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Quién entiende a Rosalía o una cuestión de edadismo
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María Gelpí

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Quién entiende a Rosalía o una cuestión de edadismo

La polémica sobre el uso del lenguaje que hace Rosalía y otros cantantes como Bad Bunny o el mismo Rauw Alejandro, pareja de Rosalía, está ya muy sobajada, pero sigue despertando a día de hoy sentimientos de amor y odio

Foto: La cantante Rosalía en el Granca Live Fest. (EFE/Ángel Medina G)
La cantante Rosalía en el Granca Live Fest. (EFE/Ángel Medina G)
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Cuando Dios castigó la vanidad de los humanos por construir la Torre de Babel y confundió sus lenguas, no podía prever la necesidad de una cuenta de Twitter que se llamara "Tweets de Rosalía Explicados", con más de 30 mil seguidores.

La polémica sobre el uso del lenguaje que hace Rosalía y otros cantantes como Bad Bunny o el mismo Rauw Alejandro, pareja de Rosalía, está ya muy sobajada, pero sigue despertando a día de hoy sentimientos de amor y odio, repartidos a partes iguales entre los que creen que Rosalía está a la altura de Góngora o Valle-Inclán y los censores de la lengua que sienten la llamada del deber del corrector. La paradoja está en que, cuando Rosalía canta Te quiero ride como a mi bike, lo mismo se dice que utiliza un lenguaje abstruso como que lo que dice es demasiado explícito. Pero, en qué quedamos, ¿se le entiende o no se le entiende? La cuestión de fondo es que el lenguaje que utilizan los jóvenes incomoda a algunos, especialmente a otras generaciones. La gente mayor, en cambio, suele decir cosas como "yo a tu edad ya trabajaba", "antes los tomates sabían a tomate", "dame que le echo un remiendo al calcetín" o "en mis tiempos la música era música, no como ahora que es ruido pa menear el pandero".

Solo hay que ir a un mercadillo semanal para aprender, a golpe de ripio, que "las bragas Paco son las que llegan hasta el sobaco"

Ya el mismo Wittgenstein se dio cuenta de que no había que hablar del lenguaje, sino de los lenguajes, compartidos por una misma comunidad de hablantes, puesto que son los contextos y los usos los que determinan el significado de las palabras y permiten la incorporación de neologismos. Para que nos entendamos, la palabra fuerza, es probable que no tenga el mismo significado si la utiliza Pedro Sánchez en un mitin, Joan Pradells en un vídeo de YouTube o Albert Einstein en sus clases. Cada contexto de uso genera un juego de lenguaje, con analogías y parecidos de familia entre ellos, con sus normas, sus trampas y sus picarescas.

Solo hay que ir a un mercadillo semanal para aprender, a golpe de ripio, que "las bragas Paco son las que llegan hasta el sobaco" y lo buenas que son "las bragas de algodón, pa que no te pique el mejillón", mientras anuncian a pleno pulmón "a eurito para el culo chiquito y a urazo para el culazo". Lo mismo ocurre si ponemos el oído en la Tasca Patxi o el Bar Manolo en donde, además del chasquido de las piezas de dominó, suena más veces y en distintas formas, el nombre de Dios en vano. Los pitos y los dobles se mezclan en una mesa compartida por carajillos y bloques de servilletas en zig-zag que nunca empapan, pero sobre las que se ha escrito más que en El Quijote, mientras uno le dice al jefe: "chico, dale una pataita al olivo" para pedirle otro vino, al tiempo que otro, que se despide hasta mañana, le pide que le traiga "la dolorosa" para pagar.

Si bien es verdad que podemos conceder el beneficio de la duda y aceptar que hay palabras de otros contextos sociales que se nos escapan, lo cierto es que, muchas posturas despreciativas del lenguaje de los jóvenes o de la gente mayor, no corresponden con honestidad a una postura ingenua, sino más bien a un posicionamiento irónico, incluso cínico, que pueden englobarse en lo que el médico gerontólogo Robert Neil Butler, en 1969, acuñó como edadismo.

Foto: Joe Biden saluda un joven en la tirada anual de huevos de Pascua. (Getty Images/Drew Angerer)

El edadismo consiste en una serie de prejuicios y estructuras de discriminación basados en la edad, que pueden manifestarse a través de estereotipos, menosprecio o trato injusto hacia las personas debido a su edad, ya sea considerándolas demasiado jóvenes o demasiado viejas para ciertas actividades o roles en la sociedad. Son considerados, en muchas ocasiones, tan solo como consumidores de bienes y servicios, sin capacidad para ser tejido productivo de la sociedad y, por tanto, útiles.

