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El mejor libro sobre baloncesto soviético lo han escrito dos españoles
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'EL GIGANTE ROJO', DE MOREJÓN Y BRET

El mejor libro sobre baloncesto soviético lo han escrito dos españoles

La URSS dominó este deporte durante casi cincuenta años, pero la historia que se contó no siempre tiene que ver con la realidad

Foto: El equipo soviético que ganó la medalla de oro en Seúl 88. (Reuters)
El equipo soviético que ganó la medalla de oro en Seúl 88. (Reuters)

Desde hace un par de años, todos los meses se publican libros sobre el deporte en los años 80. La mayoría son desdeñables, pobres revisiones en clave pop de la época, sin fuentes originales, que orbitan en torno a iconos mínimos como los bigotes, los pantalones cortísimos o el hecho escandaloso de que los deportistas fumasen en los hoteles. Son libros que suelen concebirse como regalos de Navidad para treintañeros y, pasadas las fiestas, nadie vuelve a acordarse de ellos, porque nada tenían que aportar.

Por eso cuando recibí las galeradas de 'El gigante rojo: historia del baloncesto soviético' (Ediciones JC, 2020) apenas iba a dedicarle un minuto: mirar la preceptiva foto del Sabonis con las rodillas intactas y leer los siempre ácidos comentarios sobre su bigote y sus pantalones. Pero el prólogo a cargo de Sergey Tarakanov anticipó una realidad distinta: he aquí una 'rara avis' que va más allá del arrebato pop. Nada menos que 45 entrevistas con jugadores de la época se han marcado los autores, que no pertenecen –o quizá por eso– al mundo de la literatura deportiva. Son Nacho Morejón (1972), ingeniero de telecomunicaciones, y Marc Bret Cano (1987), físico de partículas en el CERN. Se conocieron en el foro de la ACB hace varios años y se dieron cuenta de que faltaba un 'Sueños rotos', la biblia del baloncesto yugoslavo, que tocase la parte de sus grandes rivales: los soviéticos. "Sí, ese libro fue nuestra inspiración, es una obra maravillosa", dice Marc Bret.

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Pregunta: Empezamos por el principio. Los rusos no saben inglés, y menos los de la época soviética. ¿Quién de los dos habla ruso y por qué?

Marc Bret: Yo hablo ruso porque mi novia es de ahí. He estado allí varias veces y he aprendido para poder hablar con su familia y manejarme.

Nacho Morejón: Hablar ruso ha sido definitivo. Sin Marc, el libro habría sido completamente distinto. Y diré otra cosa: ha sido definitivo el salto generacional entre nosotros. Por ejemplo, para mí hablar con Kurtinaitis era casi como hablar con Dios, me imponía de la leche, pero Marc es más joven, no lo ha tenido como ídolo, y se lanzaba sin problema.

P: Otro secreto del éxito, como siempre, es el momento. Pilláis a los soviéticos treinta años después, cuando han bajado la guardia y pueden contar cosas que a principios de siglo todavía les daban respeto.

M. B.: Desde luego, pero esto también tiene un precio: de los doce jugadores soviéticos que ganaron el oro en los JJOO de Múnich, solo quedan cuatro vivos. Es curioso, porque de los doce norteamericanos que jugaron contra ellos, quedan once vivos. De todos modos yo estoy contento, porque casi todos han estado dispuestos a hablar y a recordar aquella época. Su nivel de endiosamiento, si lo comparas con los NBA de la época, que es con quienes se jugaban la medalla de oro, no tiene nada que ver. Es más, te diría que a la mayoría le ha hecho ilusión que nos interesásemos por su pasado.

"A menudo desaparecía un jugador soviético. Se achacaba a una lesión, pero solían ser problemas de aduana"

P: ¿Quiénes no os respondieron?

M. B.: Sabonis, por ejemplo. Ya nos habían avisado que era arisco y que no se prestaba a este tipo de cosas, y así fue. Tampoco pasa nada, porque hemos podido reconstruir los acontecimientos con los testimonios de muchos de sus compañeros.

P: En vez de recurrir a la cultura popular, os da por meteros tres años a trabajar en una revisión del baloncesto soviético y, claro, descubrís que el relato que recibimos en Occidente no era del todo ajustado a los hechos.

