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Ni la llegada de los aliens ensombrecería el fichaje de Mbappé
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Galo Abrain

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Ni la llegada de los aliens ensombrecería el fichaje de Mbappé

Recientes informes de altos cargos del Gobierno de Estados Unidos parecen indicar que cohabitamos con vida extraterrestre desde hace tiempo. De confirmarse, apuesto a que a la mayoría de la gente realmente se la sudaría

Foto: Mbappé, sonriente en un entrenamiento con Francia. (Reuters/Sarah Meyssonnier)
Mbappé, sonriente en un entrenamiento con Francia. (Reuters/Sarah Meyssonnier)
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Me gusta el aroma extraterrestre. Admito que descubrí antes a UFO —la banda británica— que la ufología, pero no por ello sentí menor curiosidad hacia el concepto original. Abducciones, objetos voladores como tortitas, bichos de bizarra complexión humanoide, guiris de Marte o de Venus y las preguntas absolutas: ¿estamos solos en el universo?, ¿qué quieren de nosotros?, ¿las sondas van por la nariz o por el cu…? En fin, trascendencia interrogativa.

La cuestión de si tenemos compañeros de piso en el planeta —greñudos con ojos de sapo o sílfides a lo Luisa Casati— parece haber perdido tirón a medida que los nuevos freaks tienen cosas mejores que hacer. La ufología se ha quedado un poco anacrónica para una generación a la que ya no le sorprende nada, salvo lo que ataña, directamente, al centro neurálgico de su efímera satisfacción.

Foto: Kylian Mbappé, con gesto serio en un entrenamiento. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

A la luz de este desinterés, hay dos cosas que me han llamado la atención recientemente. La primera, que varios conocidos (no me gusta usar el término amigo a la ligera) me han enseñado vídeos y noticias en este ámbito desde que David Grush, exoficial de Inteligencia de la Fuerza Aérea estadounidense, afirmó que el Gobierno del tío Sam tiene ovnis en su haber. Algunos incluso con material biológico no-humano. De pronto, ante estas buenas nuevas, gente que jamás se ha preocupado por este lujo mío de dar mi opinión me ha pedido que hable de algo.

Y eso que, ojo, no es ni mucho menos la primera de estas confesiones. Ya en abril, el director de la Oficina de Resolución de Anomalías del Pentágono, Sean Kirkpatrick, declaró ante una subcomisión del Senado de Estados Unidos que el Gobierno estaba rastreando 650 casos potenciales de fenómenos aéreos no identificados. Pero parece que la declaración de Grush, por su cargo y difusión, ha conseguido rastrear mejor un núcleo de interés transversal que las sesiones golfas de la Nave del Misterio y su Ikercomandant. Quienes, por supuesto, se han hecho eco activo del asunto.

La segunda cosa que me llamó la atención es que, aunque los datos y afirmaciones se confirmaran, estoy seguro de que a la mayoría de la gente se la sudaría. Un minuto después de ver un vídeo (no producido por IA) de António Guterres estrechando la mano de un Flipper nuclear de inteligencia superior, y haberlo debidamente compartido, pasarían a empanarse en cualquier red social con los debates sobre el fichaje de Mbappé, un vídeo de una gaviota peleando con una sardina gigante o el maquillaje que se ha usado en la película de Barbie.

Si necesitamos algo en lo que creer, cada vez ese algo es más telúrico y frívolo

A lo que voy es a que, hace no tanto, una respuesta a hitos tan trascendentales como el origen del universo, la existencia de un ente creador o la legitimidad de las religiones habría picado en todos los seres humanos hasta el tuétano. Las calles habrían ardido. Las iglesias se habrían atrincherado. Y los gobiernos las hubieran pasado canutas para bregar con el que, efectivamente, sería el descubrimiento más importante de la humanidad. Si no me creen, pregúntenle a Orson Wells y su Guerra de los mundos.

