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'Candyman': si buscan sustos, dejen esta película y vayan a una manifestación
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'Candyman': si buscan sustos, dejen esta película y vayan a una manifestación

Nia Da Costa revive el mito novelado por Clive Baker, convertido en una saga a principios de los 90, y lo actualiza con las polémicas sociales de la gentrificación y el racismo

Foto: Yahya Abdul-Mateen II es Anthony McCoy, el protagonista del 'reboot' de 'Candyman'. (Universal)
Yahya Abdul-Mateen II es Anthony McCoy, el protagonista del 'reboot' de 'Candyman'. (Universal)

Como explica Bruno Bettelheim en 'Psicoanálisis de los cuentos de hadas', publicado originalmente en 1977, las leyendas y los relatos de transmisión oral nacen como advertencia, como una especie de guía rápida y sencilla para que los niños aprendan que si desobedecen a sus madres morirán, que si hablan con desconocidos morirán y que si comen muchos dulces también morirán. Igual que la niña de la curva es más vieja que la tos —al parecer, la versión original podría aludir al carruaje como medio de transporte— y el Sacamantecas basa su mito en las vidas reales de varios asesinos en serie del siglo XVIII, la sociedad demanda sus propias leyendas urbanas como reminiscencias de aquella tradición oral que muta y se transforma con una sociedad en la que los jóvenes han cambiado la pastilla de chocolate por la de MDMA, por lo que la bruja de la cabaña de ventanas de azúcar es ahora un camello que mete droga en los caramelos, regalando la mercancía, vaya usted a saber por qué.

Cuando el novelista de terror inglés Clive Barker, padre de 'Hellraiser', escribió el relato corto 'The Forbidden', inspiración de la saga 'Candyman', el 'monstruo' al que se enfrenta la protagonista, Helen Lyle, no aparece descrito como el hombre afroamericano rodeado de abejas y con un garfio en la mano que popularizó la película de 1992. El trasfondo de la leyenda, aunque ambientada en los barrios deprimidos de Chicago, no tenía mucho que ver con las tensiones raciales que acompañan a Estados Unidos desde su nacimiento como nación —pregúntenselo a D. W. Griffith—, pero el director y guionista Bernard Rose convirtió a Candyman en el espíritu de un hombre afroamericano del siglo XIX ajusticiado por mantener una relación interracial, legales plenamente en "el país de las libertades" solamente desde 1967. Ahora, casi 20 años después, la directora Nia Da Costa y Jordan Peele —coproductor y coguionista en esta película; responsable de 'Déjame salir' (2017) y 'Nosotros' (2019)— renuevan la leyenda de Candyman en un momento en el que los asesinatos de varios ciudadanos afroamericanos por parte de las autoridades han devuelto a primera línea de la actualidad el racismo connatural a una sociedad tan desigual y parcelada como la estadounidense.

placeholder Teyonah Parris es Brianna, la novia de Anthony. (Universal)
Teyonah Parris es Brianna, la novia de Anthony. (Universal)

Con el movimiento #BlackLivesMatter muy presente a la hora de encajar el guion de este 'reboot' que es, más bien, una secuela, Da Costa propone una película que funciona mucho mejor en su aspecto de crítica social que como cinta de género, de terror sobrenatural. Y el discurso, nada sutil, aparece subrayado una y otra vez en lo que actúa como manifiesto que reflexiona sobre el poder del relato y la necesidad de mitos en el contexto de un gueto marginal de Chicago en el que los residentes afroamericanos temen mucho más a los agentes de policía que a un fantasma rodeado de abejas que asesina, al menos en este 'Candyman' de 2021, a auténticos esnobs insoportables que bien merecen que les evisceren con un gancho de carnicería. Gracias, Candyman.

