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Lo sentimos: si no te mató tu padre, no existes
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Juan Soto Ivars

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Lo sentimos: si no te mató tu padre, no existes

"Violencia vicaria" podría ser un concepto útil si no excluyera a las madres que matan por la misma razón que ciertos padres, pero en España todo cambia con el sexo del ciudadano

Foto: Una escultura en honor a Anna y Olivia, las niñas presuntamente asesinadas y arrojadas al mar por su padre en Canarias. (EFE/Miguel Barreto)
Una escultura en honor a Anna y Olivia, las niñas presuntamente asesinadas y arrojadas al mar por su padre en Canarias. (EFE/Miguel Barreto)
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Cada vez que oigo el término "violencia vicaria" me dan ganas de llamar a Ana Sharife. Esta periodista recoge por su cuenta y riesgo un dato negro que las instituciones ocultan: el número de niños muertos a manos de sus madres. En España sólo cuentan los asesinados por sus padres. Aquí da igual que la víctima sea niño o niña. Lo único que importa es el sexo de la persona que tiene sangre en las manos.

Feijóo tuiteó hace unos días: "Este año ya son 5 los asesinatos de menores por violencia vicaria. Todos y cada uno son una tragedia inaceptable en nuestra sociedad". Subráyese el "todos y cada uno". Yolanda Díaz, en la misma fecha: "Desde 2013 ha habido 54 menores asesinados por violencia vicaria. Cada muerte es un fracaso social. No son casos aislados. Hay que hacer más. Un maltratador nunca puede ser un buen padre". Subráyese "no son casos aislados".

¿Manejan nuestros dirigentes cifras y conceptos apropiados? En absoluto. En el artículo de Sharife se recogen los "casos aislados" de este año que rompe la media en términos de violencia contra la infancia. Le he pedido que trajera aquí sus datos y por eso sabemos que la cifra real hasta el 13 abril no es de siete, sino de doce niños muertos. A los cinco bebés de desfalco no los mencionan políticos, analistas ni activistas. Y lo mismo pasa con las cifras globales de Yolanda Díaz.

Citando a Sharife, en 2019 hubo 22 filicidios y el relato oficial solo reconoció 4; en 2021 fueron 17 y el gobierno solo contabilizó 7. No es difícil entender que, desde 2013, el número de niños asesinados por sus progenitores supere los tres dígitos, pero dado que aplicamos un sesgo que anula la relevancia del niño asesinado según el sexo del agresor, estas cifras no constan en ningún registro oficial.

Foto: Tres velas y dos osos de peluche en la puerta del garaje de la vivienda donde un hombre ha matado presuntamente a su mujer y sus dos hijos menores en El Prat de Llobregat. (Europa Press/Alberto Paredes)

El sesgo es la famosa "violencia vicaria". Como ha explicado en Letras Libres Loola Pérez, el concepto lo acuñó en 2012 la psicóloga argentina Sonia Vaccaro y sólo afecta a las mujeres, es decir, no a los niños asesinados, que pasan a ser colaterales. Su finalidad es sumar a las cifras de violencia de género los hijos matados por sus padres y, aunque es verdad que una cierta cantidad de ellos mueren por el deseo del hombre de hacer daño a una mujer, no lo es menos que existen otras causas.

Pero las otras causas sólo hay que buscarlas en los asesinatos de niños cometidos por mujeres: ellas matan llevadas por un arrebato de locura, por depresión e incluso por "proteger" a los niños. Hasta se les otorga el crédito del "suicidio ampliado" si se matan ellas mismas tras cometer su vileza. De nuevo: puede verse cómo las gafas moradas convierten al niño en prolongación de la mujer.

Foto: La ministra de Igualdad, Ana Redondo. (Europa Press/Marta Fernández Jara)

"Violencia vicaria" podría ser un concepto útil si no excluyera a las madres que matan por la misma razón que ciertos padres, pero en España todo cambia con el sexo del ciudadano: tampoco existe la alienación parental si la ejercen las madres durante un divorcio, pero sí cuando la ejercen los padres en la misma situación.

La insensibliidad es tan inmensa que ha llegado a ocurrir que, la misma semana en que ayuntamientos y medios se ponían el crespón negro por "violencia vicaria", un padre destrozado se quedaba solo institucional y mediáticamente habiendo perdido al niño por el mismo motivo.

"Violencia vicaria" podría ser un concepto útil si no excluyera a las madres que matan por la misma razón que ciertos padres

Con conceptos como "violencia vicaria", separamos la vida de los niños de su valor intrínseco y creamos víctimas de primera y de segunda. Segregamos de los filicidios una parte y la dotamos de mayor importancia que el resto, en tanto asumimos que es parte de la violencia de género. Pese a que la violencia contra los hijos por parte de las madres, o del padre y la madre juntos, o de la madre y la nueva pareja sucede con mayor frecuencia que los que se catalogan como "violencia vicaria", el Estado no parece tener aquí el menor interés.

El disparate propagandístico ha llegado a extremos tan sublimes como llamar "madres protectoras" e indultar a María Sevilla o Juana Rivas, cuya asesora jurídica, por cierto —una señora de nombre Paca Granados que la condujo al precipicio judicial y la animó a sustraer a los niños— comparecía el otro día con impunidad en la tele pública para hablar, precisamente, de la “violencia vicaria”. Los bulos, se entiende, sólo manan en una dirección.

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Acostumbran a decir los presuntos enemigos del negacionismo que lo que no se nombra no existe. Aplicando esta máxima, del todo discutible, nos estarían diciendo que los niños asesinados por sus madres no existen. La cuestión es que sí existen, como Ana Sharife insiste en recordarnos cada año con su recuento. Recuento que debiera hacer el Estado y no una periodista independiente, por cierto.

Pero tal vez es esto lo que algunos pretenden que acabemos asumiendo: una visión del mundo en que los hombres y las mujeres pertenecen a naciones diferentes y jamás cometen el mismo hecho por el mismo motivo. Por el camino, el único colectivo que es vulnerable a todos los efectos se desdibuja.

Cada vez que oigo el término "violencia vicaria" me dan ganas de llamar a Ana Sharife. Esta periodista recoge por su cuenta y riesgo un dato negro que las instituciones ocultan: el número de niños muertos a manos de sus madres. En España sólo cuentan los asesinados por sus padres. Aquí da igual que la víctima sea niño o niña. Lo único que importa es el sexo de la persona que tiene sangre en las manos.

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