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Triángulo violeta: de la emancipación gay de Weimar al rincón oculto del Holocausto nazi
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Triángulo violeta: de la emancipación gay de Weimar al rincón oculto del Holocausto nazi

En 1933 la aceptación de la homosexualidad en la sociedad alemana era similar a la actual. Paloma Sánchez Garnica, autora de 'Últimos días en Berlín' conversa con El Confidencial en la ciudad sobre cómo cambió todo

Foto: Una víctima del Holocausto nazi, perseguido por su homosexualidad.
Una víctima del Holocausto nazi, perseguido por su homosexualidad.

"Los dos reímos muy cordialmente. Arthur también río, evidentemente complacido de que yo le estuviese causando una buena impresión al barón. Bebí de un trago una copa de champán. Una orquesta de tres músicos estaba tocando: 'Gruss' mir mein Hawai ich bleib' Dir tren ich hab' Dich Gerne'. Los bailarines, fríamente ensamblados, se mecían con compases semiparalitícos debajo de un parasol enorme que colgaba del techo y se columpiaba suavemente a través del humo de cigarros y el aire cálido ascendente". Así retrataba Christopher Isherwood en el clásico 'Mister Norris cambia de tren' el Berlín de finales de los años veinte, inmortalizado para siempre en la película ‘Cabaret’ (1972) de Bob Fosse. 'Wilkommen, Bienvenú, Welcome’, como expresaría el inolvidable maestro de ceremonias de los espectáculos del club berlinés.

Bienvenidos sí a la ciudad escenario del primer movimiento de la emancipación gay del mundo, que en apenas unos pocos años pasó en cambio al mayor de los horrores de la persecución. Del Berlín de los distendidos cabarets, se llegó a los campos de concentración, del humo de cigarro que envolvía los garitos nocturnos, al sempiterno humo a plena luz del día de las chimeneas de los hornos crematorios, de recogerte el abrigo en el ropero en los múltiples clubes a los triángulos violeta o rosa en el pecho a las puertas de los campos de trabajo y de exterminio del Tercer Reich. El rosa, que identificaba a los homosexuales, uno de lo cinco colores con los que marcaban como preludio para el sufrimiento y la muerte o sólo para la exterminación, en el mejor de los casos. Nada puede pasar nunca hasta que lo hace.

En los locales gays de Eldorado se podía encontrar al jefe de las SA Erich Röhm y a Marlene Dietrich

El mismo ambiente lo recuerda Paloma Sánchez-Garnica en su reciente 'Ultimo días en Berlín', sólo que en su caso como preludio del cambio que iba a suponer para Alemania el ascenso del partido nazi al poder en 1933: "La ciudad se convirtió en un campo abonado para el epicureísmo y la diversión desenfrenada; por encima de todo se trataba de vivir sin importar el tan incierto futuro. La gente quería salir, bailar, disfrutar y la ciudad se llenó de bares, clubes, casinos, cafés salas de fiestas, cabarets dedicados a hombres, mujeres y travestidos como los célebres cinco locales de Eldorado, adonde acudían desde el jefe de las SA Erich Röhm hasta Marlene Dietrich".

Los efectos del totalitarismo

Lo explica ella misma a El Confidencial en la calle de Berlín que inspiró a Christopher Isherwood y en consonancia con uno de los personajes secundarios de su novela, el hispano alemán de la embajada española, Erich Villanueva: "Fue brutal en un país que se relajó y que tuvo mucha libertad durante todos los años 20. Había muchos locales y se veía como algo normal aunque hubiera algunas leyes al respecto. Es lo que muestra el personaje de Villanueva de la embajada española que ve cómo su mundo peligra con el ascenso del partido nazi claro”.

Es una de las claves de una historia que desgrana con acierto la realidad social que tuvieron que vivir diferentes sectores de la sociedad durante el ascenso del partido nazi en Alemania y el estalinismo en la Unión Soviética y después durante la guerra. Aunque 'Últimos días en Berlín' trate de la epopeya de un hispano ruso en Berlín y Moscú durante los años treinta y la guerra, el conjunto de sus personajes recrea una época de totalitarismos atroz que ha asomado ya la patita en Rusia con otra guerra, la de Ucrania.

placeholder Paloma Sánchez Garnica, autora de 'Últimos días en Berlín' en el  memorial del Holocausto.  Foto: Carlos Ruiz.
Paloma Sánchez Garnica, autora de 'Últimos días en Berlín' en el memorial del Holocausto. Foto: Carlos Ruiz.

Lo increíble de ese personaje del servicio exterior de España en Berlín de la novela de Garnica, es que abre la vía a una realidad que a menudo ha quedado oscurecida por otros aspectos del nazismo. No sólo hubo libertad sexual como explica la autora finalista del Planeta, sino que en esos años en Berlín comenzó de hecho el primer movimiento serio político de emancipación de los homosexuales para ser luego brutalmente aplastados.

Holocausto gay

El Holocausto gay, como el gitano, ha quedado a menudo en los márgenes de la historia. Es más algunos historiadores quisieron ver incluso con los años el reverso de esa política de libertinaje durante la sociedad de Weimar, lo que habría sido uno de los detonantes de la rápida polarización y ascenso del extremismo nazi que invadió el país en poco tiempo. Según su teoría las manifestaciones de ese libertinaje predispusieron a la sociedad conservadora. Con distancia se están observando también retrocesos en esa política ahora.

