Guy Ritchie pasa del macarrismo al postureo
Guy Ritchie, director de 'Snatch: Cerdos y diamantes' (2000), regresa con un sofisticado filme de espionaje basado en una serie de los 60
¿Qué lleva a Guy Ritchie a frenar su vena macarra y ceder a la sofisticación y la pose? Tratándose del director que, en pleno momento de gloria, se la jugó con un melodrama romántico demencial (Barridos por la marea) a la medida de Madonna, por aquel entonces su esposa, quizá no haya un plan oculto. Puede que, en su primera incursión en el cine de espías (mucho más afortunada que su pausa romántica), simplemente le haya apetecido aparcar sus señas de identidad. Pero, de no ser así, ¿qué razones podría tener?
La primera: el miedo a quedarse viejo, a pasar de moda. En Operación U.N.C.L.E., película inspirada en una serie de televisión de los 60, Ritchie domestica su estilo, prescinde de las espasmódicas señas de identidad que acuñó a finales de los 90 y (cosa que no pueden decir otros a los que también les dio por un rollo videoclipero) aún le funcionan. Sobre la colaboración entre un agente de la CIA (Henry Cavill) y otro de la KGB (Armie Hammer) para frenar a una organización que posee armas nucleares, su nuevo filme está prácticamente liberado de los vicios narrativos y formales que le distinguen. Nada de saltos en el tiempo, nada de cambios de ritmo, nada de movimientos bruscos y virgueros y nada de enloquecer con el montaje.
Más atado en corto que nunca, el director de Snatch: Cerdos y diamantes (2000) canjea el nervio por la elegancia, la locura por lo exquisito (aunque, como quien tuvo retuvo, se marque un par de escenas de acción en las que se le intuya) y esa cosa vulgar y de barrio que tan bien maneja por la sofisticación. Y, aunque da el pego, aunque no hay en ella nada que esté francamente mal, Operación U.N.C.L.E. es una película formalmente intercambiable con otros thrillers vintage (entre ellos Ocean’s Eleven, de Steven Soderbergh, quien iba a dirigir el filme en un principio) y sin la personalidad de los mejores trabajos de Ritchie.
La segunda: un exceso de confianza en lo retro y la nostalgia, uno de los males del cine actual. Como ejercicio de estilo y puesta en escena, Operación U.N.C.L.E. es casi un diez. Ambientada durante la Guerra Fría, no puede ser más cool y exquisita en sus escenarios, su diseño de vestuario y sus detalles. Pero, ¿qué queda si desnudas a los personajes y les haces conspirar en habitaciones de hotel sin encanto? Un thriller de espionaje sólo correcto. Le falta bastante para ir más allá del divertimento disfrutable pero olvidable. Le falta interés y originalidad. Le falta ritmo, algo curioso tratándose de una película del director de Sherlock Holmes (2009). Y, sobre todo, le falta gracia. No es que Ritchie pase aquí de la comedia, que está presente desde el principio. Es que, pese a la gracia natural del combo Cavill-Hammer-Alicia Vikander (quién lo iba a decir: además de presencia y oficio, tienen vena cómica), no está demasiado inspirado ni con las situaciones ni con las réplicas de naturaleza humorística.
La tercera: las ganas de probarse, de buscar en otras direcciones. Esto último está muy bien, sobre todo si consigues algo interesante en el terreno en el que te metes. Esta vez no ha sido el caso. A la indiscutible gracia con la puesta en escena, Ritchie suma aquí su oficio dirigiendo actores y componiendo escenas de acción: ninguna es memorable, pero todas están ejecutadas con puso y distinción (destaca como usa en ellas la música y la pantalla partida). Pero no es suficiente. En su incursión al cine de espías, en la que saca de la ecuación la violencia, otra variable con la que se maneja la mar de bien, Ritchie pierde más que gana. Pierde, básicamente, personalidad, nervio, descaro y gracia.
¿Qué lleva a Guy Ritchie a frenar su vena macarra y ceder a la sofisticación y la pose? Tratándose del director que, en pleno momento de gloria, se la jugó con un melodrama romántico demencial (Barridos por la marea) a la medida de Madonna, por aquel entonces su esposa, quizá no haya un plan oculto. Puede que, en su primera incursión en el cine de espías (mucho más afortunada que su pausa romántica), simplemente le haya apetecido aparcar sus señas de identidad. Pero, de no ser así, ¿qué razones podría tener?
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