Es noticia
La hiperautenticidad es el nuevo gran valor moral comprado por el capitalismo
  1. Cultura
PREPUBLICACIÓN

La hiperautenticidad es el nuevo gran valor moral comprado por el capitalismo

El famoso pensador de la posmodernidad, Gilles Lipovetsky, desarrolla esta idea en su nuevo ensayo 'La consagración de la autenticidad' (Anagrama). Este es un extracto

Foto: El sabor de una taza de café... auténtica (Getty Images)
El sabor de una taza de café... auténtica (Getty Images)

El ideal de autenticidad individual no es algo de hoy: acompaña la aventura de la modernidad democrática e individualista desde su comienzo. Pero, inaugurada en el siglo XVIII, la ética de la autenticidad ha cambiado radicalmente de aspecto. Si bien el ideal sigue idéntico, las formas que adopta la cultura de la coincidencia con uno mismo y la autorrealización individual han cambiado de pies a cabeza. Un nuevo espíritu de autenticidad irriga nuestra época y un nuevo homo authenticus nos define. Somos testigos de la aparición de una manera nueva de ser uno mismo que presenta cada vez menos rasgos comunes con el modelo de los orígenes. Este libro pretende trazar el retrato de este hombre, de esta cultura de autenticidad profundamente reconfigurada.

Definida como exigencia de "ser uno mismo", la ética de la autenticidad ha sido, durante dos siglos, contenida estructuralmente en su expansión social por diversos dispositivos. Primero, por el número de sus adeptos, en tanto que estos pertenecían a pequeñas minorías cultivadas que se oponían frontalmente al sistema de valores. Luego, por el marco referencial del género y la ideología de la naturaleza: las mujeres y las minorías sexuales no gozaban del derecho a gobernarse libremente. Por la educación rigorista y autoritaria que no reconocía la autonomía de los "jóvenes". Por los convencionalismos, las exigencias de decencia y pudor: no todo podía decirse ni mostrarse. Por último, por los ámbitos de aplicación: la vida auténtica estaba asociada a los ámbitos "nobles", a los actos, decisiones y compromisos importantes de la vida (vida moral, lucha por la libertad, relación con la muerte, creación artística) excluyendo las esferas de la banalidad cotidiana, que se asimilaban a fuentes de alienación.

placeholder La consagración de la autenticidad, de Gilles Lipovetsky
La consagración de la autenticidad, de Gilles Lipovetsky

Este ciclo secular es cosa del pasado. Hemos virado de una cultura de autenticidad contenida a una cultura de hiperautenticidad que funciona en modo sobremultiplicado o hiperbólico. Todas las antiguas barreras se han eliminado. Ser uno mismo se ha transformado en derecho subjetivo universal del que ya no se excluye a las mujeres, los jóvenes, los adolescentes, las personas LGTBI. Régimen de hiperautenticidad también porque los antiguos límites relacionados con el pudor han saltado por los aires: en la web todo puede decirse y enseñarse, hasta lo más secreto y extremo de la vida sexual. Asistimos a una refundición completa de la arquitectura del régimen de la verdad con uno mismo. La autenticidad, que era sinónimo de anticonformismo, se ha normalizado e institucionalizado. Era un imperativo moral exigente e intransigente y se ha convertido en derecho subjetivo para ser mejor uno mismo, para alcanzar la plenitud existencial de los individuos. Se afirmaba a través de la angustia y el rechazo de la tranquilidad "burguesa", ahora celebra una existencia hedonista, feliz y reconciliada. Se manifestaba en la intimidad de los diarios íntimos: ahora se despliega en el hiperespectáculo de la telerrealidad. Exaltaba el conocimiento profundo de sí a través de un trabajo largo y minucioso de introspección, ahora se muestra a través de los selfies, las fotos divertidas en internet, los posts que tratan de casi todo sin importar lo que sea, en el registro de la espontaneidad, lo efímero, la diversión y la insignificancia. Se ha producido una revolución cultural de primer orden: hemos pasado de la autenticidad rigorista a la autenticidad eudemónica, posheroica y postsacrificial.

