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Virginie Despentes, 'punki' de las letras galas: "En Francia, Rubiales sería ministro de algo"
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ENTREVISTA

Virginie Despentes, 'punki' de las letras galas: "En Francia, Rubiales sería ministro de algo"

La autora de 'Teoría King Kong' y la trilogía de 'Vernon Subutex' publica en España su novela ‘Querido capullo’ y debuta como dramaturga y directora teatral

Foto: La escritora Virginie Despentes. MARTA CALVO
La escritora Virginie Despentes. MARTA CALVO

Ella fue una actriz de las que cortaba calles a su paso. Él, uno de esos escritores al que le fue bien y se creyó un triunfador. Ella vive hoy el inicio de ese drama que supone haber sido una actriz de culto, la más deseada, y que nadie te llame para hacer películas porque has cumplido los 50. Él vive la cancelación y la defenestración pública tras ser acusado de acoso sexual por parte de su antigua jefa de prensa, una joven treintañera con un blog que siguen miles de jóvenes feministas. Él es Oscar y un día escribe sobre esa actriz en declive, Rebecca, en Instagram: “Una mujer sublime convertida en adefesio. No solo vieja, sino burda, descuidada, de piel repulsiva (…) Me han dicho que se ha convertido en musa de las jóvenes feministas. La Internacional de las Pordioseras ataca de nuevo”. Ella responderá por mail: “Eres como si una paloma me cagara en el hombro: una guarrada asquerosa. Buáá, buáá, soy una mierdecilla que no le interesa a nadie y berreo como un chihuahua para ver si me hago notar”.

Así comienza el intercambio epistolar que articula Querido capullo (Random House), de Virginie Despentes (Nancy, 1969), una novela en la que la autora de Teoría King Kong y Vernon Subutex habla de drogas y adicciones, de feminismo y MeToo, de la clase trabajadora, la fama, el declive, el fracaso y el desencanto, de la masculinidad tóxica, la cultura del odio en redes y de la cancelación. Y de la fragilidad, la empatía y la amistad, porque Despentes reniega del blanco y negro y despliega todo un catálogo de aristas, tensiones y contradicciones para reclamar, en el fondo, la posibilidad de cambiar de opinión, de redimirse, de escuchar y comprender al otro, a ese Querido capullo, ese oxímoron, ese tipo, como tantos, que creyó que el MeToo fue solo “la venganza de las zorras” y que acabará entendiendo por qué las mujeres están tan cabreadas.

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Virginie Despentes. MARTA CALVO

PREGUNTA. ¿Por qué decide empatizar, en esta novela, con un hombre acusado de acosar sexualmente a una mujer?

RESPUESTA. Es una buena pregunta. Primero, porque lo tengo dentro. Tengo dentro este personaje de escritor un poco tonto. Es algo que me sorprende a mí misma, pero lo tengo, lo imagino, lo puedo trabajar. Ursula K. Le Guin empezó un libro diciendo ‘soy un hombre que escribe’ y yo, cuando escribo, siempre tengo interiorizado un hombre tonto. Y esta decisión viene también de una discusión que tuvimos al principio del MeToo con amigas, en Francia, sobre alguien que conocíamos todas. Era una cena de lesbianas, de círculos literarios, sobre alguien que conocíamos, un borracho supergracioso. No se trataba de un caso de violación, era algo de años antes, de borracho puro, y en ese momento nos preguntamos qué íbamos a hacer si tenía un final MeToo: ¿Íbamos a hablar con él? ¿Íbamos a condenarlo?

P. Habla del alcohol, de ese borracho super gracioso, y en esta novela las drogas y las adicciones tiene un protagonismo importante.

R. El corazón del proyecto es la droga. Es algo que nunca había hecho en una novela y que es muy importante en mi vida. Trato la droga en esta novela como traté la música rock en Vernon Subutex y no hablo como yo, mujer y droga. Estoy hablando de una relación particular con la droga que, cuando quieres dejarlas porque sabes que no te van bien, no puedes. Y esto no es femenino o masculino. La persona dentro de mí que tuvo esta relación tan fuerte con la droga no es especialmente femenina, tampoco masculina.

Paré de beber a los 30 años, hice otras cosas y luego volví a beber. Y, por fin, lo dejé todo a los 50. Fue un asunto muy importante en mi vida, me costó mucho

P. ¿Y por qué le apetecía escribir sobre ello ahora?

R. Porque nunca lo había hecho. Y porque paré de beber a los 30 años, hice otras cosas y luego volví a beber. Y, por fin, lo dejé todo a los 50. Fue un asunto muy importante en mi vida, me costó mucho. Pienso que esto interesa a mucha gente y no creo que haya acabado de hablar sobre ello.

