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Cultura pop y altas dosis de mamarrachismo: nada puede con el imperio de WrestleMania y la WWE
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Un éxito a pesar del autoboicoteo

Cultura pop y altas dosis de mamarrachismo: nada puede con el imperio de WrestleMania y la WWE

La edición número 39 del gran evento anual de la WWE bate todos los récords justo cuando se confirma la venta de la empresa. Vince McMahon, exdueño, seguirá al frente

Foto: El rapero Snoop Dogg, gran 'celebrity' de WrestleMania 39. (Reuters/Joe Camporeale-USA TODAY Sports)
El rapero Snoop Dogg, gran 'celebrity' de WrestleMania 39. (Reuters/Joe Camporeale-USA TODAY Sports)

"Espera lo inesperado". Es el leitmotiv que Vince McMahon, gran cacique del wrestling estadounidense, trasladó a su protegido Austin Theory y que es extrapolable a WWE, la empresa de lucha libre más potente del mundo. Nunca sabes qué puede ocurrir, quién puede aparecer y en qué circunstancias. Es la magia de un entretenimiento deportivo que perdió a lo largo de los años a los Hulk Hogan, a los Undertaker y que va camino de perder a los John Cena, Randy Orton y Rey Mysterio. A Vince solo le queda esa promesa, porque ha cedido las llaves de la empresa por primera vez en su historia. La vende a Endeavor, organización que ya compró UFC, y que le permitirá seguir en el poder a pesar de las reticencias de su familia. El otrora mandamás de WWE se marchó en julio de 2022 después de que saliesen a la luz múltiples escándalos sexuales, a los que se sumaban acuerdos de confidencialidad y pagos secretos con dinero que WWE no encuentra en sus finanzas. Con su adiós —un ya famoso "a mis 77, es tiempo de retirarse"— parecía que la empresa tomaría otro rumbo, uno más fresco, más actualizado y menos reminiscente de tiempos mejores. Nada más lejos de la realidad.

En enero de 2023 volvió sin remordimientos, cargándose a buena parte de la Junta Directiva y, con el poder de voto que le otorgaban sus acciones, declarando que la empresa estaba en venta. A la película de Vince McMahon podrían llamarla Megalomanía: conmigo o contra mí. Él quiere recuperar su puesto a toda costa. Si tiene que ser apartando a su hija Stephanie, sucesora del imperio, que así sea. Cuando en CNBC le preguntan por qué continúa al frente contra viento y marea, acusado de múltiples cargos e imponiendo una venta del negocio familiar, la respuesta es clara: "He asumido la responsabilidad de todos y cada uno de ellos. He cometido errores, sí, pero ahora es momento de pasar página. Ya he pagado por ellos". Y lo hizo. Casi veinte millones a mujeres para que no hablasen sobre sus affairs. Es el villano definitivo; tanto en la realidad como en la ficción. Ya lo dijo, con cierto cinismo, Tucker Carlson, el locutor estrella de la FOX, sobre el caso Stormy de Donald Trump: "Comprar el silencio de alguien no es delito en Estados Unidos". Añadía que era "muy normal" en la sociedad moderna. Parafraseando al rapero Childish Gambino, This is America.

Foto: Undertaker es uno de los grandes iconos de la historia de la WWE (Reuters)

La frase que tiene como mantra Vince McMahon, la de la impredecibilidad, la que representa el espectáculo que es el wrestling, no solo sirve para vender la empresa por más de 9.000 millones de dólares –una cifra muy por encima de su valor de mercado–, sino para enseñar su mayor escaparate al mundillo, para mostrar la gran extravagancia del deporte espectáculo. Es, cómo no, WrestleMania. Para Vince McMahon, siempre ha sido como su eslogan de la tercera edición: "¡Más grande! ¡Mejor! ¡Más malo!". Otro leitmotiv. Para conseguirlo, en los años en los que WWE no se encontraba a sí misma, recurrió a celebridades y gatillos fáciles. Muchas veces, sin más voluntad que la de atraer a un aficionado que veía cómo sus ídolos se retiraban y no tenían a nadie que los reemplazase.