Al trastocar radicalmente la naturaleza de la relación de sí consigo mismo, la ideología de la autenticidad individual no ha seguido siendo un ideal formal confinado a la esfera de la moralidad abstracta y de las representaciones puras. Lejos de ser una ilusión de libertad, el derecho a ser uno mismo funciona como una idea-fuerza, una idea revolucionaria que provoca una profunda redefinición de la relación de los individuos consigo mismos, con los demás y con las grandes instituciones sociales. El ideal de autenticidad actúa como un formidable transformador antropológico, un operador de cambio de las maneras de pensar y existir. Vector de un cambio antropológico importante, ha moldeado, a largo plazo, una nueva condición subjetiva, un nuevo modo de ser uno mismo y de vivir en sociedad.

Del mismo modo que el principio de igualdad creó no solo una nueva forma de gobernar las sociedades, sino también, como demostró Tocqueville luminosamente, un nuevo estado social, un homo democraticus movido por ideas, sentimientos y pasiones específicas, así también el ideal de autenticidad ha dado luz a un nuevo tipo de individualidad, a nuevas formas de pensar, actuar, sentir, vivir, estar en sociedad. Este proceso que se inició hace tiempo ha alcanzado su punto culminante. En este libro he tratado de subrayar los efectos multidimensionales de este principio de sentido, radiografiar su fuerza generadora de un universo social y antropológico nuevo, su poder de cambiar radicalmente la relación de los individuos consigo mismos, con la sexualidad y la familia, con el trabajo y el arte, con la política y la religión.

placeholder Gilles Lipovetsky. Foto: Manuel Castells (UNAV)
Gilles Lipovetsky. Foto: Manuel Castells (UNAV)

La exigencia de autenticidad, extendida por toda la sociedad, ha alcanzado incluso la esfera de la vida cotidiana y la del modo de vida material. Se trata de ser uno mismo en el consumo corriente, en la alimentación, los viajes, la movilidad, la manera de vestir, la decoración del hogar, las formas de comunicar y comercializar los bienes mercantiles. Ningún sector escapa ya del fetichismo de lo auténtico: en todas las cosas, incluidas las comerciales, se manifiestan las demandas exponenciales de autenticidad. Lo que se exalta no es solo la relación auténtica con uno mismo y con los otros, sino también los productos "auténticos", los circuitos alimentarios de proximidad, los objetos y destinos auténticos, las marcas "honestas", sinceras y comprometidas. Hemos entrado en el estadio consumista de la autenticidad, punto culminante de su dinámica de expansión social.

Ya no solo valoramos la singularidad de los sujetos, sino también la de los objetos; ya no solo glorificamos la fidelidad al sí subjetivo, sino la fidelidad de las marcas consigo mismas; ya no solo apreciamos las conductas "naturales" de las personas, sino los productos ecológicos respetuosos con el medioambiente. El ideal de autenticidad, que al principio era intrapersonal, ha penetrado en el universo de las "cosas" y de la empresa: queremos sentido en todo, verdad, transparencia, naturalidad, sinceridad, fidelidad a uno mismo. El universo de la hipermodernidad se caracteriza por la extensión de la ética de la autenticidad a la esfera de los bienes mercantiles.

