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La fama pica, pero es peor servir bocatas
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Galo Abrain

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La fama pica, pero es peor servir bocatas

'Sex symbols' y famosos tiran pestes de su condición, mientras millones de personas se pirran por conseguirla a toda costa

Foto: 'Pucho', en la gala GQ el pasado mes de noviembre. (Europa Press/Pérez Meca)
'Pucho', en la gala GQ el pasado mes de noviembre. (Europa Press/Pérez Meca)
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A Brad Pitt le colgaron el cartel de chico guapo desde que sus ojos azul antillano se comieron una pantalla. Es un sinónimo universal. Brad Pitt y estar bueno van de la mano. Cuando dio el salto al cine interpretando al vaquero sexy de Thelma y Louise, Brad creía que sería su oportunidad de empezar a dejar huella en el séptimo arte. Una zarpa menos condicionada por el cuerpazo que Dios le dio, y más por el talento interpretativo que quería despachar. Para sorpresa de nadie —imagino que ni de él—, no fue su visión de "el Método" lo que removió a las masas, sino esos abdominales como la parte trasera de un molde de cubitos de hielo. Y de ahí, el desencanto. Y de ahí, una duradera frustración.

Todo esto no me lo invento. No pretendo dar a entender que Brad y yo hemos tenido largas veladas, cóctel en mano, divagando sobre el precio del encasillamiento. Como suele pasar con las estrellas, conozco su vida más en profundidad que la de muchos allegados a través de un documental. Brad Pitt: todas las caras es una rapsodia bien narrada de los devaneos existenciales del único tipo que ha sido elegido en dos ocasiones "el hombre más sexy del planeta", según la revista People. Y la principal conclusión que se transmite, es que ser guapo es una putada. Aunque, vaya, no he visto ningún documental de alguien que haya ganado millones por ser feo.

En una onda menos encamada con el precio de la belleza, C. Tangana se ha vuelto omnipresente desde la entrevista que le hizo Jordi Évole y el estreno del documental Esta ambición desmedida. En su caso, Pucho se escuece del precio de la fama. A decir verdad, ser guapo ya es, en sí, una forma de fama. Salgas en las revistas o en los chats de tus amigos, los buenorros y las buenorras tienen mejor prensa que una boda aristocrática. Pero no me quiero despistar, que estaba yo con el Madrileño.

Ha habido dos puntos morbosos en estas últimas apariciones de Antón (así se llama el compositor). La primera, su confesión de que el Pans & Company le debe 600 billetes. La segunda, que durante sus mayores momentos de gloria, él, en el fondo, iba como geisha por arrozal. En cuanto a la primera, para mí que lo que ha llamado la atención no es que la cadena catalana le deba perras a alguien (que para hacer el chiste, va de lujo), sino que el fetiche musical patrio se haya manchado las manos de mayonesa. Es plato de buen gusto saber que los ídolos, una vez, fueron simples mortales con delantal. Respecto a la segunda, bueno, no es ninguna novedad que estar arriba es como subirse al tejado de casa desnudo. Todo lo que hagas podrá ser usado en tu contra, y esas cosas.

"No es ninguna novedad que estar arriba es como subirse al tejado de casa desnudo. Todo lo que hagas podrá ser usado en tu contra"

Así que, aquí me tienen, entre C. Tangana y Brad Pitt, el uno provocando aludes en las entrepiernas humanas desde los años 90, y el otro rebosando adoración, dinero y farra... —aguarden un momentico, que estoy buscando el Prozac—. Aunque, oye, para bienestar del vulgo, van los dos y se quejan. Su celebridad resulta ser también calamitosa. Pero seguro que lo prefieren a montar bocatas. Admito, eso sí, que siempre se agradece ver a las élites alejadas del pódium de la petardez. Peor que alguien lamentándose, es alguien a quien su reflejo le provoca unas erecciones que podrían poner el reloj en hora.

