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Un hombre que llora: el largo paseo de Pedro después de perder a su mujer en Barcelona
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Coba fina

Un hombre que llora: el largo paseo de Pedro después de perder a su mujer en Barcelona

Su maravillosa historia de amor junto a la que fue su esposa, fallecida hace un año, se ha hecho viral recientemente con una naturalidad que duele: "Nadie se ha acercado a preguntar si me pasaba algo"

Foto: Un hombre observa la ciudad desde la montaña de El Carmelo, en Barcelona. (EFE/Enric Fontcuberta)
Un hombre observa la ciudad desde la montaña de El Carmelo, en Barcelona. (EFE/Enric Fontcuberta)

Fue un paseo que duraba más de un año. Después de llorar por las esquinas, esperando en las colas de supermercados, en el banco, o caminando por la calle, deambulaba mirando tras un velo de agua y sal, respirando un aire cortado que no terminaba de entrar, dando pasos perdidos, sin huella, ni pisada, en un bucle de supervivencia y rutina, lleno de pena, tristeza, miedo y derrota. En su llanto, en su ausencia, en la soledad del que ya solo vive de recuerdos, Pedro continuaba encajando y tratando de ser una persona normal. Y a cada poco, una parada, un por qué, un no puedo seguir.

Uno camina por la acera casi sin detenerse porque duda si llegará a la hora, ya saben: siempre con prisa, que si tarde, un atasco, el metro, el lunes… Otros lo hacen entre la incertidumbre de chocarse y estamparse con cualquier cosa, mirando al suelo o al móvil, comprobando su forma en el espejo de los escaparates, sus prisas, sus citas, sus fobias. Nadie le pregunta. Ni le miran ni les importa. Apenas le ven. No tienen tiempo, ni fuerza, ni coraje, ni vergüenza. No es su problema, todos sufrimos, todos tenemos bajas, usted incluso, mientras está leyendo estas líneas, quizás recuerde quién o qué le falta. Para todos es difícil, qué se creen. No solo para Pedro.

Pedro deambulaba mirando tras un velo de agua y sal, respirando un aire cortado que no terminaba de entrar

Al desbloquear la tapa que nos conecta al mundo, uno deja de ver lo que tiene delante, la realidad, lo cercano, lo que te roza la piel, que al final, es lo que nos toca. En la era del clic, la gente se ceba doliéndose por tamañas injusticias ajenas, lejanas y universales: el barrio destrozado de Ucrania, sus refugiados, la afgana que no puede aprender, ni hablar, ni opinar; otro tiroteo en Estados Unidos, seguidores en Saint Dennis, y ¡qué fuerte lo de Johnny Depp!, ¿ves cómo no siempre tienen razón?. Espera, necesito la bandera para el icono de mi perfil, pero ¿qué hago?, ¿pongo azul y amarillo?, ¿cuál encima y cuál debajo? Necesito pronunciarme, dirigirme a ellos: mis seguidores, mis valedores.

¿Cómo privarles de mi opinión sobre algo tan grave y que nos atañe a todos? Robert Walser en su magistral 'El paseo' (Siruela), reconoce que el único hombre auténtico, el único que probablemente exista sea el del interior. Ese al que no podemos engañar, sin testigos, sin seguidores, ni mirones. Ese que conoce bien nuestras contradicciones y bajezas, nuestras virtudes, manías y perezas, pero que también se alza cuando algo no nos cuadra: el que se molesta, duda, o incluso llega a empatizar con cosas que le darían vergüenza si no tuviese aduladores digitales, 'en garde'! A Walser le sumaría los hombres que lloran.

"Nadie me preguntó"

Pedro González Carranza es un tipo de Barcelona, que recientemente hacía pública una carta. En ella contaba su maravillosa historia de amor junto a la que fue su mujer, Nuria Gassull, fallecida hace un año. Con una delicadeza extrema, Pedro nos trasladaba en pocas líneas a los sitios donde creó sus paisajes, sus recuerdos más íntimos sonando a Rachmaninov mientras los dedos de Nuria marcaban la banda sonora de su felicidad. Películas, cines, comidas, tristezas, canciones, momentos y retos, que tras cuarenta y cinco años han dejado un cuerpo amputado, un trozo de algo que no hace otra cosa que llorar por las calles de la Ciudad Condal, y a quién nadie le ha hecho ni puto caso. Con una naturalidad que duele, expresaba: “Pero nadie se ha acercado a preguntar si me pasaba algo”.

Con una delicadeza extrema, en su carta nos trasladaba en pocas líneas a los sitios donde creó sus recuerdos más íntimos

Un hombre que llora no tiene dónde esconderse. Pero un hombre que llora todos los días es mejor que viva escondido.

¿Qué esperabas, Pedro, empatía?

Aquí se viene llorado. Es como la ciudad, como la tuya o la mía, a la que antes se venía a triunfar y ahora se viene triunfado.

Foto: Numerosas personas visitan la Feria del Libro, en el Parque del Retiro de Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)

Y por eso todo es un poco peor, más frío, más caro, más lejano y sobre todo, extraño. No hay sitio para un 'buenos días', ni para un 'gracias', ni un 'qué tal estás', ni mucho menos un vulgar, '¿qué te pasa?'. No vaya a ser, encima, que por preguntar, te comas el coñazo de una pena ajena, fría y lejana.

Pero como este mundo es raro, una vuelta digital ha hecho que la pena también encontrara tu hueco, y resulta que te has hecho viral. Y lo que nadie veía delante ha salido de la pantalla, has roto los cristales, los espejos y los repíos de esa gente que no miraba enfrente y no te vieron, porque todo les pasaba dentro. Y en tu paseo diario, en el que nadie te miró de pronto, saliste. Así, como tu ciudad, Pedro, o como la mía, que ahora después de leerte son un poco más extrañas, aunque también, gracias a ti, parece que guardan un poco de esperanza.

Fue un paseo que duraba más de un año. Después de llorar por las esquinas, esperando en las colas de supermercados, en el banco, o caminando por la calle, deambulaba mirando tras un velo de agua y sal, respirando un aire cortado que no terminaba de entrar, dando pasos perdidos, sin huella, ni pisada, en un bucle de supervivencia y rutina, lleno de pena, tristeza, miedo y derrota. En su llanto, en su ausencia, en la soledad del que ya solo vive de recuerdos, Pedro continuaba encajando y tratando de ser una persona normal. Y a cada poco, una parada, un por qué, un no puedo seguir.

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