P. ¿Dejar las drogas modificó su manera de escribir, su relación con la escritura?

R. En mi caso, eso ha sido lo que me ha permitido escribir, dejar de beber a los 30, que fue dificilísimo. Era tan impactante que no hubiera sido posible seguir con ambas cosas, había que elegir la escritura porque te cambia la inteligencia, te cambia tu posibilidad de hacer las cosas, tu tiempo, la facultad de elegir lo que haces de tu día. ¿Te cambia la escritura? No, lo que te cambia realmente es lo que estamos haciendo ahora, la promoción de lo que escribes. Esto sí te lo cambia totalmente. Si lo haces en seco, entras en contacto directo con lo que haces, con lo que está pasando.

P. “Uno se droga por razones políticas, para olvidar las guerras que lo atraviesan, las guerras de las que ha vuelto o no”, escribe en esta novela. Ahora que ya no consume drogas, ¿cómo hace para sobrellevar esas guerras?

R. Lo haces. Sin nada. Yo, a ti, no te veo borracha, no has tomado nada, y estás haciendo esto. Aprendes a hacerlo como mucha gente, aprendes que es soportable. Y, además, no puedes huir más de lo que te pasa. He descubierto muy tarde que lo puedes aguantar, y agradable y confortable no es, pero lo aguantas al final. También hay algo, para las personas como yo, que se convierte en un problema: hay un momento en que las drogas no te sirven más. Cuando te sirven, las usas y estás contenta. Pero hay un momento en que las sigues usando y ya no te sirven para protegerte de nada y se ponen en contra de ti. Pero hay algo de vergüenza cuando te das cuenta de que no estás siendo capaz de aguantarlo bien. Hay algo que no quieres admitir porque es un punto de vulnerabilidad. Creo que la droga es un poco como la pornografía, es algo tan central como lo fue la violación en su tiempo, central en nuestras vidas, en la ciudad, en la economía, en las políticas… Puedes incluso escribir una historia de la literatura o de la música a partir de qué droga tomaba cada quien, pero es algo que no miramos, hacemos como si nada.

"Creo que la droga es un poco como la pornografía, es algo tan central como lo fue la violación en su tiempo [...] pero luego hacemos como si nada"

P. 'Querido capullo' es una novela sobre la amistad y el diálogo, sobre la posibilidad de cambiar de opinión y de punto de vista. ¿Qué ha pasado para que ahora defienda que nos sentemos y hablemos, en vez de ‘levantarnos e irnos’ como planteó en su famosa columna en Libération contra la concesión del Premio César a Polanski?

R. Para mí es muy distinto escribir una novela que hacerlo en un periódico. En la novela tienes todo tu espacio, existe una relación con la lectora o el lector, tienes todo tu tiempo para entrar en complejidades. En un periódico vas a saco, reaccionas a algo. En la novela hay un personaje masculino capaz de cambiar su mirada y, como él también deja todas las drogas, entra en una vulnerabilidad que le permite hacer un movimiento. A mí me sorprende que, en general, los chicos de mi edad tienen muchos problemas para hacer un cambio mental como el que hace este personaje. A Oscar le lleva tiempo, le cuesta, pero lo hace. Y esto me parece súper importante, hacer ese esfuerzo de pensar qué responsabilidad tengo en los conflictos. A veces, ninguno. Pero a veces sí hay que escuchar a la gente que se queja a tu alrededor. En realidad, la gente que se siente atacada para de pensar. Se defienden y buscan apoyos. No hacen este ejercicio crítico. Y aquí, este hombre, en un asunto de acoso, hace ese ejercicio de preguntarse ¿por qué se quejan? ¿De qué se quejan?

P. ¿Cree que el feminismo actual es permeable a esos hombres?

R. Creo que los hombres deberían escuchar más. ¿Por qué tantas mujeres en el mundo entero se quejan de las mismas cosas y de la misma manera? ¿Por qué hay un ruido tan fuerte? Me parece que los más jóvenes quizás lo tienen un poco más claro, pero los hombres no han entendido lo que ha pasado. No han entendido que tienen que abrirse. Más que el feminismo, yo criticaría la masculinidad blanca, y lo digo así porque creo que hay un paralelismo entre ser hombre y blanco y ser incapaz de escuchar lo que te dicen y tener esa reacción de me defiendo, no te escucho, no te creo, no quiero entender nada, no quiero cambiar nada en mi actitud. Y sí, para mí la masculinidad tendría que ser más flexible y más segura de sí misma. Porque tienes que sentirte un poco seguro de ti mismo para admitir algo de vulnerabilidad. Creo que Oscar parece un tonto al principio pero, poco a poco, es capaz de admitir que es vulnerable y tiene problemas. También me interesaba saber qué pasa con la masculinidad cuando la mezclas con alcohol y cocaína. ¿Pasa algo únicamente cuando conduces? ¿Pasa algo también en tu conducta? La masculinidad quizás podría plantearse qué pasa si eres un poco tonto y, además, bebes mucho. ¿Eres muchísimo más tonto? ¿Violento? ¿Peor? Y esto nunca se plantea.

