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El único hombre que ha saltado una portería de fútbol regresa a Guadalajara para entrenar a su hijo
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Javier Sotomayor, un récord de tres décadas

El único hombre que ha saltado una portería de fútbol regresa a Guadalajara para entrenar a su hijo

El legendario atleta cubano regresa a la comunidad atlética caribeña que ha hecho de Guadalajara un centro deportivo de máximo nivel desde hace ya dos décadas. Sigue siendo el único hombre que ha saltado por encima de 2,44 en la historia del deporte

Foto: El exatleta cubano, Javier Sotomayor, en Guadalajara. (Jesús Hellín)
El exatleta cubano, Javier Sotomayor, en Guadalajara. (Jesús Hellín)

Por el Bulevar del Alto Tajo, en la zona este de Guadalajara, camina un señor cubano de 53 años sin una sola cana. Tiene unas zapatillas blanquísimas de deporte en los pies y otras grises, con clavos y arrugas, en las manos (para firmárselas al Museo del Deporte). El señor se llama Javier Sotomayor Sanabria y es uno de las tres personas en el mundo que se ajustan al antiguo precepto latino ‘citius, altius, fortius’: nadie más en la historia de la humanidad ha logrado saltar una portería de fútbol (cuya medida legal es 2,44 metros).

Sotomayor es dueño de uno de los récords más longevos de la historia del atletismo (2,45 metros) y tiene una relación muy particular con España: batió la plusmarca mundial en Salamanca (el 27 de julio de 1993) y es Premio Príncipe de Asturias del Deporte. Sin embargo, su segunda patria chica es Guadalajara. La suya y la de decenas de atletas cubanos, que hace casi 35 años encontraron en esta ciudad de 100.000 habitantes su ecosistema, sobre todo después de que Iván Pedroso (campeón mundial y olímpico de salto de longitud) fijase su residencia, se casase y viera nacer a su hija en la mayor localidad de la Alcarria.

placeholder Javier Sotomayor, durante una entrevista para El Confidencial en Guadalajara, el 4 de marzo de 2021. (Fotografía: Jesús Hellín)
Javier Sotomayor, durante una entrevista para El Confidencial en Guadalajara, el 4 de marzo de 2021. (Fotografía: Jesús Hellín)

Hoy Guadalajara es tendencia consolidada en el atletismo centroamericano y español, aunque Sotomayor bromea e insiste en que quede claro que lo descubrieron ellos, los cubanos, “allá por 1987”, un año antes de que con sólo 20 años batiese por primera vez la marca mundial y se instalase en la élite mundial. La venezolana Yulimar Rojas (segunda marca mundial de triple salto) también entrena hoy en Guadalajara, a las órdenes de Pedroso (como la española Ana Peleteiro, entre otras atletas).

“Tenemos amor por España, ¿entiendes?”, cuenta Sotomayor, cuyo ejemplo cundió en la Federación Cubana de Atletismo (en la que hoy es secretario general): las selecciones de atletismo de su país siguen pasando temporadas, “largas estancias de invierno y verano”, en esta ciudad a media hora del aeropuerto (y sin atascos), que a decir del ídolo les abrieron las puertas desde el primer día: “Los alcaldes, los consejeros deportivos, la gente que nos hospedaba… El pueblo de Guadalajara. Alguna vez hemos ido a Coslada o Alcalá de Henares, pero en Guadalajara hemos echado raíces. Verdaderamente, es sentirse como en casa”.

