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La ucraniana que ve la guerra desde Polonia: "No hay rusos sin ambiciones imperialistas"
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Entrevista

La ucraniana que ve la guerra desde Polonia: "No hay rusos sin ambiciones imperialistas"

La escritora Zanna Sloniowska, que publica la novela 'Una vidriera en Leópolis' sobre el pasado y presente de la ciudad, ha estado en Madrid para hablar de la situación en su país

Foto: Zanna Sloniowska, la semana pasada en Madrid (B. Moya/ Anaya)
Zanna Sloniowska, la semana pasada en Madrid (B. Moya/ Anaya)

Hasta el día en el que comenzó la invasión de Ucrania, Zanna Sloniowska (Leópolis, Ucrania, 1978) siempre había pensado que las algaradas de Putin eran un mero farol. Como pensaban todos sus amigos. Vivía en Cracovia (Polonia), a donde se había mudado hacía casi veinte años y, aunque consideraba al dirigente ruso “un criminal, un mafioso” desde que este había subido al poder en 1999, no pensaba que llegarían a caer bombas en su ciudad natal o que acabaría teniendo a una chica de 16 años de Jersón refugiada en su casa. Sucedió y “también, como para todos, fue devastador”. Algo, sin embargo, fue positivo: las fronteras entre Polonia y Ucrania se hicieron más porosas. Antiguas rencillas entre los dos países quedaron abandonadas. “Los polacos abrieron sus puertas y su corazón y eso nadie lo esperaba. Sucedió algo increíble entre las dos naciones. Y esto ha establecido unas bases muy positivas para resolver esos problemas históricos del pasado”, resume en conversación con El Confidencial.

Zanna Sloniowska es periodista y escritora y estuvo la semana pasada en Madrid -antes del conflictivo misil caído en tierras polacas- presentando Una vidriera en Leópolis (Alianza editorial), una novela que consiguió un enorme éxito en Polonia y que, precisamente, se adentra en la historia de esta ciudad ucraniana que llegó a pertenecer durante 400 años a los polacos. Una ciudad en la que su población ha hablado durante siglos en polaco -la misma novela está escrita en este idioma-, en ucraniano (y algo menos en ruso). Una ciudad fundada en el siglo XIII como capital de Galitzia y que ha pasado también por manos austriacas, soviéticas y alemanas. Una ciudad que, aunque su nombre en castellano lo traducimos como Leópolis, ha tenido diferentes topónimos: Lemberg (alemán), Lemberik (yidis), Lwów (polaco), Lvov (ruso) o Lviv (ucraniano). Una ciudad que, en definitiva, hoy no se puede entender sin este pasado multicultural.

placeholder 'Una vidriera en Leópolis'
'Una vidriera en Leópolis'

No obstante, algunas de estas cuestiones históricas han sufrido un enorme cambio desde el pasado 24 de febrero. Una de las más llamativas para ella, por razones evidentes y que también aparece en su novela, es la relación que había y hay hoy entre Polonia y Ucrania. “En Leópolis siempre se ha hablado bastante polaco, aunque de andar por casa, y antes de la guerra los turistas polacos venían todo el tiempo. También es que entre la lengua ucraniana y polaca hay un 70% de palabras en común. El ucraniano se escribe en cirílico y el polaco en latín, pero son lenguas parecidas”, señala.

Sin embargo, en dirección contraria no parecía haber tanta aceptación. Pese a que su abuela era polaca, al mudarse a Polonia no se sintió tan bien recibida como esperaba. “No me aceptaron como polaca y ahí fue cuando empecé a sentirme ucraniana, más ucraniana”. Por eso escribió Una vidriera en Leópolis, para mostrar el punto de vista ucraniano de la historia polaca dentro de una ciudad. “Quería crear un diálogo en lo que había sido una confrontación”, afirma. Contra todo pronóstico, fue muy bien recibido entre los polacos. “Es verdad que hay elementos históricos que no se han resuelto del todo entre Ucrania y Polonia y yo me esforcé mucho a la hora de plantearlos”, relata. Sorprendentemente, tras la guerra esta confrontación se difuminó y Polonia abrió sus puertas sin dudar a los refugiados ucranianos.

Todos ucranianos

Otro aspecto que se transformó tiene que ver con el cruce de caminos que siempre había sido Leópolis. “Tras la invasión rusa la multiculturalidad perdió importancia. Ahora la clave es que todos somos ucranianos y todos estamos defendiendo el país. Esto es ahora una parte clave de nuestra identidad”, señala Sloniowska. Queda evidente en varios vertientes.

"Los polacos abrieron sus puertas y su corazón a los ucranianos y eso nadie lo esperaba. Sucedió algo increíble entre las dos naciones"

La primera, la defensa a ultranza del patrimonio cultural. Debido a su pasado histórico y a que la clase culta, intelectual y artística vivía en esta ciudad, Leópolis es una de las ciudades ucranianas con mayor número de iglesias y distintos edificios a proteger por su importancia arquitectónica. Lo mismo ocurre con las esculturas. Y, a día de hoy, siguen tapadas, envueltas en lonas, atrincheradas. También continúan protegidas con caparazones metálicos las vidrieras de las iglesias, por lo que estas se encuentran totalmente a oscuras. Al mismo tiempo, las casas se han convertido en los verdaderos refugios antibombas por sus gruesos muros. “Ninguno de mis amigos en Leópolis utiliza los refugios antiaéreos. No sé por qué, pero en parte porque confían en esos muros tan gruesos más que en estar en sótanos”, afirma Sloniowska. Al fin y al acabo como le dijo una mujer mayor, son las mismas casas que aguantaron los bombardeos de la II Guerra Mundial. Tan mal no estarán.