Por un lado, los jóvenes son muchas veces tenidos por molestos, sobre todo por su tendencia gregaria y sus hábitos ruidosos. Son inexpertos, quejicas, irresponsables o carentes de habilidades. Se les limita por ello sus oportunidades laborales y se subestima en su capacidad para responsabilizarse en el trabajo. Se les acusa de ser perezosos y egoístas, de tener intereses propios del entretenimiento trivial como videojuegos y música urbana, de consumir memes desaforadamente, de no tener espíritu crítico, de estar enganchados al móvil y de no saber construir una subordinada. No olvidemos que, durante los años del covid, había quien les acusaba de falta de contención y se les responsabilizaba de la propagación del virus.

Pero, por otro lado, los ancianos son considerados muchas veces como una carga exasperante para aquellos que les rodean. Su dependencia, su lentitud física e intelectual, los incapacita para ser considerados útiles y productivos, puesto que ya no se les necesita como fuente de conocimiento oral como antaño. Tienen dificultades para comprender los fenómenos del presente, a veces les suena el móvil cuando no toca y son capaces de reconfigurar el dispositivo hasta límites insospechados por los propios ingenieros de la marca, cuando intentan apagar la linterna.

¿Quién mejor que los jóvenes, nativos digitales, para enseñar a la gente mayor a manejarse con los dispositivos para las gestiones cotidianas?

Señala el filósofo Ernesto Castro en su recomendable conferencia ¿Qué es el edadismo y cómo combatirlo?, colgada en su canal de YouTube, impartida en la Universidad de las Islas Baleares (Mallorca), que la primera autora en tratar el tema del edadismo frente a los ancianos fue Simon de Beauvoir con el título La vejez, en 1970. La autora, en el contexto de la filosofía existencial en el que el sujeto es considerado un proyecto vital, del que los ancianos carecen, ofrece en su ensayo una perspectiva completa y crítica, todavía hoy útil, sobre los problemas de la vejez. Abarca, desde aspectos históricos y sociales, hasta descubrimientos científicos modernos, señalando los desafíos y preocupaciones asociados a la integración de personas de edad avanzada, como el deterioro físico y cognitivo, la soledad, las enfermedades crónicas y la falta de apoyo. Una de las razones por las que la vejez está empezando a ser considerada como una enfermedad, por gurús de Silicon Valley asociados al transhumanismo, es el miedo que tenemos a llegar a ella, aunque la alternativa sea peor, porque de jóvenes queremos ser ricos, pero de mayores queremos ser jóvenes.

No solo la dependencia material, sino también la afectiva frente a la soledad, tanto de jóvenes como de mayores, parece ser la causa de las depresiones endémicas que van en aumento. Pero, frente a la tendencia a considerar esta dependencia social una carga, creo que es esta, precisamente, la que posibilita el relevo generacional. ¿Quién mejor que los jóvenes, nativos digitales, para enseñar a la gente mayor a manejarse con los dispositivos para las gestiones cotidianas? Y, ¿quién mejor que la gente mayor para enseñar a la juventud a aprovechar los recursos y remendar calcetines o lazos familiares?

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Frente a la tendencia generalizada a la separación entre generaciones y su estabulación en centros de día y zonas habilitadas para evitar el conflicto, la familia sigue siendo a día de hoy el lugar de encuentros y desencuentros por excelencia. Fuera de esta, todavía el parque urbano, en donde la zona de columpios, el skatepark y la petanca, hoy en peligro de extinción, permite ambientes diferenciados al tiempo que espacios comunes de convivencia.

Pero no olvidemos los pueblos de veraneo, territorio comanche de ancianos para bien o para mal, cuyas piscinas y discomóviles se llenarán en breve de jóvenes e infantes en busca del paraíso ansiado, a costa de la tranquilidad de los lugareños que, después del provechoso atracón anual de juventud, solo desearán que llegue septiembre para que retorne la paz al pueblo y, a la vejez, viruelas.

Cuando Dios castigó la vanidad de los humanos por construir la Torre de Babel y confundió sus lenguas, no podía prever la necesidad de una cuenta de Twitter que se llamara "Tweets de Rosalía Explicados", con más de 30 mil seguidores.

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