La familia en Guadalajara

Tanto es así, que ahora la esposa de Sotomayor reside en la ciudad con sus dos hijos. El pequeño, de 13 años, entrena salto de altura. El campeón olímpico va y viene, aunque pasa más tiempo en su isla. Ya no se quiere meter en política y defender a la Revolución, como hizo durante años, pero el orgullo de haber representado a su país le sale por la piel. “Me cuesta mucho estar lejos de Cuba, soy fanático de mi pueblo”, repetirá a lo largo de la charla en el Bulevar Alto Tajo. “Menos mal que mi familia me hace llevadera la lejanía…”

Sotomayor nunca dejó Cuba, aunque durante su carrera deportiva pasó muchas temporadas fuera del Caribe, ya fuese por las propias competiciones o por la necesidad de entrenar en altura (México, Colombia, Granada). Cuando se retiró fundó la orquesta de salsa Salsamayor (que aún existe), y su próximo plan es reabrir en La Habana un local de música en vivo al que llamó ‘2,45’. “Cuando estaba fuera extrañaba todos los días la cultura cubana y el día a día. La forma de vivir: ser jocosos, estar de buen humor; nos gusta la fiesta... Y tenemos muchos problemas, pero incluso nos acabamos riendo de ellos”.

placeholder Javier Sotomayor. (Fotografía: Jesús Hellín)
Javier Sotomayor. (Fotografía: Jesús Hellín)

Este domingo las risas no están aseguradas: después de dos años de parón, su hijo vuelve a competir. (El coronavirus vació 2020 de pruebas atléticas, salvo la élite). Al padre, aunque no pare de bromear, se le nota la emoción: "No compite desde los 11 años, ya veremos". ¿Qué es más importante en los jóvenes, el talento o la disciplina obsesiva que caracteriza después a los campeones? “Lo primero es que te guste”, responde rotundamente. “Los niños tienen más obsesión por fútbol y baloncesto: hay más atención de la prensa y en el futuro es lo que más dinero les va a reportar. En Cuba muchos chavales empiezan por el béisbol, como el fútbol aquí, y luego emigran a la República Dominicana, México, Estados Unidos… Así que hace falta amor y pasión por este deporte”.

El chico muestra maneras, pero a Sotomayor se lo ve curtido por la experiencia con otro de sus hijos. “Talento a lo mejor tiene algo”, ironiza, “quizá le he pasado algo... Tiene tamaño, extremidades largas, le gusta. Pero hay cosas que por la edad no puedo asegurar que vayan a durar siempre. Lo viví con mi hijo mayor, que saltaba dos metros muy jovencito y luego se desmotivó solo. Lo sabremos dentro de 5 años. Tiene todo mi apoyo, mañana [domingo] por supuesto que le voy a acompañar, para lo que yo pueda aportar”.

La crisis del dopaje

Sotomayor vivió un trance amargo en 1999 cuando durante un análisis antidopaje le encontraron rastros de cocaína en la orina. Viajó tres veces a Mónaco para defender su inocencia, pero estuve 14 meses sin competir, justo el año previo a los Juegos de Sidney 2000. “No tuve un grave problema social, porque muchísimas personas confiaron en mí. Pero estuve un año y dos meses sin competir, y no sabía si me iban a dejar competir o no”.

Finalmente Sotomayor fue autorizado a competir en Australia, aunque no le fue devuelta la medalla de aquellos Juegos Panamericanos de Winnipeg. “Me fue regular”, bromea. “Cogí plata”. “Tuve mala suerte, había agua. Y a mí el agua en la pista me iba muy mal. Yo entraba muy rápido, tenía un tranco muy rápido. Y el agua me obligaba a saltar como los demás saltadores”.

Las consecuencias de la pista húmeda en el rendimiento de Sotomayor explican el factor diferencial que le permitió volar más alto que nadie. (Aunque en la actualidad un saltador catarí de 29 años, Mutaz Essa Barshim, amenaza su plusmarca con una marca personal de 2,43). “Teóricamente el último paso de la carrera, el impulso, es el más corto”, explica. “Y el mío, en cambio, era el más largo. Y entraba con mucha velocidad. Si el escenario estaba mojado o en malas condiciones, patinaba mucho. Y un resbalón podía provocarme una grave lesión. Tenía entonces que cambiar mi técnica: correr más lento que de costumbre, pasos más cortos... Y si no haces tu rutina, los resultados no son iguales, En condiciones de suelo mojado, lo más que salté (una vez en La Habana) fue 2,36. Nunca más de 2,35”.

