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El emperador Nerón: el monstruo al que el pueblo amaba
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El emperador Nerón: el monstruo al que el pueblo amaba

Ofrecemos el prefacio de una nueva biografía que pretende ofrecer otra visión de uno de los emperadores romanos más odiados, considerado la viva imagen del mal gobernante

Foto: El emperador Nerón tras incendiar Roma. (iStock)
El emperador Nerón tras incendiar Roma. (iStock)

«La gente adoraba a Nerón. Les inspiraba a un tiempo afecto y respeto […]. No es difícil discernir la razón de esta emoción popular: Nerón oprimió siempre a los grandes, y nunca agravó la carga del común».

Napoleón Bonaparte

Cuando Nerón pereció,

víctima del más justo de los destinos,

a manos del destructor de destructores,

hubo, en la rugiente Roma liberada,

entre las naciones libres de un mundo exultante,

manos invisibles dispuestas a derramar flores sobre su tumba.

Debilidad tal vez de un corazón no vacío

capaz de recordar con afecto alguna bondad hecha

en un instante en que el poder

alcanzó a dejar al desdichado una hora incorrupta.

Lord Byron

Todo el mundo ha oído hablar del emperador romano Nerón. Es la viva imagen del mal gobernante, un tipo cruel, vanidoso e incompetente. De incontenible voracidad sexual, rompió los más sagrados tabúes. Tuvo relaciones incestuosas con su madre y la asesinó. Incendió Roma, la capital de su imperio, y a continuación, mientras contemplaba las llamas desde un punto de inmejorable perspectiva, hizo sonar la lira y entonó un aria para cantar los atropellos del saqueo de Troya.

Mandó desescombrar las abrasadas ruinas del centro de la ciudad y erigir en su lugar un palacio inmenso: la Casa de Oro. Echó la culpa del siniestro a la nueva secta religiosa que empezaba a hacerse notar por esos años: la de los cristianos, a los que en algunos casos convertiría en antorchas humanas para iluminar las carreras del circo. Nerón creía ser un músico magnífico y un formidable cantante, pero lo cierto es que carecía totalmente de talento: fue algo así como la Florence Foster Jenkins de su época.

Éstos son algunos de los hitos de la existencia de Nerón que han superado los siglos. Pero persiste un misterio: mucho tiempo después de que fuera depuesto y se suicidara, unas manos anónimas seguían poniendo flores en su tumba. En la mitad oriental del Imperio romano, surgieron además varios hombres que aseguraban ser Nerón y que provocaban problemas a las autoridades. Una difundida creencia sostenía que el difunto emperador terminaría regresando junto a su pueblo para procurarle paz y armonía. Rex quondam, rexque futurus: rey una vez, rey por siempre.

Había quien amaba al monstruo.

* * *

La presente biografía se propone bucear en la contradicción. Nerón hizo cosas terribles, pero el Imperio llevó buen rumbo bajo su gobierno. Logró un triunfo diplomático al poner fin a una guerra fría intermitente y supo fraguar un entendimiento duradero con la superpotencia rival de Roma: el Imperio parto, cuyos inmensos confines se abrían más allá del Éufrates. Gestionó correctamente la inesperada insurrección que estalló en la joven provincia de Britania. Y, pese a no ser hombre ducho en los detalles administrativos, acertó a mantener vivo el espectáculo imperial. Éstos son los méritos que figuran en su haber.

Sin embargo, el abrupto y sangriento desplome de sus relaciones con la clase dominante asociaron su nombre con el despotismo de manera indeleble. La verdad es que tenía bastantes buenas dotes para la canción y la música. El secreto de la personalidad de Nerón reside en su entregado compromiso con el arte. No se trataba de ningún diletante, sino que se tomaba la filarmonía y el teatro con absoluta seriedad. El público lo idolatraba. Fue el prototipo de las actuales estrellas del pop.

El público lo idolatraba. Fue el prototipo de las actuales estrellas del pop

Como emperador, puso la cultura en el corazón mismo de la actividad política. Los más destacados aspectos de esta estrategia centrada en torno al espectáculo fueron, entre otros, los festivales artísticos, el deporte de las carreras de carros –de increíble popularidad–, y, aunque en menor medida, los combates de gladiadores. Estas actividades permitían al emperador transmitir mensajes políticos a sus súbditos y valerse de esas efemérides para añadir realce a los acontecimientos importantes. Hay pruebas del afecto que le inspiraba la gente corriente. Y, según parece, Nerón también promovió la fusión de la cultura griega con la romana.

Pero no podemos referir las circunstancias de Nerón sin traer a colación el mundo en el que le tocó vivir. Sin entender su época, no hay forma de comprender su trayectoria. Por eso, examinaré brevemente el sistema imperial creado por su tatarabuelo Augusto, la personalidad de su inmediato predecesor en la púrpura, su tío abuelo Claudio, y sobre todo la carrera de su compe tente madre, Agripina, que intentó modelarlo a la manera del escultor que talla un bloque de mármol. Esta mujer merece un libro entero, y a su persona dedico desde luego los primeros capítulos de la presente obra. Si Nerón accedió al trono imperial fue precisamente a instancias de Agripina, pues lo cierto es que él no deseaba el puesto. De haber podido elegir, habría preferido mil veces dedicarse a la poesía o a la profesión de músico. Sin embargo, el empeño de su madre lo condenó al ejercicio del poder.

placeholder La nueva biografía, publicada por Edhasa. (EC Diseño)
La nueva biografía, publicada por Edhasa. (EC Diseño)

Y así echó a perder su vida. Lo que hoy recordamos es un doble fracaso, pues no supo descollar ni como déspota ni como animador. De haber nacido en nuestra época, es posible que se las hubiera apañado para salir adelante como músico de rock; sería un mediocre, pero habría sido feliz. Las fuentes antiguas tratan estruendosamente los exóticos pormenores de la vida sexual de los emperadores, y los estudiosos modernos tienden a rebajar el tono y a considerar que sus narraciones no merecen crédito o son cuando menos exageradas. En realidad, lo más probable es que casi todo sea cierto.

Salvo por unas cuantas excepciones horrendas (de las que es ejemplo pertinente la castración del efebo favorito de Nerón, Esporo), las excentricidades de los antiguos romanos no difieren demasiado de las variadas costumbres y prácticas sexuales de nuestros días. Lo que los victorianos juzgaban producto de una mente sobreexcitada y sucia, o lo que Edward Gibbon (quizá con cierta renuencia) prefería «dejar en la decente oscuridad del lenguaje erudito» es hoy asunto de general conocimiento.

En este libro he incluido todos los pasajes licenciosos.

Wivenhoe, Inglaterra

* Anthony Everitt es autor de varios libros sobre Roma (entre ellos biografías de Augusto, Adriano y Cicerón), y publica regularmente en The Guardian y The Financial Tines. Fue secretario general del Arts Council de Gran Bretaña. Ha escrito junto con el periodista Roddy Ashworth esta nueva biografía sobre Nerón.

«La gente adoraba a Nerón. Les inspiraba a un tiempo afecto y respeto […]. No es difícil discernir la razón de esta emoción popular: Nerón oprimió siempre a los grandes, y nunca agravó la carga del común».

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