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La gente que trabaja mucho y no llega a nada y los que no trabajan nada y llegan a mucho
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'TRINCHERA CULTURAL'

La gente que trabaja mucho y no llega a nada y los que no trabajan nada y llegan a mucho

La cultura del esfuerzo pasa por alto que no todo el esfuerzo vale lo mismo, que no todo el esfuerzo es recompensado igual

Foto: Un empleado descargando bebidas. (EFE/Luis Millán)
Un empleado descargando bebidas. (EFE/Luis Millán)

En el primero de los cuatro relatos distópicos de 'Radicalizado', el libro de Cory Doctorow que Capitán Swing publicará próximamente, aparece una frase que resume a la perfección todo un universo mental y una frontera social. Cuando Wye, ingeniera en una compañía de 'software', le dice a la protagonista, Salima, que si pierde su empleo no pasa nada "porque hay otros trabajos", esta se sorprende. Salima es una refugiada africana que malvive en los pisos para pobres de un edificio segregado en EEUU y sabe que no puede permitirse "otros trabajos".

"A Salima no la habían despedido nunca. No podía imaginarse cómo era. Cuando las cosas se ponían mal en el trabajo, trabajaba el doble. Se sintió agradecida, pero también experimentó cierta desaprobación ante la actitud despreocupada que mostraba por su trabajo. ¿Es que no era consciente de lo afortunada que era?". Vaya universo de mentalidades en apenas unas líneas, vaya brecha inabarcable entre a quien no han echado nunca porque no se lo puede permitir y quien encadena despidos porque sabe que va a aterrizar de pie. Como el que cuida su ropa y la remienda porque no sabe si se podrá comprar más y el que se deshace de ella a la primera mancha.

Uno no lleva el número de ceros de la cuenta corriente ni el patrimonio en la camisa

Esta frontera invisible está presente en casi todos los empleos, en casi todas las empresas, en el comportamiento invisible de nuestro día a día. Hay dos actitudes ante el trabajo que dependen enormemente de las condiciones personales de cada uno, que además son invisibles para compañeros, superiores o subordinados. El ejemplo de la novela remite a dos personas con trayectorias laborales muy diferentes, una ingeniera cualificadísima a la que se rifan en el mercado y una hábil exiliada que no tiene a nadie en el mundo, pero incluso en los mismos puestos, en las mismas empresas se da esa diferencia entre quien puede permitirse un despido y quien no, quien puede echarle morro y quien no.

No es lo mismo tener un par de hijos a los que alimentar, que no tener ninguno, no es lo mismo tener cincuenta años que treinta, no es lo mismo contar con el apoyo de una herencia familiar que ser huérfano, no es lo mismo tener amigos bien colocados que no tenerlos, no es lo mismo tener un familiar enfermo al que cuidar que la posibilidad de hacer lo que uno quiera cuando quiera. Sin embargo, nada de ello se puede saber a simple vista, hasta que alguien, en un café (o caña) te confiesa que un hipotético despido sería una tragedia. Uno no lleva el número de ceros de la cuenta corriente ni el patrimonio en la camisa, como mucho la marca del polo. En el trabajo podemos parecer todos iguales, pero en la sociedad no lo somos, y el trabajo es parte de la sociedad.

placeholder Una instantánea de Boris Johnson. (Reuters/Stefan Rousseau)
Una instantánea de Boris Johnson. (Reuters/Stefan Rousseau)

La única manera de distinguir a unos y otros es en su comportamiento. O en el afán o en la despreocupación, que, a su vez, tienen otras consecuencias: el miedo o la confianza, el conservadurismo o la ambición. Las personas atemorizadas tienen aspiraciones no demasiado elevadas porque lo que desean es quedarse donde están, y la mejor manera de hacerlo es cumplir órdenes, agachar la cabeza, decir que sí, no discutir ninguna orden. Es la actitud de las clases bajas que se refugiaron en la cultura del esfuerzo para compensar en su ausencia de recursos, porque trabajar más y más es lo único que tienen. Eso les atrapa en círculos viciosos en los que se eternizan en malos trabajos. El problema de mucha gente es precisamente que trabaja demasiado, hasta el punto de hacerse tan imprescindibles que nunca podrán abandonar su jaula dorada.

La cultura del esfuerzo pasa por alto que no todo el esfuerzo vale lo mismo, que no todo el esfuerzo es recompensado igual. Porque quien no tiene nada que perder puede ganarlo todo, y lo sabe. Hay una serie de actitudes despreocupadas que, en determinados contextos, terminan siendo más eficientes que el estajanovismo para ascender. Esa confianza en uno mismo que proporciona saber que tienes dónde caerte muerto, no tener miedo a probar nuevos retos, decir que "no" a las cargas desmesuradas de trabajo para que lo que hagas te luzca de verdad, atreverse a pedir una subida de sueldo o si no, coges la puerta y te marchas. En definitiva, todos esos comportamientos que muestran a qué clase social perteneces, de dónde vienes y qué puedes permitirte en un entorno en el que todo parece homogéneo a simple vista.

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Un estudio publicado en 'Psychology of Woman Quarterly' resume bien esta frontera. Lo que cuenta es que no es que las mujeres tomen menos riesgos en el trabajo que los hombres, como se suele pensar, sino que suelen ser más conservadoras porque las consecuencias de esos actos suelen ser más negativas. ¿Por qué? Porque, como indica el estudio, tomar riesgos se percibe como algo que hacen los hombres, y, por lo tanto, se penaliza a las mujeres por imitar su comportamiento. Concretamente, por ser ambiciosas, por comportarse de manera "asertiva" o por pedir una subida de sueldo. Cosas que, según el estudio, hacen los hombres. Ahora extrapole a clase social o raza. Simplemente, hay gente a la que le suben el sueldo y hay gente a la que no, y esos suelen ser machos.

Esa diferente actitud es a veces difícil de percibir, y distingue la desenvoltura de la parálisis. Quien no tiene miedo al despido tampoco lo tendrá a plantarse ante una situación injusta y, por lo tanto, tendrá más posibilidades de que se solucione; quien no levanta la voz aguantará más y más cargas sin rechistar. Si la vida laboral son una serie de apuestas, como señala el mito neoliberal, unos pueden permitirse apostar más fuerte. Pero uno solo apuesta lo que tiene, y hay quien tiene una red de seguridad sobre la que descansar como un colchón de plumas si cae del alambre y quien dará con sus huesos rotos en el pavimento. Si mirases alrededor en tu empresa a tus compañeros, ¿serías capaz de distinguir a unos y otros?

En el primero de los cuatro relatos distópicos de 'Radicalizado', el libro de Cory Doctorow que Capitán Swing publicará próximamente, aparece una frase que resume a la perfección todo un universo mental y una frontera social. Cuando Wye, ingeniera en una compañía de 'software', le dice a la protagonista, Salima, que si pierde su empleo no pasa nada "porque hay otros trabajos", esta se sorprende. Salima es una refugiada africana que malvive en los pisos para pobres de un edificio segregado en EEUU y sabe que no puede permitirse "otros trabajos".

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