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Vuelta a la rutina: la paradoja del mal menor
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María Díaz

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Vuelta a la rutina: la paradoja del mal menor

Desde cierto punto de vista, la rutina es sinónimo de fatiga. No es más que el eco de unos gestos que una vez tuvieron sentido y propósito, pero que ahora son meros automatismos

Foto: Inicio del curso escolar 2023. (EFE/Ángeles Visdómine)
Inicio del curso escolar 2023. (EFE/Ángeles Visdómine)
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Muchos piensan en ella de forma peyorativa, especialmente tras las vacaciones de verano, pero la rutina puede ser el dique de contención entre lo conocido y lo extraño.

La rutina, como tantas cosas, regresa con fuerza el septiembre de cada año al vocabulario común durante algunas semanas. Amigos, familiares y compañeros de trabajo se preguntan los unos a los otros qué tal vuelta a la rutina. Pero esta pregunta es también legítima de hacerse a uno mismo, porque la palabra rutina tiene fuertes connotaciones emocionales, con frecuencia contradictorias, a las que enfrentarse de manera personal.

Las rutinas son muy prácticas en la tarea de la domesticación temporal, pero no se caracterizan por dejar mucho margen a la introspección

Desde cierto punto de vista, la rutina es sinónimo de aburrimiento y fatiga. No es más que el eco de unos gestos que una vez tuvieron sentido y propósito, pero que ahora son meros automatismos. Es fácil sentir, desde esa perspectiva, que no se está en control de la vida propia cuando la mayoría de acciones no se ejecutan de manera consciente y deliberada, sino que solo siguen una pauta marcada. Si se continúa por esa línea de pensamientos, pronto se llega a cuestionar cómo se toman realmente las decisiones menores de la vida y, con esta pregunta, llegan, inevitablemente, otras de mayor calado que producen un vértigo proporcional a su profundidad.

Posiblemente, aquello que se ha llegado a llamar depresión postvacacional no sea más que un montón de adultos con la excepcional perspectiva crítica que facilitan un par de semanas de sueño reparador. Porque las rutinas son, sin duda alguna, muy prácticas en la tarea de la domesticación temporal, pero no se caracterizan precisamente por dejar mucho margen a la introspección —ese estado mental tan necesario como peligroso que solo se alcanza cuando el tiempo fluye—.

Por otro lado, las rutinas tienen innegables beneficios en la vida moderna. La mediación y organización del tiempo es una ocupación de inestimable valor y permite a las sociedades ir a un ritmo acompasado que facilita todas las logísticas, las más sencillas y las más complejas. Con el paso del tiempo, el calendario escolar ha adquirido un importante peso en la organización del año; una relevancia social que antes tenían los ciclos agrícolas que, como las rutinas contemporáneas, solo tenían sentido gracias a su interrupción, temporal y programada. Las rutinas, además, dan sensación de control y sentido a la existencia. Como cualquier otra invención práctica, tienen también un valor simbólico que con frecuencia se pasa por alto, pero que es su razón de ser última y motivo de su éxito.

Se trata de encontrar un sentido a la entropía cotidiana y para esa tarea toda aplicación de Google Calendar o Notion es poca

Es precisamente esta dimensión simbólica de las rutinas la que está detrás de su creciente popularidad. De la mano del culto a la productividad como forma de existir, la rutina es, para muchos, una especie de religión muy práctica y conveniente, porque se ajusta a la perfección a toda necesidad —ya sea natural o creada—. Los acólitos de esta secta tienen sus agendas y calendarios repletos de microtareas y macrobjetivos, de minihorarios y maxipropósitos. Hay rutinas de todo y para todos: de día, de noche, de ejercicio, de descanso, de alimentación, de sueño, de belleza, de aprendizaje, de trabajo. La única que no se pregona como modo de vida aspiracional es la rutina sexual, aunque sospecho sea de las más practicadas y tenga además unos beneficios poco o nada cacareados.

Personalmente, entiendo todo esto. En el fondo, no puedo siquiera satirizar sobre los adoradores de la rutina, aunque no comparta sus prácticas y creencias, porque comprendo el impulso que los conmueve. Se trata de encontrar un sentido a la entropía cotidiana y para esa tarea toda aplicación de Google Calendar o Notion es poca. Cuando las circunstancias impiden encontrar un patrón en el caos y la introspección es inalcanzable, las rutinas pueden ser una medida de contención, una herramienta que permita trazar márgenes donde no los hay y dibujar barandillas desde las que no dé miedo asomarse al abismo. Así que si estas semanas de septiembre, entre cambios de tiempo y variaciones de humor, alguien siente en el estómago el mareo del vacío, no seré yo quien juzgue que se intente llenar con ocupadas páginas de agenda.

Muchos piensan en ella de forma peyorativa, especialmente tras las vacaciones de verano, pero la rutina puede ser el dique de contención entre lo conocido y lo extraño.

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