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La apuesta del Gobierno tras el informe PISA pasa por enviar a los profesores a la escuela
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María Gelpí

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La apuesta del Gobierno tras el informe PISA pasa por enviar a los profesores a la escuela

La reducción de alumnos por aula es una medida que puede muy bien dar resultados, especialmente si el alumnado es diverso

Foto: Un niño entra en su colegio. (EFE/Ángeles Visdómine)
Un niño entra en su colegio. (EFE/Ángeles Visdómine)
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Es curioso observar que, ante los resultados atroces del último informe PISA, los líderes políticos, en lugar de asumir responsabilidades, han recurrido a excusas similares a las de los estudiantes que suspenden: Que si la pandemia, que si la inmigración o que si los profesores no sabemos enseñar.

La respuesta del gobierno de Sánchez frente a esta debacle educativa, pasa por un plan populista de inversión de más de 500 millones de euros, que todavía está por ver que los gobiernos central y autonómicos sepan gastarlos en algo que no sea una pizarra digital disfuncional. Las medidas propuestas por el plan incluyen la reducción de alumnos por aula mediante la incorporación de más profesores, apoyo extraescolar para estudiantes con dificultades y un programa de formación destinado a mejorar las habilidades de los docentes en la enseñanza. Es decir, que en vez de reforzar las asignaturas, nos mandan a nosotros a clase. Pero vayamos por partes.

La reducción de alumnos por aula es una medida que puede muy bien dar resultados, especialmente si el alumnado es diverso. Pero no se consigue solo con la incorporación de profesores, cuyas listas de interinos, sea dicho de paso, en algunas materias, están vacías y ni siquiera se están cubriendo bajas y permisos de un profesorado altamente desmotivado. A ese problema hay que sumar que la mayor parte de institutos no disponen de aulas para hacer esos grupos reducidos tan deseables y acaban dos profesores en una misma aula con 35 alumnos.

La segunda propuesta de brindar apoyo externo a estudiantes con dificultades, hace tiempo que funciona a través de los Talleres de Estudio Asistido (T.E.A), generalmente gestionados por los ayuntamientos y dirigidos a alumnos recomendados por los propios institutos, en función de su nivel económico y su disposición para aprovechar la ayuda. Cuando funcionan, suele dar muy buenos resultados porque traen las tareas hechas e incluso a veces tienen la suerte de encontrar a alguien vocacional que les enseña a hacer un buen esquema o definir conceptos. A pesar de la conveniente medida, en España hemos sacado uno de los mejores resultados en integración de desigualdades socioeconómicas, es decir, que nuestros alumnos son de una mediocridad bastante igualitaria.

Foto: Foto: iStock.

Para comprender la última propuesta que consiste en cursos de formación para que los profesores enseñemos a sacar buena puntuación en las pruebas PISA, es necesario entender el enfoque de la educación competencial que utiliza este sistema, en contraste con otros informes como el TIMSS. Este enfoque valora no solo la adquisición de conocimientos en sí, sino la capacidad del alumno para aplicarlos en diferentes contextos, lo que implica comprender y abstraer los principios, en lugar de simplemente conocerlos. Hasta ahí bien, pero no olvidemos que el objetivo de la OCDE es maximizar el crecimiento económico, no el conocimiento per se en sentido aristotélico.

El aprendizaje basado en competencias se originó en el marco del taylorismo, cuando Frederick W. Taylor realizó un estudio en 1911 para la mejora del rendimiento laboral, aplicándose en los años 70 al ámbito de la educación superior, por el psicólogo motivacional David McClelland, experto en tests de personalidad. Si nos acercamos al sistema de educación en el país estrella del informe, Estonia, cuyo nivel de gasto por alumno es menor que el de España, encontramos un sistema de educación competencial y utilitarista, en función de las necesidades de capital humano del país, con el incentivo para los alumnos de conseguir un trabajo casi seguro con las titulaciones oficiales y gratuitas. Las escuelas, con ratios de 15 alumnos por aula, tienen independencia para aplicar proyectos propios a partir de unos mínimos estatales, con autonomía del profesor y burocracia cero (ni programaciones ni control de seguimiento). Los datos de rendimientos, medidos en una prueba de acceso a la Universidad, son públicos. De esta manera, aunque la educación sea pública, los centros quedan sometidos a un sistema de competencia mercantil, con dotación económica en función del número de alumnos que se matriculen, puesto que hay libre elección de centro.

Se entiende cuando decía Freud que curar, educar y gobernar son profesiones imposibles

Pero volvamos a España. La medida del gobierno de formar al profesorado llega tarde a sus propias exigencias, ya que los docentes llevamos 18 años, desde la LOE del 2006, programando por competencias y elaborando "situaciones de aprendizaje" en una jerga pedagogizante llena de eufemismos que los padres no entienden, por exigencia del Estado que ahora nos quiere dar un curso.

La contradicción es clara. Por un lado, ya puestos, si el único objetivo es subir en el ranking de PISA y el conocimiento ya vendrá por añadidura, esto hay que tomárselo como un sistema competitivo salvaje, con resultados a la vista, el control del profesorado es superfluo y deberían ser los padres, como consumidores, los que asumieran el sistema de control-reclamación ante malos profesores, como ha ocurrido hace dos semanas en un colegio en Sabadell, en el que ha dimitido el equipo directivo en bloque ante las quejas de los padres que venían a sus hijos salir de la primaria sin saber leer ni multiplicar.

Sin embargo, no es suficiente. Y ahí va un dato relevante. Según las encuestas de países como Dinamarca o Finlandia, los alumnos perciben a sus profesores como alguien que les presta ayuda para su proceso de aprendizaje, similar a la figura de un psicólogo, que enlaza su vida de estudiante con el mundo laboral. De algún modo, se entiende cuando decía Freud que curar, educar y gobernar son profesiones imposibles, puesto que, cuando encuentran resistencia no son viables y cuando no la encuentran ya no son necesarias.

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En nuestro entorno, los alumnos, salvo excepciones, no están comprometidos con su enseñanza. Lo más habitual es encontrar un alumnado desmotivado, que considera que esforzarse no sirve para nada porque el enchufismo, lo que Bourdieu llamaba capital social, y la pasta (capital económico) que todo lo puede comprar, parecen primar frente al capital cultural que incluye los conocimientos y títulos. Más aún, si tu primera chamba, estudies la ingeniería que estudies, va a ser un Mc Empleo. Si a esto le sumamos que algunos de ellos están situados en la nostálgica lucha estudiantil que ha perpetuado el fomento de la oposición al profesor como arma de represión y normalización, al más burdo estilo foucaultiano, con jornadas de huelgas sin sentido y un afán por perder clases, junto con un profesorado desesperado por problemas de disciplina y una burocracia que se come las horas de trabajo por los aplicativos de control, la torta está servida en bandeja. ¿No sería mejor invertir en revertir todas esas dinámicas?

Esperad que, de aquí a unos meses salen dos volúmenes más del informe PISA 2022 con un estudio sobre Pensamiento creativo, Educación financiera y Preparación de los estudiantes para el aprendizaje permanente. Veréis la risa.

Es curioso observar que, ante los resultados atroces del último informe PISA, los líderes políticos, en lugar de asumir responsabilidades, han recurrido a excusas similares a las de los estudiantes que suspenden: Que si la pandemia, que si la inmigración o que si los profesores no sabemos enseñar.

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