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Los juegos del descanso: cuando las vacaciones se convirtieron en una competición
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María Díaz

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Los juegos del descanso: cuando las vacaciones se convirtieron en una competición

Las vacaciones han pasado de un derecho laboral a un medidor social y la carrera comienza con una sencilla y bienintencionada pregunta

Foto: Material escolar a la venta en una librería de Madrid con motivo del inicio del curso escolar. (EFE/Daniel González)
Material escolar a la venta en una librería de Madrid con motivo del inicio del curso escolar. (EFE/Daniel González)
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Bueno, ¿y qué tal las vacaciones? ¿Qué has hecho?

La temible pregunta. La primera vez que se cruza en la vida suele ser en la infancia y de la boca de un adulto cercano pero no mucho, un pariente, un amigo familiar, un maestro, quizá. Si, por lo que sea, se esquiva el tema en la comunicación verbal, ahí estaba la redacción de vuelta cole, a veces en dos asignaturas e idiomas, inglés y castellano, siempre sobre las dichosas vacaciones.

Foto: La entrada de un colegio público de Madrid. (EFE/Mariscal)

Casi todos los críos, sean cuales sean sus condiciones materiales, disfrutan de las vacaciones escolares. Cada uno a su manera y con su personalidad aprovecha ese tiempo para jugar, descansar, descubrir y aburrirse como debería poder hacer cualquier humano, tenga la edad que tenga. Ensimismados en el tiempo de recreo, se plantean las tardes de calor como una aventura que merece la pena ser vivida primero y luego contactada a los compañeros de la escuela. El problema viene con la reacción a la respuesta que se da a la dichosa pregunta. Quizá algo falta de entusiasmo, quizá algo sobrada de paternalismo, termina por restar ilusión al recuerdo infantil de lo que hasta ese momento había sido un verano estupendo.

Y luego la pregunta del remate. Un sencillo "¿Y no habéis ido a ningún sitio?" es capaz de drenar todo el dulce sabor de una visita a la piscina o de largos meses bajo el atento y cansado cuidado de unos abuelos. No siendo esto bastante, abre la puerta a que otra criatura responda que sí, que ellos han ido "inserte un destino vacacional aleatorio aquí", para culminar la desilusión y comenzar a implantar las dinámicas comparativas. Lo que hacía unas horas era una expectativa excitante —compartir en común lo vivido en la ausencia— se ha transformado en un momento que temer el próximo año, quizá el resto de la vida en un despiste.

De adulto, estas dinámicas comparativas están ya totalmente asentadas sobre la ropa que vestimos, el sueldo que ganamos, el coche que conducimos, la cultura que disfrutamos. Las vacaciones son otra muesca en el palo que nos mide con otros —y nosotros mismos, si no prestamos atención a las señales de aviso—. Las experiencias, esas entelequias que nos proporcionan recuerdos y perspectiva y no se pueden contar en divisas, sino en minutos, se convierten así en otra herramienta para el pavoneo vacío. Es frecuente ya, por desgracia, que las vacaciones sean un tiempo de endeudamiento familiar, una deuda de ocio, no de necesidad o contratiempo. O, mejor dicho, una deuda de la necesidad creada y percibida.

Si mañana, al regreso al trabajo, alguien les pregunta, que han hecho en estas vacaciones, respondan con un certero "descansar"

Si todo esto no es suficientemente bochornoso —convertir el derecho al descanso en una competición— con las redes sociales, la inevitable pregunta en cuestión es, encima, un trámite social totalmente vacío. Todos han subido ya sus fotos y videos de las infinitas formas que permite un teléfono móvil y más de uno habrá estado ocupado en salir lo mejor posible en los reportajes del ¡Hola! caseros, que a su vez muchos se habrán ido dosificando en su publicación durante días para alargar la agonía y la curiosidad de su audiencia.

Todo esto es un ejercicio totalmente innecesario que, como ocurría con la redacción de comienzo de curso, no cuenta para nota alguna y es mero formalismo de lubricación social. Cada cual que use el tiempo como prefiera pero, si revisando los álbumes de vacaciones en redes se siente uno aguijoneado por la envidia, conviene recordar entonces que la mitad de lo que ponen los críos en esas redacciones de vacaciones son fantasías infantiles, si no directamente mentiras. Y recordar también la ilusión primigenia con la que se pasaba uno los meses esperando el próximo domingo para ir, por ejemplo, al pantano, entre tarde y tarde, sin que lo hiciese cualquier otro desmereciera lo más mínimo aquellas experiencias.

Si mañana, al regreso al trabajo, alguien les pregunta, entre la inocencia y la socarronería, que han hecho en estas vacaciones, háganse un favor a sí mismos —y a mí y a todos— y respondan con un escueto pero certero "descansar".

Bueno, ¿y qué tal las vacaciones? ¿Qué has hecho?

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