanzando a trompicones. Alrededor, gente.

placeholder Imagen de la edición número 57 de la Vuelta al País Vasco. (Efe)
Imagen de la edición número 57 de la Vuelta al País Vasco. (Efe)

Gente. La afición vasca siempre tuvo familla. De entender, de pasión. No voy a entrar yo aquí en lo de “mejores del mundo”, porque siempre habrá alguien que diga que no, que en su pueblo son más mejores, que me olvido de los flamencos, los piamonteses, los de Pas-de-Calais, los de Yorkshire. Es una competición inútil que, además, te deja vendido ante las hemerotecas. Pero vamos, gente siempre hay viendo carreras. La Itzulia, claro, también otras. Amateurs, chavalines. Hasta a las gymkanas va alguno, porque hay tipos que andan fatal de lo suyo. Una especie de paso, además, entre mayores y jóvenes. Yo era de Gorospe, yo fui de Lasa, a mí me gustaba Galdós, Gabica sí que mola, ni puta idea, Dalmacio fue el mejor de todos, espera, que mi abuelo siempre dijo que si Ezquerra... Y así hasta el infinito, hasta aquel Vicente Blanco que (no) fue primer español en el Tour de Francia. Eso también cuenta. La tradición, digo. Aunque hay más cosas. Fiesta, jacaranda, mesa y mantel.

Philippe Gilbert, que es un tipo con muy buen historial y muy mal sentido del humor, dijo hace unos años que adoraba subir los puertos del País Vasco entre una nube hecha con humo de cannabis. Ya ven, chistosillo el valón. No voy yo aquí a confirmar o desmentir tan osada frase, porque tampoco conozco el tema lo suficiente. Pero sí es verdad que aquello, a veces, parece verbena de pueblo. Y lo digo con toda la admiración del mundo, porque a mí las verbenas de pueblo me encantan. Hay calimocho (mitad y mitad, que somos del norte), hay barbacoas, se canta, se baila. Una forma de socialización. Si incluyeses cortejos fallidos a guapas foráneas ya sí que tendrías el cuadro completo. Ah, también animan, claro. A todos. Más si eres de casa, no vamos a mentirles, que lo contrario iba a quedar anómalo. Pero a todos. Una característica del lugar. Otra.

(Si me quieren buscar a mí gritando como un loco justo al oído del ciclista... lo siento. Soy de esos raros que se quedan en silencio, muy calladucos, intentando pillar todos los sonidos y sensaciones que pueda. Como una ardilla que recolecta nueces, supongo).

Claro que esto no se ha podido ver en 2021. Hay una pandemia, no sé si lo saben ustedes. Igual ni se han enterado, porque apenas sale en la tele, entre chiringuitos y sálvames. Pero vamos, que la hay. Y por eso la gente no puede acudir como antes a las carreras. ¿Quieren que saquemos el mazo? Igual hasta demasiados se ven en las imágenes. Al paso de los ciclistas, digo. Sobre todo en los puertos. Yo es que soy un integrista con lo del bien común. Pero, aun así, ni punto de comparación con otros años. Ese muro de cuerpos en el muro de asfalto. Una pared que, parece, no vas a podar superar. Y luego se abre, en el último instante. Los corredores pedalean. No hay (apenas hay, la perfección es imposible cuando hablamos de idiocia) infraseres corriendo junto a los ciclistas. No hay (apenas hay) toquecitos, empujones, botellas de agua que se lanzan cuando nadie te lo ha pedido. No hay (apenas hay) insultos, abucheos y esas cosas tan feas que por otros sitios abundan. Calor sí, de eso mucho. Te sientes arropado. Ah, una advertencia... no intenten pasar por el mismo trayecto de la etapa unos minutos antes si van en bici. Porque lo harán reptando miserablemente, porque jadearán como perros perdidos en mitad del Taklamakán. Delante de mucha, mucha gente. Y los vascos tienden a cierta sorna e ironía. Vamos que, en su caso, tiene que ir con el maillot hasta arriba de paciencia y cierta capacidad para reírse de uno mismo. A los favoritos no les pasa eso, pero es que ellos son profesionales de lo suyo, oiga, y van a toda velocidad. Por eso vienen aquí con la vitola que vienen.