A pesar de la imagen que consiguen Da Costa y su director de fotografía, John Guleserian —atención a las imágenes de los títulos de crédito, una vuelta de tuerca a los drones omnipresentes—, 'Candyman' no consigue generar terror y desaprovecha los elementos con los que juega y las convenciones del género a las que recurre. Quizá sea demasiado tosca o le falte ambigüedad, o simplemente haya preferido hacer énfasis en el discurso sacrificando un terror más ambiental —también resulta confusa a la hora de sentar las bases de lo supernatural: ¿qué ve el protagonista y qué ven los demás?—, pero a la película le falta cierta laxitud de los mecanismos, cierta naturalidad en los procesos para que no parezca que la película está diseñada con una rigidez marcada ya desde los diálogos. La tensión se diluye, quizá por la necesidad de dotar a la película de más momentos de pausa en los que los personajes hablen de las problemáticas sociales de la comunidad afroamericana.

placeholder Da Costa recupera a Tony Todd, el Candyman original de 1992. (Universal)
Da Costa recupera a Tony Todd, el Candyman original de 1992. (Universal)

Da Costa rescata en 2021 al Candyman original, Tony Todd, que sirve como nexo con la historia de la cinta de 1992. El protagonista, Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II) es un pintor de poca monta cuya novia, Brianna (Teyonah Parris), le ha colado en una exposición colectiva de una galería de Chicago, muy moderna y muy radical. Después de que el marchante de arte (Brian King) desprecie su obra por anticuada y convencional, el hermano de Brianna, Troy (Nathan Stewart-Jarrett), le cuenta en una velada la leyenda de Candyman, el hombre de los caramelos. Para invocarlo hay que colocarse delante de un espejo y repetir su nombre cinco veces. La contrapartida: cuando se presenta descerraja a quien lo haya invocado de arriba abajo con su garfio de metal. Da Costa, a través de animaciones que se asemejan a las sombras chinas, cuenta la historia de Candyman, ambientada en 1977, en la que el malvado espectro asesino intentó sacrificar a un niño en una hoguera y una mujer, Helen, enloqueció tras la pista de "el hombre de los caramelos".

Y, a través del punto de vista de Anthony, Da Costa transita por la herencia cultural y social de la comunidad negra y de sus barrios. 'Candyman' critica la gentrificación de los barrios deprimidos de las grandes ciudades —"los blancos construyeron el gueto y luego lo tiraron abajo cuando se dieron cuenta de que era un gueto"— y plantea cómo, por un lado, algunos trabajadores afroamericanos han visto cómo su estatus socioeconómico se ha elevado desde la lucha por los derechos civiles, pero, a su vez, el 'statu quo' blanco sigue desarrollando comportamientos racistas e, incluso, supremacistas. Porque medio siglo después de la revolución de los derechos civiles, la policía sigue disparando y asesinando a ciudadanos negros por ser sospechosos. Además, el guion plantea la importancia de la voz que cuenta la historia. ¿Qué pasa si la historia se cuenta desde el otro lado? ¿Quién es el héroe y quién es el villano?

placeholder Yahya Abdul-Mateen II ha aparecido también en superproducciones como 'Aquaman'. (Universal)
Yahya Abdul-Mateen II ha aparecido también en superproducciones como 'Aquaman'. (Universal)

A medida que investiga sobre el mito de Candyman, el protagonista se obsesiona con el personaje y comienza a dedicarle toda su obra —un espejo incluido, como parte de una pieza interactiva en la que hay que repetir el nombre de Candyman cinco veces—, para después ser testigo de cómo el fantasma va regando de rojo los suelos pijos de la ciudad. Lo más interesante de la película reside en la nueva interpretación del personaje y en el mensaje sobre las herramientas colectivas para luchar contra la opresión. Sin embargo, a la película le falta explotar la atmósfera de sensaciones exigibles a una buena cinta de terror. Si buscan sustos, mejor que vayan a una manifestación y se coloquen frente al cordón policial, viene a decir la propia película.

Como explica Bruno Bettelheim en 'Psicoanálisis de los cuentos de hadas', publicado originalmente en 1977, las leyendas y los relatos de transmisión oral nacen como advertencia, como una especie de guía rápida y sencilla para que los niños aprendan que si desobedecen a sus madres morirán, que si hablan con desconocidos morirán y que si comen muchos dulces también morirán. Igual que la niña de la curva es más vieja que la tos —al parecer, la versión original podría aludir al carruaje como medio de transporte— y el Sacamantecas basa su mito en las vidas reales de varios asesinos en serie del siglo XVIII, la sociedad demanda sus propias leyendas urbanas como reminiscencias de aquella tradición oral que muta y se transforma con una sociedad en la que los jóvenes han cambiado la pastilla de chocolate por la de MDMA, por lo que la bruja de la cabaña de ventanas de azúcar es ahora un camello que mete droga en los caramelos, regalando la mercancía, vaya usted a saber por qué.

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