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Sobre la pobreza que se ve y la que se asea para no parecerlo
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'TRINCHERA CULTURAL'

Sobre la pobreza que se ve y la que se asea para no parecerlo

Hay una pobreza que se ve aunque giremos la cabeza y tapemos las orejas con un par de auriculares. Y hay otra, numerosísima, que hace enormes esfuerzos por pasar desapercibida

Foto: Varias personas acuden a un comedor social en Madrid. (EFE/Mariscal)
Varias personas acuden a un comedor social en Madrid. (EFE/Mariscal)

Hay un señor apostado en la calle Princesa de Madrid, apoyado a la altura de una tienda de ropa y una perfumería. Pide ayuda desde bien temprano con un cartel que dice "Dios mío, no tengo trabajo, un poco de ayuda, señores". Le acompaña un objeto viejo al que casi nadie presta atención. Es un niño Jesús que en otros tiempos debió formar parte de un Belén de considerables dimensiones.

El Mesías estaba solo esta mañana de jueves en la que llovía en Madrid. Pero el dueño del cartel confiaba en que alguien se diera cuenta de que pide ayuda. El cesto estaba vacío a eso de las 9:15 de la mañana. El lunes 7 de marzo la línea 10 de metro estaba llena de gente en dirección Tres Olivos. En una de las paradas que van desde la Plaza de España hasta el final de trayecto entró un señor. Dejó una mochila muy pequeña en el suelo y empezó a dar voces ante un público al que aún le quedaban legañas por quitar.

Nos interpeló cuando sacó un llavero de su bolsillo. Son las llaves, dijo, de la casa que perdió por un desahucio. Sonaba aquel manojo con la misma rabia que el dueño, que nos pedía que le miráramos a la cara, que no nos hiciéramos los suecos. Que las personas como él podemos ser nosotros. Basta una mala decisión propia o ajena, basta un golpe de mala suerte. Basta nacer en un contexto plagado de dificultades.

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Algunos de los viajeros siguieron con sus llamadas, sus cosas de Instagram, prestándole más atención a sus muslos que a aquel hombre que cambió de vagón pasadas un par de paradas, con algunas monedas más en el bolsillo de las que tenía al entrar.

Hay una pobreza que se ve, que grita aunque giremos la cabeza y tapemos las orejas con un par de auriculares. Y hay otra, numerosísima, que hace enormes esfuerzos por pasar desapercibida. Posee una mezcla de orgullo y pudor que les impide dar señales. Es una pobreza aseada que vive en cualquiera de los 21 distritos que forman la ciudad de Madrid, y en cualquier barrio de otra gran ciudad, sea o no capital de provincia. Es la pobreza de mujeres como Celia.

A Celia le faltan dos años para cumplir los 40, tiene dos hijos y la penúltima vez que hablé con ella tenía la garganta hecha trizas por un cumpleaños en el que acabó en un boys. Es de esas personas que resume sus fines de semana con un escueto: "Bien, ahí con los niños".

Vive en uno de esos distritos gama media tirando a baja, en un piso que no es suyo y que comparte

Vive en uno de esos distritos gama media tirando a baja, en un piso que no es suyo y que comparte con su hermana. Trabaja como limpiadora y lleva a sus hijos a un colegio concertado. De vez en cuando me cuenta que entre el comedor y las extraescolares va siempre con la lengua fuera. "Los compañeros de clase hacen muchas actividades, no quiero dejar fuera a los míos", dice.

La hija de Celia no es muy buena estudiante. Dice su madre que se pasa el día haciendo bailes de TikTok y que no le habla de las notas hasta que no es demasiado tarde. Su hermano mellizo nació con varios problemas de salud y eso significa que visita las urgencias del Hospital Niño Jesús más de lo que desearía. "Creo que es porque comió aceitunas", me dijo una vez. "Creo que le di demasiado chocolate", me explicó la última.

Me gusta mucho escuchar a Celia y, sin que sirva de precedente, cerrar el pico, porque es demasiado fácil hacerle hueco a la condescendencia. Esa que te llevaría a explicar a Carmen que es poco probable que la ingesta de esos dos alimentos provoque un ingreso hospitalario y que quizá sería buena idea llevar a los niños a un colegio público para que no se pase el día recorriendo Madrid de punta a punta limpiando oficinas y casas para pagar la cuota.

placeholder Un hombre duerme en el exterior de la estación de Príncipe Pío, en Madrid. (A. M. V.)
Un hombre duerme en el exterior de la estación de Príncipe Pío, en Madrid. (A. M. V.)

Celia lleva siempre el pelo recogido y transforma sus problemas en despiste para que no se noten. A veces pide que le eches una mano porque le toca pagar un extra, con el que no contaba y "ya sabes cómo soy". A veces le echa la culpa a Ricardo, que también tiene un trabajo precario, de esos que no garantizan ingresos regulares y tampoco una vida digna. Y encima no tiene paciencia para ayudar a los niños con los deberes. "A mí también me falta paciencia, pero es que tampoco los entiendo", dice con gesto cansado.

Lleva ahora dos semanas ocupándose de los niños porque a su pareja le salió un trabajo fuera de Madrid y volverá como mínimo en una semana y media. "No creas que le echo de menos. Así hay más espacio en la casa", dice, y sonríe de forma pillina.

Siempre que nos vemos me pregunta qué tal estoy, pero pocas veces le cuento la verdad. "Todo va bien, ya sabes. Mucho trabajo"

Siempre que nos vemos me pregunta qué tal estoy, pero pocas veces le cuento la verdad. "Todo va bien, ya sabes. Mucho trabajo". ¿Qué demonios vas a decirle a alguien que acaba de contarte, que lleva cuatro años esperando respuesta de la Empresa Municipal de la Vivienda, que lleva días llamando a un número de teléfono que le han dado para pedir una ayuda —esa que algunos llaman paguita— y nadie responde, que después de presentarse en el lugar que corresponde a ese teléfono le hayan dicho que sin cita previa vuelva usted mañana?

Aunque en el fondo quizá no le hayas mentido. Es que estás bien. Y sabes que en Madrid, y también en Vitoria, Tarragona y Cádiz hay pobres. Y si alguien no los ve por más que mire debajo del atril, como manifestó el señor Enrique Osorio, portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, que me avise. Y le presento a Celia.

Hay un señor apostado en la calle Princesa de Madrid, apoyado a la altura de una tienda de ropa y una perfumería. Pide ayuda desde bien temprano con un cartel que dice "Dios mío, no tengo trabajo, un poco de ayuda, señores". Le acompaña un objeto viejo al que casi nadie presta atención. Es un niño Jesús que en otros tiempos debió formar parte de un Belén de considerables dimensiones.

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