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Joven árabe busca identidad israelí
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estreno de 'mis hijos'

Joven árabe busca identidad israelí

El director israelí Eran Riklis vuelve a reflexionar sobre la convivencia entre árabes y judíos

Foto: Escena del filme israelí
Escena del filme israelí

La nueva película de Eran Riklis arranca con una sentencia y unas cifras. La primera, del poeta palestino Mahmoud Darwish, sostiene que “la identidad es nuestro legado y no nuestra herencia, nuestra invención y no nuestra memoria”. Las segundas recuerdan que un 20% de los ciudadanos israelíes, o sea unas 1.600.000 personas, son árabes.

La ¿imposible? convivencia entre judíos y árabes es el eje en torno al que se construye buena parte de la filmografía de este cineasta israelí.

En Los limoneros (2008) denunciaba las prácticas colonizadoras de su gobierno en tierra palestina a través de la historia de una viuda árabe que ve cómo el ministro de Defensa israelí construye su nueva casa colindando con la pequeña plantación de árboles que ella heredó de su padre. Bajo la excusa de la seguridad nacional, el ejército se instala en su terreno, le prohíbe acceder a él y acaba podando los frutales, privándola de su patrimonio y su único sustento. En El viaje del director de recursos humanos (2009), Riklis utilizaba un atentado en Jerusalén para alejarse del conflicto en su país y emprender una road-movie por Rumanía.

En Mis hijos regresa al complejo terreno de identidad y convivencia en Israel con su film más maduro hasta el momento.

El protagonista, Eyad, estudiante de gran talento, crece en el seno de una familia arabe-israelí en la ciudad de Tira durante los años ochenta. Vive la construcción de su identidad adolescente rodeado de un cúmulo de contradicciones. El profesor en la escuela les explica, a escondidas del director, que su país se llama Palestina y no Israel; mientras en el colegio promueven la convivencia con otros alumnos judíos (los niños juegan a “Sharon y Arafat”), Eyad ve por la tele cómo el gobierno israelí ocupa el Líbano; y descubre que su padre se ha visto obligado a renunciar a una carrera profesional más ambiciosa a causa de su militancia política. Pero también es su padre, que de joven llamaba a destruir el estado de Israel, quien lo conmina a matricularse en un prestigioso instituto judío donde va a ser el único estudiante árabe.

Por mucho que el protagonista se integre en la cultura judía, su condición de árabe le impone un techo de cristal

Mis hijos empieza como uno de esos clásicos filmes donde la Historia se observa desde unos ojos infantiles encuadrada dentro de una rutina familiar y costumbrista llena de tierno humor. A partir del ingreso de Eyad en el instituto, la película cambia de tono y da un vuelco muy interesante hacia otro paradigma narrativo tradicional, el del paso de la adolescencia a la madurez. Un proceso que Eyad vive con una complejidad añadida: su propia identidad nacional y cultural. Lo interesante del caso es que Riklis no plantea las dificultades de Eyad desde el choque, sino desde la asimilación. Lejos de verse marginado por su condición de árabe, Eyad no tarda, tras superar unos primeros e inevitables tropiezos, en integrarse en su nuevo mundo. Aprende el hebreo, se echa novia judía (aunque tardan en hacer pública su relación), monta un lucrativo negocio con su cuadrilla de venta de hummus en el instituto y es capaz de recitar la lección de Historia desde un punto de vista totalmente diferente al que había aprendido en su casa y en la escuela. También entabla amistad con un joven de su misma edad afectado de ELA, Yonathan, a quien cuida como voluntario. La madre de Yonathan, Edna, acoge a Eyad y se muestra siempre comprensiva con su situación.

La estancia en el instituto cambia a Eyad. Por un lado, ya no se ve capaz de vitorear junto a su familia los misiles que Sadam Hussein manda a Israel. Por el otro, no tarda en comprobar que, por mucho que se integre en la cultura judía, su condición de árabe le impone un techo de cristal que le impide avanzar social y profesionalmente. Ante esta situación, Eyad se plantea una decisión drástica que supone un último giro narrativo y dramático para la película.

Mis hijos se basa en la novela de tintes autobiográficos Árabes danzantes de Sayeh Kashua, escritor árabe-israelí que publica habitualmente en el periódico Haaretz y se ha labrado un prestigio en la literatura hebrea contemporánea. A partir de esta base narrativa, Eran Riklis se aproxima a la cuestión de la convivencia entre árabes y judíos eludiendo dos de los atajos más habituales cuando se trata esta problemática: el de partir del choque entre las dos culturas y el de la llamada inevitable a la convivencia. Abordar una historia de asimilación y de identidades reversibles le permite poner sobre la mesa toda una serie de interrogantes tan oportunos como necesarios que permiten profundizar en las complejidades del asunto: ¿cuál es el reverso negativo de la tan reivindicada integración cultural?, ¿hasta qué punto somos capaces de renunciar a rasgos de nuestra identidad para ser aceptados en un contexto diferente?, ¿la tolerancia hacia el otro implica que éste invisibilice justo aquello que lo hace diferente? Cuestiones presentes en Mis hijos que se pueden extrapolar sin problemas a cotidianidades mucho más cercanas.

La nueva película de Eran Riklis arranca con una sentencia y unas cifras. La primera, del poeta palestino Mahmoud Darwish, sostiene que “la identidad es nuestro legado y no nuestra herencia, nuestra invención y no nuestra memoria”. Las segundas recuerdan que un 20% de los ciudadanos israelíes, o sea unas 1.600.000 personas, son árabes.

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