Era la década de los 2010 y en el ring desfilaron desde Floyd Mayweather hasta Snooki, pasando por Kim Kardashian o Shaquille O’Neal. La crème de la crème de lo bizarro. Con crisis de identidad mediante, WWE recuperó el toque gracias a la revolución femenina y a la construcción de nuevas estrellas. La renovada visión de la lucha libre ya no permitía ciertas licencias y eso, sumado a una sociedad mucho más concienciada, hizo que se dejasen atrás los recuerdos de la Attitude Era (la etapa más violenta y salvaje de la compañía), la cultura antisistema de WCW y la Mansión Playboy. Ya no valía todo. Las drogas, los golpes desprotegidos a la cabeza y la sangre ya no eran sinónimo de WWE. Y WrestleMania siempre ha sido La Vitrina de los Inmortales, en cualquier circunstancia, pero también la conjunción del wrestling, la cultura pop y el mamarrachismo que las hermana. Ahora edulcorado, pero sin perder ese toque kitsch de lo ficticio, lo épico y lo telenovelesco. Es el regusto cringe que asumes, pero que no puedes dejar de consumir.

Con esa misma fórmula ya van 39 ediciones de un evento que se hizo más grande que la propia WWE, que es un ente por sí mismo y que nos traslada a las épocas doradas. Si piensas en WrestleMania, tu cabeza se marcha al body slam de Hulk Hogan a André el Gigante, a la victoria del Último Guerrero en Canadá, a la racha del Enterrador, a los combates de The Rock y Stone Cold Steve Austin… pero también al infausto ahorcamiento en directo de Big Boss Man, a la explotación de la Guerra del Golfo y la creación de un personaje similar a Saddam Hussein, a la reprobable representación de un Muhammad Hassan rudo por el simple hecho de ser musulmán o al combate en el que Roddy Piper se pinta media cara de negro y, entre acusaciones de blackface, acabó retirado de la WWE Network.

Este año, con toda esa mochila, era Los Ángeles la que aguardaba al gran show del deporte de entretenimiento. La ciudad de la fanfarronería y la ostentación recibía a un deporte de entretenimiento basado en la fanfarronería y la ostentación. Un match en Tinder. Ya convertido en un espectáculo de dos noches, WrestleMania se recuerda a sí misma que esto va de ser la Super Bowl de las tortas, el Chuck Norris de las pelis de acción, la pirotecnia de las noches de final de año. Es un evento escrito para que sea a gusto de todos. Tienes tu dosis de lucha libre, de entretenimiento, de nostalgia, de famosos haciendo de las suyas, de melodramatismo y de dopamina.

El sábado volvió John Cena siendo una sombra de lo que proyectó y con eso bastó. La gente no quería ver un combate, quería ver al Peacemaker de regreso en su escenario fetiche. Llegó, vio, perdió y se marchó. Suficiente a ojos de un fan casual que sintonizaba WrestleMania para oír a Becky G cantar el America the Beautiful o ver a Bad Bunny ayudando a ganar al Rey Mysterio. Para los memes, constructo social hoy día, tenías a Snoop Dogg como host. Incluso se atrevió a imitar a The Rock con su codazo característico. Para los que no han podido dejar atrás al Hulkster, tenías a Brock Lesnar emulando WrestleMania III y lanzando a Omos, un luchador de 185 kilos y 2,21m, como un saco de patatas. Para los de la farándula, un Rey Mysterio enfrentándose a su propio hijo. Para el resto, wrestling 101 en forma de pectorales inyectados en sangre, golpes de tíos de dos metros de altura y cabezas como las de Nick Casi Decapitado.

placeholder John Cena, ahora actor de Hollywood y otrara gran imagen de la compañía, en su regreso. (Ronald Martinez/Getty Images)
John Cena, ahora actor de Hollywood y otrara gran imagen de la compañía, en su regreso. (Ronald Martinez/Getty Images)

A quién no le gusta ver una matanza en directo, protagonizada por Gunther, Sheamus y Drew McIntyre. Y para el aficionado acérrimo tenías grandes dosis de historia y narrativa para finalizar ambas noches. Kevin Owens y Sami Zayn completaban un arco evolutivo en el que pasaron de vapuleados y renegados a campeones por parejas. Cody Rhodes llegaba para enfrentarse a Roman Reigns, campeón mundial durante casi tres años, y así destronar a The Bloodline, el grupo dominador en WWE. Pero no lo consiguió. Para hacer el paralelismo, es como si llega Rocky Balboa y, después de ver morir a su amigo, después de todas las horas de entrenamiento, pierde contra Iván Drago en Rocky IV. La frase de Vince McMahon sigue retumbando. Nunca le importó demasiado el fan o la opinión pública; es evidente. La rueda continúa girando.

