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'The Crown': ¿son Diana de Gales y Dodi Al Fayed la pareja más aburrida del mundo?
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La serie del fin de semana

'The Crown': ¿son Diana de Gales y Dodi Al Fayed la pareja más aburrida del mundo?

Netflix acaba de estrenar los primeros cuatro capítulos de la sexta y última temporada de 'The Crown', centrados en la historia de ¿amor? de Diana de Gales y Dodi Al Fayed

Foto: Elizabeth Debicky y Khalid Abdalla, como Lady Di y Dodi Al Fayed. (Netflix)
Elizabeth Debicky y Khalid Abdalla, como Lady Di y Dodi Al Fayed. (Netflix)

Cuando el próximo 14 de diciembre se estrene el último capítulo de The Crown, seremos siete años más viejos que aquel 1947 en el que la princesa Isabel de Inglaterra (interpretada por Claire Foy) se casó con el príncipe Felipe (Matt Smith). En 2016, no solo éramos más jóvenes, sino que no sabíamos qué era el covid y casi tampoco las plataformas, y The Crown desembarcó como el buque insignia de Netflix, la serie más ambiciosa y más cara de la historia, una sacada de miembro de más de cien millones de dólares por temporada.

Los opulentísimos decorados, los actores de primera línea —y la expectación por los cambios de reparto cada dos temporadas— y la posibilidad de no solo entender la historia de Europa a través de la trayectoria reciente de la monarquía más —aparentemente— sólida, sino también colarse en las grietas de su intimidad más prosaica, han convertido The Crown en uno de los títulos indispensables de la tercera —o cuarta o quinta— edad de oro de la ficción televisiva.

La sexta y última temporada se estrena ahora en Netflix en dos tandas —los primeros cuatro capítulos el 19 de noviembre y los últimos cuatro el ya mencionado 14 de diciembre—, en un cierre deslucido, meloso y excesivamente dilatado y centrado en la crónica rosa alrededor de Lady Di y nada más. El perfecto tableau vivant de la Casa Windsor —en realidad Sajonia Coburgo y Gotha, rebautizada para limpiarse de cualquier pecado de alemanidad— con la atención repartida entre las decenas de personajes de la familia era el principal atractivo de una crónica que equilibraba lo histórico y lo rosa a través de sus diferentes tramas: mientras la reina Isabel se reunía con Churchill, Felipe se enredaba en sábanas ajenas.

Peter Morgan, creador de The Crown, debería haberse dejado llevar por ese primer instinto de haber terminado la serie en su quinta temporada. Pero la posibilidad de recrear la tragedia real que marcó el inicio del fin de los años noventa —la muerte de Lady Di y Dodi Al Fayed en un accidente de tráfico— parece demasiado golosa para no sucumbir a la tentación de estirar demasiado el chicle.

Lady Di (interpretada por Elizabeth Debicky) muere. Por si la impaciencia impidiese llegar al final del cuarto capítulo, los guionistas de la serie han optado por empezar con el accidente en el Pont de l’Alma de París. Pasa un minuto de la primera temporada y ya hay tres muertos. La cuestión, proponen, es cómo llegaron hasta allí.

Y hasta allí llegan a través de cuatro larguísimos y tediosos episodios en los que el personaje de Diana y Al Fayed insisten en la frivolidad y el vacío de sus vidas. Por un lado, Dodi (Khalid Abdalla) aparece representado ya no como un playboy consentido a punto de casarse con una modelo, sino como un hombre endeble dominado absolutamente por la voluntad de su padre, el magnate egipcio Mohammed Al Fayed, retratado como un ambicioso amago de faraón del siglo XXI, enfrentado al racismo y desprecio de clase de la élite británica. Pero el problema no en sí es la luz con la que se le retrata —débil de mente, hueco por dentro—, sino la insistencia en ello.

Durante cuatro larguísimos y tediosos episodios, los personajes de Diana y Al Fayed insisten en la frivolidad y el vacío de sus vidas

Lo que en anteriores temporadas era sutileza y tridimensionalidad, aquí se queda en cuatro trazos arquetípicos y en una serie de situaciones sin mucho más interés que mostrar el aburrimiento que supone la vida de rico. Conversaciones insulsas, sexo desapasionado —ni eso, porque la serie apunta, pero no dispara en este sentido— y mucha languidez de espíritu en la que no se explotan bien las intrigas palaciegas, siquiera, con un Mohammed Al Fayed revelando sus cartas desde el primer momento en unos diálogos shakespearianos perezosos que se resumen en que, en líneas generales, Al Fayed prácticamente quiere prostituir a su hijo y servírselo en bandeja a Diana para conseguir influencia, favores y reconocimiento entre la Corona inglesa y aledaños.

