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'Happy End': el Haneke más patético en la película que más se le parece
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'Happy End': el Haneke más patético en la película que más se le parece

Con Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert encabezando el reparto, el director austríaco vuelve a señalarle las vergüenzas a la alta burguesía europea

Foto: Un fotograma de 'Happy End', la última película de Michael Haneke. (Golem)
Un fotograma de 'Happy End', la última película de Michael Haneke. (Golem)

'Happy End' está lejos de ser la mejor película de Michael Haneke; podría decirse, eso sí, que es la más hanekiana, como una colección de grandes éxitos del director que más ha hecho en las últimas décadas por convertir el cine de autor europeo en un escaparate para lo peor de la condición humana. Ahora, por primera vez, todas sus obsesiones están disponibles en un único metraje: el voyerismo tecnológico de 'El vídeo de Benny' (1992), el trauma colonialista de 'Caché' (2005), la adolescencia perversa de 'La cinta blanca' (2009), la pulsión eutanásica de 'Amor' (2012), el comentario sobre el racismo en Europa de 'Código desconocido' (2000) y el desprecio por la burguesía que permea toda su carrera. Más que una película, pues, es una colección de temas que, lamentablemente, el austriaco ya ha explorado de forma más acertada en el pasado.

Al menos la tecnología, es cierto, ha sido actualizada para este nuevo mundo de indecencia e indiferencia amplificadas: los mensajes de Facebook son cruciales para la trama, y cuando en una escena un personaje graba inquietantes escenas domésticas, lo hace con un teléfono y no con una videocámara. Dicho cineasta 'amateur' resulta ser Eve, una niña de 12 años, que al principio de la película envenena a su madre con antidepresivos y graba con un iPhone los efectos que la droga causa. Como consecuencia del incidente, Eve pasa a vivir con su padre en la mansión que la adinerada familia de este posee en Calais, y no tardamos en comprender que la joven no es más que la última manzana en caerse de un árbol muy podrido.

placeholder Jean-Louis Trintignant, en 'Happy End'. (Golem)
Jean-Louis Trintignant, en 'Happy End'. (Golem)

A partir de entonces, Haneke recurre a una estructura episódica para ir completando pieza a pieza un retrato grupal que, a causa de la aversión del director a los diálogos explicativos y su habitual inclinación a mostrarnos solo fragmentos de los espacios o contemplar la acción desde exageradas distancias, funciona como algo parecido a un misterio que resolver. Y para muchos espectadores hacerlo supondrá un esfuerzo vano, considerando lo simplistas que en esta ocasión son las conclusiones a las que 'Happy End' llega: esencialmente, que las inmorales clases pudientes viven aisladas de los problemas del mundo. En concreto, Haneke lleva a cabo una mirada soslayada a la crisis de los refugiados para, como acostumbra hacer a través de sus películas, señalarnos a nosotros como cómplices.

Haneke lleva a cabo una mirada soslayada a la crisis de los refugiados para señalarnos a nosotros como cómplices

En el proceso, la película se niega a tomar la forma de un drama familiar, o de un 'thriller', o de una sátira o de un folletín o de cualquiera de los géneros con los que coquetea. En cambio, se mueve de escena a escena dejando caer detalles que sugieren deseos latentes y pena supurante y desprecio soterrado, pero el camino no llega a ningún lugar identificable. Entre la miríada de puntos de vista, las historias individuales carecen de espacio para tomar forma. Haneke no se detiene lo suficiente en los personajes para que desarrollemos un interés particular por ninguno de ellos; tan solo parecen interesarle como vehículos de comportamientos que la película parece considerar oscuramente cómicos pero que en realidad solo resultan patéticos.

placeholder Isabelle Huppert es Anne Laurent en 'Happy End'. (Golem)
Isabelle Huppert es Anne Laurent en 'Happy End'. (Golem)

Formalmente, el austriaco vuelve a demostrar que no tiene parangón a la hora de usar la quietud y la aparente calma para dejarnos mal cuerpo, y para recurrir a precisas orquestaciones del espacio para sugerir que algo terrible podría suceder en cualquier momento. Es un método que en el pasado le ha resultado contundentemente efectivo, pero que aquí da muestras de agotamiento; por ejemplo, en la segunda secuencia de la película, que adopta en su totalidad la perspectiva de una cámara de seguridad para contemplar desde la distancia una obra de construcción. El tiempo que Haneke se toma antes de mostrarnos la calamitosa resolución de la escena es tan prolongado —y tan innecesario, considerando lo previsible que el momento resultará a quien esté familiarizado con el cine del director— que casi resulta autoparódico.

El método Haneke en esta ocasión da muestras de agotamiento

En 'Amor', Jean-Louis Trintignant interpretó a un hombre llamado Georges Laurent que acababa asfixiando a su esposa. Y en 'Happy End', el actor interpreta a un hombre llamado Georges Laurent que en el pasado asfixió a su esposa y ahora él mismo anhela la muerte; postrado en una silla de ruedas, les pide a sus parientes, y a su barbero e incluso a completos desconocidos, que lo ayuden a morir. Puede que ambos hombres no sean la misma persona. Igual que el suicidio asistido, el nombre George Laurent es otro asunto recurrente en el cine hanekiano. Pero el vínculo que la coincidencia establece entre ambas películas, aunque sea accidental, es muy importante.

placeholder Cartel de 'Happy End'.
Cartel de 'Happy End'.

En su día, 'Amor' fue una rareza en la filmografía de su autor: una historia de amor increíblemente emotiva. A su lado, 'Happy End' representa renegar de ese humanismo, como un correctivo contra todos aquellos que a tenor de aquella obra maestra asumieron que la edad lo había ablandado. En ese sentido, mientras avanza reciclando temas y personajes hacia un final que inevitablemente confirma la cualidad irónica de su título, la nueva película parece diseñada para dar la razón a quienes consideran que toda la carrera de Haneke no es más que un largo sermón misántropo.

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'Happy End' está lejos de ser la mejor película de Michael Haneke; podría decirse, eso sí, que es la más hanekiana, como una colección de grandes éxitos del director que más ha hecho en las últimas décadas por convertir el cine de autor europeo en un escaparate para lo peor de la condición humana. Ahora, por primera vez, todas sus obsesiones están disponibles en un único metraje: el voyerismo tecnológico de 'El vídeo de Benny' (1992), el trauma colonialista de 'Caché' (2005), la adolescencia perversa de 'La cinta blanca' (2009), la pulsión eutanásica de 'Amor' (2012), el comentario sobre el racismo en Europa de 'Código desconocido' (2000) y el desprecio por la burguesía que permea toda su carrera. Más que una película, pues, es una colección de temas que, lamentablemente, el austriaco ya ha explorado de forma más acertada en el pasado.

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