'Eat That Question', un piquito de oro llamado Frank Zappa
Un documental analiza el pensamiento del legendario músico iconoclasta
Frank Zappa es uno de esos artistas en cuyo caso el quién siempre ha ensombrecido al qué. Unos 23 años después de su muerte de cáncer de próstata, la mayoría retenemos una imagen de él —la nariz gigante, el pelazo, la mirada desafiante— y le colgamos etiquetas como rockero iconoclasta, experimentador sonoro, 'outsider' incorruptible o maestro de la sátira cáustica, pero muy pocos han estado jamás realmente familiarizados con la música que hizo. Y eso es algo que él mismo sabía. “Soy famoso, pero casi nadie tiene idea de lo que hago”, lamentaba.
En ese sentido, si algo hay que criticarle a 'Eat That Question' es que, aunque por supuesto está trufado de música, prefiere complacer a los fans de lo que Zappa decía que a aquellos que prefieren lo que componía, estén donde estén. En disculpa del director, Thorsten Schütte, hay que decir, eso sí, que el tipo era un pico de oro. Su fiero empeño en ser escuchado llama la atención, sobre todo considerando que aseguraba no estar interesado en cómo sería recordado.
En efecto, 'Eat That Question' se da un chapuzón en los archivos para rescatar extractos de entrevistas que el músico dio durante su carrera, acompañadas de películas caseras y fragmentos de actuaciones, y opta por no salpimentar ese material de voces en 'off' o bustos parlantes de familiares, amigos o colaboradores. Es todo Zappa, todo el tiempo. Schütte, pues, ha hecho una película que no siente la necesidad de explicarse a sí misma o de seguir la estructura del típico documental musical; no trata de valorar el legado de Zappa ni de dejar claro su talento único en cada escena. De hecho, ni siquiera pone la mano en el fuego sobre si el tipo era un genio o solo un ocurrente 'entertainer'. Y eso, un documental que no respeta las convenciones, es lo que Zappa habría querido.
En las entrevistas que 'Eat That Question' compila, lo vemos responder con sarcasmo, condescendencia y aburrimiento a preguntas a menudo tontas, pero siempre es firme en sus opiniones y gracioso como él solo. Habla de su carrera, del proceso creativo, de su filosofía vital y sus posturas políticas; pone sobre el tapete sus constantes batallas con la industria discográfica y su furia contra todo tipo de censura; el rechazo que le provocan la mediocridad y la hipocresía; su odio al gobierno, la religión, las instituciones educativas y la sociedad de consumo; su extrema intolerancia ante la ineptitud; su oposición al autoritarismo de izquierdas y al de derechas.
Puede que la aparente simplicidad del método narrativo a menudo haga a 'Eat That Question' parecer más como un recopilatorio de vídeos de YouTube que una película con cara y ojos, pero por otro lado Schütter ofrece al espectador la impresión más objetiva posible del artista. Después de todo, cualquier otra opción habría resultado no solo aventurada sino arrogante. Nadie conocía a Zappa excepto el propio Zappa.
Por lo que respecta a la música, admitamos que la película no es el mejor modo de iniciarse en el catálogo del autor para los que no vengan iniciados de casa. ¿Cómo iba a serlo? La mayor parte de su producción, más de 60 álbumes publicados en vida —más otros 40 póstumos—, demanda un nivel de atención insólito en la historia de la música, y más aún en el de la historia de las películas sobre música. De los bizarros experimentos rockeros de los sesenta —'doo-wop' mezclado con guitarras y bufidos y gruñidos y letras idiotas—, a las epopeyas jazz de los setenta, de las parodias pop de los ochenta a las sinfonías clásicas de los noventa, Schütte solo aspira a darnos a probar una cucharadita de casi cada una de las múltiples etapas creativas de Zappa —un menú degustación completo habría requerido una miniserie—. Sí, quienes no son fans o no saben nada del asunto se sentirán algo despistados pero, de nuevo, es lo suyo, puesto que a lo largo de toda su trayectoria Zappa jugó al despiste. Y, pese a la confusión, incluso ellos —especialmente ellos, de hecho— encontrarán este viaje fascinante, y una irresistible invitación a correr a la tienda de discos para sumergirse en un catálogo discográfico inacabable, y ávido por explorar nuevas vías de expresión e ignorar los dictados del 'zeitgeist'.
Frank Zappa es uno de esos artistas en cuyo caso el quién siempre ha ensombrecido al qué. Unos 23 años después de su muerte de cáncer de próstata, la mayoría retenemos una imagen de él —la nariz gigante, el pelazo, la mirada desafiante— y le colgamos etiquetas como rockero iconoclasta, experimentador sonoro, 'outsider' incorruptible o maestro de la sátira cáustica, pero muy pocos han estado jamás realmente familiarizados con la música que hizo. Y eso es algo que él mismo sabía. “Soy famoso, pero casi nadie tiene idea de lo que hago”, lamentaba.