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ESTRENO DE 'MIL MANERAS DE MORDER EL POLVO'

Seth MacFarlane erra el tiro

Tras triunfar entre el público y la crítica con 'Ted', el creador de 'Padre de familia' vuelve con otra comedia irreverente esta vez centrada en el viejo oeste

Foto: Fotograma de 'Mil maneras de morder el polvo'
Fotograma de 'Mil maneras de morder el polvo'

En sus primeros minutos, el segundo largometraje de Seth MacFarlane parece dispuesto a encaminarse en la dirección de Sillas de montar calientes (1974), ese western cómico que contiene algunos de los mejores sketches de la carrera de Mel Brooks. El protagonista de Mil maneras de morder el polvo, un granjero de nombre Albert Stark encarnado por el propio MacFarlane, se presenta como un personaje descolocado que debería haber nacido en otra época y en otro lugar.

Un protagonista a priori incapaz de encajar en los códigos del western clásico: no le gusta batirse en duelo, es más buen orador que tirador y, como le reprocha su novia antes de abandonarle, ni tan siquiera tiene la habilidad de controlar a su rebaño de ovejas. En un largo e hilarante monólogo que entona borracho ante sus amigos, Albert lleva a cabo una descripción nada complaciente de los Estados Unidos de la época: los representa como un lugar donde las maneras de morir o que te maten son infinitas.

Con estos antecedentes y los del propio MacFarlane, responsable de una de las series de animación más provocadoras de los últimos años, Padre de familia, cabría esperar que Mil maneras de morder el polvo subvirtiera la épica y los lugares comunes de uno de los géneros fundacionales del cine norteamericano. Y que lo hiciera además con la complicidad de algunas de las estrellas más reconocibles de Hollywood: Amanda Seyfried como la ex novia del protagonista, Neil Patrick Harris como la nueva pareja de ésta, Liam Neeson como el pistolero más villano e infalible de la región y Charlize Theron como su esposa a la fuerza.

Sin embargo, en lugar de atraer a las estrellas del cine a su terreno, Seth MacFarlane lleva a cabo la operación contraria. Adapta la película a su presencia. De esta manera, lo que debería haber sido una voladura de los tópicos del Oeste acaba transformándose en una comedia sentimental trillada con un humor más bien inane donde las marcas autorales de MacFarlane se mantienen pero muy mitigadas. El objetivo del cineasta de llegar a un espectro de público más amplio con esta película provoca que Mil maneras de morder el polvo resulte harto decepcionante. No falla el registro cómico. El problema es que más bien brilla por su ausencia, sobre todo en la segunda mitad del film.

MacFarlane debutó como director de cine con Ted, esa comedia sobre un hombre adulto que todavía vivía con su oso de peluche, muñeco que por otro lado cobraba vida. En su ópera prima, MacFarlane supo trasladar sus constantes (humor escatológico, personajes a priori infantiles que se comportan de manera grosera, múltiples citas a la cultura popular tratada con adoración irreverente y cierto romanticismo) a un terreno que le era propicio, el de la nueva comedia americana que gravita en torno a la incapacidad de madurez de sus protagonistas masculinos.

En Mil maneras de morder el polvo mantiene al principio estas características, pero acaban diluidas en una historia excesivamente convencional. Si en primera fila del reparto constan una serie de intérpretes consagrados, entre los secundarios figuran algunos nombres menos conocidos que aportan los grandes momentos cómicos del film. Giovanni Ribisi ya aparecía en la anterior como el secuestrador raruno del peluche. Aquí, además de marcarse una autocita a este personaje, encarna al amigo buenazo del protagonista y pareja de una prostituta estajanovista que sin embargo se niega a mantener relaciones prematrimoniales con él debido a sus convicciones religiosas. En el papel de esta ramera de contradictoria moral encontramos a Sarah Silverman, una de las cómicas más brillantes de la televisión contemporánea que desafortunadamente sigue muy desaprovechada en la gran pantalla.

Mientras que algunos de los chistes que reserva para su personaje están más que logrados (“¿Qué es la enfermedad de Parkinson?, le pregunta su novia, “Otra de esas misteriosas maneras con que Dios demuestra que nos ama”, le responde el protagonista), MacFarlane va limitando su proverbial irreverencia a medida que avanza el metraje a tres o cuatro chistes escatológicos para todos los públicos. Por supuesto no falta, como es habitual en su obra, una buena sarta de pedos. Pero ni tan si quiera se atreve a que sea Charlize Theron quien se los tire. Con algunos detalles, no los suficientes, para satisfacer a los fans del MacFarlane más transgresor y la ambición de acercarse a un tipo de espectador más clásico, Mil maneras de morder el polvo no va a contentar ni a unos ni a otros.

En sus primeros minutos, el segundo largometraje de Seth MacFarlane parece dispuesto a encaminarse en la dirección de Sillas de montar calientes (1974), ese western cómico que contiene algunos de los mejores sketches de la carrera de Mel Brooks. El protagonista de Mil maneras de morder el polvo, un granjero de nombre Albert Stark encarnado por el propio MacFarlane, se presenta como un personaje descolocado que debería haber nacido en otra época y en otro lugar.

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