En esta temporada se ha perdido el plano general, las hilazones políticas y el retrato social de la época, para centrarse en el costumbrismo vacuo de un amor al que hasta la serie le resta importancia y verdad. Que el conflicto central sea un amor que ni fu ni fa no ayuda al interés de la trama y a que no acabe ganando la partida el sopor y la desidia.

Tampoco aporta demasiado un personaje central que no refuta ningún aspecto del discurso oficial que ha quedado de Diana —no el de la época, en el que se la tachó de casquivana e irresponsable—, que no parece querer nada —los guionistas lo arreglan con una inesperada declaración de amor a sus hijos—, cuyos gestos se sienten impostados, para alimentar una necesidad de sentirse reconocida —la conversación con Dodi sobre su trabajo contra las minas antipersona incide en su faceta más frívola— y que contagia su abulia estival al espectador.

placeholder Dominic West es Charles en esta sexta temporada. (Netflix)
Dominic West es Charles en esta sexta temporada. (Netflix)

Resulta más interesante incluso el personaje de la prometida plantada de Dodi, Kelly Fisher, que al menos tiene la original idea de demandar a su expareja por dejarla plantada a pocas semanas de su boda. En un momento, la futura despechada le plantea a su novio infiel algo así como “¿cómo no voy a sentir celos de que estés a sola con la mujer más guapa del mundo?”. Lo que sí son en la serie Dodi y Diana son la pareja más aburrida del mundo. Hasta el punto de matar de aburrimiento.

El acoso de la prensa y la época más salvaje del paparazzismo tampoco está mejor representada que, por ejemplo, en Pam & Tommy. Aquí se limitan a repetir persecuciones por hordas de fotógrafos, pero no reflexiona sobre por qué se permitía ese nivel de acoso, cuáles eran las repercusiones sociales y personales del mismo o cómo los lectores de prensa amarilla fuimos conniventes con el fenómeno de deshumanización de los famosos que llevó al límite a personas —que no personajes— como Britney Spears o Lindsay Lohan —incluso lo siguen haciendo con el príncipe Enrique y la duquesa Meghan Markle—, pero que hoy día se cuestiona de una manera mucho más crítica que en los inicios de internet.

placeholder Ed McVey, como el príncipe William en esta versión. (Netflix)
Ed McVey, como el príncipe William en esta versión. (Netflix)

The Crown se ha dejado arrastrar por la narrativa telenovelesca de un drama romántico, pero desnutrida de pasión, lo que deja una historia tan interesante como la negociación entre dos adolescentes en la edad del pavo decidiendo si ir a la bolera o a las máquinas recreativas. Pero en un entorno de glamur, lujo y yates en Saint Tropez. “—¿Qué te apetece hacer? —No sé, me da igual. ¿A ti qué te apetece hacer?”, ad infinitum.

Esta temporada ha perdido el plano general, las hilazones políticas y el retrato social de la época

Además de ser una temporada mucho más vacía de interés y de contenido, formalmente evita cualquier riego y, cuando lo toma, recurre a trucos tan indigestos como las conversaciones postmortem.

El consuelo: todavía quedan cuatro capítulos, ya sin el obstáculo de Diana, para darle a la serie el cierre digno que merece no solo el mejor drama histórico televisivo de la última década, sino también la familia de royals que más horas de entretenimiento nos ha regalado sacrificándose en sus trapos sucios.

Cuando el próximo 14 de diciembre se estrene el último capítulo de The Crown, seremos siete años más viejos que aquel 1947 en el que la princesa Isabel de Inglaterra (interpretada por Claire Foy) se casó con el príncipe Felipe (Matt Smith). En 2016, no solo éramos más jóvenes, sino que no sabíamos qué era el covid y casi tampoco las plataformas, y The Crown desembarcó como el buque insignia de Netflix, la serie más ambiciosa y más cara de la historia, una sacada de miembro de más de cien millones de dólares por temporada.

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