"En la Alemania nazi las primeras víctimas fueron políticas y sociales como fue el caso de los rivales comunistas y socialdemócratas y de los homosexuales claro que ellos consideraban degenerados” explica Paloma “fueron una parte de la sociedad que los nazis persiguieron más desde el comienzo, las mujeres en cambio ni les interesaron, de alguna forma la raza aria jugó un papel en eso porque necesitaban precisamente que siguieran procreando, en este sentido fue una pieza importante de su programa para la sociedad, revirtiendo un poco todo lo anterior que había significado la República de Weimar”.

Bajo la República de Weimar se pone en práctica la ideología de emancipación homosexual

¿Empezó realmente el movimiento gay en la Alemania de la República de Weimar? “Uno de los logros duraderos de la era de Weimar, que tuvo influencia después de 1933, no solo en Alemania, sino también en otros países, es decir, lo que denomino el "asentamiento de la política sexual de Weimar". En particular, la lucha por este acuerdo dio forma al movimiento de emancipación homosexual en formas que tuvieron un impacto después de 1933”, según el estudio de Laurie Marhoefer ‘Sex and the Weimar Republic: German Homosexual Emancipation and the Rise of the Nazis (German and European Studies)’.

placeholder Magnus Hirschfeld, creador del Instituto
Magnus Hirschfeld, creador del Instituto

Marhoefer se refiere al Instituto de Ciencias Sexuales que creó Hirschfeld en los años 30 y su consiguiente movimiento político “los activistas en Europa y América del Norte buscaron inspiración en Hirschfeld y la emancipación homosexual, y los principios centrales de la emancipación homosexual. Con sus orígenes en el siglo XIX, fue bajo la República de Weimar cuando las ideologías y estrategias de emancipación homosexual se pusieron en práctica por primera vez en la política democrática de masas con un éxito significativo”.

Delito anterior a los nazis

La cuestión del cambio en Alemania se refleja bien en 'Últimos días en Berlín' cuando Villanueva relata al protagonista Yuri Santacruz que es gay: "En Alemania ser homosexual es un delito penado con prisión y con la pérdida de los derechos civiles. Siempre ha sido así aunque en la mayor parte de los casos se solía hacer la vista gorda (...) pero desde que gobierna esta panda de cafres, mi homosexualidad no sólo sería un delito, sino que podría costarme la vida". En efecto, más allá del mundo disparatado y libertino de Isherwood de ‘Mr Norris cambia de tren’ y ‘Adiós Berlín’, en Alemania existió ese debate durante todos los años veinte.

Así el instituto de Hirshfeld y el apoyo del SPD hicieron visible el movimiento desde un punto de vista racional y científico y forzaron de hecho a revisar el código que castigaba a los gays. Lo explicaron Günter Grau y Claudia Shoppmann en el imprescindible 'The Hidden Holocaust: Gay and Lesbian Persecution in Germany 1933-45': “Las mujeres y los hombres homosexuales, así como los grupos que defienden sus derechos, realizaron grandes esfuerzos para lograr algún tipo de reconocimiento social. En las grandes ciudades, especialmente Berlín y Hamburgo, la tolerancia generalizada de una cultura del ocio y los contactos específicamente homosexual indicaba una interpretación liberal de las leyes penales pertinentes. También hubo un aumento significativo en las actividades de la prensa gay y lesbiana y el comité científico-humanitario fundado por Hirschfeld y el Instituto de Ciencias Sexuales creado en Berlín en 1919".

Los ideólogos nacionalsocialistas culparon a los homosexuales por las tasas de natalidad más bajas

Sin embargo, el partido nazi que se sumó a la discusión ya en 1925 cuando salió de la clandestinidad comenzó a poner a trabas y aprovechando el contexto de crisis aplicaron el concepto eugenésico: "Al ver a los homosexuales masculinos como una amenaza inmediata para el crecimiento de la nación, los ideólogos nacionalsocialistas los culparon en parte por las tasas de natalidad más bajas y predicaron la necesidad de hacer un uso óptimo del poder generativo de la población masculina (...)".

Es la razón por la cual Paloma Sánchez-Garnica pone el énfasis también en los aledaños del único memorial a la víctimas homosexuales del nazismo cerca del de los judíos en Berlín que a las mujeres lesbianas en cambio se las dejó en paz porque apenas incordiaban en ese aspecto. Una vez que llegaron al poder y tal y como habían declarado desde mitad de los años veinte el objetivo declarado del régimen nazi fue o erradicar la homosexualidad. Con este fin, los homosexuales fueron vigilados, arrestados, registrados, procesados y segregados; debían ser reeducados, castrados y, si esto no tenía éxito, exterminados.

"Los dos reímos muy cordialmente. Arthur también río, evidentemente complacido de que yo le estuviese causando una buena impresión al barón. Bebí de un trago una copa de champán. Una orquesta de tres músicos estaba tocando: 'Gruss' mir mein Hawai ich bleib' Dir tren ich hab' Dich Gerne'. Los bailarines, fríamente ensamblados, se mecían con compases semiparalitícos debajo de un parasol enorme que colgaba del techo y se columpiaba suavemente a través del humo de cigarros y el aire cálido ascendente". Así retrataba Christopher Isherwood en el clásico 'Mister Norris cambia de tren' el Berlín de finales de los años veinte, inmortalizado para siempre en la película ‘Cabaret’ (1972) de Bob Fosse. 'Wilkommen, Bienvenú, Welcome’, como expresaría el inolvidable maestro de ceremonias de los espectáculos del club berlinés.

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