Quizá me equivoque. Tal vez hoy también el mundo daría un vuelco y reformularíamos (no sé muy bien cómo) los principios que han regido nuestro desarrollo civilizatorio. Honestamente, lo dudo. Creo que la cosa, más que Mars Attack! sería Distrito 9; los bichos a la favela y sin darles demasiada coba. ¿Todo lo que nos han dicho es mentira? ¡A mamarla, que juega el Real Madrid y lo puedo ver en el móvil! La desafección por la trascendencia humana está cada vez más a la orden del día. Si necesitamos algo en lo que creer, cada vez ese algo es más telúrico y frívolo. Una frivolidad que es superficial y, por lo tanto, finalmente inocua. Curioso. Pensándolo, casi parece una transición premeditada…

Voy a ponerme creativo y un poco loco… Puede que todo sea una conspiración de Disney. Sí, sí, así es. Si con sus producciones han logrado, chino chano, hacernos homologar éticamente los animales a los seres humanos, la conspiranoia podría enfocarse, ahora que todas sus películas son de aliens, en un esfuerzo por parte de los herederos del tío Walt —quién sabe, quizá Walt en persona— para hacernos digerible la existencia de extraterrestres. Puestos a alucinar, el cada vez más propagado antihumanismo exterminador de ciertas teorías ecologistas quizás esté siendo solo el primer paso del plan maestro de la compañía para hacerle la cama a los primos de E. T. (algunos dueños de Disney, claro). Una suerte de paciente y bien administrada ingeniería social.

Foto: Vela solar. (NASA)

Los aliens a lo mejor han ido tejiendo la temperatura ética propicia para la aparición de cursifachas, de flemáticos individualistas, que prefieren mirar a la fantasía mucho antes que a la realidad, para así lograr su control de manera taimada y mansa. Una dominación sin contratiempos. Quizás estén infectando nuestras mentes con un virus. Una entidad cuyos síntomas sean, primero, pasar de la humanidad porque son más guais cosas como la alta moralidad del veganismo. Luego pasar de la humanidad porque mola más la misantropía ermitaña del universo digital. Y, por último, pasar de la humanidad porque los extraterrestres son mejores. Si esos cabroncetes-cabezones-andróginos, con cuerpo de pasarela de moda, querían montárselo para empezar la batalla habiéndola ganado con corrección versallesca; ¡bingo!

Lejos de esta capullonada, digna de los desvaríos más chungos de Philip K. Dick, el hombre es la única criatura que rechaza ser lo que es, lo que puede convertirlo en cualquier cosa. Principalmente, en el artífice de su autodestrucción. En el capitán del abandono de sí mismo a través de un vicio desmedido por cosas que lo alejan del autoconocimiento, y lo empujan a la idiocia.

En esta vida, lo que engancha es ponerse durante las comidas como un sindicalista

Dicen físicos como el Dr. Kaku que los extraterrestres, si no es con naves espaciales en forma de Phoskito, podrían pulular ya entre nosotros convertidos en conciencias incorpóreas que se pasean por nuestra cuadra planetaria cabalgando rayos láser. Otra sería la de William Burroughs, quien lanzó la idea de que el propio lenguaje sería un virus extraterrestre que nos desterró de una existencia encomendada a una especie de sensibilidad telequinética. Y, al igual que ocurre con las tesis de Kaku o las alegaciones de David Grush, de confirmarse creo que cambiaría mucho menos de lo esperable, más que de lo esperado.

Porque, en esta vida, lo que engancha es ponerse durante las comidas como un sindicalista. Acceder a los placeres directos, automáticos e inmediatamente renovados. Dejando las preguntas que más nos conectaban con la humanidad, en cuanto a su origen, su destino y su finalidad, enterradas en pamplinas y satisfacción lerda.

Vamos, en conclusión, que Disney y sus reptilianos, visto lo visto, tienen todas las de ganar.

Me gusta el aroma extraterrestre. Admito que descubrí antes a UFO —la banda británica— que la ufología, pero no por ello sentí menor curiosidad hacia el concepto original. Abducciones, objetos voladores como tortitas, bichos de bizarra complexión humanoide, guiris de Marte o de Venus y las preguntas absolutas: ¿estamos solos en el universo?, ¿qué quieren de nosotros?, ¿las sondas van por la nariz o por el cu…? En fin, trascendencia interrogativa.

Kylian Mbappé Trinchera Cultural
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