placeholder Zanna Sloniowska, en la librería La Central de Madrid (B. Moya/ Anaya)
Zanna Sloniowska, en la librería La Central de Madrid (B. Moya/ Anaya)

Otro cambio importante tras la invasión tiene que ver con el idioma, si bien no tanto como en otras zonas ucranianas como Kiev. Leópolis siempre fue la ciudad de Ucrania en la que más se habló en ucraniano incluso en la época de la URSS, pero ahora ya es algo generalizado. “En la época soviética, en la vida pública e intelectual no se podía hablar ucraniano, pero la gente lo hablaba en casa”, señala. Durante un tiempo, explica la escritora, hubo una lengua a medio camino entre el ruso y el ucraniano que se llamaba surzhyk, pero no era una lengua oficial. Se la consideraba feúcha, de una persona que no tiene un nivel de educación muy alto, así que también se dejó de usar. “Cuando se elevaba el discurso siempre se optaba por el ruso porque era la lengua de la cultura, pero ahora cuando se quiere elevar el discurso la gente cambia al ucraniano, que se ha convertido en la lengua culta”, asegura. Y, además, indica, este cambio “se ha hecho de forma muy natural. La gente no usa el ruso porque no quieren verse asociada con Putin ni con sus soldados”.

El humor y Zelenski

En este sentido, es reconfortante que ante estas situaciones aflore el humor. Así lo comenta esta escritora que reconoce que por Internet la gente comparte numerosos memes y bromas en las que se burlan de la incapacidad de los soldados rusos de pronunciar palabras en ucraniano. “Es que en Ucrania el sentido del humor es muy potente, es un rasgo característico del pueblo ucraniano. Como durante años nos hemos sentido reprimidos, el humor es algo que nos da consuelo, es un método de gestionar lo que nos está pasando”, apostilla. Ella misma ve las diferencias con respecto al país en el que vive. “Si lo comparas con Polonia el sentido del humor es mucho más potente. Los polacos como viven en un país libre lo que hacen principalmente es quejarse. ¡Pero los ucranianos de qué nos vamos a quejar si nos han invadido!”.

"Para la gente de nivel cultural alto, Zelenski hacía un humor muy básico, muy vulgar. Ni yo ni mis amigos habíamos visto jamás su serie"

Precisamente, le digo, eligieron a un cómico como presidente del país. Esto le causa cierto regocijo porque, aunque es obvio que hoy Volodomir Zelenski es un hombre idolatrado en toda Ucrania -o al menos eso parece-, cuando ganó las elecciones fueron muchos los que se echaron las manos a la cabeza. Sobre todo las clases más educadas e ilustradas. “Para la gente de nivel cultural alto, Zelenski hacía un humor muy básico, muy vulgar. Ni yo ni mis amigos habíamos visto jamás su serie, es que ni siquiera sabíamos cómo se llamaba la serie. Mi madre estaba enfadadisima con que le hubieran elegido. De hecho, hasta ignoraba que le hubieran elegido, decía, ¿pero este quién es?”, recuerda.

Y ese mismo hombre, que para muchos era un cómico chabacano, fue el que se convirtió en un héroe nacional. “En el primer día de la invasión la situación cambió completamente. Mi madre, que era incapaz de pronunciar su nombre, empezó a llamarlo Volodimir Alexandrevich, es decir, la fórmula más amable, respetuosa y educada de llamar a alguien. Hasta ese punto cambió el lenguaje. Pero es que no huyó del país en los primeros días y luego además se convirtió en el tipo de líder que la gente necesitaba, lo cual nadie esperaba que hiciera”, cuenta. “La vida está llena de sorpresas”, recalca.

"No hay que ser infantil. Hay una Rusia imperial que ha estado reprimiendo a la cultura ucraniana mucho antes de que apareciera Putin"

Las sensaciones también han cambiado mucho desde aquel 24 de febrero. Ahora, asevera, hay mucha más esperanza. “El ánimo ucraniano está en un momento álgido. La liberación de Jerson a la gente le ha motivado muchísimo. Es crucial desde el punto de vista estratégico y político”, indica. Pero se mantiene prudente porque tampoco ha llegado la hora de cantar victoria. Y no solo por que Putin pueda seguir o no en el poder. “No hay que ser infantil. Esto no es cuestión de eliminar a Putin y así cambiará todo. Hay una Rusia imperial que ha estado reprimiendo a la cultura ucraniana mucho antes de que apareciera Putin. No hay líderes rusos que no tengan ambiciones imperialistas. Incluso Navalny, que es un hombre muy valiente que ha ido a la cárcel por sus ideas, en cuanto a su imperialismo su punto de vista es el mismo”, zanja.

Hasta el día en el que comenzó la invasión de Ucrania, Zanna Sloniowska (Leópolis, Ucrania, 1978) siempre había pensado que las algaradas de Putin eran un mero farol. Como pensaban todos sus amigos. Vivía en Cracovia (Polonia), a donde se había mudado hacía casi veinte años y, aunque consideraba al dirigente ruso “un criminal, un mafioso” desde que este había subido al poder en 1999, no pensaba que llegarían a caer bombas en su ciudad natal o que acabaría teniendo a una chica de 16 años de Jersón refugiada en su casa. Sucedió y “también, como para todos, fue devastador”. Algo, sin embargo, fue positivo: las fronteras entre Polonia y Ucrania se hicieron más porosas. Antiguas rencillas entre los dos países quedaron abandonadas. “Los polacos abrieron sus puertas y su corazón y eso nadie lo esperaba. Sucedió algo increíble entre las dos naciones. Y esto ha establecido unas bases muy positivas para resolver esos problemas históricos del pasado”, resume en conversación con El Confidencial.

Conflicto de Ucrania