Sotomayor parece estar genuinamente sorprendido sobre la durabilidad de su récord. En 1988, cuando lo rompió por primera vez, las marcas mundiales se rompían con cierta frecuencia: “Máximo 5 o 6 años… Jamás pensé que el mío duraría tanto”. Estuvo a punto de dejar el deporte en 1990, cuando murió su primer entrenador, José Godoy. Pero no era aún campeón olímpico: aunque ganaba ya todo el circuito, Cuba boicoteó los Juegos de 1984 y 1988 y no pudo participar. Lograría el oro en Barcelona ‘92. “Soy cubano y me gusta ese ritmo de vida y la fiesta, pero sólo cuando se podía… Yo era bastante obsesivo. No me relajaba mucho. Cuidaba mi peso, me cuidaba cuando había que cuidarse, la fiesta sólo cuando correspondía. Y en la disciplina de mis entrenamientos sí fui un atleta obsesivo. Lo mío fue una mezcla de talento y trabajo”.

placeholder Javier Sotomayor. (Fotografía: Jesús Hellín)
Javier Sotomayor. (Fotografía: Jesús Hellín)

Salir de fiesta

¿Si se puede salir de fiesta siendo un atleta de élite? “¡Somos seres humanos! Lógicamente, si se me voy a una discoteca dos o tres días antes de saltar, mal. Pero un mes antes, ¿qué problema hay? Puedes incluso hacer un récord. Y dos semanas antes también. Los americanos para esto eran tremendos. ¡En la concentración no hacían absolutamente nada! Pero un cubano no puede… Mira, todo en exceso es malo. Tomar mucha agua, que aparentemente es muy beneficioso, antes de competir es malo. Y si haces eso una semana o diez días antes, nada. Es necesario. A un árabe o un estadounidense, que son tan estrictos, les afecta psicológicamente aunque no pase nada. No están acostumbrados, les entra la culpa. Pero el cuidado excesivo tampoco es bueno. A mí al final de mi carrera, en días de competición, no me gustaba llegar pronto a la Villa. Porque pisaba la villa y estaba 100% concentrado. Y si pasaba allí demasiadas horas, me cansaba”.

Cuando ya era un campeón de fama mundial, las marcas se le abrieron y Sotomayor empezó a diseñar sus propias zapatillas (con un refuerzo elevado en el interior que le permitía talonar mejor). Cuenta que una vez le regalaron seis en un mitin en Eslovaquia. Estaba lesionado, pero el promotor me pidió que fuera igualmente. “Y un día, entrenando, me encontré a Sorin Matei, un saltador rumano. “Nunca había visto una zapatilla así, tenía los ojos abiertos. ‘¿Qué es?’, preguntaba. Así que le regalé un par. Y dos días después, en la competición, superó su mejor marca (2,37) e hizo 2,40. ¡Y después pidió 2,45! ¡Intentó romper el récord del mundo con mis zapatillas!”

Cae la tarde y Sotomayor, poseedor de uno de los mejores palmarés de la historia del atletismo, se va a la pista a recoger a su hijo, que se prepara para la prueba del domingo. “Un tío único”, dice el camarero de la cafetería. “Pero de verdad", tercia Pablo Martínez-Arroyo (cofundador del Museo) con las zapatillas firmadas en la mano. "Y no por cercano... Ese señor ha saltado más alto que nadie en el mundo. Y ahí le ves, con sus cascos, paseando tranquilo por Guadalajara... Y casi nadie sabe quién es ese tío”.

Por el Bulevar del Alto Tajo, en la zona este de Guadalajara, camina un señor cubano de 53 años sin una sola cana. Tiene unas zapatillas blanquísimas de deporte en los pies y otras grises, con clavos y arrugas, en las manos (para firmárselas al Museo del Deporte). El señor se llama Javier Sotomayor Sanabria y es uno de las tres personas en el mundo que se ajustan al antiguo precepto latino ‘citius, altius, fortius’: nadie más en la historia de la humanidad ha logrado saltar una portería de fútbol (cuya medida legal es 2,44 metros).

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