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La historia de Carlos Llano: de oficinista (y vago) a finisher y un épico ultraman
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LECCIONES DE VIDA A GOLPE DE CARRERA

La historia de Carlos Llano: de oficinista (y vago) a finisher y un épico ultraman

Tiene 32 años pero su curriculum deportivo ya es amplio y eso que comenzó a correr hace menos de un lustro, tras una recomendación médica de que se pusiera en marcha por un problema en la rodilla

Foto: Carlos Llano en una carrera de 250 kilómetros por Madagascar.
Carlos Llano en una carrera de 250 kilómetros por Madagascar.

“Comencé a leer las instrucciones para participar y cuando llegué al apartado donde hablaba sobre cómo debía colocar los logotipos de mis patrocinadores… pensé: “¿Qué pinto yo en una carrera así?, si mi bici la compré en el segundamano y mi reloj es el más barato que encontré en eBay””. Carlos Llano es un chico normal, de 32 años, que por una recomendación médica para reforzar su rodilla maltrecha por el fútbol empezó a correr. “Y un día, tumbado en el sofá vi una maratón que se hacía por el Sáhara… y me dije a mí mismo: “¡Quiero hacerla!””. Esta prueba –Marathon Des Sables- es una de las tantas que ha completado, como la mencionada al principio del texto, el ultraman de Canadá, donde el acceso estaba limitado a 31 atletas de todo el mundo.

“Yo era vago. Me gustaba jugar al fútbol, pero no entrenar. A veces hasta me escondía detrás de un árbol para escaquearme. Y mira ahora. He terminado una prueba en Australia que consistía en correr 523 kilómetros”. Carlos es difícil de definir: triatleta, ultrafondista, simplemente corredor, sufridor, activista, solidario… quizás todo eso a la vez, desde luego hiperactivo. Trabaja en Bankia -en banca personal gestionando una cartera de aproximadamente 300 clientes con patrimonios líquidos entre 75.000 y 1 millón de euros- y le da tiempo a entrenar, mantener con vida su propio club de fútbol sala en Torrelodones (forma parte de la cantera del Interviú), a cuidar su propia ONG en Burkina Faso, a organizar un TEDx y “ahora estoy estudiando inglés para hacer un máster en Estados Unidos”. Además, hasta le ha dado tiempo a escribir el libro 'De Oficinista a Finisher', donde cuenta algunas de sus experiencias deportivas y personales alrededor del mundo.

Su día tiene 24 horas, como el del resto, pero la claridad de sus objetivos y metas no es tan común. “Tenemos fecha de caducidad y quiero que mi tiempo sea lo más útil posible. Soy muy estricto con los horarios y hay días que si me toca levantarme a las 5 y acostarme a las mil porque se me han acumulado tareas, lo hago. Me cuesta, como a todo el mundo, pero me encanta lo que hago, no me quejo”. Hace un lustro no se imaginaba este tipo de conclusiones vitales, es algo a lo que ha llegado después de sus vivencias en pruebas extremas a lo largo y ancho del mundo… “Mis experiencias me han permitido aprender una serie de valores que me han ayudado a nivel personal y profesional. He perdido cualquier miedo a equivocarme. En la universidad llegué a pagar 10 euros a un compañero para que hablara en público por mí y ahora doy ponencias. Me he educado a ser constante y a creer en mí mismo. Los seres humanos somos capaces de hacer cosas que aparentemente parecen imposibles”, confiesa Carlos.

Organizado y meticuloso a la hora de exprimir su vida al máximo, hemos tratado de seguir su método para disfrutar de sus relatos y, al mismo tiempo, obtener una lectura al término de cada prueba. A continuación enumeramos las más importantes y decisivas para Carlos, aunque no las únicas.