Creo que hay un paralelismo entre ser hombre y blanco y ser incapaz de escuchar lo que te dicen y tener esa reacción de me defiendo, no te escucho, no te creo, no quiero entender nada, no quiero cambiar nada en mi actitud

P. ¿Se ha vuelto menos punk con la edad o ese punk está colocado ahora en un lugar distinto, en ese espacio de la fragilidad y de la vulnerabilidad?

R. Tengo 54 años, en mi generación inventamos el punk maduro. Normalmente en el punk, punk, mueres un poco antes, ¿no? O te destruyes. Me parece punk esta tendencia que tengo de buscar la sinceridad. Eso me parece punk, buscarla incluso si no es seductora para la mayoría. Lo más lógico en mi caso sería escribir una Teoría King Kong 2, que sería útil, pero no estoy aquí para que la gente se sienta bien con lo que hago. Tampoco para que se sienten mal.

P. No parece que nadie se haya sentido especialmente mal con esta novela, apenas he leído alguna crítica negativa en Francia, donde la publicó el año pasado, y tampoco ha despertado reacciones en contra por parte del feminismo

R. Ha generado debate en torno al hecho de que Oscar, al final, no es castigado, en torno a esa pregunta que aparece al final del libro sobre ¿qué hacemos con los culpables? ¿Los matamos? ¿Les arrancamos un dedo? ¿Les pedimos un riñón? ¿La cárcel? ¿Qué pensamos? Este es un debate que admite el libro y yo tengo la sensación de que hace falta algo que no siempre sea la justicia, sistemáticamente, porque a veces la justicia no nos interesa, en algunos casos la víctima no encuentra ahí lo que busca. Yo no sé exactamente qué hacer con los culpables, no tengo una idea clara. El libro fue publicado el año pasado, justo antes del backlash real del MeToo, que podemos decir que empieza en Estados Unidos con el juicio de Johnny Depp y que sigue con lo que habéis hecho en España últimamente. El MeToo, que también se trata en el libro, fue sumamente importante, pero es un proceso vivo, y hay estrategias que no funcionan tan bien, estrategias que te vienen de América y no ves los resultados tan claramente. Por ejemplo, yo no condeno la cultura de la cancelación, pero me parece que los que más la padecen son los más débiles, no los más fuertes, los más potentes, que pasan un mal rato y al final salen bien de la historia.

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Portada de 'Querido capullo', el nuevo libro de Virginie Despentes.

P. Seis años después del #MeToo se pregunta en esta novela qué hacer con la ira, el dolor y la rabia… Y es cierto que el señalamiento público y la denuncia en redes canalizan la ira y cuestionan la impunidad, pero el sistema lo asimila casi sin pestañear, con un despido o una cancelación, mientras las estructuras siguen ahí, en pie, sin apenas modificaciones.

R. Creo que al sistema sí le cuesta asimilarlo, no le gusta, y le cuesta tragárselo porque es la primera vez que sucede. Yo no sería tan negativa porque veo que no le gusta, porque es la primera vez que tienen que responder de sus actos. Nunca fue así antes. Segundo, no es solo que hayamos encontrado un espacio para verbalizar, sino que, además, hemos encontrado, hemos creado, han creado las que han hecho el movimiento, un espacio donde se escuchan, donde se crea una red de feministas, de mujeres, una red que no existía antes. Y esto, creo, no se traga tan bien. Lo que veo del sistema es que pide silencio otra vez. Está pidiendo silencio. El silencio es súper importante, que nos callemos. Pero el silencio no va a volver. Y esto me parece que le está costando al sistema. A los hombres blancos de siempre les gustaría que el feminismo fuera como una ola de COVID, algo que pasa y después volvemos a la normalidad. Pero no es tan fácil como creen porque existe una red de escucha en las redes sociales, por ejemplo, y el silencio se ha acabado. Ahora no puedes imaginar que una mujer de 20 años llegue a su trabajo y vea normal que la acosen. Y esto, cuando yo llegué a París, era perfectamente normal, ni siquiera te planteabas quererte. Eso de pensar que porque no has reaccionado inmediatamente a algo tienes que callarte para siempre porque la vergüenza es tuya, esto también se acabó. Se acabó, se acabó. Y sí, hay un backlash, una resistencia, y todo esto pasa en un ámbito de ultraliberalismo salvaje y la reacción de los más poderosos no es la de cambiar para mejor, pero algo está pasando. No podemos decir que el MeToo se acabó y que se acabó sin cambiar nada. Ahora veo, por ejemplo, que en algunos festivales de cine se sienten obligados a seleccionar películas de mujeres. Ahora, de vez en cuando, te dan un premio por hacer una película sobre un personaje femenino.