N. M.: Nuestra idea principal era separarnos de la nostalgia y de las fuentes occidentales. Todos recordamos aquellas retransmisiones con Pedro Barthe y tenemos unos recuerdos grabados en piedra que nos parecen incuestionables. Por ejemplo, en el Eurobasket del 83, Pedro Barthe anuncia que Tkachenko no puede jugar porque tiene un dedo roto, cuando lo cierto es que le habían pillado con dólares en la Unión Soviética y le habían retirado el pasaporte.

P. ¿Hay mucha diferencia entre las versiones occidental y soviética?

M. B.: Depende. En el caso de la revista Maxibasket francesa se da un caso curioso: tenían a un periodista, que se llama Nicolás y hemos tenido el placer de conocer para este libro, que era amigo personal de Tarakanov. Es un caso raro, porque los periodistas occidentales no solían tener relaciones cercanas con los jugadores soviéticos. El caso es que Nicolás tenía información de primera mano y a menudo era el único que publicaba la verdad sobre lo que sucedía en el baloncesto de la URSS.

Luego si coges la Nuevo Basket española, pues sí, había diferencias. O Trecet, que decía que Gomelski era un coronel del KGB, cuando era un coronel del ejército, y básicamente porque estaba en el CSKA que es el equipo del ejército.

N. M.: Hay diferencias sobre todo en las desapariciones. A Gomelski también le pillaron con dólares y le quitaron el puesto de seleccionador, aunque se dijo a la prensa que estaba de baja... ¡por un infarto! Preocuparon al mundo del baloncesto muchísimo cuando el hombre estaba perfectamente. Esto, por cierto, benefició a España alguna vez, como en el Eurobasket del 73, cuando ganamos a los soviéticos porque de los doce rusos, pillan a seis volviendo de Panamá con muchas compras –ellos tenían unos límites– y los mandan de vuelta a la URSS.

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La Unión Soviética, nacida en 1922, no participó en torneos internacionales de baloncesto hasta 1947. La excusa oficial sostenía que era para no contribuir a los espectáculos deportivos del capitalismo, pero la verdad era otra. Moscú había identificado al deporte como el mejor vehículo para demostrar la superioridad del comunismo y no quería competir a nivel internacional hasta no estar seguros de, al menos, estar entre los mejores del mundo.

placeholder Estados Unidos y la URSS se enfrentaron en la polémica final de Múnich 72 (Reuters)
Estados Unidos y la URSS se enfrentaron en la polémica final de Múnich 72 (Reuters)

En menos de cincuenta años, los soviéticos dominaron Europa y fueron los únicos que le han arrebatado dos medallas de oro olímpicas a Estados Unidos: la de Múnich 72 y la de Seúl 88. Aunque no participan desde 1990, algunos de los records soviéticos están fuera del alcance de cualquiera, como sus catorce Eurobaskets: los siguientes son España y Lituania con tres títulos cada uno.

Y en mitad de todo, Alexander Gomelski (1928-2005), eterno seleccionador soviético y entrenador del CSKA de Moscú, el 'Padrino' del baloncesto ruso, con un palmarés que incluye dos mundiales, cuatro Euroligas, seis Eurobaskets y un oro olímpico.

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P: Hablemos de Gomelski. ¿Es su figura tan clave?

M. B.: Hay tendencia a darle demasiado mérito. En el aspecto global su impacto para la Unión Soviética fue positivo, pero más a nivel manager, o gestor de egos, que a nivel táctico del juego, donde se movía mucho peor. Es el caso opuesto a Aito García Reneses: el mejor entrenador de España, pero que no supo entenderse con los jugadores de la Selección.

N. M.: Gomelski es un hombre de pasillos, ahí es un genio. Lo defenestran dos veces desde Moscú y las dos consigue regresar al equipo. Es el tipo de inteligencia capaz de colocar a un 'matao' para sucederle a la espera de que le vuelvan a llamar. Y sucede. Muchos jugadores atribuyen a Gomelski el oro de Seúl, porque se sentaba con cada uno de los jugadores y les convencía de que eran los mejores, un poco al estilo de Luis Aragonés.

De todos modos, hay etapas en Gomelski. Hasta 1980 es un dictador, defenestra a varios jugadores de 28 y 29 años, pero después entra en otra fase, más de padre de los jugadores, que le reporta muchos éxitos y el cariño de todos.

P: Gomelski arranca ganando tres Euroligas. Después se encuentra con su bestia negra: el Real Madrid.