En Marathon Des Sables (Sáhara) empezó como Forest Gump. “Vi el reportaje en la tele y me quede tan alucinado que comencé a navegar por internet hasta que encontré donde apuntarme. Entrené y me presenté allí en 2010. Fue muy duro. Se me cayeron varias uñas, se me hincharon tanto los pies que tuve que arrancar los cordones de las zapatillas para que me entraran, se me perdieron los dos bidones de agua y me vi en medio del desierto sin una sola gota de agua… pensé mil y una veces el típico “qué coño hago aquí” y en tirar la toalla. Lo tenía muy fácil, teníamos un cohete en la mochila, y si lo lanzaba me vendrían a recoger un 4x4. Al final terminé y me dije que jamás volvería a hacer algo parecido en la vida”.

Lección 1: fue su primer contacto con una situación límite, explorando cómo reaccionan músculos y, sobre todo, su cerebro frente a una pesadilla de la que podía despertar en cualquier momento. “Fue la primera vez que tomé conciencia de que si era constante podría hacer cosas que hacía poco veía como un imposible. El tiempo pasa muy rápido y si logramos la disciplina de poner cada día una piedrita de nuestro sueño, esa velocidad corre a nuestro favor. A veces dejamos de hacer cosas pensando que su valor es muy pequeño, pero date cuenta que todo suma. El océano no es más que un montón de gotas de agua.”.

Una noche tumbado por el desierto de Atacama

Una vez se le curaron las heridas físicas y psicológicas comenzó a pensar en “hacer otra. Me apunté a la del desierto de Atacama. Sufrí, pero menos. Ya tenía algo de experiencia. Los paisajes eran increíbles y cruzamos el famoso salar, donde caminar por él es como hacerlo por corales de mar, te destroza las suelas y en mi caso, también los pies, me hice una grieta de unos 10 centímetros en el pie izquierdo. Al día siguiente tocaba hacer una etapa de 82 km y cuando llegué al 61 decidí descansar, necesitaba un momento de alivio. Se me hizo de noche y me quedé solo en mitad del desierto. Si bien en el Sahara había conocido la soledad de la noche, en Atacama fue algo mucho más insoportable, ni se veía ni se oía absolutamente nada. Estaba solo conmigo mismo y una zozobra continua con tu mente. Pero al final, conseguí terminar”.

Lección 2: “En Atacama me di cuenta que las personas somos lo que nos hablamos a nosotros mismos y aprendí a gestionar esos pensamientos negativos que a veces nos enviamos de una manera descontrolada. Nuestros pensamientos determinan nuestra manera de actuar y nuestra manera de trasmitir”.

Vayamos por partes en el ultraman de Canadá

Después se apuntó al ultraman de Canadá. “Tenía miedo a la natación. El año anterior en Barcelona había nadado 1,9 kilómetros y salí del agua muy mareado y con nauseas, ¡y ahora quería nadar 10 kilómetros! No quería que se convirtiera en una pesadilla y me planteé en pensar únicamente en los siguientes 30 minutos, pasado ese tiempo, seria momento de agarrarme a la barca de mi equipo de asistencia, beber agua, dejar la mente en blanco, y pensar en los siguientes 30 minutos. Y así y tras 3 horas y 30 minutos conseguí pisar tierra. Resultó un éxito esta forma de afrontar la natación. El segundo día en bici todo iba bien hasta los últimos kilómetros que el viento en contra fue bestial y me dejó KO para la última jornada: 84 km corriendo. Me levanté pensando que ese día iba a resultar imposible correr la distancia equivalente a dos maratones. Me dolía todo. El primero lo gestioné bien pero en el segundo estaba como loco por llegar, menos mal que uno de mi equipo de asistencia se quitó los pantalones largos y se puso a correr conmigo. Su compañía hizo que toda esa ansiedad por llegar disminuyera y comenzara a concentrarme en el foco, que no era otro que seguir poco a poco hasta cruzar la meta.”.

Lección 3: “Acabar el ultraman, una prueba que me parecía para superheroes, me sirvió para pensar que las personas debemos confiar ciegamente en nosotros. Creo que todos tenemos capacidad para hacer cosas mucho más increíbles de lo que podemos pensar”.

La decepcionante música celestial de Hawaii

“En 2012 escuché música celestial cuando vi la prueba hawaiana del Epic 5, con sólo cinco deportistas de todo el mundo. Me inscribí por si sonaba la flauta ¡y me aceptaron! Pero resulto una experiencia decepcionante. El segundo día mi equipo de asistencia y yo decidimos abandonar por no estar de acuerdo con la organización en cómo se estaba desarrollando la prueba”.