Si usted se pregunta si, con todos los dimes y diretes, esto sigue funcionando, la respuesta es que mejor que nunca. WrestleMania 39 ha sido el evento más exitoso de la historia de WWE. Llenó el flamante SoFi Stadium de Los Ángeles con casi 162.000 personas entre las dos noches, consiguió más de 21 millones de dólares en taquilla y batió su propio récord. Con su llegada a la plataforma de streaming Peacock, la audiencia de sus eventos de pago no ha dejado de crecer. Esta WrestleMania superó en un 33% el récord de espectadores. La esponsorización de combates les ha llevado a doblar su mayor cifra. Además, continúan siendo el deporte por excelencia en las redes sociales, por encima de las cuatro grandes ligas estadounidenses, superando los 500 millones de visitas y los 11 millones de reproducciones el fin de semana. En una sociedad influenciada por el click, el highlight, la multipantalla y lo transmedia, WWE encaja como anillo al dedo.

placeholder Roman Reings, imagen actual de la WWE. (Reuters/Joe Camporeale-USA TODAY Sports)
Roman Reings, imagen actual de la WWE. (Reuters/Joe Camporeale-USA TODAY Sports)

WrestleMania es el pináculo de la lucha libre y mucho de ello tiene, paradójicamente, muy poco que ver con lo que pasa en el encordado. A pesar de que Stephanie McMahon no aguantaba a su padre y se tomó una excedencia. A pesar de que Vince McMahon está de vuelta en la dirección creativa —con sus grandes hits, como aquella vez que escribió su propia victoria ante Dios o se dio el lote con Trish Stratus delante de una Linda McMahon, su mujer, en estado vegetativo—. A pesar de los escándalos, de la venta, de las estereotipaciones, de la alargada sombra de la sexualización femenina. A pesar de todo, la empresa ha seguido creciendo en Bolsa, atrayendo a anunciantes y mejorando cifras. El wrestling ha brillado por su ausencia durante muchos años, pero eso no ha impedido su éxito. Es lo que llaman la 'paradoja Vince McMahon': contra peores son los ratings, mayores son los beneficios. Se dice que pocas cosas sobreviven a una catástrofe nuclear. Hay dos que le vienen a la cabeza al fanático de la lucha libre: las cucarachas y WWE, con WrestleMania a la vanguardia.

"Espera lo inesperado". Es el leitmotiv que Vince McMahon, gran cacique del wrestling estadounidense, trasladó a su protegido Austin Theory y que es extrapolable a WWE, la empresa de lucha libre más potente del mundo. Nunca sabes qué puede ocurrir, quién puede aparecer y en qué circunstancias. Es la magia de un entretenimiento deportivo que perdió a lo largo de los años a los Hulk Hogan, a los Undertaker y que va camino de perder a los John Cena, Randy Orton y Rey Mysterio. A Vince solo le queda esa promesa, porque ha cedido las llaves de la empresa por primera vez en su historia. La vende a Endeavor, organización que ya compró UFC, y que le permitirá seguir en el poder a pesar de las reticencias de su familia. El otrora mandamás de WWE se marchó en julio de 2022 después de que saliesen a la luz múltiples escándalos sexuales, a los que se sumaban acuerdos de confidencialidad y pagos secretos con dinero que WWE no encuentra en sus finanzas. Con su adiós —un ya famoso "a mis 77, es tiempo de retirarse"— parecía que la empresa tomaría otro rumbo, uno más fresco, más actualizado y menos reminiscente de tiempos mejores. Nada más lejos de la realidad.

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