Foto: Roglic se impone en la séptima etapa de la París-Niza. (EFE)

Eslovenia es un país pequeñito, enclavado justo entre Syldavia y Borduria, ya saben. Allí emprendieron, hace tres décadas, un ambicioso proyecto destinado a conquistar el mundo. El mundo del ciclismo, vaya, pero mundo al fin y al cabo. Cuentan documentos desclasificados que un comando de patriotas eslovenos secuestró al profesor Bacterioč, croata afincado en Šibenik que había inventado la máquina de producir talento. Él la tenía puesta en modo básket, así que cuando la reprodujo en la joven república empezó también de esa forma. El prototipo quedó abandonado durante años en un almacén de Liubliana hasta que alguien pulsó cuatro botones y giró la palanquita. Ahora Dončić juega en la NBA, gloria eterna a Bacterioč.

En cuanto al ciclismo... bueno, le costó un rato ajustar bien tuercas y engranajes. Que si Janez Brajkovič, que si Tadej Valjavec. Pero cuando empezó a funcionar... oh. Te sale Matej Mohorič, por ejemplo. Y luego, en diferentes tandas, Tadej Pogačar y Primož Roglič. Campeones vigentes de Tour y Vuelta. Cosa seria. Seguramente los dos mejores ciclistas del mundo para carreras por etapas a día de hoy (esperando a ver si Egan Bernal recupera viejas sensaciones). Potentes, explosivos, misiles contra el crono, volando por montañas. Tipos (casi) inabordables. Los dos están en la Itzulia. Bacterioč sonríe.

placeholder Tadej Pogacar en una imagen reciente. (Efe)
Tadej Pogacar en una imagen reciente. (Efe)

Planteadas así las cosas parecía improbable que la carrera engrosase palmarés que no fuese esloveno. Dominan, se vigilan el uno al otro. Los demás... quiénes son esos. El problema es que Roglič tiene al enemigo en casa. Siguiendo con Ibáñez podemos afirmar que en el coche de Jumbo-Visma van repantingados Pepe Gotera y Otilio. Directores... cómo lo podríamos decir... con poca cintura. Tirando a conservadores. Fueron al mismo Campus que Eusebio Unzué, no sé si me entienden. Una única manera de actuar, escasa capacidad de improvisación. Trenecito chucuchú y patapum a dos de meta los días que estamos generosos. Claro, eso te da muchas victorias, pero también renta pocos segundos. Y así las carreras se pueden complicar. No siempre, pero se pueden complicar. La Itzulia es enigmática, nunca sabes dónde meterle mano. Pero vamos, como lo hacen en Jumbo... no me acaba de convencer. Escapada grandota, parones, el maillot que vuela, Vingegaard como primera baza y la dirección tranquila, diciendo que oye, lo importante era ganar en Hondarribia con el danés, que la general ya tal, que quién es usted, que qué hace aquí, dónde estoy, denme mis sales.

Y ahora... espera. A ver qué pasa en Arrate, ¿no? Lugar clásico. Aquí ganó Bahamontes, que son palabras gruesas. En fin, a veces peca de repetitivo, no les diré que no, pero es que tampoco es tan grande el País Vasco. Suben una primera vez por lo que han llamado Krabelin, que es una cosa muy dura, muy escénica y muy de no ir en bici salvo que estés preparado. Seguro que me entienden. Luego al Santuario por la vía principal, que tiene ese regustillo de los parajes conocidos, como esos colegas del instituto que igual no son tus mejores amigos, pero con los que siempre acabas quedando un par de veces al año (y vuelves torcido a casa). En fin, espectáculo ciclista en la tierra que ama a los ciclistas.

placeholder Roglic en una imagen de archivo. (Efe)
Roglic en una imagen de archivo. (Efe)

No será cosa que se quieran perder...

La Vuelta al País Vasco. O la Itzulia, que dicen ahora, no me busquen las cosquillas porque no van a encontrarlas. Tú la ves y... cosa seria. La carrera, digo. Pareciera que hay un camino hasta el último rincón del último monte de Vizcaya, por poner un ejemplo. Bien asfaltados, la mayoría de las veces. Estrechitos, hormigón y la senda llena de hojas caídas otras.

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