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'El otro guardaespaldas': una comedia predecible, violenta... y sin gracia
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'El otro guardaespaldas': una comedia predecible, violenta... y sin gracia

Una comedia de acción protagonizada por Samuel L. Jackson y Ryan Reynolds sin demasiada gracia, con gags mediocres y repetitivos y una gran dosis de ultraviolencia

Foto: Samuel L. Jackson y Ryan Reynolds, en 'El otro guardaespaldas'.
Samuel L. Jackson y Ryan Reynolds, en 'El otro guardaespaldas'.

Es difícil encontrar una frase de diálogo de 'El otro guardaespaldas' en la que Samuel L. Jackson no use la palabra 'hijoputa' o una similar. De hecho, cada escena parece diseñada a modo de excusa para que Jackson pueda decir 'hijoputa' varias veces, algo que el actor obviamente disfruta haciendo. Y al repetir la palabra una y otra vez, no está tratando de dar matices a su personaje sino más bien de sustituirlo; es Samuel L. Jackson haciendo de Samuel L. Jackson.

Él, eso sí, no es lo único en esta película que funciona con el piloto automático: Ryan Reynolds, por su parte, se dedica esencialmente a remedar la actitud sarcástica que ya exhibió en 'Deadpool', aquí en la piel de un neurótico escolta a quien se encomienda la tarea de trasladar a un volcánico asesino a sueldo (Jackson) desde una prisión de máxima seguridad en Mánchester hasta el Tribunal Internacional de La Haya, para que testifique contra el genocida ruso que encarna Gary Oldman —tan sobreactuado, que se muestra incapaz de hablar sin duchar de saliva a sus compañeros de reparto—. Lo que viene después es una carrera brutal y caótica a contrarreloj a lo largo de la cual los cadáveres de sicarios se acumularán a su paso como pétalos de rosas en una boda gay.

placeholder Samuel L. Jackson y Ryan Reynolds, en 'El otro guardaespaldas'. (Warner)
Samuel L. Jackson y Ryan Reynolds, en 'El otro guardaespaldas'. (Warner)

Las comedias de acción protagonizadas por parejas antagónicas, a menudo formadas por un hombre blanco y uno negro y/o uno que respeta las reglas y otro que no, eran hace tres décadas tan omnipresentes en la cartelera como la salsa de soja en los restaurantes chinos —'Huida a medianoche' es el título más emblemático del subgénero, y comparada con 'El otro guardaespaldas', vendría a ser 'Centauros del desierto'—, antes de caer en completo desuso cuando Hollywood empezó a hacer películas de superhéroes a lo loco.

Las comedias de acción protagonizadas por parejas antagónicas eran hace tres décadas omnipresentes

Gracias a ese historial, está claro de antemano que, por supuesto, el guardaespaldas y el matón empezarán la película odiándose pero poco a poco aprenderán a respetarse mutuamente, y que el asesino intentará escapar varias veces antes de comprender que debe hacer lo correcto. Asimismo, cualquier espectador con dos dedos de frente adivinará quién es el topo nada más verlo entrar en escena.

Mientras sigue el camino narrativo más predecible, 'El otro guardaespaldas' encadena una sucesión de secuencias de acción que en general parecen menos interesadas en resultar inventivas que en usar el mayor número de balas o de cosas que hacen ¡bum! posible. Pero el gran problema de esas coreografías es que se hacen eternas; la aparatosa persecución a través de los canales de Ámsterdam que ocupa el centro de la película, en la que intervienen lanchas y motocicletas y coches armados hasta los dientes, debería dejarnos boquiabiertos, pero en lugar de eso hace que nos preguntemos: ¿desde cuándo es Ámsterdam tan grande?

placeholder Otro fotograma de la película. (Warner)
Otro fotograma de la película. (Warner)

Prácticamente todas esas escenas están plagadas de efectos digitales chuscos, y eso no sería algo necesariamente malo en una película que al menos en parte aspira a ser caricaturesca. Pero ¿es ese realmente el caso de 'El otro guardaespaldas'? Por momentos es increíblemente violenta, y aunque esos ramalazos de brutalidad pretenden ser oscuramente graciosos, en realidad más bien resultan truculentos; a ratos busca nuestra conexión emocional dando a ambos protagonistas intereses románticos genuinos —Salma Hayek aparece en unas pocas escenas escupiendo insultos bilingües—, o bien se pone moralista a través de imágenes de crímenes de guerra o de discursos sobre la ética del asesino. Y, mientras tanto, en ningún momento da la sensación de tener muy claro qué quiere ser.

Cartel de 'El otro guardaespaldas'.Nada de eso sería un problema irreparable si al menos Reynolds y Jackson tuvieran suficiente química; la culpa de que no la tengan es menos suya que de los gags mediocres y repetitivos que el guion les proporciona. El chiste central —un guardaespaldas encargado de proteger a alguien que no necesita protección— deja de tener gracia tras la primera docena de alusiones que se hace a él, y en general el principal recurso cómico del director Patrick Hughes —además, claro, de la palabra 'hijoputa'— es acabar cada escena con una risotada de Jackson para que así el espectador piense que lo que acaba de suceder en pantalla es gracioso. No cuela.

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Es difícil encontrar una frase de diálogo de 'El otro guardaespaldas' en la que Samuel L. Jackson no use la palabra 'hijoputa' o una similar. De hecho, cada escena parece diseñada a modo de excusa para que Jackson pueda decir 'hijoputa' varias veces, algo que el actor obviamente disfruta haciendo. Y al repetir la palabra una y otra vez, no está tratando de dar matices a su personaje sino más bien de sustituirlo; es Samuel L. Jackson haciendo de Samuel L. Jackson.

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