M. B.: Sí, el Madrid es el primero que les pone en serios aprietos después de pasearse por Europa. Le disputa dos finales a comienzos de los 60 a los equipos soviéticos y en el 64 gana la primera Euroliga, por entonces llamada Copa de Europa. Después llegaría la pujanza del CSKA y su rivalidad con el Madrid. Eran los grandes de Europa.

N. M.: Que es una rivalidad deportiva y también política, porque el régimen de Franco ni siquiera reconoce a la Unión Soviética. Entonces los primeros enfrentamientos se dan en canchas neutrales: Ginebra, París... o no se juegan sin más, el Real Madrid abandona por orden de Franco. La primera vez que el Madrid juega en Moscú y el CSKA en Madrid es en el 63. Saporta odiaba tener que retirarse, así que pidió poder jugar en Moscú. Franco llamó al Pardo a Saporta, Bernabéu y el entrenador Pedro Ferrándiz. Lo único que les preguntó es: "¿Pero tenemos posibilidades de ganar a estos rusos?". Ferrándiz le dijo que sí, que ganaban seguro... y ganaron.

P: Contáis en el libro otro detalle interesante: que los jugadores destacados de lo que ahora conocemos como repúblicas bálticas tenían herramientas para evitar el reclutamiento de los equipos de Moscú.

M. B.: Sí. El caso más claro es Litiuania, donde estaba muy mal visto que un jugador se fuera al CSKA. Hay que tener en cuenta que la URSS obligaba a dos años de servicio militar, que era un muy duro, y la mejor forma de pasarlo era jugando en el CSKA, donde la presencia en el ejército era testimonial. La mayoría de los jugadores optaban por esto, pero los lituanos tenían sus propias formas de hacer el servicio militar en su tierra. También hay que tener en cuenta que estar en el CSKA era estar vinculado al ejército, rival del KGB, y eso te sacaba de muchos problemas cuando te pillaban después de un viaje con dólares, joyas o lo que fuese.

N. M.: Uno de los pocos casos de lituanos que jugaron en el CSKA fue Kurtinaitis, que desde joven bebía mucho y Gomelski se lo llevó a Moscú para salvar su carrera. Esto le costó mucho a Kurtinaitis en Lituania, tardaron muchos años en perdonarle que jugase para el enemigo.

placeholder Sabonis y Bogues en el Mundial 1986 (Reuters)
Sabonis y Bogues en el Mundial 1986 (Reuters)

P: El enemigo, así veían los lituanos a los rusos.

N. M.: Sí, sí, el CSKA era para ellos la representación de lo soviético, el gran rival de su Zalgiris. Piensa que cuando surge el joven Sabonis, los lituanos se vuelven locos para retenerlo: con solo 17 años intentan que adopte un niño, meterlo en la universidad... lo que sea con tal de que no se fuese a Moscú. De todos modos, el asunto tampoco era tan serio como se pueda imaginar: Moscú y los lituanos tenían una especie de pacto de caballeros para no obligar a nadie a jugar en el CSKA y se cumplía.

P: Me parece curioso que, a diferencia de equipos deportivos como los de Cuba, que aprovechan cada competición internacional para huir, en la Unión Soviética no se marchaba nadie, a pesar de que en la NBA podrían pagarles mucho más dinero.

M. B.: Esto es muy interesante, porque es verdad que no hemos hablado con ningún defector soviético. En líneas generales, los soviéticos vivían bastante bien, en especial los ciudadanos de las repúblicas bálticas. Tenían acceso a bienes de consumo mejores que el resto, les pagaban bien, en la calle les trataban como a estrellas...

N. M.: A mí también me han dejado claro que vivían muy bien. El primero de ellos, Chechu Biriukov, que dice que vivía de puta madre en Moscú y que no se quería venir a Madrid. Los jugadores estaban muy protegidos y no sufrían la represión, que por otra parte se relajó muchísimo tras la muerte de Stalin en 1953.

P: Los soviéticos siempre viajaban con agentes del KGB. ¿Pudo ser este el motivo de que no se fugase nadie?

M. B.: Depende a quién le preguntes. Unos te dicen que sí, que estaban constantemente encima de ellos y otros que se iban a dar largos paseos por Nueva York y ni les preguntaban a la vuelta. El KGB intentaba dar la imagen de que lo controlaba todo, pero no era así: ellos mismos trapicheaban con caviar y productos que no se podían comprar.