A los hombres blancos de siempre les gustaría que el feminismo fuera como una ola de COVID, algo que pasa y después volvemos a la normalidad

P. En Querido capullo es muy crítica con esa industria, la del cine…

R. Venecia y Cannes han sido asquerosos, pero al final los dos han dado los putos premios a mujeres, les cuesta, pero al final lo han hecho.

P. ¿Ha seguido el caso Rubiales y toda la reacción social que ha desencadenado?

R. Sí, ha sido la prueba de que el MeToo no se ha acabado y, cuando vienes de Francia, te da un montón de fuerza ver que en España hay figuras políticas femeninas capaces de tomar la palabra en público y defender el feminismo, y que las jugadoras son capaces de ser solidarias internacionalmente, y que no se acabó. Me ha parecido una demostración de que hay un backlash, sí, pero no importa, seguimos. En Francia no podemos soñar con algo como esto.

P. ¿De verdad?

R. No, no, (en Francia) Rubiales sería ministro de algo.

P. A pesar de que es una novela luminosa, también hay un poso considerable de desencanto. ¿Es generacional o ideológico?

R. Ambos. Hay una calma, que viene con la cincuentena, pero también hay desencanto porque tu cementerio personal está lleno, no solo de muertos de verdad, también de proyectos, amistades, creencias… Y porque, políticamente, es imposible creer que estamos bien. A alguien como yo le cuesta saber que los más poderosos lo tenían mucho mejor atado de lo que pensábamos, con una especie de nihilismo mucho más desarrollado de lo que creíamos. Hace 20 años pensaba que si el planeta estaba en peligro harían algo, pero veo que no.

Vivo en Francia y no pensaba que el triunfo de la extrema derecha sería tan fácil porque fuimos criados en la idea de que eso se había acabado, que el fascismo es malo

P. ¿Le preocupa?

R. Me preocupa mucho, sí. Vivo en Francia y no pensaba que el triunfo de la extrema derecha sería tan fácil porque fuimos criados en la idea de que eso se había acabado, que el fascismo es malo, el racismo es malo y nunca más… Y siento ese desencanto de, coño, ¿cómo es tan fácil?

P. He leído que su próxima novela quizá sea de vampiros…

R. Sí, me gusta la idea, pero no estoy segura. Me gusta mucho Anne Rice, los clásicos de vampiros, las series, me gusta la idea de hacer algo de este tipo de género, pero de momento es solo una idea. Creo que lo haré, pero aún no estoy segura de si será el próximo libro que escriba.

P. Lo que sí ha escrito es una obra de teatro…

R. Desde hace tiempo voy mucho más al teatro que al cine, y me gusta mucho. Y sí, hemos escrito una obra a cuatro, con Paul B. Preciado, Anne Pauly y Julien Delmaire. La voy a estrenar en marzo en el Théâtre du Nord de Lille.

P. ¿La va a dirigir?

R. Sí, sí, no sé si saldrá bien, pero me apetece mucho. Ahora estamos seleccionando a los actores y actrices. Se titula Woke porque a nosotros nos identifican con ese término, aunque no lo seamos, woke, woke, esa obsesión de la derecha, de los nacionalistas…

P. ¿Quién protagoniza esta historia?

R. Escritores.

Ella fue una actriz de las que cortaba calles a su paso. Él, uno de esos escritores al que le fue bien y se creyó un triunfador. Ella vive hoy el inicio de ese drama que supone haber sido una actriz de culto, la más deseada, y que nadie te llame para hacer películas porque has cumplido los 50. Él vive la cancelación y la defenestración pública tras ser acusado de acoso sexual por parte de su antigua jefa de prensa, una joven treintañera con un blog que siguen miles de jóvenes feministas. Él es Oscar y un día escribe sobre esa actriz en declive, Rebecca, en Instagram: “Una mujer sublime convertida en adefesio. No solo vieja, sino burda, descuidada, de piel repulsiva (…) Me han dicho que se ha convertido en musa de las jóvenes feministas. La Internacional de las Pordioseras ataca de nuevo”. Ella responderá por mail: “Eres como si una paloma me cagara en el hombro: una guarrada asquerosa. Buáá, buáá, soy una mierdecilla que no le interesa a nadie y berreo como un chihuahua para ver si me hago notar”.

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