Era un fin moral incondicional, ajeno a cualquier intención mercantil: actualmente está colocada como medio al servicio del éxito de las empresas

La gran metamorfosis en curso se caracteriza también por el cambio radical que afecta a la manera de pensar y valorar la autenticidad en el momento en el que esta se convierte en un sector económico, una industria, una etiqueta, una moda, un objeto de consumo de masas. Era un fin moral incondicional, un valor ético ajeno a cualquier intención mercantil: actualmente está colocada en un pedestal como medio al servicio del éxito de las empresas, como clave para un liderazgo capaz de movilizar al personal de las empresas y crear niveles de compromiso elevado en los asalariados. Pero también como un nuevo grial de las marcas, herramienta indispensable para hacerse de nuevo con la confianza de los consumidores. En el tiempo de las economías posfordistas, la autenticidad se utiliza como argumento de venta, como "recurso" para el desarrollo de los mercados, del turismo y de las marcas. Cada vez más, se instrumentaliza con el fin de conseguir eficacia económica y de gestión. La fase performativa y utilitarista de la autenticidad ha tomado el relevo de su momento eticoidealista.

Quitarle la magia a la autenticidad

En este nuevo periodo histórico, la autenticidad está revestida con todas las virtudes y se la aplaude como el principio capaz de hacer frente con éxito a los desafíos de un siglo preocupado por su porvenir planetario. La época registra el aumento de una forma de encantamiento mágico que presenta la autenticidad como una especie de fórmula milagrosa capaz de acabar con las plagas que nos atacan. Nuestros ecosistemas están amenazados por un productivismo y un consumismo delirantes: aprendamos a vivir de manera sencilla, natural y frugal. La pandemia de la COVID-19 alcanza a todos los continentes del planeta: es culpa de nuestros modos de producción y consumo no auténticos. Los ciudadanos dan la espalda a las urnas: necesitamos responsables políticos íntegros y sinceros. Las marcas ya no inspiran confianza: el marketing de la transparencia es la solución. Los asalariados están desmotivados: la clave está en el liderazgo auténtico.

La conversión virtuosa a la vida auténtica está lejos de constituir la palabra mágica capaz de mejorar la suerte de la mayoría

¿La cultura de la autenticidad es merecedora de todos estos honores? Evidentemente, no. Sea cual sea su importancia existencial y social, la conversión virtuosa a la vida auténtica está lejos de constituir la palabra mágica capaz de mejorar la suerte de la mayoría, poner remedio a las crisis del medioambiente, la salud, la ciudadanía o la educación. Las llamadas virtuosas a la autenticidad tendrán una eficacia reducidísima para estimular un desarrollo verde, satisfacer las paulatinas aspiraciones de alcanzar el bienestar material, encontrar soluciones efectivas para los problemas de las desigualdades sociales, responder a los desafíos de la salud y la demografía, a las necesidades crecientes de la población mundial. Cuidado con ver en ella la panacea, el instrumento de salvación de nuestra época.

Por mucho que la autenticidad sea un ideal, conviene no magnificarla en cualquier circunstancia, presentándola como una finalidad suprema. Existen otros principios cuyo valor ético y cuya importancia para construir una vida individual y colectiva superan a la autenticidad. Sea cual sea la legitimidad en el registro de la conducta de la vida privada, tenemos que reafirmar que no es el más alto de nuestros valores. Todo lo que es auténtico no es necesariamente bueno, ni todo lo que es inauténtico debe descartarse. Al no ser un ideal supremo ni un remedio milagroso para nuestros males, tenemos que relativizar, quitarle la magia al valor de la autenticidad, afirmando al mismo tiempo su irreductible legitimidad moral.

El ideal de autenticidad individual no es algo de hoy: acompaña la aventura de la modernidad democrática e individualista desde su comienzo. Pero, inaugurada en el siglo XVIII, la ética de la autenticidad ha cambiado radicalmente de aspecto. Si bien el ideal sigue idéntico, las formas que adopta la cultura de la coincidencia con uno mismo y la autorrealización individual han cambiado de pies a cabeza. Un nuevo espíritu de autenticidad irriga nuestra época y un nuevo homo authenticus nos define. Somos testigos de la aparición de una manera nueva de ser uno mismo que presenta cada vez menos rasgos comunes con el modelo de los orígenes. Este libro pretende trazar el retrato de este hombre, de esta cultura de autenticidad profundamente reconfigurada.

Ensayo