N. M.: Y hay otro detalle a tener en cuenta: algunos jugadores eran informantes del KGB. Quizá sean ellos los que le quiten hierro al asunto, en estos casos nunca sabes bien de quién puedes fiarte. Otro dato: los jugadores extranjeros con los que competían a nivel internacional, sí tenían la sensación de ser controlados cuando hablaban con los soviéticos.

M. B.: Este periodista francés que hemos mencionado antes afirma que sí, que había agentes del KGB en las concentraciones y que era sencillo identificarlos. Pero no era la misma intensidad en los 50 que a finales de los 80. Es gracioso que en el 85 los soviéticos pierden un partido contra España y Gomelski les amenaza con mandarlos a Siberia. Los jugadores se lo tomaron a broma, porque sabían que esas cosas ya no sucedían.

El KGB fingía que lo controlaba todo, pero no era así: ellos mismos trapicheaban con productos que no se podían comprar

P: 1984. El Real Madrid consigue fichar a Chechu Biriukov, una de las perlas de la URSS junto con Sabonis, cuando de allí no salía nadie.

M. B.: De hecho gana con la URSS un europeo juvenil sin Sabonis, con Biriukov como estrella. Pero su caso es especial, porque su madre es española y ya hablamos de una repatriación. Si los dos padres hubieran sido soviéticos, no le habrían dejado salir de ninguna manera, porque la URSS nunca había perdido un talento de este nivel. En los 80, Gomelski priorizó a jugadores exteriores muy atléticos como Chomicius, y ahí Biriukov daba ese perfil, aunque supongo que el crecimiento de jugadores como Marciuliunis les compensó.

N. M.: ¡Eso es! Chomicius no la metía ni en una piscina, pero era muy fuerte y ahí es donde veía Gomelski que fallaban contra los americanos.

P: A partir de los 70, Yugoslavia también le planta cara a los soviéticos. Para los yugoslavos, la URSS es el espejo donde mirarse, pero, ¿qué opinan al otro lado?

M. B.: Yugoslavia es plata en los JJOO del 68 y gana el Mundial del 70. Llegan Kikanovic, Delipagic... y los bajan de la nube. En los 70, los soviéticos ya tienen claro que los yugoslavos son su máximo rival en Europa.

N. M.: Además es que los yugoslavos zurraban, jugaban mucho con la psique del rival, y los soviéticos eran más fríos. Por cuestiones geopolíticas, la mayoría de los yugoslavos hablaban algo de ruso, y lo utilizaban en los partidos. Kikanovic le gritaba a Gomelski "siéntese coronel, que se va a cansar" y no veas cómo se ponía. O Slavnic, que siendo un chaval desafiaba a Belov delante de todos, que era una leyenda. Les crearon lo que nosotros llamamos en el libro "el síndrome yugoslavo".

M. B.: Les comieron la moral a los soviéticos y en los 80 se notó bastante.

P: Aquella Yugoslavia, en muchos aspectos, podía considerar una URSS en miniatura. Aquellas derrotan debieron doler en Moscú.

N. M.: Había complejo, sobre todo con los entrenadores: en la URSS pensaban que los yugoslavos eran todos genios y los suyos unos patanes. Y tenían algo de razón, porque Yugoslavia hacía las cosas muy bien: captaba el talento muy pronto, destacaba en varios deportes, técnicamente eran fantásticos y destacaban en la organización.

P: ¿Cuál fue el último gran momento del baloncesto soviético?

N. M.: En 1988. En 1972 también ganaron en la final olímpica a los norteamericanos, pero hubo aquella polémica de los tres segundos y quedó empañado. En Seúl la victoria es cómoda, aunque el marcador se apriete por momentos, pero es una victoria con todas las de la ley. La URSS avanza por los 80 a trompicones, pero se despide con su último gran momento en 1988.

M. B.: Sin duda. Además de que ganaron a Estados Unidos y Yugoslavia, lo hicieron con Gomelski de vuelta. Después llegó la separación y el baloncesto ruso nunca volvió a competir a ese nivel.

Desde hace un par de años, todos los meses se publican libros sobre el deporte en los años 80. La mayoría son desdeñables, pobres revisiones en clave pop de la época, sin fuentes originales, que orbitan en torno a iconos mínimos como los bigotes, los pantalones cortísimos o el hecho escandaloso de que los deportistas fumasen en los hoteles. Son libros que suelen concebirse como regalos de Navidad para treintañeros y, pasadas las fiestas, nadie vuelve a acordarse de ellos, porque nada tenían que aportar.

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