Lección 4: “Para mí fue un palo porque tuve que abandonar en la carrera que más dinero me gasté y a la que había dedicado una cantidad infinita de horas de entrenamiento, pero en la vida las cosas no salen siempre como esperamos. Creo que hay que normalizar el fallo, es algo humano. El camino del éxito está lleno de errores y decepciones. El verdadero error es dejar de hacer algo que queremos o nos gusta por miedo a que vaya a salir mal. El éxito no está en el resultado, está en el cómo hacemos las cosas. Si damos lo máximo de nosotros mismos cada día y nuestro nivel de esfuerzo es máximo, la palabra fracaso no existe”.

Lección 5: además, aprovechando esta carrera tan mediática -salió en varios medios de comunicación- decidió realizar una acción solidaria y fundó su propia ONG -Childhoodsmile-, que ayuda a unos niños en Burkina Faso. “Conocer África me ha enseñado a relativizar los problemas del primer mundo, a valorar lo mucho que tenemos y a no depender de tantas cosas que realmente no necesitamos. Ser libre de ideas, costumbres, hábitos y/o prejuicios que nos limitan. Creo que la libertad es el camino más recto hacia la felicidad”.

En 2013 hizo el Gobi March entre China, Mongolia y Kazajistán, -de 250 kilómetros- y ese mismo año disputó la Ultra Africa Race -de 213 kilómetros en Burkina Faso-, “donde bebíamos hasta 8 litros de agua al día con un calor y una humedad tan grande que siempre estábamos con problemas de deshidratación. Había días que antes de salir ya tenía calambres en el estómago por falta de hidratación. Fue de las más duras, pero espectacular porque pasabas por aldeas y el contacto con la gente local es constante”. En 2014 completó una de 250 kilómetros en Madagascar. Fue una muy diversa: “Pasabas de playas paradisiacas a arrozales que te llegaban a la cintura o caminos interminables de tierra roja. Fue dura pero fue la primera vez que terminé la etapa larga de un tirón”.

Lección 6: “En Madagascar aprendí a aceptar. Me daba igual como fuera la situación, que tuviera dolores o que estuviera pasando por un mal momentos, me la tomaba como si así la hubiera elegido. Cuando niegas una situación te conviertes en víctima, cuanto la aceptas, tomas el control y te transformas”.

De 523 kilómetros 'sólo' le sobraron 70

Este año se inscribió a una carrera en Australia de 523 kilómetros. “Ya sabía gestionar los malos momentos, las penurias y el sufrimiento”, quizás por eso, los últimos 70 kilómetros de esta espeluznante prueba los logró terminar “arrastrándose con un insoportable dolor en los pies” y sin añadir tintes tan épicos como en las primeras carreras. La dureza de la prueba era mayor que ninguna otra, pero la del propio Carlos también.

Ahora su ilusión es correr la famosa Western States 100 norteamericana, mientras continúa gestionado clientes en Bankia, aprende inglés, destina fondos a su ONG, atiende a otros jóvenes en su club de fútbol sala y prepara TEDxTorrelodones. Suma, sigue y corre.

“Comencé a leer las instrucciones para participar y cuando llegué al apartado donde hablaba sobre cómo debía colocar los logotipos de mis patrocinadores… pensé: “¿Qué pinto yo en una carrera así?, si mi bici la compré en el segundamano y mi reloj es el más barato que encontré en eBay””. Carlos Llano es un chico normal, de 32 años, que por una recomendación médica para reforzar su rodilla maltrecha por el fútbol empezó a correr. “Y un día, tumbado en el sofá vi una maratón que se hacía por el Sáhara… y me dije a mí mismo: “¡Quiero hacerla!””. Esta prueba –Marathon Des Sables- es una de las tantas que ha completado, como la mencionada al principio del texto, el ultraman de Canadá, donde el acceso estaba limitado a 31 atletas de todo el mundo.

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