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No sufras, todo es una mascarada
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Galo Abrain

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No sufras, todo es una mascarada

Aunque parezca material exclusivo de pasarelas y convites elitistas, todos nos ponemos máscaras en nuestro día a día. Lo auténtico, en realidad, no es más que una trampa

Foto: Jorge Acosta, David Castro, Carla Pereira y Álvaro Díaz posan en la alfombra rosa de los Goya. (Europa Press)
Jorge Acosta, David Castro, Carla Pereira y Álvaro Díaz posan en la alfombra rosa de los Goya. (Europa Press)
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Los Goya han dejado el avispero caldeadito… Antes de nada, hay que agradecerle a estos eventos las polémicas que despiertan. ¿De qué vamos a hablar si no? ¿De fúrtbol? ¿De geopolítica internacional? ¡Nah!, mejor despacharse a gusto sobre tonterías inocuas y descaradamente subjetivas, que sobre sanguinolentos conflictos a los que dar una sola respuesta es ejemplo de la mayor frivolidad.

El país (que ahora parece reducirse a las redes) se volvió loco con una señora que llegó a la alfombra roja disfrazada de romulana en celo, cargando lo que parecía un aborto cabezón de Mortadelo, así como con el twist de superficialidades que se vivió en la gala.

Para quienes le dieron bombo, y pusieron a parir el recital confirmando lo que aseguró Pérez Reverte en su última columna; que cada día somos un poco más gilipollas, la verdad es que no creo que la falsedad de la ceremonia sea menos acusada de la que cargamos cada uno de nosotros. Al final, pienso, todos lucimos máscaras.

Ha pasado casi un mes y sigo sin quitarme de la cabeza a Truman Capote. Los bailes de la alta sociedad, sea esta cultural o de talonario, siempre me desembarcan en Truman Capote. Capote rindió su genio a muchas causas. Algunas, como su A sangre fría, de naturaleza truculenta, vital y espiritualmente dañina. Otras, como su Plegarias atendidas, de índole jactanciosa, fingida, cheta; tan sofisticada como pedante, a la par que falsa. Y sospecho que la veleidad de las segundas fue donde realmente se sintió cómodo. Porque era la expresión, dopada y enjoyada, del ininterrumpido engaño en el que habitamos.

Hablemos de esos pavos reales del Upper East Side capotiano, de los pintamonas de los Goya

A decir verdad, cualquiera puede colmar el Nilo con lágrimas cuando aborda los cenizos caprichos de la muerte, el hambre o de la mala sangre que se ha enviciado con la vida de uno. No es tan fácil, en cambio, lagrimear con sinceridad, haciendo gotear el corazón sin reservas, cuando los sucesos son, a todas luces, una chuminada. Esa es la feria más engañosa, la que vive en un aparentar ininterrumpido y transforma cada gesto en acontecimiento.

El caso de los Cisnes de Capote; esas adineradísimas ladys de la jet-set neoyorkina inmortalizadas en Plegarias atendidas, e impecablemente bien encarnadas en la última temporada de la serie Feud: Capote vs. The Swans, es perfecto para comprender la enmascarada constante que nos rodea. Pues bien, hablemos de esos pavos reales del Upper East Side capotiano, de los llamativos pintamonas de los Goya (pónganles cara ustedes mismos) o de nosotros cuando visitamos a nuestra madre o nos vamos de jarana con los amigos, todos cambiamos y nos disponemos caretas diferentes.

Foto: Javier Ambrossi, Javier Calvo y Ana Belén. (LP)

Uno se inventa a uno mismo, y luego busca un mundo donde encajarse. A veces, ese mundo es como un grano de arena escurrido dentro de una ostra. Y ese nuevo inquilino impide a su casera pensar en nada que no sea convertirlo en perla. El molusco, entonces, deseoso de ser algo más que un simple bivalvo, se esfuerza por hacerse merecedor de acoger la opulencia de quien se ha colado en su forma de vida. En consecuencia, se adapta, atempera y muta, con tal de volverse digno de su actual condición. Pasando así de ser el objetivo de los bufetes al fetiche de los cuellos más selectos

La necesidad de adaptarnos a las circunstancias es tan atávica como la propia raza. Y el conjunto de idiosincrasias en las que se mueve, tanto el mundo artístico, como el adinerado, no se rinde a responsabilidades menores de adecuación.

Como decía, nos mofamos de la opulenta pavonaría de estos cosmos cargados de flashes y prejuicios, pero ¿acaso no vivimos en una constante represión, o alteración, de nosotros mismos con tal de ser parte de la jugada?

El abstemio parroquial que pisa todas las fiestas, pero no consume un tiro, podría convertirse en un comebolsas de cuidado

Lo contrario de ese baile de máscaras sería, supongo, algo así como lo "auténtico". Si hay un término que me escama, es el de auténtico. Me lo han colgado bastantes veces, y suelo intentar contradecirlo, porque me parece que lo auténtico queda lejos de ser lo que la gente cree. Quien es auténtico, más que sincero u honesto, es un activista de la temeridad. Alguien sin segundas, que no medita las consecuencias... Y, si lo hace, ¿entonces qué clase de autenticidad es esa?

Resulta aconsejable recelar del que se dice auténtico. El abstemio parroquial que pisa todas las fiestas, pero no consume un tiro, suele ser auténtico en su salubridad porque, de darse el caso, podría convertirse en un comebolsas de cuidado. Y el drogoalocado sin filtro que parece inerme al desaliento seguramente lo sea, simplemente, porque aunque quisiera purificarse, dejar su cuerpo libre de trampas químicas, no podría. Como dice Jorge Freire, "la única autenticidad que existe, es la autenticidad de ser un auténtico imbécil". Según las circunstancias, somos de una forma, o de otra. Y eso está bien, es sano saber adaptarse.

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Juzgar con recelo el sarao kitsch de mascaradas que nos llega desde las pasarelas, o los discretos vistazos que podamos hacer a esa zona VIP de las cuentas con seis dígitos, es totalmente legítimo. Pero no deberíamos presuponer que somos distintos. Que haríamos las cosas de otra forma. Que no nos adaptaríamos al medio, como esa ostra deseosa de parir una perla en su interior, tornándose vistosa y deseable para los demás. Al fin y al cabo, ¿no es lo que hacemos cada día? ¿No tratamos con mayor mimo y educación a los ancianos, cuidamos más el lenguaje en una reunión laboral o berreamos cual aberronchos entre colegas?

Tennessee Williams dijo: "¿si no puedes ser tú mismo, qué sentido tiene ser?". Pero, ah, dudo que se pueda ser siempre uno mismo. A veces, habrá que saber controlarse, o incluso hacerse el hortera. Cambiar de máscara y aceptar que todos nos atemperamos según el clima de la situación.

Cuando uno entiende eso, la estupidez se frivoliza, la seriedad se minimiza y los días, en general, se convierten en un carnaval más libre de prejuicios.

Los Goya han dejado el avispero caldeadito… Antes de nada, hay que agradecerle a estos eventos las polémicas que despiertan. ¿De qué vamos a hablar si no? ¿De fúrtbol? ¿De geopolítica internacional? ¡Nah!, mejor despacharse a gusto sobre tonterías inocuas y descaradamente subjetivas, que sobre sanguinolentos conflictos a los que dar una sola respuesta es ejemplo de la mayor frivolidad.

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