Lejos de mí desestimar gemidos. Conocí a C. Tangana en una fiesta que montó su discográfica (esta vez va en serio), y me pareció un payo la mar de majo, cercano y hasta tirando a sencillo. Pero tampoco lo vi incómodo en la muchedumbre lúbrica que había a su alrededor haciendo chitón cada vez que hablaba. La fama, vaya, también tiene sus cosas chachis. No todo van a ser incómodas tarantelas. Al fin y al cabo, Pucho está donde está porque entiende el negocio del éxito y administra muy bien su carisma. Quién sabe, quizás el propio acto de asumirse derrotado y débil sea en sí mismo una estrategia comercial. No me atrevo a sentenciar. Como digo, me cayó especialmente simpático.

Foto: Así fue la entrevista completa de Évole a C. Tangana. (La Sexta)

Estos devaneos, estas pulmonías en el frío de las alturas, por nostálgica suerte, solían estar reservados a cabezudos artísticos como los protagonistas de esta columna. Pero, de un tiempo a estas redes, la cosa ha pasado a formar parte de millones más. Los mecanismos de la fama han sido trasladados de la fortuna artística y el caché inusual a la ferretería de un móvil, conexión a internet y una cámara. De adorar ídolos, se ha pasado a la organización comercial para convertirse en uno. Y no solo por llamar la atención, ojo, asumiéndose una celebrity de cara a engordar el ego. No son pocos —demasiados, mejor dicho— los que saben que, de su fama, nace su autonomía económica. El ascensor social tiene hoy teclas en las que está escrita la palabra "popularidad digital", en negrita y con una fuente mucho más grande que la de "calidad laboral" u otros bichos raros analógicos.

Hay mucho que aprender de las confesiones de quienes están, o han estado, en el ojo del huracán. Y más hoy, que hay tanta gente buscando petarlo de formas tan originales como estúpidas. Quizás estar en el candelero no sea tan bonito —habrá que vivirlo para creérselo—, y sí exista una mística armoniosa en la mundanidad —como recita la película Perfect Days, de Wim Wenders—. No sabría decir, para mí los puntos medios suelen ser la solución. Lo único que sí podemos sacar en claro es que los venenos del deseo están agazapados en cualquier ambición, dispuestos a hacernos la puñeta. Que merece la pena hacer un alto. Tomar perspectiva. Regocijarse en lo que tenemos y saber que, debajo de toda aspiración, hay monstruos babeando por hacer de nuestra satisfacción un mal trago.

"Lo que sí podemos sacar en claro es que los venenos del deseo están agazapados en cualquier ambición, dispuestos a hacernos la puñeta"

Conformarse quizás sea de cobardes, como algunos dicen. Pero reconocerse en los placeres de los que se disponen es, sin duda, una fórmula ortopédica de algo parecido a la felicidad. Yo me regocijo en poder escribir esto para ustedes. Y, vaya, dándole una vuelta a mis dramas, me toque la esquiva mano de la fama (y la pasta y la farra que la acompañan), o no, esto es algo que agradecer.

¿Me llena esta tarea de presiones, ansiedad, paranoia y síndrome del impostor? Por descontado. Ahora, también les confieso, lo prefiero a hacer bocatas en el Pans & Company...

A Brad Pitt le colgaron el cartel de chico guapo desde que sus ojos azul antillano se comieron una pantalla. Es un sinónimo universal. Brad Pitt y estar bueno van de la mano. Cuando dio el salto al cine interpretando al vaquero sexy de Thelma y Louise, Brad creía que sería su oportunidad de empezar a dejar huella en el séptimo arte. Una zarpa menos condicionada por el cuerpazo que Dios le dio, y más por el talento interpretativo que quería despachar. Para sorpresa de nadie —imagino que ni de él—, no fue su visión de "el Método" lo que removió a las masas, sino esos abdominales como la parte trasera de un molde de cubitos de hielo. Y de ahí, el desencanto. Y de ahí, una duradera frustración.

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